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Sobre la Renta Universal en el marco actual de crisis civilizatoria

Fuentes: Rebelión

Estamos atravesando una crisis de características globales que, de un tiempo a esta parte, se viene evidenciando a través de distintas manifestaciones y que, a diferencia de otros contextos, no se perfila como un fenómeno meramente cíclico o coyuntural, sino que adopta una fisonomía estructural y con una perspectiva, según algunos analistas, de callejón sin salida.

Estamos hablando básicamente del desarrollo de un proceso de autoerosión cada vez más acentuado de las bases materiales con las que se sostiene el capitalismo como sistema-mundo y que afecta las distintas dimensiones y posibilidades de existencia social y natural. La pandemia mundial del covid-19 no sólo es un botón de muestra de este panorama, sino un catalizador que expuso de manera fenomenal los efectos desastrosos de este derrotero del capital y los mecanismos sobre los que se sustenta en esta etapa.

En este marco comenzaron a aparecer o a reaparecer según el caso, algunos planteos o propuestas que intentan, caracterizando la situación mencionada, poner cierto freno al avance irrefrenable y criminal de la lógica capitalista contemporánea. En este trabajo nos referiremos a una de ellas, más precisamente a la llamada “Renta Universal”, y trataremos de discernir sus características, su alcance y qué posibilidades tiene de presentarse como una medida que pueda, no sólo plantearse como un instrumento “defensivo”, sino además como plataforma posible para construir cambios de carácter sistémico. Previo a esto, seguiremos profundizando, con el soporte de distintas ópticas, sobre algunos ejes que se desprenden del contexto de crisis esbozado más arriba y que, de alguna manera, funcionan a su vez, como sustento para la emergencia de planteos como el mencionado.

Ahora, si bien desarrollaremos más adelante los pormenores de nuestra visión sobre dicho instrumento, no queremos dejar de mencionar aquí, algunos elementos que la constituyen, a los efectos de precisar, desde donde nos pararemos para el análisis, habida cuenta de distintas propuestas que, con ciertos vocablos parecidos o inclusive con la similitud en alguna de sus características básicas, dicen estar hablando de lo mismo cuando en realidad presentan otra cosa totalmente distinta.

En líneas generales, la Renta Universal, es la expresión monetaria concreta de una redistribución del patrimonio social de una colectividad, desvinculada del mercado laboral-salarial y que se vislumbra como un derecho humano a una vida digna. En tanto tal, su carácter es individual, incondicional, universal, de igual cuantía y permanente para todos los habitantes de un territorio y por el sólo hecho de habitar en él. Y se entiende que sugiere por lo menos la cobertura de una canasta básica total, es decir, de bienes y servicios básicos aptos para un sostenimiento vital con dignidad.

Este planteo, si bien con distintos nombres y formatos, hace rato que viene presentándose como propuesta en distintas partes del mundo, incluso con algunas experiencias de aplicación parcial en algunos países. Aquí en Argentina, también tiene una historia al menos en términos de debate, pero nunca logró cristalizarse en la agenda pública, más allá de la instrumentación de alguna medida que puede llegar a compartir algún espíritu afín, pero que no deja de ser parcial y condicional como la Asignación Universal por Hijo (AUH).

Aquí, como en general en otros países de Latinoamérica, lo que han proliferado son las políticas asistenciales focalizadas para “atender” los desbarajustes propiciados por los avances depredadores del capital en su faceta neoliberal, con sus consecuencias de desocupación masiva, vulneración de derechos, precarización de la vida y aumento exponencial de la pobreza. Pero estos “recursos”, -salvo por la disputa y resignificación por parte de ciertos movimientos sociales- nunca fueron pensados como herramientas para atacar los problemas de fondo, sino como “paliativos” (disciplinantes, por cierto) para controlar posibles desbordes sociales y como dispositivos a su vez, para la “clientelización” política.

No vamos a explayarnos mucho en este punto, dado que queremos enfocarnos sobre otras cuestiones, que, si bien tienen relación con todo lo anterior, tratan de discernir sobre una perspectiva más global del asunto, pero sí, tomaremos a modo de disparador, alguna de las propuestas que, en el último tiempo, al menos por aquí, y producto de los efectos desastrosos que la pandemia ha sacado a la luz, han mostrado un interés por revitalizar el debate en torno a alguna forma de ingreso “no focalizado”.

