El actual modelo de cooperación al desarrollo en su vertiente global, esto es, la estrategia de ayuda coyuntural y estructural que va desde el Norte hasta el Sur, se presenta como una fórmula incapaz de alcanzar sus objetivos y que, por ende, fracasa reiteradamente. Si analizamos en términos cuantitativos los actuales niveles de desarrollo, seguridad […]
El actual modelo de cooperación al desarrollo en su vertiente global, esto es, la estrategia de ayuda coyuntural y estructural que va desde el Norte hasta el Sur, se presenta como una fórmula incapaz de alcanzar sus objetivos y que, por ende, fracasa reiteradamente. Si analizamos en términos cuantitativos los actuales niveles de desarrollo, seguridad alimentaria, acceso a la riqueza, etc… nos encontraremos con un escenario devastador, en donde las diferencias, las dificultades y la pobreza no han hecho más que crecer exponencialmente.
Bien es cierto que con la reciente crisis del sistema capitalista, los Gobiernos de los Estados industrializados de alguna forma u otra han rebajado el grado de ayuda financiera y monetaria a los países más pobres y a las desfavorecidas bolsas de pobreza mundiales. Por ejemplo, el pasado mes de enero una conocida ONG señaló que «los países ricos invirtieron 27 veces más en salvar el sistema financiero que en ayudar a los más pobres».
Sin embargo, antes de la llamada crisis económica global, los esfuerzos dirigidos desde las grandes agencias de ayuda al desarrollo tampoco conseguían alcanzar sus objetivos. Si analizamos a grosso modo los éxitos alcanzados en éstas últimas tres décadas por los programas dirigidos a la cooperación al desarrollo, nos encontraremos con un redundante fracaso. Por supuesto, ni antes ni ahora se han señalado responsabilidades por la gestión y ejecución de las fórmulas destinadas a luchar contra la pobreza.
Llegados a este punto, considero oportuno esbozar una breve radiografía de la cooperación al desarrollo, indicado qué es y qué no es, quiénes son los actores que la integran y cuáles son sus debilidades y posibles salidas.
1.- ¿Qué es la cooperación al desarrollo?
Básicamente, es la transferencia de capital, financiación o dinero que va desde los países ricos hasta los pobres. Dicha transferencia se realiza de diversas formas, dependiendo del agente que la aplique. Analizaremos los diversos modelos de transferencia en el siguiente punto, mientras que a continuación ahondaremos en el objetivo que persigue la cooperación en sí misma.
La cooperación al desarrollo entiende que existen una gran cantidad de Estados que no están estructuralmente capitalizados, que carecen de industria, clase media, servicios sociales, etc… y que por consiguiente, necesitan ayuda.
Esta ayuda se traduce en un: «Os damos dinero para que intentéis ser como nosotros». Es más, uno de los idearios más representativos en el campo de la cooperación es el siguiente: «Os damos dinero para construir un hospital, escuelas, levantar tendidos de luz y pozos de agua… y así podéis desarrollaros. También vamos a fomentar el empleo local fundando empresas en vuestro «pobre» país, creando además de trabajo, crecimiento y desarrollo».
Fácilmente podemos imaginar que dicha relación de cooperación Norte-Sur está asentada en una lógica absoluta de dependencia, puesto que si en algún momento los ricos cierran el grifo a los pobres, las escuelas se quedan a medio construir, los hospitales sin médicos, las carreteras a medio completar… Siendo irónicos podríamos apuntar que nos hallamos ante el típico niño que depende del aguinaldo o paga semanal de sus padres, sin la cual no es capaz de lleva a cabo la vida social que tanto ansía. Por supuesto, las consecuencias que derivan de que ésta se reduzca o se cancele, varía mucho entre un adolescente y un país pobre.
2.- ¿Quiénes son los actores que integran la cooperación al desarrollo?
Si hablamos de los gestores que mueven los hilos de la cooperación, podemos señalar principalmente dos modelos o grandes grupos, esto es, los públicos y los privados.
