«Todo Conservadurismo es apolítico, no cree en la Política, Cosa que sólo hace el progresista. Sólo hay un tipo genuino de político: Y lo es el Revolucionario occidental» (Thomas Mann, Consideraciones de un apolítico, 1917) Las famosas y ya legendarias Betrachtungen eines Unpolitischen del intérprete-ideólogo Thomas Mann están de nuevo al alcance del lector español. […]
«Todo Conservadurismo es apolítico, no cree en la Política,
Cosa que sólo hace el progresista.
Sólo hay un tipo genuino de político:
Y lo es el Revolucionario occidental»
(Thomas Mann, Consideraciones de un apolítico, 1917)
Las famosas y ya legendarias Betrachtungen eines Unpolitischen del intérprete-ideólogo Thomas Mann están de nuevo al alcance del lector español. Gracias a una oportuna y meritoria re-edición crítica, revisada y ampliada, de la exquisita editorial madrileña Capitán Swing. Además se incluye en la nueva edición un estudio preliminar de Fernando Bayón y un epílogo ineludible del filósofo marxista Gyorgï Lukács. Debemos advertir que no se trata de un libro más de ensayos académicos ni de ejercicios de memoria de un bon vivant. En absoluto. «He calificado a este trabajo de ‘bosquejo para el día y la hora'», confiesa con humildad el propio Mann. ¿Efusión patriótica, memorandum de la Germanidad, variaciones teutónicas sobre un tema, especie de diario filosófico, genial inventario de un inteligente conservador reaccionario? Es todo ello y mucho más: las Betrachtungen… son un manifiesto todavía vivo, aún polémico e irritante de un Gedanken im Kriege, un pensamiento airado, sitiado y en guerra, notas apresuradas y enérgicas de un alemán defendiendo con pasión la beligerancia justa del IIº Reich guillermino contra los aliados durante la Primera Guerra Mundial. Plagado de un orgulloso soldatischer Geist, espíritu soldadesco, tal como él mismo solía definir su novela Una muerte en Venecia, las Betrachtungen… fueron escritas bajo urgencia febril y extrema, tanta que Mann prefirió suspender la escritura de su famosa Der Zauberberg, La Montaña Mágica, «relegué mis planes más queridos…», para dedicarse por entero a esta obra ensayística única a partir de noviembre de 1915. Los primeros capítulos, el inicial: «Der Protest» (La Protesta) y el segundo: «Das unliterarische Land» (Una tierra no-literaria) los tenía listos a fin de ese año, y el paradigmático capítulo III, «Der Zivilisationsliterat», que es un libro en sí mismo, lo concluyó a inicios de 1916. El resto fue sumándose a medida que Mann sufría y racionalizaba el sino en la guerra, ya no europea sino mundial, de Alemania y Austria, que concluiría con revueltas populares y la instalación de repúblicas y soviets sobre los restos putrefactos del Ancien Regime. La ocasión es la intervención político-filosófica y el combate mortal contra la figura de la mediación burguesa, el patético Zivilisationsliterat, el Literato de la Civilización, el nuevo hombre gótico, que es encarnado en la polémica tanto por Émile Zola como por Romain Rolland, que representan no solo a la misma Entente enfrentada a los Imperios Centrales, sino a la misma decadencia europea y los valores democráticos populares de la Ilustración, que colonizaron todo Occidente. El pleonasmo Zivilisationsliterat indica su marca de descendencia de los odiados philosophes de la Ilustración radical, su tierra por nacimiento o elección es la subversiva Francia y su palabras de orden son Humanidad-Libertad-Razón. Rolland precisamente había escrito un libro anti-bélico en 1915 titulado Au-dessus de la mêlée, muy estudiado por Mann y debatido incluso por Gramsci. Rolland como figura de la decádence, al fin, que se opone, sin posibilidad de cancelación ni síntesis, a la mística esencia alemana, milenariamente metafísica-conservadora, heroica e impolítica, bajo la figura del Esteta: «Lo que indigna es la aparición del satisfait intelectual, quien ha sistematizado para sí el Mundo bajo el signo de la idea democrática, y que ahora vive como ergotista, como poseedor de la Razón.». Estos dualismos inconciliables ya se encontraban esbozados, aunque en otro tono, en su ensayo Gedanken… de 1914, pero ahora son sistematizados, extendidos, inflacionados y urbanizados sobre la topología bélica que azota Europa. Similares oposiciones extremas, «opciones excluyentes», dite nietzschéannes, dominarán los nueve capítulos restantes: entre discursividad y música (IV, «Einkehr»), entre política y mentalidad burguesa (V, «Bürgerlichkeit»), entre moralidad popular y virtud (VI, «Von der Tugend»), entre humanidad y vida (VII, «Einiges über Menschlichkeit»), entre fe y libertad (VIII, «Vom Glauben»), entre estética y política (IX, «Ästhetizistische Politik»), entre tolerancia intelectual y radicalismo (X, «Ironie und Radikalismus»). Es un eco tardío y una reactivación de las rígidas dicotomías que atraviesan toda la Kulturkritik de Nietzsche, en realidad del joven Nietzsche como subraya una y otra vez Mann («…y que se me perdone que por todas partes veo a Nietzsche…»), entre Instinto de ascenso y la masa-rebaño, entre Naturaleza e Intelecto, entre Kultur y Zivilisation, es decir: entre su héroe Aschenbach (de la novela Der Tod in Venedig) y el Literato burgués à la Rousseau que quedará inmortalmente plasmado en su progresista y masón Settembrini de La Montaña Mágica. El Zivilisationsliterat es una confusión en sí mismo: «confundir Moral y Humanitarismo es un error digno del Literato de la Civilización. Creer que cuando no hay guerra, hay paz, es una puerilidad que no sólo es peculiar del pacifismo…», incluso Mann juega literariamente a describir su patética fisonomía: «es algún joven literato y colaborador periodístico de lentes de Carey y picado de Viruela.» Como político, el hombre gótico, el homo Rousseau burgués, es insalvable: «No importa que diga ‘fe’ o ‘libertad’, el político es abominable.» La política de este hombre gótico es antialemana porque es un producto latino, celto-románico, finalmente francés y germanófobo, retóricamente revolucionario y su intento de trasplante a Alemania forma parte de los intentos por «democratizarla» que vienen del Occidente capitalista. El topos antilatino hace que Mann entienda la guerra contra Alemania como el intento de una nueva Roma expansionsita por volver a conquistar el Este del Rin. La eventual victoria de Alemania será no sólo la derrota de la alianza coyuntural en torno a Francia, sino de todas las ideas del siglo dieciocho, de las ideas de la Modernidad en cuanto tales.