Por lo pronto, si bien han sido varias las voces que se han manifestado favorables por alguna variable de asignación que se emparente con la idea de un ingreso universal, nos enfocaremos en la promovida por la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) por ser hasta el momento, la que con más ímpetu se ha perfilado. ¿Y cuál es su propuesta? Básicamente la implementación por parte del Estado y con carácter de urgencia, de un ingreso denominado “Salario Básico Universal” (SBU) superior a la línea de indigencia y equivalente a un tercio del salario mínimo con tope máximo en la canasta alimentaria, que esté al margen de otras asignaciones, que vaya a personas entre 18 y 65 años que no tengan inserción plena en el mercado laboral formal y que su financiación esté dada por una partida del presupuesto (que repercute según sus cálculos en un costo fiscal del 2,5% del PBI) y que entienden claramente viable. Este ingreso no complementaría ni se unificaría con otros recursos como pueden llegar a ser los destinados a programas sociales de “trabajo” (precarizado) que ya existen como el “Potenciar Trabajo”:

El Salario Básico Universal no reemplaza al salario social complementario. El programa Potenciar Trabajo no es una política de ingreso social sino de economía popular (…) Vale aclarar que quienes se encuentran percibiendo el Potenciar Trabajo sin prestar tareas en ninguna Unidad de Gestión deberán optar por integrarse a un “plan de trabajo” o pasar a cobrar el Salario Universal [1].

Demás está decir que detrás de todo esto hay una justificación que no compartimos y que tiene que ver con toda la impronta con que la UTEP caracteriza los alcances de la llamada economía popular (de subsistencia) signada por el avance generalizado de la precariedad social y su propia existencia como organismo (cristalizador de esa realidad) de cara a la interlocución institucionalizada (“gremial”) frente al Estado. Pero excede los marcos de este trabajo (y tal vez pueda contemplarse para alguno venidero) el avanzar con el análisis de estos lineamientos, así que por lo pronto seguiremos indagando en el perfil de la propuesta puntual a la que nos venimos abocando.

Otro elemento de la propuesta de la UTEP es el siguiente:

El Salario Básico Universal se percibe a través del ANSeS [Organismo estatal encargado de la seguridad social] sin contraprestación laboral pero con certificación oficial de (1) tareas laborales por cuenta propia registrada en el RENATEP [Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular], (2) estudios primarios, secundarios, terciarios o de oficios con certificados oficiales, (3) tareas de cuidado o (4) actividades rurales [2].

Ahora bien, expuestas estas líneas básicas del llamado Salario Básico Universal, surge la pregunta: ¿Tiene esto algo que ver con la Renta Básica Universal? Más allá de algún intento de coincidencia en el nombre y en alguna de sus características, incluso más allá de que alguno de sus promotores así lo perfilen, diremos que no y es importante aclarar esto para no seguir abonando al confusionismo.

Por lo pronto, si bien el SBU plantea una registración de los beneficiarios como monotributistas, o sea como aportantes al sistema tributario, no pone en discusión al sistema tributario regresivo que es lo que demandaría una medida de las características de un ingreso universal. Y esto, pues, de lo se trata para su ejecución, no es sólo destinar una partida del presupuesto; se hace necesario poner sobre la mesa el requerimiento de una reforma tributaria progresiva que lo que pretenda sea, como dice Rubén Lo Vuolo:

cambiar la lógica actual del sistema fiscal basado en impuestos regresivos y universales y en el gasto focalizado en los pobres (…) Esa lógica es poco eficiente; el gasto debe ser universal y el impuesto más focalizado en los que tienen más capacidad contributiva [3].

Esto mismo, abre un debate por demás interesante, sobre el cómo se comprende y cuál es la conformación del patrimonio de un país. Por supuesto, que, como veremos más adelante, esto es uno de los puntos que prefigura que una medida de estas características se presenta en un plano de disputa política más que como objeto de negociación “por arriba”, habida cuenta de los intereses que toca. Y tal es así que desde el propio gobierno (y eso de que en el mismo, actúan funcionarios que forman parte de las organizaciones que son parte de la UTEP) se procura desviar este tema hacia otro tipo de medidas focalizadas y profundizadoras de la precarización con el argumento de “construir trabajo genuino”, mientras se pone el foco de atención más en los pagos de una deuda externa a todas luces ilegitima y en el cómo beneficiar a ciertos sectores empresariales, que en resolver el fondo de los problemas sociales y de acceso a una vida digna.

