El Tribeca Film Festival acaba de presentar la premiere de «Silenced» un documental del director James Spione quien antes había sido nominado a un Premio de la Academia por su film «Incident in New Bagdad». Según cuenta fue la experiencia en la realización de este último que lo condujo a emprender su más reciente proyecto. […]
El Tribeca Film Festival acaba de presentar la premiere de «Silenced» un documental del director James Spione quien antes había sido nominado a un Premio de la Academia por su film «Incident in New Bagdad».
Según cuenta fue la experiencia en la realización de este último que lo condujo a emprender su más reciente proyecto. El ataque de helicópteros Apache contra la población civil en la capital iraquí, su carácter deliberado sin justificación alguna, solo se pudo conocer en detalles por la acción valerosa de Chelsea Manning y su difusión por medio de Wikileaks.
Cuenta Spione que le intrigaba la cuestión del control de la información, los mecanismos de los que se valen algunos para decidir lo que los norteamericanos pueden saber y para mantener ocultas otras informaciones. Le llamaba la atención que esos mecanismos operasen con tal eficacia incluso en situaciones relativas a sucesos, como los de su primer documental, que ocuparon momentáneamente titulares de primera plana y que en sí mismos, por su significación, invitaban a la reflexión pública, a la investigación y el debate periodístico.
Eran asuntos, además, cuyo control implicaba a muchos, en la cadena de mando y en las estructuras administrativas. Había que suponer que no todos acataran disciplinadamente las órdenes superiores sobre todo porque se trataban de violaciones a la Constitución, las leyes y los principios y normas jurídicas que, supuestamente, rigen en aquel país.
La indagación lo condujo a su nuevo documental que trata las historias de tres norteamericanos quienes, ocupando diversas responsabilidades oficiales, tuvieron el valor de oponerse a la tortura y otras ilegalidades que la Administración Bush convirtió en práctica cotidiana y respecto a las cuales poco ha cambiado bajo el Gobierno de Obama. Es también la historia de la persecución, las presiones y represalias de las que fueron objeto y que aun sufren los tres, sin haber cometido crimen alguno, salvo el de rebelarse contra la iniquidad y objetar aquellos desmanes, pacíficamente, atreviéndose a expresar sus opiniones disidentes. El documental revela como el régimen norteamericano -su enorme aparato burocrático y su interminable red de conexiones con la empresa privada y la sociedad civil- puede arruinar carreras profesionales, castigar a las familias, despojar de sus vidas a ciudadanos decentes que tuvieron la osadía de defender la verdad y la justicia. Esa otra faceta de la sociedad estadounidense trasciende menos al exterior porque de evitarlo se encarga una poderosa maquinaria propagandística que aun engaña a no pocos con la idea del «sueño americano» y otras tonterías. Ahí reside quizás el mayor mérito del documental.
Sus personajes, padecen hace años la «pesadilla americana». Viven bajo constante intimidación y hostigamiento. Son dos hombres y una mujer que actuaron separadamente, sin ninguna vinculación entre ellos, aunque ahora los une este film y sus historias comunes.
Jesselyn Radack tras graduarse con notas brillantes en las universidades de Yale y Brown fue incluida en el Programa de Honor del Departamento de Justicia e integró su Comisión de Ética hasta que fue cesanteada en 2002 por criticar, en memorándums internos, las violaciones a su derecho a la defensa de John Walker Lindh (el llamado «Talibán americano»). Pocos meses después fue despojada de su membrecía en la American Bar Association (Asociación o Colegio de Abogados de Estados Unidos) y separada de la firma legal para la cual trabajaba.
Thomas Drake era un alto funcionario de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), veterano condecorado por la Fuerza Aérea y la Marina. Se le ocurrió expresar internamente su preocupación por el derroche de recursos y los abusos de la NSA (incluyendo el ocultamiento de datos relativos al ataque terrorista de septiembre de 2001), por lo que estuvo bajo investigación desde 2006, debió renunciar a su cargo en 2008 y fue formalmente acusado en mayo de 2010, aunque recibió una sanción menor (un año de probatoria) el 15 de julio de 2011.
John Kiriakov era un oficial de la Agencia Central de Inteligencia que en diciembre de 2007 dijo ante las cámaras de la ABC News que la técnica del llamado «waterboarding» (intento de ahogamiento) era una forma de tortura que la CIA practicaba a los sospechosos de terrorismo. Tras prolongado litigio fue finalmente encausado en 2012 por supuestamente «filtrar» información a la prensa y sancionado a tres años de prisión.
El documental aborda especialmente el alto precio que los tres han debido pagar por hacer algo que legalmente no constituye delito. Más allá de las cuantiosas sumas que debieron abonar para asumir largos pleitos ante los tribunales, la difamación y el hostigamiento los persigue en la vida cotidiana, en sus comunidades, en sus constantes esfuerzos, muchas veces inútiles, para hallar un empleo.
Sus dramas comenzaron en tiempos de George W. Bush. Pero aun los sufren. Barack Obama, cuando era candidato e incluso después de ser electo, se había referido a quienes enfrentaban la represión bushista por defender la verdad como a personas de «coraje y patriotismo que deberían ser estimuladas en vez de sofocadas». Esa idea, sin embargo se perdió en el camino a la Casa Blanca y quedó como otra de sus promesas olvidadas.