Los grupos públicos están integrados por los Estados Industrializados (Estados Unidos, China, Unión Europea…) y por los Organismos Internacionales (Organización de Naciones Unidas, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial…). Dichos actores acentúan desorbitadamente los vínculos y redes Norte-Sur, puesto que si éstos ya de por si crean dependencia, se vuelven mucho más virulentos cuando se promueven desde una lógica capitalista a través del concepto del «préstamo», obligando así a los países pobres a estar en deuda perpetuamente. Además, esta será una deuda creada por el Norte en su empeño por que la sociedad se transforme a su imagen y semejanza lo antes posible.
Desgraciadamente, los agentes públicos que gestionan la cooperación al desarrollo se convierten en los verdugos de los países pobres, y con su supuesta ayuda, consiguen extender la pobreza, el hambre y la enfermedad entre los más necesitados.
Por otra parte, si atendemos a los grupos privados, esto es, las grandes y pequeñas Organizaciones No Gubernamentales, Fundaciones, Instituciones Religiosas, etc…, también crean una dependencia que se fundamente en el área de intervención en la que actúan. A diferencia de los grupos públicos, éstas se centran en zonas concretas y no abarcan actuaciones macro como en Estados. Sin embargo, cuando abandonan o finalizan un proyecto que han llevado a cabo, por ejemplo, en una aldea rural, ésta se queda desestructurada, desprotegida y sin posibilidades de desarrollarse, puesto que la lógica de la dependencia también afecta a este grupo.
Así las cosas, y sin entrar a juzgar la voluntad que guía a las mismas, muchas ONGs trabajan en una serie de actuaciones que solo dan frutos positivos mientras éstas persisten en el territorio, y se truncan en negativas cuando lo abandonan. Por ello, muchas ONGs han dañado el tejido social de comunidades y aldeas cuando han querido financiar la construcción de una escuela (la cual se vuelve inservible cuando la financiación cesa) o en la lucha contra la ablación (se promueve la insumisión de las mujeres a dicha práctica, pero después no se hace nada por paliar la terrible represión y consecuencias que tienen que soportar las mismas).
Asimismo, cabe añadir que muchos de estos grupos privados parecen más interesados en mantener a su plantilla asalariada y en constituirse como una parte más del sector económico en los países industrializados que en atajar la pobreza.
En cualquier caso, merece una especial mención muchos grupos privados de pequeña estructura y forma (hablamos de pequeñas cooperativas, ONGs de tamaño reducido…) que han conseguido éxitos notables a través de sus actuaciones y programas, alejados como están de los cánones de actuación de los grandes grupos privados y públicos.
3.- ¿Cuáles son los Demonios de la cooperación al desarrollo?
La cooperación fracasa reiteradamente tanto por los actores que la gestionan como por su propia naturaleza.
Dichos actores, consciente e inconscientemente, se vuelven los dueños de la gestión del subdesarrollo, obteniendo un claro beneficio al tiempo que ésta avanza, y realizan actuaciones que una y otra vez arrojan resultados precarios o destructivos. Ahora bien, si algo no funciona, ¿Por qué se sigue haciendo? ¿Por qué no intentan cambiar el modelo que llevan a cabo? ¿Por qué no toman en cuenta aquellos programas que han cosechado éxitos? ¿Acaso su existencia se basa en la persistencia de la pobreza?
Claramente, si atendemos a la extensión del hambre en el mundo o del mismísimo subdesarrollo, veremos como coincide su avance con la creación de ONGs y demás entes de estatus privado dedicadas a la cooperación al desarrollo. Así las cosas, los países ricos han conseguido crear un nicho más de mercado a costa de la extensión de la pobreza.
Por otra parte, atendiendo al último razonamiento, al de la propia naturaleza de la cooperación, nos encontramos ante una dualidad estructural negativa:
En primer lugar, hemos de comprender que de nada sirve surtir de dinero un país en el que el acceso a la riqueza está restringido. El problema de la cooperación viene de su propia raíz, puesto que tal y como la realidad refleja, dando capital a un país pobre se consigue restringir aún más el limitado acceso a su riqueza. La única forma de dar la vuelta a la tortilla, y de empezar a hablar de resultados positivos, será la de centrarse en fórmulas, propuestas y programas destinados a posibilitar el acceso a la riqueza de un país por parte de su sociedad. Dicha acción se realiza mediante la socialización de los recursos, la racionalización de la alimentación, la transferencia de conocimiento… esto es, de muchas formas exceptuando la de dar un maletín rebosante de dinero.
