Consideramos imprescindible, entre otros muchos asuntos y temas posibles, dedicar un tiempo y espacio a hablar del ocultamiento y de la casi desaparición de personas y pueblos y no nos referiremos a la física, sino a la humana. Para empezar, es necesario reconocer que, en realidad, el título de este texto no responde con exactitud […]
Consideramos imprescindible, entre otros muchos asuntos y temas posibles, dedicar un tiempo y espacio a hablar del ocultamiento y de la casi desaparición de personas y pueblos y no nos referiremos a la física, sino a la humana. Para empezar, es necesario reconocer que, en realidad, el título de este texto no responde con exactitud a lo que se pretende tratar. Es un poco engañoso, pero la razón de ello es precisamente buscar la visibilidad, mostrar lo atractivo o sugerente de dicho título, si se puede decir así, para llamar a la lectura. Para ser realmente precisos habría que hablar de la invisibilidad de los marginados, de los excluidos, ya hablemos de personas, clases sociales o pueblos. Y mencionando esos como otros posibles títulos de este texto ya estamos mostrando, de forma consciente en este caso, la invisibilidad de otro colectivo humano, el de las mujeres, en este caso al menos en lo que tiene que ver con el uso del lenguaje.
Empecemos por la constatación de que el sistema capitalista en sus distintas fases y, especialmente, en la actual neoliberal que hoy vivimos, se ha caracterizado por rasgos de explotación y privatización masiva de bienes y personas de sobra conocidos y discutidos. Sin embargo, posiblemente uno de los elementos más desconocidos de este sistema de dominación es precisamente el de la invisibilidad a la que arroja permanentemente a los sectores más explotados y marginados. Hagamos un breve repaso para, precisamente, visualizar esto que afirmamos.
Si pensamos en el continente americano, podremos reconocer rápidamente quien fue Hernán Cortés, Pizarro o George Washington, pero difícilmente haremos una relación larga de líderes indígenas (y mucho menos de lideresas) de aquellos pueblos que se opusieron, y hoy todavía se oponen, al colonialismo y la dominación durante prácticamente los últimos quinientos años. En este continente, los pueblos indígenas, así como el campesinado y las mujeres, fueron borrados de la historia y hoy día siguen así en gran medida, aunque con sobresalientes excepciones. Y estamos hablamos de millones de personas, de cientos de pueblos.
Caminemos más cerca en la geografía y en el tiempo, aunque encontraremos la misma situación. Recordemos por un momento a África. Todos citaremos al Dr. Livingston o a Morgan Stanley pero, cuántos pueblos y personas negras podremos nombrar es fácil suponer que muy pocos o casi ninguno. Y eso a pesar de los millones de esclavos arrancados de sus territorios para ser llevados como mano de obra gratuita a otro continente; o los millones de personas, hombres y mujeres, que durante los dos últimos siglos han servido a través del brutal colonialismo para el desarrollo de las metrópolis europeas.
Pensemos, todavía más cerca; en las mujeres, que ya citamos al principio de este texto. Históricamente dominadas, permanentemente invisibilizadas. Los listados de mujeres científicas, pensadoras, políticas, artistas… son escandalosamente cortos en nuestras «avanzadas» sociedades, cuando no directamente inexistentes. Marginadas a la casa y a los cuidados, desterradas de lo público y arrinconadas en lo privado. En suma, invisibilizadas, no solo en cuanto a sus aportes al mundo, sino en su situación de sometimiento al machismo y patriarcado dominante.
Y así es como llegamos hasta los pobres de hoy, los del modelo neoliberal que nos imponen. Perdón, hay otra evidente inexactitud que se suele colar, aunque esconde una ostensible carga ideológica. Se suele decir «los pobres», cuando deberíamos nombrarlos como empobrecidos. Nadie es pobre en el sentido de ser, nadie se hace pobre así mismo, sino que el sistema, la sociedad o el modelo económico dominante empobrece a las personas. Por lo tanto, es más exacto hablar de personas y pueblos empobrecidos. Subrayamos entonces el carácter ideológico de los términos por que nos proveen de una forma de entendernos y de entender el mundo. Y si concluimos que el sistema hoy arroja a cada día más y más personas a la pobreza, claramente estamos estableciendo la existencia de un tercero responsable de esto, luego, culpable de esta situación, bien sea por acción directa o por su dominio y manejo del sistema establecido.
