La mina …I owe my soul to the company store En el año 1955, Tennessee Ernie Ford llevó al nº 1 de ventas en USA una canción de algunos años antes sobre la minería del carbón: Sixteen tons (Dieciséis toneladas); poco después, la versión de The Platters, con la voz del bajo Herbert, hizo época […]
La mina
…I owe my soul to the company store
En el año 1955, Tennessee Ernie Ford llevó al nº 1 de ventas en USA una canción de algunos años antes sobre la minería del carbón: Sixteen tons (Dieciséis toneladas); poco después, la versión de The Platters, con la voz del bajo Herbert, hizo época en todo el mundo. José Guardiola la grabó en castellano. Era la canción de un minero que habla de su dura vida en la mina. En la versión española, el estribillo acaba un poco ripiosamente con …tu recompensa, pobre John, la tendrás/ cuando, hecho polvo, descansarás ya; la versión original dice, …cada día más viejo y más endeudado/ San Pedro, no me llames porque no puedo ir/ debo mi alma al almacén de la empresa1.
Es importante la diferencia. La vida de un minero ha sido siempre dura por las condiciones de trabajo, pero en las minas de Kentucky, cuando se hizo la canción, los mineros no cobraban su sueldo en dinero, sino en vales que les servían para comprar en el almacén de la propia empresa minera que les descontaba de su sueldo el alojamiento, la comida y el consumo. Les daban facilidades para aceptar préstamos para lo poco que se podía hacer en ese entorno: beber y jugar. Toda su vida se hacía alrededor de la mina. De esta forma, al cabo de un tiempo estaban tan endeudados que les era imposible pagar la deuda, cambiar de trabajo y rehacer su vida; por si acaso, los guardias armados se encargaban de no dejarlos salir del recinto hasta que hubieran pagado. Este tipo de contratos fue prohibido posteriormente en USA por la lucha sindical, aunque ha persistido en otros países.
Es difícil culpar a esos hombres de su degeneración, a no ser desde un punto de vista liberal contumaz que sólo ve en la persona un agente económico deshumanizado, que sólo maximiza el beneficio económico. Pero eso no existe, el hombre es un ser social. La gente sabe a qué puede llegar en su entorno y qué esfuerzo puede permitirse, como el mendigo que, al recibir diez céntimos de limosna de una piadosa señora con la recomendación de no gastárselo en vino, respondió con toda la carga irónica: «No se preocupe, señora, no me lo gastaré en vino, estoy ahorrando para comprarme un Rolls».
La deuda inducida, socialmente obligada, ha sido un medio de dominación más eficaz que la esclavitud y sin sus inconvenientes ‘morales’. Y lo sigue siendo como vemos diariamente en esta crisis. La miseria y la exclusión social es una amenaza más temible que el látigo.
Pero no sólo con las personas individualmente, también con los pueblos.
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El colonialismo exterior
Les damnés de la terre. Frantz Fanon. (Los condenados de la tierra)
En las relaciones entre países se han registrado cosas parecidas. El primer imperialismo moderno, cuyo arquetipo puede ser el español en América, usaba métodos todavía similares a los de Gengis Jan para robar los recursos -fundamentalmente oro y plata- de los pueblos que conquistaba: la destrucción de la sociedad colonizada, la esclavización y el asesinato. En la América del Norte, a los británicos, que en los primeros tiempos sólo querían colonizar la tierra, les bastó el asesinato de los indios para quitarles las tierras, hasta que tuvieron tantas que necesitaron comprar negros de África para que se la cultivaran.
Pero la esclavitud tenía problemas y la destrucción de las sociedades indígenas también. Los colonialistas descubrieron, ya en el siglo XIX, con el capitalismo más avanzado y consolidado, que se podía proceder de otra forma más cómoda. La colonia no se incorporaba políticamente a la metrópoli y se conservaba su organización social extirpando manu militari (o gladio militari) los elementos más hostiles, lo que permitía crear a bajo coste interlocutores indígenas intermediarios -capataces, burguesía compradora- en vez de ocuparse directamente de todos los asuntos. Formalmente ya no había colonia, sino relaciones entre estados. (De la misma forma que la burguesía defiende, contra toda evidencia, que no hay explotación en el trabajo asalariado, sino relaciones libres entre iguales en derechos). Este modelo se adoptó también en el siglo XX en los países que accedían a la independencia, restaurando a la medida de los intereses coloniales parte del orden social que se había destruido previamente (y asesinando a quien fuera necesario, como en el caso de Lumumba y tantos otros).
Los resortes de actuación eran fundamentalmente la corrupción y la deuda. Los ejércitos estaban detrás para lo que hiciera falta.
