Con excepción de los periódicos cubanos -y uno que otro medio virtual alternativo-, ningún otro en el mundo ha difundido la publicación del libro El dulce abismo. Gobiernos, políticos, escritores y medios (famosos todos), no han dicho absolutamente nada, ni de este libro ni de Los Cinco héroes cubanos, detenidos por el Imperio en septiembre […]
Con excepción de los periódicos cubanos -y uno que otro medio virtual alternativo-, ningún otro en el mundo ha difundido la publicación del libro El dulce abismo. Gobiernos, políticos, escritores y medios (famosos todos), no han dicho absolutamente nada, ni de este libro ni de Los Cinco héroes cubanos, detenidos por el Imperio en septiembre de 1998, por luchar contra el terrorismo. ¿Dónde están esos gobiernos, políticos y cancilleres que cada año en la Organización de Naciones Unidas se presentan como defensores de los derechos humanos? ¿Por qué las empresas periodísticas, cuyos profesionales juran decir la verdad, callan estas violaciones? ¿Por qué esos intelectuales y escritores cautivos no escriben sobre estos crímenes?
Cuando el 2001, desde la Casa Blanca, el emperador anunció su cruzada contra el terrorismo a nivel mundial, solamente vio el «terror» fuera de sus fronteras, «ignorando» que el terrorismo internacional, desde hace muchos años se cultivaba en su propio patio (Miami) y se ejercía contra Cuba. Hoy, después de 3 años, el mundo entero sabe que esa lucha era el pretexto para apoderarse de Afganistán e Irak. En la lista de países terroristas, no aparece Miami, porque esos terroristas, son promovidos y protegidos por el Imperio; son los terroristas buenos, porque actúan contra la Revolución Cubana. De ese nido mafioso han salido criminales como Orlando Bosch, Luis Posada Carriles, Félix Rodríguez, Alberto Hernández, Pepe Hernández, Armando Pérez Roura, Ninoska Pérez Castellón, José Basulto, Gaspar Jiménez Escobedo, Rodolfo Frómeta entre otros.
El dulce abismo denuncia la injusticia, el odio, el abuso, el cinismo, la mentira, las torturas, la irracionalidad, los abusos y el crimen del Imperio. Pero anuncia el amor, la solidaridad, la esperanza, la humanidad, la ternura, el ánimo, la fortaleza, la resistencia de René González, Antonio Guerrero, Fernando González, Ramón Labañino y Gerardo Hernández, y con ellos, también de sus familiares y de su pueblo. Contiene cartas, poemas, dibujos, caricaturas, graffitis y fotos. Los remitentes y destinatarios nunca imaginaron que algún día ese material sería reunido, para su publicación en libro. Son letras que conmueven, porque revelan los sentimientos más humanos, más personales e íntimos de sus autores y autoras; los ideales más nobles, los principios más fuertes, los valores más grandes de personas comprometidas con la vida; hombres que expresan lo que la Revolución les ha dado. Están presos porque quisieron evitar que niños, mujeres, hombres, ancianos y abuelas sufrieran muertes y atentados. Porque quisieron prevenir a su pueblo de los planes terroristas que los grupos de Miami organizaban (y organizan) contra Cuba.
Veamos algunas experiencias que ellos le dicen al mundo desde su injusta prisión y que están contenidas en El dulce abismo.
René González -condenado a quince años-, dos años después de haber sido detenido, le escribe a su esposa Olga -quien ha sido impedida por el Imperio de visitarle-, «todo tiene solución cuando contamos con tanto apoyo y amor y encima tenemos de nuestro lado la razón y la dignidad». Y a su hija Ivette (6 años), le recuerda aquella vez que pudieron verse cuando ella tenía un año: «Estábamos bajo custodia y cuando notaste que me tenían esposado al brazo de la silla habrás pensado que era un perrito; pues comenzaste a decir «guau, guau». Tu mami te trato de sacar de dudas con una expresión que la indignación hizo sarcástica: «No, Ivette, aquí el perro no es tu papá».
Contra el propósito de los verdugos imperialistas que recurriendo a todo tipo de medios para humillarlos, René le dice a su esposa el 2000: «Seguiremos siendo dueños de la risa, del optimismo, de la alegría de vivir y de la satisfacción de haber pasado por todo esto sin arrodillarnos, sin humillarnos, sin ceder ante el chantaje y, sobre todo, sin amargarnos». Contrario al perfil que presentan los amos del mundo de un revolucionario, René derrocha amor en sus palabras: «Nadie se dará el gusto de decir que logró hacer de nosotros unos resentidos por habernos sometido a su odio inútil». Quienes albergan resentimiento y desprecio son sus captores; son presos de su propio odio.
