Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Carta de Howard Zinn al editor del New York Times:
Samantha Power ha realizado un extraordinario trabajo al hacer la crónica de los genocidios de nuestro tiempo, y al denunciar cómo las potencias occidentales fueron cómplices por su inacción.
Sin embargo, en su reseña de cuatro libros sobre el terrorismo, especialmente el de Talal Asad: «On Suicide Bombing» [Sobre los atentados suicidas] (29 de julio), ella afirma que hay una distinción moral entre la muerte «inadvertida» de civiles en bombardeos y el asesinato «deliberado» de civiles en ataques suicidas. Su posición no es sólo ilógica, sino (contra su intención, creo) hace más fácil que se justifiquen esos bombardeos.
Ella cree que «existe una diferencia moral entre salir para destruir la mayor cantidad de civiles posibles y matar civiles sin intención y muy a pesar de sí mismo para cumplir con un objetivo militar.» Por cierto, hay una diferencia, ¿pero es una diferencia «moral»? Es decir, ¿Se puede decir que una acción sea más reprensible que la otra?
En innumerables conferencias de prensa, Donald Rumsfeld y Dick Cheney, al responder a preguntas de los periodistas sobre muertes civiles en bombardeos, dijeron que esas muertes fueron «involuntarias» o inadvertidas» o «accidentales,» como si eso resolviera el problema. En la Guerra de Vietnam, las muertes masivas de civiles por bombardeos fueron justificadas de la misma manera por Lyndon Johnson, Hubert Humphrey, Richard Nixon y diferentes generales.
Esas palabras son engañosas porque asumen que una acción es o «deliberada» o «involuntaria.» Hay algo entremedio, para lo cual la palabra es «inevitable.» Si se emprende una acción, como un bombardeo aéreo, en el que no se puede distinguir posiblemente entre combatientes y civiles (como ex bombardero de la Fuerza Aéreo, puedo atestiguar que es así), las muertes de civiles son inevitables, aunque no sean «intencionales.» ¿Exonera esa diferencia desde el punto de vista moral?
El terrorismo del atacante suicida y el terrorismo del bombardeo aéreo son por cierto equivalentes morales. Decir otra cosa (como lo puede hacer cualquiera de los lados) es dar a uno superioridad moral sobre el otro, y por lo tanto sirve para perpetuar los horrores de nuestra época.
Howard Zinn
Fuente: http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=51&ItemID=13589
Respuesta de Edward S. Herman a Howard Zinn a sobre Samantha Power
Howard:
La primera frase en su respuesta sobre Samantha Power me sorprendió. ¿Leyó realmente su libro? Estoy bastante seguro de que nunca leyó mis dos artículos al respecto. El prolongado texto que sigue proviene de una reseña de su trabajo que escribí en Z en 2004. Usted debería leer lo siguiente: Edward S. Herman, «Richard Holbrooke, Samantha Power, and the ‘Worthy-Genocide’ Establishment» [Richard Holbrooke, Samantha Power y el establishment del ‘genocidio digno’ (Kafka Era Studies Number 5), ZNet, March 24, 2007.
[Parte del artículo de reseña del libro de Power]
La izquierda de los misiles crucero también se adhiere de cerca a la línea oficial sobre el genocidio, y gracias a ello sus miembros proliferan en el New York Times y otros vehículos de los círculos dominantes. Vale para Paul Berman, Michael Ignatieff y David Rieff, pero aquí me concentraré en Samantha Power, cuyo gran volumen sobre el genocidio «Problema infernal – EE.UU. en la era del genocidio.» [Editorial Fondo de Cultura Económica] obtuvo un premio Pulitzer, y quien es actualmente la experta preferida sobre el asunto en los medios dominantes (e incluso en The Nation y en el show de Bill Moyers).
Power nunca abandona la selectividad dictada por la línea oficial de los círculos dominantes. Esto requiere, primero y ante todo, que se ignoren simplemente los casos de genocidio directo por EE.UU. o patrocinados (o en otros casos aprobados) por EE.UU. Por lo tanto, la guerra de Vietnam, en la que millones fueron directamente asesinados por fuerzas de EE.UU., no aparece en el índice o en el texto de Power. Guatemala, donde hubo una matanza masiva de hasta 100.000 indios mayas entre 1978 y 1985, en lo que Amnistía Internacional llamó «Un programa gubernamental de asesinato político,» pero por un gobierno instalado y apoyado por EE.UU., tampoco aparece en el índice de Power. Camboya, por supuesto, está incluida, pero sólo por la segunda fase del genocidio – la primera fase, de 1969-1975, en la que EE.UU. arrojó unas 500.000 toneladas de bombas sobre el campo camboyano y mató a muchísima gente, no la menciona. Sobre el genocidio de los jemeres rojos, Power dice que mataron a 2 millones, una cifra ampliamente citada, después de que fuera utilizada por Jean Lacouture; su posterior admisión de que esa cifra fue inventada no tuvo efecto en su uso, ya que conviene a la intención de Power.
