Para «los estupendos abajo-firmantes» A partir de ese momento [a partir del momento de la comprobación de que las cosas para los que tenían el ideal de una cultura obrera alternativa iban mal] me acerqué a la comprensión y al amor de esa gente que se ha quedado en la cuneta intentando mantener, por […]
A partir de ese momento [a partir del momento de la comprobación de que las cosas para los que tenían el ideal de una cultura obrera alternativa iban mal] me acerqué a la comprensión y al amor de esa gente que se ha quedado en la cuneta intentando mantener, por otra parte, la voluntad de racionalidad del movimiento obrero, que es, en mi opinión, una voluntad de modestia… Resulta que la diferencia fundamental con la cultura de los intelectuales, que tan odiosa me resultaba, es el principio de modestia.
Manuel Sacristán (1979)
¿Se trata de argumentar o de golpear? Esta es la cuestión en este caso.
Viene la pregunta a cuento de un fragmento de un texto reciente, el último o uno de los últimos artículos del Toni Domènech, Gustavo Búster y Daniel Raventós («Después de después del OXI. Postscriptum Sin Permiso).
El paso al que me quiero referir:
«Están, primero, los habituales papagayos moralizantes y consignistas: esos estupendos abajo-firmantes que, sin haber estudiado ni haber siquiera pretendido nunca entender nada en concreto del caso, ya tenían de antemano decidido, por ejemplo, y muchas veces contra todo argumento económico racional, que nada que no fuera romper con el euro y volver al dracma ya».
Papagayos, moralizantes, consignistas, estupendos abajo-firmantes… y siguiendo y siguiendo hasta la victoria final.
Vamos a suponer que algo así, todo sumado, pueda afirmarse de algunos de esos firmantes. Por ejemplo del que suscribe esta nota. No he estudiado el caso, ni siquiera he pretendido nunca entender nada en concreto, ya tenía decidida mi posición de antemano, ningún argumento racional (o de cualquier otro tipo) deja huella en mí, etc, etc. En síntesis: una absoluta calamidad. ¡Un horror, un inmenso horror!
Vale, de acuerdo. Sea así si así se afirma.
Pero, prosiguiendo un poco más, ¿vale lo mismo, puede valer lo mismo, dicho esta vez, como así se hace en el fragmento, de todos los ciudadanos y ciudadanas que se han manifestado contrarios de la permanencia de Grecia en el euro en las actuales circunstancias y han firmado textos explicitando su posición? ¿Todos ellos son unos ignorantes de trescientas leguas y media que no estudian, que no pretenden entender nada, que argumentar peor que mal, que tienen mil prejuicios y dos mil pueriles consignas en sus cabezas, cerrados todos ellos ante cualquier argumento racional por convincente y correcto que sea [1]? ¿Lo suyo es el ruido por el ruido y por el no callar, el alimento permanente de la insoportable y destructiva levedad de la irracionalidad? ¿Jacques Sapir, Ramon Franquesa, Pedro Montes, Alberto Montero Soler, Giaime Pala, Joan Tafalla y muchos otros son unos ignorantes de tomo y lomo, practicantes de la más obtusa y alienante irracionalidad?
No parece probable. De hecho, apelando a cualquier teoría de la probabilidad sobre las opiniones ciudadanas y sus fundamentos, es prácticamente imposible. Y recuérdese que teníamos que ser racionales.
En síntesis: si de argumentar se trata, no parece que el texto en cuestión ayude a ello ni sea un ejemplo a imitar. Por nadie ni nunca. Si golpear o menospreciar es el asunto, tal vez sí, no está mal, nada mal. Pero, ¿se trata de argumentar o de golpear? ¿Avanzamos de este modo? ¿Mantenemos sosegados y en pie de rebeldía a los colectivos de izquierda usando estos sesudos argumentos racionales contra los «abajo-firmantes»?
Por lo demás, ¿ese es el estilo que debe usarse entre compañeros y compañeras, con gentes que, con aciertos y desaciertos, intentan aportar, como diría el no olvidado S. Jay Gould, su granito de arena? ¿No es un poco fuerte, demasiado enérgico, incluso un pelín chulesco?
Notas:
[1] Por lo demás y como es obvio, no se trata de que un argumento, económico o no, sea racional sino que sea racional y correcto.
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