Pero sigamos con el análisis del tema en cuestión. Las características básicas y esenciales de una Renta Universal como ser; individualidad de la recepción, continuidad permanente, incondicionalidad, universalidad y cobertura básica de bienes y servicios para una vida con dignidad, tampoco se cumplen en la propuesta del SBU. Si bien la recepción sería por persona, el alcance, al igual que otras políticas focalizadas se estima en función del grupo familiar; a pesar de plantearse como derecho permanente, se argumenta que su desarrollo en realidad, está sujeto a las posibilidades de que el mercado laboral o el Estado consiga generar nuevos puestos de trabajo (por lo que en todo caso es un “derecho” para personas en “transición” a la formalidad); esgrime no contemplar contraprestación laboral, pero exige a modo condicional, ciertas certificaciones “oficiales” de distintas tareas o actividades y/o de estudios; se dice universal, pero focaliza en ciertos sectores de la población; se destina a una cobertura superior a la línea de indigencia, no de pobreza y en un equivalente a un tercio del salario mínimo y no a la mitad como se plantea desde distintas variables de Renta Universal y además prescribe un tope máximo en el monto de la canasta alimentaria y no de la canasta básica total por cápita (que incluye la alimentaria y suma la de bienes y servicios básicos necesarios).

Alguien podría decir que en la situación de países periféricos como Argentina, y más aún después del campo arrasado dejado por las políticas neoliberales de los últimos tiempos, profundizadas aún en el contexto de la pandemia, una medida del tipo del SBU, no dejaría de ser importante para atender el cada vez más creciente proceso de pauperización social y hasta podríamos coincidir parcialmente con esa consideración. Pero una cosa es eso y otra muy distinta es abonar a la confusión y presentar una medida como algo que no es. El SBU más allá del nombre (que de hecho ya con concebirse como “salario” demuestra su impertinencia con una idea de renta distribuida de un patrimonio social por fuera del ámbito productivo-salarial) y de alguna característica similar a la Renta Universal, no deja de ser otro recurso focalizado, condicionado, temporal, de emergencia, paliativo (en tanto tal, pronto a licuarse) que no opera más allá de la situación de indigencia y que cristaliza tal situación sin presentar ninguna perspectiva de transformación, amén de la apuesta por el restablecimiento de cierta “normalidad” pospandémica que pueda reabrir cierto movimiento del mercado laboral formal (algo ya a esta altura, una quimera) o de la economía popular.

El mismo secretario general de la UTEP, Esteban Castro, plantea los reales alcances del SBU, más allá de ciertas manifestaciones, muchas veces contradictorias, de otros miembros de su espacio con respecto al tema:

Se llama Universal, pero en realidad no es universal, porque hay mucha gente que tiene salario. Pero esto es fundamental para garantizar que no haya, no pobreza, sino indigencia. El salario básico es eso. Ahora lo que nos interesa profundamente (…) es que la salida es con trabajo. Que el salario social y todo el apoyo del Estado se tienen que transformar en trabajo [4].

Aquí, con esta declaración, y sobre todo en su última parte, podemos encontrar el trasfondo político-ideológico desde el cual parte tal orientación y que a continuación también problematizaremos conjuntamente con la consideración de ciertos elementos estructurales del contexto en el que nos encontramos.

Multidimensión de una crisis…

“Basta de esas fórmulas ambiguas, tales como “el derecho al trabajo” o “a cada uno el producto íntegro de su trabajo”. Lo que nosotros proclamamos es el derecho de bienestar, el bienestar de todos”. Piotr Kropotkin “La conquista del pan” (Ediciones 29, Barcelona, 1996)

La falta de oportunidades para una vida digna suele estar asociada a la falta de trabajo, que recurrentemente se presenta con la impronta de ser, no sólo el proveedor de sustento para tal fin, sino como el gran “organizador social”. El punto es que desde hace varias décadas su escases se ha tornado estructural y no se vislumbran vestigios de que esta situación, más allá de ciertas declamaciones demagógicas, pueda ser revertida en algún tiempo considerable, sea por la “benevolencia” de algún gobierno en particular ni por alguna “lluvia de inversiones” de algún o algunos sectores del capital privado. Y esto tiene que ver con un contexto mucho más complejo y profundo el cual es necesario indagar.

