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Sobre el imperialismo en el siglo XXI

Fuentes: Rebelión

La palabra imperialismo vuelve a tener vigencia descriptiva. El ejercicio del poder sobre los territorios que definía originalmente el vocablo hoy se desplaza hacia las mediaciones que hacen pensable ese poder. La prensa internacional lo presiente: habla del retorno de las esferas de influencia, de la pugna entre Estados Unidos y China, del control de los minerales estratégicos o de la geopolítica de los datos. Sin embargo, sólo en contadas ocasiones se refiere a la forma más insidiosa que adopta este poder. Los titulares muestran la superficie visible del conflicto; nosotros debemos descender hasta su lógica subterránea. Lo que está en juego no es únicamente el reparto del poder mundial, sino la reconfiguración de las condiciones mismas de nuestra existencia: la transformación de la vida humana en campo universal de extracción y de cálculo.

El siglo XIX fue el del imperialismo industrial; el XX, el del imperialismo financiero; el nuestro, el del imperialismo algorítmico. En apariencia, las potencias ya no se disputan colonias, sino mercados y flujos de información. En realidad, los nuevos imperios —Google, Amazon, Apple, Meta—, cada vez más en control de los Estados a través de la apropiación de su inteligencia estructural, reproducen la misma matriz de dominación que un día legitimó la conquista y la explotación, sólo que bajo una forma más sutil: la de la dependencia tecnológica y la captura de la atención. Quien controla los algoritmos controla las posibilidades y los límites del mundo: decide qué se ve, qué se dice, qué se ignora. El dominio ya no opera por fuerza, sino por diseño de realidad.

Esta lectura prolonga, en clave contemporánea, el debate que Néstor Kohan (2022) reunió en Teorías del imperialismo y la dependencia desde el Sur Global. Allí, David Harvey (2003) y John Smith (2016) confrontan dos modos de pensar la expansión del capital: la acumulación por desposesión, que expropia lo común y mercantiliza lo vital, y la superexplotación del trabajo, que transfiere valor del Sur al Norte mediante la degradación sistemática de las condiciones de vida. En el mundo digital, ambos procesos convergen: las plataformas despojan a los usuarios de sus datos y a los trabajadores del Sur Global de su tiempo y de su cuerpo. La nube, celebrada como metáfora del progreso, descansa sobre un subsuelo de extracción, precariedad y desecho.

Lo que se anuncia, por lo tanto, no es un tecno-feudalismo, como propone Varoufakis (2023), sino una intensificación del capitalismo bajo formas rentistas y digitales. No asistimos al retorno del feudo, sino a la expansión del capital más allá de sus límites clásicos. Como ha advertido Morozov (2022) en Critique of Techno-Feudal Reason (New Left Review), hablar de feudalismo digital corre el riesgo de oscurecer la continuidad histórica del capital, que no ha sido abolido sino reconfigurado en su modo de acumulación y en su infraestructura tecnológica. Cada interacción en línea es una transacción encubierta; cada gesto, una contribución involuntaria a la maquinaria del valor. Las plataformas ya no producen mercancías: mediatizan la producción del sentido. Convierten la vida en fuente de renta. El trabajo, reducido a dato, se invisibiliza; la dominación, disfrazada de conexión, se naturaliza.

En este contexto, la crítica de Nancy Fraser (2022) adquiere una resonancia particular. En Cannibal Capitalism, la autora sostiene que el capitalismo devora las condiciones de su propia existencia: la naturaleza, el cuidado y la legitimidad. Pero su diagnóstico, aunque lúcido, queda incompleto si no se reconoce que esa voracidad adopta una forma estructuralmente imperial. Lo que ella denomina capitalismo caníbal es, en el plano geopolítico, imperialismo del Norte sobre el Sur, y en el plano cognitivo, imperialismo de la mediación digital sobre la vida. La expansión del capital no sólo atraviesa fronteras: borra las diferencias que le daban sentido al mundo.

Por esa razón consideramos —como hemos desarrollado en un estudio reciente— que toda formulación teórica en el ámbito de la filosofía y las ciencias sociales que reproduzca, de modo explícito o implícito, la estructura sesgada de las ciencias cognitivas y de la inteligencia artificial, herederas todas ellas de la cibernética, exige máxima cautela por nuestra parte. En tales marcos, la noción misma de conocimiento aparece confundida con los principios de control y de cálculo que organizaron el pensamiento técnico del siglo XX. Lo que se presenta como una teoría del conocer es, en realidad, la prolongación epistémica de un artefacto cultural de dominio, cuya función consiste en modelar nuestra autointerpretación como agentes —individuales y colectivos— según los parámetros de la eficiencia y la adaptación (Cincunegui, 2026).