Y además de empobrecidos, ocultados, escondidos, invisibilizados. Pensemos por otro momento en los Estados Unidos y las imágenes que nos vienen a la cabeza, seguro son sin personas empobrecidas. Serán las luces de la «gran manzana», puede ser Hollywood y la magia del cine o la grandiosidad de las Montañas Rocosas. También la estatua de la Libertad. Sin embargo, el sistema (capitalista) se ha encargado afanosamente de borrar de nuestras cabezas un recuerdo permanente para los casi cincuenta millones de hombres y mujeres empobrecidas y excluidas que se debaten en la sobrevivencia en el país que se dice más rico y desarrollado del mundo.
Pero, esto mismo hoy ocurre también a este otro lado del océano; en nuestros pueblos y ciudades; en la vieja y civilizada Europa. Paseamos por nuestras calles y casi ya no vemos a quien revuelve en los contenedores de basura o a quien se ve obligado a pedir en cualquier acera; incluso si los vemos, los miramos con un poco de sospecha. Nos cuentan continuamente que estamos saliendo de la crisis de estos últimos años y parece que, de repente, han desaparecido más de cuatro millones de personas en paro (estado español) que, en el mejor de los casos, malviven con ayudas miserables de emergencia social y/o apoyos familiares. Y, sin embargo, esos millones de personas siguen ahí. Y crecen en número (pese a lo que nos cuentan) ya que hoy miles de personas pueden salir del desempleo pero siguen inmersos en la pobreza cuando los trabajos son altamente precarizados, temporales y no permiten llegar a fin de mes con la dignidad que toda persona debe de tener reconocida y debe de poder ejercer.
Todas esas personas, hombres y mujeres, a nuestro alrededor se debaten en la invisibilidad del sistema, para que éste pueda seguir funcionando como si nada de esto ocurriera. De ello se encargan quienes dominan el mismo, consejos de administración de las grandes empresas (transnacionales) y bancos, en suma todos aquellos que conforman las élites económicas, hoy verdaderas rectoras del sistema. Y cuentan para ello con la complicidad también de la mayoría de la clase política tradicional, quien hace tiempo decidió no morder la mano de quien le da de comer y le permite, de vez en cuando, sentarse un poco en su mesa. El tercer elemento en esta responsabilidad sobre la invisibilidad dominante para con los excluidos reside en los medios de comunicación. La gran mayoría de éstos trasladan la teoría a la práctica; se vuelcan, por ejemplo, en machacar con el mensaje de que ya salimos de la crisis y ocultan a los millones de personas atrapadas en la exclusión, en la pobreza a la que el sistema les arroja. Nos bombardean con valores machistas y luego dedican el espacio justo (es decir, poco) a la denuncia de la violencia contra las mujeres. Nos muestran miles de personas refugiadas que huyen de la guerra o de la miseria, pero luego no hablan de causas profundas y responsables políticos y económicos de estas situaciones.
Pero, por último, y si bien en lo anterior encontramos a muchos de esos responsables del sistema, tendremos que reconocer también que, en gran medida, quienes todavía somos visibles, las grandes mayorías, demasiadas veces miramos para otro lado y casi competimos en la misma actitud; es como una huida hacia delante para no caer también en la invisibilidad. Entonces, sabiendo lo que seguirán haciendo los responsables de este sistema, la pregunta es si quienes estamos todavía visibles, lucharemos por salvarnos únicamente nosotros de la invisibilidad o, por el contrario, decidiremos que siendo mayoría tenemos el derecho pleno a decidir cómo queremos el sistema, a construir sociedades más justas en las que todos y todas podamos vernos, seamos verdaderamente visibles.
Jesus González Pazos, Miembro de Mugarik Gabe.
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