Pero antes de avanzar en esto, se hace importante desbaratar una cuestión, que producto de un proceso general de alienación inducido por la lógica desposesiva del capital, ha constituido un imaginario que se ha transformado, con el correr del tiempo, en “sentido común”, reproducido no sólo por los defensores del capital, sino también inclusive, por muchos que dicen oponerse al mismo. Esto es la idea de que el sostenimiento de la vida, tiene una vinculación orgánica, “natural” con el trabajo tal y como lo conocemos. El trabajo como actividad productiva y creativa a nivel social destinada a satisfacer las necesidades vitales y deseantes de los sujetos a nivel individual y colectivo, no tiene nada que ver con el “trabajo” situado en el contexto del capitalismo, que en realidad es pertinente llamar “empleo” o desde un punto de vista teórico, “trabajo abstracto”. Este, se presenta como enajenado de su condición concreta, y por tanto, cosificado y constituido en fuerza de trabajo-mercancía destinado a la producción de valor:  

Esta forma específica del ser trabajo y su correspondiente comprensión son irreconocibles en las formaciones sociales anteriores en la historia humana, porque en ellas el trabajo, su producto y respectiva apropiación aparecieron esencialmente en la forma concreta, inmediata y sensible de los “valores de uso” en el lenguaje de la política económica [5].

El “trabajo” entonces, entendido como fuerza enajenada:

solo surge en el capitalismo, vinculado a la universalización de la producción de mercancías, y no debe ser ontologizado. En cuanto mercancías, los productos representan el “trabajo abstracto pasado” y, por tanto el “valor”, es decir, representan una determinada cantidad (reconocida en el mercado como socialmente válida) de energía humana gastada. Y esa “representación” se expresa a su vez en el dinero en cuanto mediador universal y, al mismo tiempo, fin en sí mismo en la forma del capital. De este modo las personas aparecen desprovistas de su carácter social y la sociedad como constituida por cosas mediadas a través de la cantidad abstracta de valor. El resultado es la alienación de los miembros de la sociedad, pues su propia socialidad se constituye a través de sus productos, esto es, a través de cosas muertas, desvinculadas en la forma de representación social de cualquier contenido concreto y sensorial. A esta problemática se refiere el concepto de fetichismo (…) [El] dinero y el valor se han convertido en el abstracto fin en sí mismo de la valorización del capital. En la modernidad de lo que se trata es de hacer más dinero a partir del dinero y, por tanto de generar “plusvalía”; pero no como mera meta subjetiva de enriquecimiento, sino como referencia sistémica del valor a sí mismo de carácter tautológico (…) Las necesidades humanas pasan a ser secundarias y la misma fuerza de trabajo se convierte en mercancía; es decir, la capacidad humana de producción se vuelve una capacidad heterodeterminada, aunque no en el sentido de una dominación personal, sino en el sentido de unos mecanismos anónimos ciegos. Sólo por esta razón las actividades productivas se ven forzadas a adoptar la forma de trabajo abstracto [6].

Este “forzamiento” a su vez, suele generar ciertas discusiones sobre la pertenencia (o no) de ciertas actividades propias del ámbito reproductivo a la categoría “trabajo”. Aquí es importante visualizar que la configuración histórica del capitalismo establece una escisión de esferas que se plantea como fundamento de la existencia misma del valor como forma social fetichista. Así por un lado, se presenta una esfera productiva, asalariada, “publica”, la del trabajo abstracto creador de valor y otra, reproductiva, no asalariada, “privada” que funciona como su condición de posibilidad y que se relaciona con todo aquello que no es idéntico a la lógica del valor y por lo tanto se constituye como no-mercancía y como no-trabajo. Estamos hablando de aquellas actividades domésticas, de cuidados o comunitarias llevadas a cabo fundamentalmente por femeneidades. Ambas esferas “publica” y “privada” son igualmente necesarias para la sociedad capitalista, pero la esfera privada aparece como inferior y exterior a la sociedad salarial-productora. Ahora, que esta última esfera no produzca valor directamente, no significa que se encuentre por fuera de las relaciones de reificación. En este sentido, dice Roswitha Scholz:

La escisión del valor remite a que las actividades reproductivas identificadas sustancialmente como femeninas, así como los sentimientos, los atributos y actitudes asociados con ellas (…) están escindidos precisamente del valor/trabajo abstracto (…) por tanto no se las puede subsumir sin más, bajo el concepto de trabajo. (…) Ese aspecto se establece junto con el valor, pertenece a él necesariamente, pero por otro lado, se encuentra fuera de él y, por ello, es también su condición previa (…) Valor y escisión se encuentran en una relación dialéctica entre ambas [7].                                    