Y esta intelectualidad-clase erudita tiene su estandarte peculiar: el Espíritu bajo la máscara del Humanitarismo político, que no es otra cosa que «el espíritu de época, el espíritu de lo nuevo, el espíritu de la democracia, para el cual trabaja la mayoría». ¿Y cual es el mundo del Espíritu?: «Es el de la Política, el de la Democracia». Esprit es sinónimo para Mann de revolución, de acto jacobino. El intelectual moderno alemán (o ideológicamente afín a la Germanidad) no tiene muchas alternativas frente al dominio del nuevo pathos burgués: «El Intelectual tiene la opción (en la medida en que la tiene) entre ser irónico o ser radical; decentemente hablando, no hay una tercera posibilidad.»
El tratado de Mann tiene un plus adicional para el lector atento, una filosa lectura paralela tan valiosa como el objeto principal de su polémica, se trata de su apropiación e interpretación de Nietzsche. A contracorriente con el culto a Nietzsche de su propia época, el Nietzscheanismus, Mann se posiciona contra las lecturas digeribles y demasiado fáciles de Nietzsche: «Yo debía despreciar el Nietzscheanismo renacentista-esteticista de mi alrededor, que me parecía una secuela puerilmente equívoca de Nietzsche.» Y el Nietzscheanismo tiene dos errores de peso en su hermeneútica: 1) sus interpretes-guías lo leen mal y de manera esquemática; 2) se ha construido un corpus sobre textos del peor período intelectual y emocional de Nietzsche. Mann encuentra que la mayoría de lectores e interpretes lo han desfigurado, no detectaban (no podían) el elemento de ironía romántica que había en su ethos, el ético Nietzsche había sido asimilado sin más al Olimpo burgués. Pero no sólo rechaza el catecismo («A Nietzsche… lo cultivaban mecánicamente»), sino incluso el etapismo oficial y el canon textual santificado por los nietzscheanos: para Mann el mejor y auténtico Nietzsche (antirrevolucionario pero conservador-revolucionario, antiradical, pletórico de germanidad) se reduce al joven y al de su etapa media (1869-1879), y no tiene problemas en calificar al Nietzsche consagrado por el Nietzscheanismus y la academia, como un espantapájaros inmoralista y esteticista, un provocador decadente. Precisamente el Zivilisationsliterat se ha «apoderado mucho más, espiritual aunque no objetivamente, del Nietzsche tardío, convertido en grotesco y fanático, que del más joven…». Todo lo contrario, subraya Mann: «el Nietzsche que realmente valía… era el que seguía estando próximo, o siempre lo había estado, a Wagner y Schopenhauer.» El pathos de las consideraciones apolíticas no son exclusivamente nietzscheanas: Mann abreva generosamente en Goethe, Dostoievsky y Flaubert, en Schopenhauer, en el Kanzler Bismarck, en el tenebroso Paul Lagarde, en el innombrable Houston Stewart Chamberlain, por supuesto en Richard Wagner, en Hyppolite Taine, en Stefan George, en incluso Maurice Barrès y Georges Sorel… El recorrido intelectual al que nos somete no puede dejar de ser fascinante y provocador.
Mann es en esto anticipador y clarividente: la cuestión de los intelectuales desemboca naturalmente en la cuestión del poder y el estado. No por nada las Betrachtungen… son, junto con los libros de Julien Benda, Hugo Ball, Karl Mannheim y Paul Nizan, las cotas más altas de la discusión sobre la cuestión del intelectual y la política en la primera mitad del siglo XX. Sabemos que Mann evolucionó paradójicamente hacia convertirse después de 1945 en un modelo y paradigma del Zivilisationsliterat. También que Mann fue testigo privilegiado de cómo finalmente el problema del intelectual orgánico de la auténtica esencia alemana tuvo una solución práctica, tormentosa y dramática, y que con seguridad agradeció al destino la posibilidad de no transformar la Reacción en Progreso… Pero las reflexiones mannianas, más allá de estar situadas en un pesimismo coyuntural, tienen el enorme mérito de ser el primer diagnóstico pesimista sobre la función de los intelectuales, de sus relaciones con la alta y baja política, de su rol esencial en el estado ampliado burgués. Y por eso mantienen toda su actualidad de seguir siendo la talentosa acta de fundación del Modernismo reaccionario: «No creo en la fórmula del hormiguero humano, en la colmena humana, no creo en la république démocratique, sociale et universelle, no creo que la Humanidad esté destinada a la ‘dicha’ y ni siquiera que desee la felicidad.»
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