Editó Rebelión el pasado viernes, 24 de agosto, una nota de Leonardo Boff [LB], «Crisis política y desesperanza general» [1], publicada anteriormente en Koinomia [2]. El tema: la esperanza en tiempos de zozobra y desolación; la esperanza en los tiempos del cólera (por decirlo homenajeando a Gabriel García Márquez). Aunque es innecesario señalar la admiración […]
Editó Rebelión el pasado viernes, 24 de agosto, una nota de Leonardo Boff [LB], «Crisis política y desesperanza general» [1], publicada anteriormente en Koinomia [2]. El tema: la esperanza en tiempos de zozobra y desolación; la esperanza en los tiempos del cólera (por decirlo homenajeando a Gabriel García Márquez).
Aunque es innecesario señalar la admiración que sentimos por la obra y el compromiso del gran teólogo, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño, dejamos constancia de ello. Unas observaciones sobre su artículo (desde pequeñas distancias en algunos puntos, desde la mayor fraternidad y coincidencia en términos globales):
Uno de los efectos perversos de nuestra crisis nacional (la de Brasil), señala LB, es «la desesperanza que está contaminando a la mayoría de las personas». Ha nacido «de la angustia de no ver ningún horizonte desde el cual podamos atisbar una solución salvadora. Emerge la sociedad del cansancio y de la pérdida de la alegría de vivir». Todo ello es consecuencia «de la falta de sentido, de que todo continuará con la misma lógica, hecha de corrupción, de falsificación de noticias (fake news) y de la realidad, difamación generalizada, la dominación de los poderosos sobre las masas abandonadas a su destino».
No es eso tan solo. La desolación proviene también, de «la percepción del futuro de nuestro mundo y de la humanidad», donde parece importar poco lo que pueda suceder. LB recuerda la reflexión del Papa Francisco: «las predicciones catastróficas no pueden subestimarse con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiadas ruinas, desiertos, basura. Dado que el estilo de vida actual es insostenible, sólo puede terminar en una catástrofe» (n. 161). La inquietud que abrasa a LB: «¿quién piensa en todo esto a no ser los que se mantienen al día acerca del discurso ecológico mundial?».
En este contexto, prosigue, vuelven los pensamientos que él caracteriza «de molde nihilista». Sus ejemplos. El de Jacques Monod: «Es superfluo buscar una sensación objetiva de la existencia, porque simplemente no existe. Los dioses están muertos, el hombre está solo en este mundo» (El azar y la necesidad, Vozes 1979, p. 108); el de Claude Lévi-Strauss en Tristes trópicos: «el mundo comenzó sin el ser humano y terminará sin él. Las instituciones y costumbres que he pasado toda mi vida en inventariar y comprender son una floración pasajera de una creación en relación a la cual no tienen sentido, a no ser, tal vez, el que permite a la humanidad desempeñar su papel».
La pregunta, el desasosiego metafísico de Boff: «¿Pero es que el ser humano no es lo inverso de un reloj?». El reloj funciona por sí mismo y continúa según sus mecanismos internos, «pero el ser humano no es un reloj. Funciona correctamente cuando está en armonía permanente con el Todo lo que lo envuelve por todos los lados y lo sobrepasa». LB no nos da ninguna pista sobre ese Todo que nos envuelve por todos los lados y nos sobrepasa. Tal vez sea una referencia indirecta a Dios, a la noción de Dios de la teología de la liberación. Por lo tanto, concluye, debemos dejar de lado todo antropocentrismo y debemos asumir una lectura más holística del sentido de la vida. Las tradiciones espirituales y religiosas, sostiene, son un himno al sentido de la vida y del mundo. «Por esto, el gran estudioso de las utopías, Ernst Bloch, en sus dos grandes volúmenes de El principio esperanza observaba: «donde hay religión, siempre hay esperanza»».
La cuestión del sentido, prosigue LB, el sentido de la vida probablemente, es inaplazable en su opinión. Cita al Kant de los Prolegómenos, «al más crítico de los filósofos»: «Que el espíritu humano abandone definitivamente las cuestiones metafísicas (del sentido del ser y de la existencia) es tan poco probable como esperar que nosotros, para no respirar aire contaminado, dejemos de respirar de una vez por todas». Tenía razón Kant, la tiene también LB.
Que el Cristo del Corcovado, señala LB, «se haya escondido detrás de las nubes no significa que ha dejado de existir. Él está allí encima de la montaña, extendiendo sus brazos y bendiciendo a nuestra población sufrida». En el Brasil de hoy, «debemos recuperar la esperanza de que el legado final de la presente crisis será la configuración de otro tipo de Estado, de política y de partidos, de justicia e incluso del destino mismo del país».