Estas cuestiones, que a priori parecerían presentarse sólo desde una dimensión económica (o economicista) tienen un correlato más amplio. Prosigue Scholz:

A la hora de analizar las relaciones de género capitalista, hay que tener en cuenta, además del factor de reproducción material, tanto la dimensión psico-social como la dimensión cultural y simbólica. Porque en estos planos de la existencia, la escisión del valor se revela como un principio formal del patriarcado productor de mercancías [8].

Con las líneas precedentes lo que intentamos poner sobre el tapete es, no sólo la impertinencia conceptual, sino, además, la inconsistencia valorativa de seguir referenciando o “endiosando” una forma alienada (el trabajo abstracto) como si fuera la tabla de salvación a todos nuestros problemas cuando en realidad, es parte del engranaje –en crisis- del sistema de acumulación capitalista. Plantear esto en estos términos confronta, no sólo obviamente contra la ideología burguesa (cínica) que intenta reproducir una idea del trabajo como modelo de vida “civilizado” o con aquella que en términos morales (fundada en “mandatos bíblicos”) prescribe “ganar el pan con el sudor de la frente”, sino también con aquella perspectiva de cierta izquierda tradicional (y ortodoxa) que convirtió la orientación del socialismo (que debería ser refractaria a los postulados anteriores) en una prolongación de los principios capitalistas en lugar de su abolición. Ahí está la experiencia de lo que fueron los regímenes del llamado “socialismo real” para chequear la improcedencia de esa prolongación, pero también las limitaciones demostradas en distintos planteos contemporáneos. 

Esta veneración fetichista compartida con la ideología burguesa por parte de todo un sector que se presenta en sus antípodas, remite según algunos autores, a una “distorsión” teórico-política de ciertas lecturas (acríticas) del legado de Marx. Así, si bien es verdad que éste supo vacilar a en gran parte de su obra entre una ontologización positiva y una crítica radical del trabajo, muchos de sus acólitos posteriores y el movimiento de trabajadores bajo su orientación, se volcaron sobre la ontologización y entendieron el trabajo como palanca de emancipación y como contramodelo al capitalismo. Sin embargo:

la abstracción trabajo no es lo opuesto sino el estado agregado vivo del propio capital; el trabajo no es una condición suprahistórica antropológica de la existencia, sino la forma de actividad específica capitalista de la modernidad, consumo abstracto de energía humana en un espacio funcional de la economía empresarial. Esta abstracción ya contiene la indiferencia con relación al contenido, al sentido y a la finalidad de las necesidades vitales. El trabajo como determinación abstracta es el lado actuante del fin en sí mismo irracional capitalista [9].

Tener clara esta cuestión nos sirve para no quedar entrampados en discursos y concepciones que no sólo son improcedentes desde un punto teórico-político y en general desde una perspectiva emancipatoria, sino además, y a esta altura de nuestro tiempo, también inviables dentro del orden vigente. ¿Y por qué?

No es ninguna novedad, como decíamos más arriba, de que estamos inmersos en una profunda crisis que desde distintas voces se plantea como civilizatoria y con múltiples dimensiones. Crisis que se establece como sistémica, multifocal y global, en tanto características propias del capitalismo, amén de ciertas manifestaciones propias a nivel países o regiones. En eso, un primer punto para abordar su alcance, seguramente pase por visualizar que, de un tiempo a esta parte, y de manera cada vez más flagrante, el proceso de expansionismo sin límite del capitalismo necesariamente está erosionando sus propias condiciones previas de existencia.

En tanto la sustancia del capital es, como hemos dicho, la generación y regeneración de valor a través del trabajo abstracto acumulado en el ámbito de la producción junto con sus condiciones de posibilidad en el ámbito reproductivo y el medio natural; su impulso para conseguir constantes incrementos en la productividad lo lleva a conceder a la ciencia y a la tecnología una importancia creciente en la producción. Esto tiene como correlato y tendencia en aumento, convertir ese mismo proceso, basado en el trabajo (único generador de valor) en constantemente anacrónico. Con esto el capitalismo serrucha la rama sobre la cual se posa: la valorización del valor a través del trabajo vivo y el entorno que lo posibilita. Esto lo pone en un eventual/próximo colapso al socavar y tornar imposible su propia sustancia.