Desde su «soledad» y contra todo egoísmo, él manifiesta un altruismo solidario propio de auténticos revolucionarios guevarianos, cuando le pide a Olga: «No te niegues un momento de alegría, una sonrisa, un juego con las niñas, una reunión familiar … Si algún día la sombra de mi situación se interpusiera para privarte de alguno de esos momentos, ¡espántala! Pues no será mi figura la que está proyectando esa sombra».
En carta enviada a Ivette, cuando tenía cuatro años, para que se la leyera la mamá, le expresa la humildad y la modestia de un revolucionario: «Yo no podré estar junto a ti en esta etapa de tu vida, pero sé que creces entre una familia y un pueblo excepcionales que sabrán suplir mi ausencia. De ese pueblo hoy recibes diariamente manifestaciones de cariño y de apoyo que nunca deberás permitir se te suban a la cabeza, pues todas esas manifestaciones son una prueba más de la sensibilidad de ese pueblo que de un mérito excepcional de tu papá. Muchos cubanos han caído heroicamente sin tener siquiera la oportunidad de escribir una carta como ésta a sus hijos y hay que ser muy humilde cuando un pueblo así te honra como héroe».
Antonio Guerrero, tratando de explicar a su hijo Gabriel, un niño de 12 años, por qué no está físicamente con él, le dice: «Me han juzgado y sentenciado, cuando todo lo que hice fue luchar contra el terrorismo para evitar daños a Cuba y a su pueblo, y con ello evitar daños a personas de otros pueblos». Y le aconseja: «Lo más importante es que seas una persona generosa ya que el individualismo y el egoísmo no valen nada. «Aquél que se da, crece»». A su otro hijo, Tony de 18 años, le explica: «No he hecho otra cosa que cumplir de la forma más natural y correcta mi deber. Lo mismo hubieran hecho millones de cubanos y cubanas en mi lugar porque estamos formados en las tradiciones de quienes han sido héroes reales, guías certeros y altruistas, hombres que como también dijera Martí no miraron de qué lado se vive mejor sino de qué lado está el deber». Y le pide, «que siempre fueras una gente sencilla, modesta, capaz de ayudar al que lo necesite y por sobre todo ser justo».
Sin ninguna prueba de culpa contra él y contra toda lógica humana, le impusieron cadena perpetua más diez años. No obstante, Antonio le escribe al mayor de sus dos hijos: «Ni un solo día me he sentido pesimista, ni un solo día me he sentido triste o deprimido, ni un solo día me he sentido derrotado ni vencido, ni un solo día me he sentido como un culpable en un banquillo de acusado, ni un solo día me he sentido solo, porque sé que corazones como el tuyo han estado, están y estarán siempre conmigo».
Bajo cualquier sistema penitenciario, es un derecho de los presos, disponer de horarios conyugales. Pero las prisiones del Imperio son la excepción. Fernando González (condenado a diecinueve años) y su esposa Rosa Aurora Freijanes son impedidos de esta aspiración tan natural, humana y hermosa. Rosa, asiente que ante esta prohibición imperial, el paso de los años y el avance del reloj biológico las esperanzas de tener hijos se han deshecho.
Escuchemos el relato que ella nos hace cuando pudo visitarle, en abril de 2002: «Imagínate el ambiente: cuando entras a la cárcel de Oxford tú te sientas en una sala fría, descarnada, y esperas que te traigan al preso… En eso abren la puerta, y lo veo. Iba acompañado por un policía. Él abrió los brazos a todo lo que daba, con una sonrisa de oreja a oreja, y no me dio tiempo a nada… Lo único que recuerdo de ese momento es su sonrisa y su alegría. Nunca se quejó. No encuentras una sola queja en sus cartas. Estaba ávido de saber cada detalle mínimo de mi vida, y me hablaba en un tono muy suave, sin dramatismo. En esa primera visita no hablamos de los niños que queríamos tener».