Desde América Latina, la filosofía de la liberación ha pensado este fenómeno con una radicalidad distinta. Enrique Dussel (1974, 1998, 2007) nos enseñó que toda totalidad se funda en una exclusión, y que el punto de partida del pensamiento no puede ser el sistema, sino la herida que este produce en la carne del mundo: las vidas negadas que sacrifica en nombre de su autonomía. En este sentido, el imperialismo —industrial, financiero o algorítmico— no es sólo una estructura económica, sino una forma de negación ontológica. El otro no es reconocido como interlocutor, sino absorbido como recurso. Frente a esa clausura, pensar desde la exterioridad significa restituir la dignidad de aquello que no tiene voz: las víctimas, los trabajadores invisibles, la naturaleza violentada.

Franz Hinkelammert (1984, 1995), por su parte, habló de la idolatría del mercado como de una nueva teología inhumana. Hoy podríamos hablar de la idolatría del algoritmo, esa instancia que promete reordenar el mundo y reobjetivarlo, respetando el borramiento de los sujetos y legitimando la primacía del cálculo como sello de la forma ontológica de la mercancía. En nombre de una eficiencia abstracta se sacrifica la vida; en nombre de un progreso inanimado se destruye la memoria, y con ella, la vida misma; en nombre de la innovación se clausura la posibilidad de otro mundo. La técnica digital, en maridaje con la tecnología armamentística a la que sirve como su inteligencia, se ha vuelto el fetiche del poder imperial del siglo XXI. Resistir a ese fetiche no significa negar la tecnología, sino desactivar su lógica sacrificial: volver a ponerla al servicio de la vida.

Desde esta perspectiva, eso que llamamos el Sur no es un lugar geográfico, sino un posicionamiento ético-político. Es el punto desde donde se revela la mentira de la neutralidad tecnológica y la continuidad de la dominación cruel del centro sobre las periferias. El Sur piensa y vive aquello que el sistema excluye como no valuable para poder valorizarse a sí mismo. Por ello, el Sur no puede ser nunca —y erramos rotundamente cuando lo hacemos— una reivindicación identitaria, sino una rebelión existencial ante la expropiación del sentido mismo de la dignidad humana y de las condiciones materiales que hacen posible su realización.

Así entendido, el imperialismo contemporáneo no consiste sólo en la apropiación de recursos, sino en la expropiación del sentido. No se impone ya sobre la materia, sino sobre la posibilidad misma de lo real. Como ha ocurrido siempre, es aquí donde se juega la partida filosófica y política de nuestro tiempo: en desenmascarar la teología secular del algoritmo y restituir a la vida su primacía frente a un poder que, una vez consumado el cribado violento que hoy presenciamos, se presentará bajo la forma de una nueva armonía sistémica y de una totalización participativa, donde la exclusión adopta una deriva eugenésica. Nos dirán quiénes de nosotros merecemos vivir y quiénes, en cambio, no merecemos seguir viviendo.

Referencias

Benjamin, W. (2008). Tesis sobre la filosofía de la historia. En Iluminaciones (trad. J. Aguirre). Madrid, España: Taurus. (Obra original publicada en 1940).

Cincunegui, J. M. (2019). Miseria planificada. Derechos humanos y neoliberalismo. Dado Ediciones.

Cincunegui, J. M. (2024). Mente y política. Dialéctica y realismo desde la perspectiva de la liberación. Dado Ediciones.

Cincunegui, J. M. (2026). La vida en la historia. Más allá de la biología, la fenomenología y las ciencias cognitivas (en prensa).

Dussel, E. (1974). Método para una filosofía de la liberación. Superación analéctica de la dialéctica hegeliana. Salamanca, España: Sígueme.

Dussel, E. (1998). Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión. Madrid, España: Trotta.

Dussel, E. (2007). Política de la liberación. Historia mundial y crítica. Madrid, España: Trotta.

Fraser, N. (2022). Cannibal capitalism: How our system is devouring democracy, care, and the planet—and what we can do about it. Londres, Reino Unido / Nueva York, EE. UU.: Verso.

Harvey, D. (2003). The new imperialism. Oxford, Reino Unido: Oxford University Press.

Hinkelammert, F. (1984). Crítica a la razón utópica. San José, Costa Rica: DEI.

Hinkelammert, F. (1995). El grito del sujeto: Del teatro-mundo del evangelio de Juan al proyecto de una sociedad de vida. San José, Costa Rica: DEI.

Kohan, N. (Comp.). (2022). Teorías del imperialismo y la dependencia desde el Sur Global. Buenos Aires, Argentina: Batalla de Ideas / CLACSO.

Levinas, E. (1971). Totalité et infini: Essai sur l’extériorité. La Haya, Países Bajos: Martinus Nijhoff.

Morozov, E. (2022). Critique of techno-feudal reason. New Left Review, 133-134, 67–98.

Smith, J. (2016). Imperialism in the twenty-first century: Globalization, super-exploitation, and capitalism’s final crisis. Nueva York, EE. UU.: Monthly Review Press.

Varoufakis, Y. (2023). Technofeudalism: What killed capitalism. Londres, Reino Unido: The Bodley Head.

www.juanmanuelcincunegui.com

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