Un gran genocidio, alentado y apoyado por EE.UU., ocurrió en Indonesia en 1965-1966 en el que fueron asesinadas 700.000 personas. Este genocidio no es mencionado por Samantha Power y los nombres Indonesia y Suharto no aparecen en su índice. Tampoco menciona Papúa Occidental, donde los 40 años de ocupación asesina por Indonesia constituirían genocidio según su criterio, si fuera realizado bajo otros auspicios. Power se refiere a Timor Oriental, con extrema brevedad, diciendo que «En 1975, cuando su aliado, Indonesia anticomunista, productora de petróleo, invadió Timor Oriental, matando entre 100.000 y 200.000 civiles, EE.UU. miró para otro lado» (146-7). Esto agota su tratamiento del tema, aunque los asesinatos en Timor Oriental involucraron a una mayor fracción de la población que en Camboya, y la cantidad asesinada fue probablemente mayor que el total general para Bosnia y Kosovo, a los que dedica una gran parte de su libro. También desvirtúa el papel de EE.UU. – no «miró para otro lado,» dio su aprobación, protegió la agresión contra toda reacción efectiva de la ONU (en su autobiografía, el entonces embajador de EE.UU. ante la ONU, Daniel Patrick Moynihan alardeó sobre su efectividad en la protección de Indonesia contra cualquier acción de la ONU), y aumentó considerablemente su ayuda con armas a Indonesia, facilitando así el genocidio.
Power emprende una ocultación semejante y el no reconocimiento del papel de EE.UU. en su tratamiento del genocidio en Iraq. Presta atención cuidadosa y prolongadamente al uso de armas químicas por Sadam Husein y al asesinato de kurdos en Halabja y otros sitios, y discute el hecho de que EE.UU. no se opuso o emprendió alguna acción contra Sadam Husein en este momento. Pero no menciona el acercamiento diplomático con Sadam en medio de su guerra contra Irán en 1983, el activo apoyo logístico de EE.UU. para Sadam durante esa guerra, y la aprobación por EE.UU. de ventas y transferencias de armas químicas y biológicas durante el período en el que estaba utilizando armas químicas contra los kurdos. Tampoco menciona los esfuerzos activos de EE.UU. y Gran Bretaña por bloquear acciones de la ONU que podrían haber obstruido los asesinatos de Sadam.
El asesinato de más de un millón de iraquíes mediante las «sanciones de destrucción masiva,» más de los que fueron destruidos por todas las armas de destrucción masiva en la historia, según John y Karl Mueller («Sanctions of Mass Destruction,» Foreign Affairs, mayo/junio de 1999), fue uno de los mayores genocidios de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial. Samantha Power no lo menciona. De nuevo, es evidente la correlación entre la exclusión, la responsabilidad de EE.UU., y el punto de vista de que semejantes asesinatos «valieron la pena» desde el punto de vista de los intereses estadounidenses en boca de Madeleine Albright. Hay una base política similar para el hecho de que Power no incluya el genocidio de baja intensidad de Israel contra los palestinos y el «enfrentamiento destructivo» de Sudáfrica con los estados de primera línea en los años ochenta, éste último con un número de víctimas mortales muy superior a todas las muertes en las guerras de los Balcanes de los años noventa. Ni Israel ni Sudáfrica, ambos «constructivamente involucrados» por EE.UU., aparecen en el índice de Power.
La conclusión de Samantha Power es que la política de EE.UU. hacia el genocidio ha sido muy imperfecta y necesita ser reorientada: menos oportunismo y más vigor. Para Power, EE.UU. es la solución, no el problema. Esas conclusiones y recomendaciones políticas se basan fuertemente en su espectacular prejuicio en la selección de casos: simplemente deja de lado los que son ideológicamente inconvenientes, en los que puede decirse que EE.UU. ha cometido genocidio (Vietnam, Camboya 1969-75, Iraq 1991-2003), o ha dado positivamente apoyo a procesos genocidas (Indonesia, Papúa Occidental, Timor Oriental, Guatemala, Israel, y Sudáfrica). Su incorporación en un análisis llevaría a conclusiones y agendas políticas muy diferentes, como ser que se exhorte a EE.UU. a que simplemente deje de cometerlo, o a instar a una mayor oposición global a la agresión y apoyo al genocidio estadounidenses, y a la proposición de un cambio revolucionario muy necesario dentro de EE.UU. para eliminar las raíces de su empuje imperialista y genocida. Pero el inmenso prejuicio real, bastante aligerado por admisiones de imperfecciones y de la necesidad de mejora en la política de EE.UU., explica sin esfuerzo por qué el New York Times adora a Samantha Power y por qué obtuvo un premio Pulitzer por su obra maestra de evasión y apologética por «nuestros» genocidios y su llamado a que se persiga de modo más agresiva los de «ellos.»
Fuente: http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=80&ItemID=13626