La extracción de las materias primas que motivaba la colonización, ahora encubierta, requería la creación de infraestructuras (carreteras, puertos, después ferrocarriles, residencias y servicios de los colonos, industrias de transformación, etc.) para lo que la potencia colonial concedía préstamos al nuevo estado para que contratara su realización a las empresas de la propia potencia colonial. También daba su parte a la oligarquía local por los servicios prestados, desde luego a cargo de la deuda contraída por el estado colonizado.
La colonia se encontraba al final como el minero del apartado anterior, cada vez más endeudada con la deuda correspondiente a todas las inversiones que había realizado el dominador extranjero para su propia explotación y las corrupciones del dominador local, deuda que, también como en el caso del minero, no se iba a cobrar, pero servía para mantener ‘legalmente’ la dominación y justificar, en nombre de la seguridad jurídica de las empresas invasoras, la intervención permanente en los asuntos internos, incluida la invasión militar si fuera necesario
Esto es lo que se llama deuda odiosa, creada contra los intereses de los ciudadanos del país. La manera de crearla y mantenerla se llama imperialismo.
* * *
El colonialismo interno
When will we ever learn? Pete Seeger (¿Cuándo aprenderemos?)
El caso de la Unión Europea es la traslación de lo anterior al seno de una comunidad de naciones supuestamente pertenecientes al primer mundo. La crisis de revalorización del capital, extremada por su financiarización, no ha hecho más que mostrar con toda crudeza lo que ya estaba en el diseño de Maastricht: la lógica destructora del capital en que los países fuertes se comen a los débiles, sean del mundo que sean.
Los resultados están a la vista en los países periféricos colonizados. El caso español es claro: más gasto inútil que ningún otro país (más kilómetros de AVE sin uso, más aeropuertos sin aviones y más construcción de viviendas invendibles en este contexto bancario, proyecto ruinoso de Olimpiada mercadeada y la burbuja de diseño de Eurovegas en marcha, por recordar lo más sonado), que tiene como contrapartida un paro insufrible, con sus secuelas de miseria económica y moral, servicios públicos en fase de liquidación, desertización industrial y ruina agraria. No hacen falta aquí más datos que todo el mundo conoce, porque éste no es un escrito sobre la economía, sino sobre la vida.
Los agentes: los políticos más desprestigiados, sindicatos que pactan la destrucción del empleo, una CEOE y un Banco de España que dan terror, la burguesía más corrupta, incompetente y desvergonzada que uno pueda imaginarse, siempre parasitando al Estado que tanto critica.
¿Cuál es la diferencia que presenta este panorama con la historia colonial de cualquier país o región del llamado tercer mundo? Ninguna, salvo que allí lo han visto siempre con claridad y a esos agentes los han llamado vendepatrias.
Los resortes siguen siendo la corrupción y la deuda. Los ejércitos se ven sustituidos por la policía, que alterna los golpes y las multas, y las seguridades privadas.
Nos atracan de manera alevosa, quitándonos directamente el dinero, como en Chipre, o más sofisticada, rebajando los sueldos, despidiendo y subiendo los impuestos.
El timo de clase, las subprime, preferentes, etc., se combina con el timo de estado, la deuda privada transfigurada en pública que pagan los de siempre.
La deuda odiosa de un país al que, como verdadera colonia, se le dice qué tiene que producir, cómo ha de organizarse, qué leyes debe dictar, ante el aplauso incondicional del PPOE que nos dirige -y cambia la constitución a su dictado- y los diazferranes que nos explotan.
Y lo mismo en Grecia, Italia o Portugal. Y en otros países en que, por su historia o estructura social, no se han dado todavía cuenta masivamente de lo que pasa: el proyecto de reordenación de Europa que planteó el III Reich, no porque Hitler estuviese loco, sino porque correspondía a una necesidad del capital ante la crisis.
Pero seguimos cargando dieciséis toneladas. Como el minero, no tenemos solución individual. Ni de un pequeño grupo, país o clase. Pero podemos aprender de los pueblos que lucharon el pasado siglo y de los que se levantan ahora por su doble independencia: la del poder colonial y la de su propia burguesía; la lucha sólo es efectiva cuando arden continentes enteros.
¿No nos daremos nunca cuenta los pueblos de la periferia europea de nuestra situación y la necesidad de unirnos?
¿No seremos capaces de componer un real himno internacional antifascista basado en primer lugar en la jota, grândola, un sirtaki y la canción dei partigiani?
¿No aprenderemos de nuestros hermanos de América Latina que se levantan contra el capitalismo cada vez más unidos y más fuertes?
Cada vez más, el género humano es la Internacional
Notas:
1 You load sixteen tons, what do you get?/ Another day older and deeper in debt/ Saint Peter don’t you call me ‘cause I can’t go/ I owe my soul to the company store