En segundo lugar, la cooperación no puede homogeneizar sus actuaciones contra la pobreza basándose en parámetros absolutos del concepto de Desarrollo. Esto es, no todos necesitan ayuda ni la necesitan de la misma forma. Muchas comunidades han llevado una vida digna, segura y feliz hasta que los cooperantes llegan y les etiquetan como «tribus primitivas», «subdesarrolladas» o «marginales». Pueblos indígenas o comunidades africanas han existido desde los albores de la humanidad con su propio desarrollo cultural, político, económico y social, basándose en sus propios preceptos y llevando una calidad de vida respetable. Lamentablemente, occidente no lo respeta, y les señala como los hijos de subdesarrollo, a los que hay que intervenir rápidamente para llevarles telecomunicaciones, carreteras, etc…. ¿Por qué asusta tanto a occidente cohabitar con diferentes modelos de sociedad? Es más, me atrevería a señalar que, muchas de las comunidades que se han profanado en nombre de la cooperación al desarrollo eran sin duda alguna, socialmente mejores que las industriales.
4.- ¿Existe alguna salida al actual modelo de cooperación al desarrollo?
Como ya dijera en el artículo «África para los Africanos» (Revista Trabajos y Ensayos, nº8), el supuesto ideal de crecimiento para un país comprometido por el subdesarrollo pasa por que se corten y aíslen las dinámicas de dependencia que van desde el Norte hasta el Sur. Es decir, dejémosles pensar por si solos a ellos mismos, y sobretodo que tomen sus propias decisiones, a pesar de que éstas impliquen una balanza comercial negativa para nosotros, o el encarecimiento de las materias primas, o el fin del negocio de la cooperación al desarrollo…
Actualmente, el occidente industrializado se sostiene claramente sobre los cimientos de un sur dependiente, pobre, hambriento y desestructurado, en donde se puede coger todo lo que se quiera además de hacer y deshacer como nos venga en gana.
Ese gran almacén y granero material y comercial al que llamamos «tercer mundo», y que tan valioso resulta para nuestras economías capitalizadas, es además la reserva de lavado de conciencia del mundo moderno. «¡Que un Europeo apadrine un niño, que un Estadounidense done 10 $ a los pobres, que los chinos lleven el ferrocarril a África, o mejor aún, vayamos todos a un macroconcierto solidario!» ¡Pero qué buenos somos!
Llegados a este punto, queda claro que es necesario un cambio inmediato en muchos de los ámbitos que promueven las relaciones Norte-Sur. En el caso que nos ocupa en este artículo, esto es, el de la cooperación al desarrollo, también identificamos que se trata de un modelo agotado, compuesto por actores viciados y por una consecución de objetivos desastrosa y peligrosa. Por ello sugiero, asumiendo la complejidad ya de por sí heredada en este ámbito, que es necesario atajar la pobreza en sí misma. Ello significa ir al fondo de ella, esto es, identificar cuales son los «factores causantes» que impiden que un individuo tenga restringido el acceso a los alimentos, a la educación, al bienestar, a la riqueza de un país… y una vez identificados estos factores, los cuales probablemente estén relacionados con las redes de dominación, neocolonización y capitalismo salvaje que van desde los países ricos hasta los pobres, habrá que tomar medidas para neutralizarlos.
Una vez después de haber liberado a comunidades y países de dicha dependencia, cambiemos el dinero que donamos por conocimiento, y dejemos que sean ellos, los necesitados, los que manifiesten qué necesitan y qué no necesitan.
Solo entonces estaremos en condiciones de crear un espacio en el que el acceso a la riqueza se garantiza a toda la sociedad y se hace extensible a sus todos miembros, gestando así auténticos vínculos de solidaridad con aquellos que desde los inicios de la creación del Estado Moderno, han venido sobreviviendo día a día en condiciones infrahumanas y demostrando con tesón su lucha y valentía por la supervivencia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.