A menudo Sacristán juzga con rigor la validez de su obra -la misma carta a Andalán, por ejemplo, de junio de 1985-. Creo que, más allá de todas las dificultades que tuvo para disponer de tiempo y medios, hay un punto en el que se equivoca y no estoy de acuerdo con su valoración sobre […]
A menudo Sacristán juzga con rigor la validez de su obra -la misma carta a Andalán, por ejemplo, de junio de 1985-. Creo que, más allá de todas las dificultades que tuvo para disponer de tiempo y medios, hay un punto en el que se equivoca y no estoy de acuerdo con su valoración sobre sí mismo, y dirimo con él una «querelle» teórica. Me explico: cuando leo sobre Diógenes Laercio y sus vidas de filósofos ilustres, siempre encuentro la misma opinión: es un centón de vidas de filósofos, de anécdotas vitales, pero Diógenes se olvida de explicarnos sus «sistemas». De vidas: ¡de vidas! Pero si el filosofar es algo, es precisamente ser un saber segundo cuya primordial función debe ser orientar la propia vida, apelarse a sí mismo y ser capaz de vivir de otro modo, de un modo filosófico. En esto suscribo lo que explica Hadot. Hubo en la clasicidad personas a las que todos consideraban filósofos y que no escribieron nunca nada -a comenzar por Sócrates-, pero sus vidas eran vidas de filósofos, y por eso seducían, servían, orientaban, por eso eran y se convertían en maestros, es decir, tenían discípulos. No por su obra.
Entonces, si para seguir con el ejemplo, D L nos cuenta cómo Diógenes el cínico en su frugalidad tira la taza que utilizaba para beber agua, al ver a un niño que bebía con la mano -«hasta un niño me da lecciones»-, eso es anecdotario; si hubiese recogido las reflexiones de Diégenes el cínico sobre «el ser» o los atributos divinos, eso sería filosofía. El filosofar de Sacristán -y el de Giulia Adinolfi, su concepción de la vida sabia, esto es, de la vida del sofós, incluía la reflexión y el estudio, ciertamente, como forma filosófica de praxis y de vida; incluía la praxis política y la preocupación por la polis. Desplegaba y acogía estas actividades… y la sobriedad de vida, y la apertura a los demás… Lo que meditaba -meditaban- lo escribían y lo que estudiaban, lo escribían, porque el estudio formaba parte de ese modo de vida que es el que nos impresionaba, el que nos cautivaba. Eran Silenos buscando seducirnos para la vida sabia, tal y como dice Alcibíades de Sócrates en El Banquete1. Ninguna obra sistemática puede lograr eso, ninguna elaboración intelectual puede convertir a nadie en conciencia crítica de nadie. Sólo una vida filosófica.
Por lo demás , el trabajo intelectual de Sacristán siempre poseía erudición, saber, rigor intelectual, y además rigor moral y capacidad de interpelar al sujeto… Sería triste que una reminiscencia teoricista nos hubiese hecho perder alguna página más de S. que hubiese podido ser escrita, a pesar de su poco tiempo y de todas sus dificultades vitales.
PS: Hay una cosa que no he añadido y que muestra hasta qué punto no se le entiende -no se les entiende-, hasta qué punto se les interpreta como absurdos por leerlos desde el cursus honorum, esto es ,desde fuera de la filosofía: cuando se pasman por el hecho de que renunciara las ofertas de investigación que le hicieron en el extranjero -o que Giulia se quedase a vivir en España en los años cincuenta siendo italiana-. Pero, por encima de todo, él no era un investigador, no era una persona cuya meta y fin fuese una obra «científica», teorética. Por encima de todo su meta era vivir una vida conforme a unos principios; muy exigentes desde luego. Es la idea de vida sabia, que incluye el estudio como autodespliegue. Tienen razón, sin embargo, los que, para destruirlos, atentan contra su recuerdo inventando calumnias sobre su moralidad: saben, sintieron lo que eran; les pesó lo que eran, sus miradas. Y saben dónde estaba su fuerza, por eso tratan de destruirla.
Anexo: Carta de Manuel Sacristán a Andalán, 30/6/1985
Eloy Fernández Clemente
Zaragoza
Querido amigo,
estoy cascado, pero no chocheo. Con esa precisión podrás inferir que no me olvido de los amigos (al menos, todavía, y si el estar cascado no da un «salto cualitativo», tampoco los olvidaré en el futuro).
También he de protestar de que llames «magníficos» a los dos tomos aparecidos de Panfletos y Materiales. Me parece que ellos revelan bastante bien el desastre que en muchos de nosotros produjo el franquismo (en mí desde luego): son escritos de ocasión, sin tiempo suficiente para la reflexión ni para la documentación.
En cambio, te agradezco mucho lo que dices de una posible utilidad mía en otras épocas. Supongo que también eso es falso, pero el hombre es débil y acepta algunas falsedades.
Y en cuanto a la entrevista para Andalán, la hacemos cuando quieras. A propósito de lo cual es bueno que sepas que yo tengo algunas limitaciones graves: después de una operación de corazón, me falló definitivamente el riñón que me quedaba. Hace veinte años, cuando le pasaba a uno eso, el parte médico decía que falleció de fallo renal. Ahora te enchufan a una máquina de hemodiálisis cada 48 horas y sobrevives, aunque no lo pasas muy bien. Consecuencia: no haremos la entrevista en día de hemodiálisis. Cuando haya que hacerla me telefoneas antes (o me telefonea alguien de Andalán) y fijamos la fecha.
Mandaré uno de estos días una carta internacional a Lola Albiac: se trata de componer una cadena universitaria mundial en pro del desame nuclear. Espero que ella te enganche a la cadena,
Mientras tanto, un saludo afectuoso.