Aquí surge otra discusión incluso entre ciertas visiones que, si bien comparten este diagnóstico, difieren en sus conclusiones. Para algunos, las cartas ya están echadas y el capitalismo avanza hacia su irreversible desintegración por el propio peso objetivo de sus limitaciones. Para otros, la dinámica histórica del capitalismo origina y bloquea al mismo tiempo la posibilidad de otro orden social y en esa dialéctica, no sólo promueve la productividad, sino que reconstituye el valor, reconstruyendo por tanto, la necesidad de trabajo generador de valor [10]. En esto, hay varias cuestiones que por su complejidad, hacen que nos tengamos que detener un momento a analizarlas desde una perspectiva crítica.

Arrancando por la segunda aseveración, efectivamente, el capital con el avance tecnológico, libera tiempo vital, pero no lo compensa en tiempo libre ni en reducción del trabajo todavía existente, ni mucho menos en vida digna, sino todo lo contrario; genera desocupación, pobreza y miseria estructural, con lo cual esa “liberación de tiempo” es relativa habida cuenta de que es utilizado en la preocupación de sobrevivir con todo lo que ello implica (en términos económicos, pero también psicológicos, afectivos, existenciales, etc.). Por otro lado, en cuanto a que al racionalizar (vía la tecnología, la automatización, la robotización, etc.) la producción y disminuir la generación de valor, el capital necesita regenerarlo a través de trabajo vivo, tiene su asidero siempre y cuando visualicemos que ese trabajo es cada vez más precarizado, tercerizado, “uberizado” [11], incluso con modalidades en los países centrales de lo que David Graeber [12] llama “trabajos de mierda”, esto es, trabajos “ficticios” que desde el punto de visto productivo, tienen poca eficiencia y que inclusive son hasta innecesarios, pero que son funcionales en muchos casos al solo efecto de pagar las deudas por el uso del sistema privado de prestaciones sociales y para demostrar que las tasas de desempleo no son tan altas como verdaderamente son. En países periféricos como el nuestro, esto es mucho más rudimentario, pero se busca el mismo fin cuando suelen computarse para los índices, a monotributistas sociales, muchos de los cuales son trabajadores precarizados de los programas focalizados estatales.

El punto es que esa proliferación de trabajos (y aquí empalmamos con la primera aseveración) no deja de ser una “huida hacia adelante”, que, junto con otros dispositivos, el capitalismo global desarrolla para sortear sus propias limitaciones intrínsecas, pero que aun siendo efectivas para reactivar las ganancias de algún sector en el corto plazo, no van a generar, ni por lejos, un nuevo ciclo de prosperidad, porque las tecnologías –que no producen valor- y que reemplazan el trabajo, no pueden ser eliminadas de la producción, es decir “no vuelven para atrás”, por ende no se trata de un clásico “vaivén cíclico” de los que pudo haber en otra etapa, sino de una tendencia que ya se configura como una crisis sin retorno. Pero, además, no es sólo desde el avance tecnológico que se puede apreciar este derrotero:

En este contexto, las grandes empresas están tratando de impulsar un nuevo ciclo expansivo para blindar sus beneficios a corto plazo. Para ello, como sucedió en crisis anteriores, han renovado su apuesta por la ampliación de la frontera mercantil a través de las dinámicas de acumulación por desposesión. Igualmente en el marco de la financiarización global, están favoreciendo la creación de nuevas burbujas especulativas para recuperar, al menos en el futuro más inmediato, unos altos niveles de rentabilidad [13].

Así y todo, insistimos, esto “patea hacia adelante” pero deja sin resolver el problema de fondo, esto es, de que si bien, aunque la cantidad de bienes y servicios pueda llegar a crecer, en conjunto y en el mediano plazo representan una cantidad cada vez menor de valor; asimismo el dinero (producto de la especulación financiera) que circula en el mundo es “ficticio” ya que no representa en realidad trabajo invertido de una manera “productiva” [14]. El capitalismo se pone cada vez más de frente a sus barreras económicas interiores como a sus limitaciones externas naturales (ecológicas), que si bien, presentan un horizonte temporal diverso (y en esto las luchas sociales juegan un rol) no pueden ser detenidos, al menos en los marcos de su propia lógica. Su necesidad de expansión se dirige “a la destrucción del mundo concreto en su totalidad y en todos los niveles, económico, ambiental, social y cultural” [15].