Siete meses después Fernando le escribe para sus cumpleaños: «No desesperes. El futuro es nuestro y lo será con la satisfacción mayor que es la del deber cumplido, la dignidad intacta y el amor fortalecido». Al igual que sus compañeros, Fernando antepone, al odio del Imperio, el amor de un revolucionario, al afirmarle en marzo de 2003: «Al odio debemos oponerle el amor: el amor a Cuba, el amor a nuestro pueblo, el amor a Fidel… Nada de lo que hagan o puedan hacer va a evitar que triunfe la verdad y la justicia. El futuro nos pertenece y disfrutaremos lo que nos han robado».
Con cadena perpetua más dieciocho años, Ramón -después de llevar tres años preso-, les escribe a sus tres hijas, Lizbeth (8), Laura (12) y Ailí (17): «Hoy día están descubriendo quién realmente es su papito y estos cuatro hermanos míos que me acompañan, de nuestras vidas reales y de todo lo que hicimos por salvar sus sueños y los sueños de nuestro pueblo y su seguridad (…). Por esta razón marchamos un día a estar lejos de todos nuestros seres queridos».
Desde esa condena impuesta por el Imperio, les expresa que su causa, es la causa de una nación: «Estoy contento de ver que no soy yo quien les cuente esta historia, sino el mismo pueblo al que defendemos. Yo nunca hubiera podido contarles con tantos detalles y amor, ésta, mi propia vida, que hoy cuentan en la televisión, en las tribunas del pueblo, en la boca de nuestro querido Comandante, y mis compañeras y compañeros. Y sé que sabrán comprender todo mucho mejor».
A semejanza de Fernando y Rosa, a Gerardo y Adriana tampoco les permiten tener hijos. Gerardo ha sido condenado a dos cadenas perpetuas más quince años. Esta es la justicia del país que se arroga ser el más democrático del mundo y cuyos gobernantes se ufanan de defender los derechos humanos. En diciembre del 2001, en una carta a Adriana le explica: «…imagínate, siempre que alguien baja a sentencia y regresa con diez o quince años en las costillas se pasa dos semanas sin salir del cuarto y nosotros, a pesar de las cadenas perpetuas y el montón de años estamos como si nada».
Luego de que lo tuvieran en la «caja» (se trata de un ‘hueco’ dentro de otro ‘hueco’) por un mes en ropa interior, sin contacto con familiares ni abogados, sin visita consular, sin posibilidad de escribir o leer, le dice a su esposa en abril de 2003: «más orgulloso me siento del apoyo de nuestro pueblo y gobierno, de nuestros familiares, y de los miles de hermanos y hermanas que tenemos alrededor del mundo».
Pero Adriana -«libre»-, también está presa: «Cuando pienso en Gerardo, condenado a dos cadenas perpetuas, siento que yo también he recibido esa misma condena. No sólo estoy sufriendo por tenerlo preso, por su propio dolor, sino como esposa que no puede tener un matrimonio feliz como cualquiera, que no puede tener hijos como cualquiera. Me pregunto muchas veces por qué no me dan la visa para ir a Estados Unidos y poder visitarlo en la cárcel. ¿Por qué no me permiten ver a mi esposo, un hombre condenado a dos cadenas perpetuas?… Yo soy el instrumento de las autoridades norteamericanas para presionar a Gerardo».
De estas injusticias y violaciones a los derechos humanos, ¿qué medio televisivo, radial, escrito o virtual informa?. El Imperio los tiene amordazados, tratando de crear así, un valle silencioso. En la lógica del Imperio, el mundo no debe saber la verdad. Y para este propósito trabajan esos medios. Los gobiernos serviles a Estados Unidos que cada año se alistan a acusar a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, no han dicho absolutamente nada de estas violaciones. Tampoco lo han hecho los gobiernos que apoyaron al Imperio en su cruzada salvaje contra Afganistán e Irak.
Sin embargo, esos criminales del mundo no han podido doblegar ni a estos hombres ni a sus madres ni a sus esposas ni a sus hijos ni al pueblo cubano. Todo lo contrario, los han hecho héroes. Y la verdad se va abriendo paso; además de los once millones de cubanos, cientos de miles de personas en el mundo, se están organizando para denunciar esta injusticia y exigir la liberación de Los Cinco. Ahora es, cuando libros como El dulce abismo, debieran invadir los rincones más oscuros del mundo -empezando por la Casa Blanca-, para que la luz de estas páginas los irradie, para que la justicia prevalezca y la verdad se abra pasos, en sociedades silenciadas, manipuladas y desinformadas.
* Abner Barrera Rivera es Profesor de Estudios Latinoamericanos. Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica.
2004-12-21