La temática del este libro: la injusticia en la era de las grandes desigualdades económicas explicada e ilustrada con diversos ejemplos de la sociedad norteamericana, la realmente existente. También aquí., por supuesto, sabemos de qué va el paño. Doctorados estamos en ello. ¿Recomendable? Muy recomendable aunque el libro de Matt Taibbi [MT] tenga, ciertamente, sabor […]
La temática del este libro: la injusticia en la era de las grandes desigualdades económicas explicada e ilustrada con diversos ejemplos de la sociedad norteamericana, la realmente existente. También aquí., por supuesto, sabemos de qué va el paño. Doctorados estamos en ello.
¿Recomendable? Muy recomendable aunque el libro de Matt Taibbi [MT] tenga, ciertamente, sabor y contenidos made in USA.
Unos apuntes sobre el autor: periodista, estadounidense por supuesto, galardonado en 2008 con el National Magazine Award; trabaja actualmente en la revista Rolling Stone. Sus temas: política, medios de comunicación, finanzas y deporte. Es ateo, según se afirma en solapa interior, y aunque no esté relacionado directamente con el movimiento escéptico y crítico norteamericano, ha escrito sobre el fundamentalismo y las teorías de la conspiración acerca del 11S: El gran trastorno mental. La verdadera historia de la guerra, la política y la religión. Además, se infiltró en la congregación del predicador John Hagee y puso al descubierto sus vínculos con el lobby israelí. Milagrosamente, MT sigue vivo.
El asunto de fondo de La brecha con algo más de detalle: durante las dos últimas décadas se ha asistido en Estados Unidos a un curioso misterio estadístico (con él abre MT su ensayo): la pobreza aumenta, el crimen disminuye y la población reclusa se duplica en muy poco tiempo. Empero no todo el mundo pasa por la cárcel. «Gracias a un sistema judicial diseñado a la medida del nuevo culto a la riqueza y el poder, la gran mayoría de los delincuentes de cuello blanco han logrado eludir la cárcel desde que empezó la crisis financiera, mientras pobres y miembros de minorías étnicas acaban en prisión de manera casi automática». ¿Les es familiar la descripción? Efectivamente, el sesgo de clase del aparato judicial en el decir de los viejos tiempos. De ese sesgo saben un montón gentes como Botín, Bárcenas, Millet, Rato o don Jordi el molt ex honorable. No son los únicos. Nosotros hemos olvidado nudos de ese saber.
La desigualdad de ingresos, cada vez más indignante y abyecta, sin que parezca tener límites en su prolongación, se traduce -como si fuera una ley histórica- en desigualdad de hecho ante la justicia cuando se analiza, sin prejuicio, quien es objeto de persecución penal y quien no. Ejemplos de ello: el fraude de las clases hegemónicas y privilegiadas se acerca al 40% de la riqueza mundial, pero nadie o casi nadie va a la cárcel por ello; en los barrios pobres de las grandes ciudades, no sólo en EEUU, miles de personas son detenidas al cabo del año por el delito de estar en la calle y no tener comportamientos standard. Esta brecha social, esta gran brecha social, es la que permite el fraude masivo e impune en opinión más que compartible del autor.
Ejemplos citados en el libro: el saqueo de Lehman Brothers que precedió al colapso de 2008, o la conspiración de gerentes de alto riesgo (la mayoría de ellos multimillonarios por supuesto) para arruinar una compañía rival. Por otro lado, redadas contra inmigrantes sin documentación (mano de obra explotada, perseguida, temerosa y barata), promovidas por un sistema que trata a sus ciudadanos pobres como potenciales ladrones o como ladrones sin más. Los ricos nunca lloran y apenas sufren, las condenas penales y las cárceles no están en sus coordenadas existenciales; los pobres, sobre todos los más pobres y rebeldes, son carne de cañón de explotación, persecución, penalizaciones y cárcel. No somos iguales (aunque nos digan que los somos) ante la justicia en un mundo tan desigual.
Una advertencia eso sí. Cuando lean la presentación toparán con el siguiente relato. Cuando era joven el autor se fue a estudiar ruso a Leningrado, «en la época en que el imperio soviético se desmoronaba». Una de las primeras cosas de las que se dio cuenta en «aquella ruina inservible y delirante de país es que habían dos tipos de leyes: la escritas y las no escritas». Las primeras eran absurdas (todas ellas se sobreentiende), «a menos que violaras alguna de las no escritas, momento en el cual aquéllas se volvían importantísimas». Por ejemplo: la posesión de dólares o de cualquier otra divisa fuerte en teoría estaba prohibida «pero no conocí a ningún soviético que no las tuviera». Conoció a pocos soviéticos. Lo que pasaba, en su opinión, era que el Estado era muy selectivo a la hora de aplicar la legislación contra el libre cambio. Todo el mundo asumía de manera implícita la hipocresía, a «un nivel casi podría decirse que físico, muy por debajo del control consciente». En el instante en que a la gente se le permitió pensar y cuestionar en voz alta leyes no escritas, «fue como si todo el país despertase de un sueño, y el sistema se desmoronó en cuestión de meses». Aquello sucedió delante de sus narices «entre 1990 y 1991 y no lo he olvidado».
No es imposible que la explicación no les convenza, que tengan muchos matices a incorporar, que exija en su opinión una enmienda a la totalidad o incluso que esté pensada y escrita para contentar o maleducar al lector usamericano. Sean generosos, no es esencial. Lo importante es lo que viene a continuación: «Igual que los soviéticos despertaron de un ensaño, veo ahora como mi propio país se deja atrapar por una ilusión». Resulta más que inquietante comprobar «como la gente está empezando a sentirse cómoda en esta especie de hipocresía oficial. Es llamativo, por ejemplo, que nos estemos volviendo insensibles a la idea de que los derechos no son absolutos, sino algo de lo que se disfruta según una escala de valores».
Dicho sin rodeos: en un extremo de dicha escala, afirma MT, «como en una aldea afgana o pakistaní», escribe innecesariamente, hay gente que consideramos que no tiene ninguna clase de derechos. «Gente que puede ser asesinada, o detenida por tiempo indefinido, y que carece de cualquier tipo de amparo legal, de la Convención de Ginebra para abajo». En el otro extremo de la escala «están los magnates de los negocios, los altos ejecutivos de compañías como Goldman, Chase y GlaxoSmithKline, hombres y mujeres que, en el fondo por una cuestión política, no van a pasar nunca por un juzgado y casi dará igual la gravedad de los delitos que hayan podido cometer en el ejercicio de su actividad». Nunca es nunca y cualquier delito es cualquier delito.
De acuerdo, no hay novedad absoluta pero las explicaciones y ejemplos del ensayo de MT ayudan a documentar más nuestra opinión.
La brecha se estructura en ocho capítulos. Mis recomendados especialmente: «El hombre que no podía estar en la calle», «El mayor robo a un banco del que nunca hayas oído hablar» y, especialmente, «Problemas en la frontera».