En síntesis:

El capitalismo global ha ido desplazando sus contradicciones hacia adelante, en el tiempo y en el espacio, pero cada vez se aproxima más a sus propios límites. La inestabilidad permanente de los mercados como consecuencia del aumento de la financiarización, la extensión de la explotación laboral y las desigualdades sociales que excluyen de la sociedad de consumo a amplias capas de la población, el cuestionamiento de la división sexual del trabajo y la necesidad de un replanteamiento del reparto de tareas productivas y reproductivas, el agotamiento de las fuentes de energía y los recursos materiales que requiere el metabolismo agroindustrial-urbano-financiero, los impactos del modelo económico en los ecosistemas y el desorden climático, son todos ellos, síntomas de que el funcionamiento del capitalismo se encuentra aquejado de graves problemas de fondo (…) Estancamiento, deuda y desigualdad se superponen así al telón de fondo que hace materialmente imposible prolongar de manera indefinida la lógica de crecimiento y acumulación [16].   

Este panorama va redondeando una serie de definiciones a tener en cuenta. Por un lado, y por todo lo antedicho, no es posible el retorno a un modelo de acumulación basado en el empleo masivo (propio de la era fordista ya superada), por ende, no es posible el retorno al “pleno empleo” ni a la formalidad masiva y en su defecto, tampoco a las recetas keynesianas, al rol central del Estado y al Walfare de antaño [17]. El Estado, en tanto connivente de las lógicas del capital, en “el mejor de los casos” sólo puede disponer de ciertas políticas focalizadas, que además de constituirse en dispositivos de disciplinamiento social, redundan en sostener y aumentar modalidades de precarización [18].

Pero la cosa no se queda sólo aquí. Si se supone que la economía tiene como finalidad el bienestar de los sujetos, teniendo como medio el trabajo y la producción de bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades vitales; en la lógica del capital, como hemos dicho, estos términos se pervierten y el fin de una vida sustentable se transforma en un medio para un fin distinto; la acumulación capitalista:

En este sentido, cuando la vida es un medio para un fin distinto, la vida está siempre en amenaza; la tensión puede suavizarse a veces (…) pero antes o después llegará un momento de desencaje cuando la acumulación se produzca no a través de sostener la vida, sino a costa de negarla o destruirla [19].

Esto pone sobre la mesa la configuración de una matriz que se demuestra cada vez con mayor visibilidad en el neoliberalismo y que cristaliza a la precariedad ya no sólo referenciada al ámbito laboral, sino como una verdadera forma social de carácter totalizador en continuo aumento. Esto constituye, asimismo un conflicto radical e irresoluble entre la sostenibilidad de la vida humana y ecológica y el capitalismo, que algunos analistas sintetizan como conflicto “capital-vida”. Así:

Ante la crisis civilizatoria, la contrapropuesta no puede ser recuperar la “producción” (…) sino abrir dos debates: qué es una vida que merezca ser vivida y cómo colectivizar la responsabilidad de garantizar sus condiciones de posibilidad (…) Lo que necesitamos cuestionar es el conjunto del “proyecto modernizador”; la idea misma de desarrollo, progreso y crecimiento [20].

En esto:

Al hablar de sostenibilidad de la vida solemos referirnos a una consideración del sistema socioeconómico que excede los mercados y la entiende como un engranaje de diversas esferas de actividad (unas monetizadas y otras no) cuya articulación ha de ser valorada según el impacto final en los procesos vitales [21].

En este sentido, una vez más, seguir reduciendo de manera unidimensional toda esfera de la vida, todo proceso económico y toda hipótesis de conflicto al ámbito de la producción, al trabajo abstracto y a la relación salarial y en términos generales a los marcos de las categorías del capital desde una perspectiva ontológica y transhistórica, es inconducente y más aún en el actual contexto histórico. Entender el ámbito productivo y el reproductivo como no escindidos; que la producción se torna importante en la medida que reproduce vida [22] y que debería producir “buen vivir”, implica desplazar el eje analítico desde los procesos de valoración del capital hacia los procesos de sostenibilidad de la vida.

En estos términos, las luchas con perspectiva emancipatoria deben reconstruir un nuevo imaginario y una proyección política-social-economica-cultural que tenga como finalidad revolucionaria la abolición y no la prolongación de la “forma de ser” del capitalismo. No se trata sólo de la apropiación jurídica de la plusvalía o de otras medidas en ese sentido [23]. Lo que hay que poner en cuestión con horizonte de abolición son las formas, las categorías y las relaciones mismas (valor, trabajo abstracto, mercancía, capital, salario, dinero, escisión, etc.) de esa “forma de ser” y sus formas de sujeción. En sintonía con esta finalidad, la hipótesis de la comunización desde una perspectiva reformulada en términos ecológicos, feminista, socialista y libertaria, sigue resultando una apuesta válida para seguir explorando como proyección radical [24].