Finaliza LB con el profeta Jeremías. «Los habitantes de Babilonia se burlaban de los judíos porque ya no cantaban sus canciones y, desanimados, colgaban sus instrumentos sobre las ramas de los sicómoros. Le preguntaron a Jeremías: «¿Tú tienes esperanza?», a lo que él respondió: «Tengo la esperanza de que el rey Ciro, con todo su poder, no podrá impedir que nazca el sol». LB añade: «no podrá impedir el amor y los niños que de ahí nacerán y renovarán la especie humana». Alimentamos, concluye, «una esperanza similar de que aquellos que han provocado esta crisis, que han roto la Constitución y no han seguido los dictados de la justicia, no prevalecerán. Saldremos purificados, más fuertes y con un mayor sentido del destino al que está llamado nuestro país, para beneficio de todos, empezando por los más pobres, y para toda la humanidad».
¿Qué puede objetarse a esta esperanza, a este convencimiento de salir mejor, más fuertes, más unidos, para beneficios de todos (especialmente de los más desfavorecidos), de toda la humanidad en general? Nada, no cabe ubicarse en otra trinchera, luchar por otras finalidades. Sí cabe señalar, desde posiciones no teológicas, desde posiciones filosóficas a las que también inquieta esas preguntas inevitables kantianas y las luchas políticas de nuestro presente, lo siguiente:
1. Tal vez no conviene hablar del destino al que están llamados los países. Ese destino (que no es un destino propiamente) es consecuencia de las relaciones de clase en los ámbitos internacionales y nacional. No hay destino prefijado; el no-destino está abierto. No existe el sentido de la historia o el sentido de la vida externo al ser humano. Existe el sentido de la vida que los humanos damos a nuestras vidas y el sentido histórico que nosotros, colectivamente, somos capaces de dar a nuestra historia. No somos mónadas aisladas como LB consideraría también.
2. Cada día son más las personas que en muchos lugares, países y territorios del mundo son conscientes de los desastres ecológicos que se dibujan en el horizonte, reales y amenazadores ya en muchos casos (desde la contaminación mortífera de las grandes ciudades hasta la destrucción del Amazonas). El cambio climático es un ejemplo que a toda persona sensata preocupa. De asunto minoritario en determinadas comunidades científicas se ha convertido, se seguirá convirtiendo, en preocupación (y lucha activa) de millones y millones de ciudadanos y ciudadanas en todo el mundo.
3. No vemos que haya que considerar las reflexiones de Monod y Lévi-Strauss como nihilistas [3]. El nihilismo, como el Ser aristotélico, se dice muchas formas pero no hay ni en Monod ni en Lévi-Strauss rechazo de todos los principios religiosos y morales. Que los dioses estén muertos y que los seres humanos estemos (o no) solos en el Universo, no significa ni implica que nada valga la pena, que todo es igual, que la vida humana no merece ser vivida con dignidad, amor, entrega ni esfuerzo. Tampoco avala el «todo vale lo mismo» o el «nada vale nada», la consideración del gran antropólogo francés sobre la historicidad de la vida humana como especie viviente. El escenario que debemos alejar entre todos (y con urgencia) es el de la autodestrucción, incluida la autodestrucción atómica.
4. El ser humano no es un reloj, por supuesto que no (aunque los relojes hayan sido una excelente invención humana llena de sabiduría del tiempo). Que el ser humano funcione correctamente sólo «cuando está en armonía permanente con el Todo lo que lo envuelve por todos los lados y lo sobrepasa» es una forma de decir que tal vez no tenga suficientemente en cuenta a admirables personas que en todo el mundo luchan por la justicia y la fraternidad desde posiciones menos teológicas, menos espiritualistas (por decirlo de algún modo). Ese Todo, en muchos casos, puede remitir, para muchas personas, a algo tan natural y cercano como la Naturaleza, una Naturaleza que conviene no idealizar (sus aristas no siempre son beneficiosas para los seres humanos) pero, en ningún caso, destruir, menospreciar, maltratar, explotar sin ton ni son, etc. ni tampoco cosificarla, tratarla como un ser inanimado a nuestra entera disposición.
Se nos permitirá un recuerdo-homenaje y una broma. Al biólogo evolucionista británico J.B.S. Haldane (1892-1964) le preguntaron en cierta ocasión un grupo de teólogos que le habían revelado sus investigaciones científicas respecto a la mente de Dios. Su respuesta: «Creo que Dios tiene una afición desmesurada por las estrellas [10 billones de billones en algunos cálculos; la Vía Láctea, nuestra galaxia, contiene entre 200.000 y 400.000 millones] y los escarabajos [hay más de 300.000 especies de escarabajos en la Tierra]» [4]. La ironía de Haldane no oculta su admiración y deslumbramiento por la diversidad y dimensiones de lo existente. Podemos sentirla independientemente de nuestra creencia sobre Dios y la realidad.
5. Las tradiciones espirituales y religiosas, sostiene LB, son un himno al sentido de la vida y del mundo. Tal vez sea más preciso hablar de algunas tradiciones espirituales y religiosas, no de todas, y pensando sobre todo en sus practicantes más honestos, no siempre en las jerarquías institucionales. Que algunas de esas tradiciones sean, en ocasiones, un himno al sentido de la vida y del mundo (sea cual sea el sentido de este sentido), no implica que otras tradiciones filosóficas -que no son religiosas ni espiritualistas- no nos puedan ayudar en la búsqueda propia de un sentido para nuestra existencia en mundo armónico. Donde hay religión puede haber esperanza (aunque no siempre: hubo poca, más bien alienación, en tiempos del fascismo español bajo el manto del nacional-catolicismo franquista); donde no hay religión, también puede haberla. El materialismo por ejemplo, bien entendido, no es una filosofía crematística que tenga como guía la irrestricta acumulación de riqueza, poder y capital.
6. El Cristo del Corcovado puede estar oculto sin que haya dejado de existir pero puede que muchos luchadores no logren ver que está «allí encima de la montaña, extendiendo sus brazos y bendiciendo a nuestra población sufrida» y, sin embargo, con LB y con cristianos socialistas y con gentes de otros credos, pueden seguir pensando que debemos recuperar la esperanza, «de que el legado final de la presente crisis será la configuración de otro tipo de Estado, de política y de partidos, de justicia e incluso del destino mismo del país». En Brasil y en muchos otros países del mundo. También ellos piensan y sienten que ningún poder impedirá que nazca el sol y que nuestros jóvenes y niños construyan una Humanidad mejor, más justa, más libre y mucho más equitativa en el futuro. Hace casi 40 años, en 1979, un editorial del primero número de la revista ecosocialista y feminista mientras tanto lo expresaba en estos términos:
«Aunque convencidos de que las contradicciones entonces aludidas se han agudizado, sin embargo, ahora nos sentimos un poco menos perplejos (lo que no quiere decir más optimistas) respecto de la tarea que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo».
En 1979, un comunista madrileño-barcelonés español que solía coincidir políticamente con amigos suyos cristianos (José M.ª Valverde, Alfonso Carlos Comín entre otros, con LB hubiera coincidido en lo esencial con total seguridad), dictó una conferencia reflexionando sobre una buena política socialista para la tecnociencia contemporánea [5]. En el coloquio citó estos versos de un poeta comunista francés, Eugène Guillevic. Son estos: Nous n’avons jamais dit/ Que vivre c’est facile/ Et que c’est simple de s’aimer…/ Ce sera tellement autre chose Alors. Nous espérons (No hemos dicho nunca/ que vivir sea fácil/ ni que sea sencillo amarse…/ Pero será todo muy distinto/ Por lo tanto, esperamos).
Seguimos esperando, debemos seguir teniendo esperanza. La esperanza justificada, realista, sentida de formas diversas, nos une, a cristianos, a personas de otras creencias religiosas, a agnósticos, a irreligiosos, a ateos… Vivir no es fácil, ni es sencillo amarse en ocasiones, pero no cabe la entrega, el no puedo más, la desesperación: un mundo más justo, más fraternal, mucho más equitativo y afable con la Naturaleza, y más esperanzado es posible, muy posible. Como desea LB, como deseamos nosotros, como quieren millones y millones de ciudadanos en todo el mundo.
Notas:
1) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=245521
2) http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=900
3) De hecho, la acepción de Turguénev del concepto -«Nihilista es la persona que no se inclina ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio como artículo de fe»- tiene muchas aristas que pueden compartirse.
4) Tomado de John Archibald, Uno más uno igual a uno. La simbiosis y la evolución de la vida compleja, Vilassar de Mar (Barcelona), Montesinos-Biblioteca Buridán, 2018, p. 53
5) Véase M. Sacristán, Seis conferencias, Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 2005 (prólogo de F Fernández Buey, epílogo de Manolo Monereo, edición de Salvador López Arnal), p. 74.
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