Ahora bien, planteada tal orientación general y partiendo de la base de la congruencia a tener entre tal fin y los medios hacia su logro, es importante prescribir que estos medios a su vez, en este contexto de crisis sistémica, deben cumplir un rol de tensión dialéctica entre las posibilidades de avance conflictivo hacia ese objetivo de ruptura y abolición y el bloqueo del continumm progresivo, depredador y colapsista del capitalismo en esta etapa. Sería algo así como lo que planteaba Walter Benjamin con respecto a poner el “freno de emergencia” para no precipitarse al vacío, propiciando una serie de contra-movimientos que funcionen como “diques” en contraposición a ciertas perspectivas “aceleracionistas” que reproduzcan y sigan estimulando las lógicas del capital tal y cual se siguen perfilando. Y esto podría llegar a desarrollarse con medidas y ejes de lucha que, entre otras cuestiones, busquen detraer recursos de las lógicas del mercado y apuesten por su expansión y universalización, reduzcan y repartan el trabajo formal todavía existente, expongan y socialicen la producción de riqueza como atributo social, apuesten a la desfinaciarización de la economía, al resguardo ambiental y al decrecimiento progresivo, en definitiva, que tiendan a priorizar y estimular la sostenibilidad de una vida digna; a la par de que sirvan de marco para la recomposición de fuerzas desde el abajo social, dejen margen para la reconstitución de un imaginario social antagonista y reorienten y preparen un horizonte de transformación revolucionaria. 

Esta serie de ejes planteados, junto con otros posibles, no anulan la dinámica histórica de la lucha de clases, sino que la reorientan, la amplían y la complejizan en función de los requerimientos del proceso histórico en marcha, y que no por sustanciarse a priori, como dirían algunos, como “meras reformas”, dejan en conjunto y en base a algunas de sus dimensiones, de plantearse como disruptivas con las lógicas capitalistas contemporáneas. Por esto, ninguna puede tomarse de manera aislada y como un fin en sí mismo, sino como medidas o instrumentos que, interrelacionados, se configuran como objetos de disputa de un proceso dinámico de lucha mayor, tendiente, como ya hemos dicho, a subvertir el estado de cosas. En lo que sigue, nos seguiremos enfocando en la Renta Universal, como uno de estos instrumentos potenciales.

La Renta Universal como instrumento de lucha desde una perspectiva anticapitalista

“No es necesariamente reformista una reforma reivindicada no en función de lo que es posible en el marco de un sistema y de una gestión dados, sino de lo que debe ser hecho posible en función de las necesidades y las exigencias humanas”. André Gorz. “Crítica de la razón productivista” (Ed Catarata, Madrid: 2008)

La Renta Universal tiene la particularidad de generar rechazos y defensas en un amplio abanico de posiciones ideológicas. Para profundizar en su alcance, partiremos, a priori, desde la consustanciación de su matriz genérica, que pasaría por un lado por exponer los patrones sociales de generación de riqueza, desacralizando a su vez ciertas concepciones heredadas en cuanto a los fundamentos de tal generación y por otro, por poner sobre el tapete la necesidad de sostenimiento de una vida digna (no precaria o de mera subsistencia) universalizando el reparto de ese patrimonio de riqueza social como derecho, por fuera de las lógicas del mercado laboral y de las llamadas políticas asistenciales.

Desde los defensores del status quo, este planteo, inclusive genérico, es inconcebible, sustentando básicamente dos tipos de críticas. Por un lado, una “técnico-economica”, en cuanto a la financiación que llevaría una medida de este tipo. Tiene que ver con el famoso “¿de dónde saldría el dinero?” entendiendo que para una asignación de estas características se hace necesario elaborar partidas “excedentarias” de las ya de por sí por lo general “insuficientes” economías o presupuestos del o los países en los que se presente tal propuesta. Por lo tanto, la conclusión es que no es viable, “no cierran los números”. Pero además, y aquí va la segunda crítica, se plantea que no es “ético” ni “justo” que alguien reciba un monto de dinero sin haberlo conseguido como “fruto de su trabajo”. Entonces, aunque también levante muchas críticas, es mucho mejor para estos sectores, paliar situaciones de dificultad de accesibilidad a un ingreso para vivir, a través de programas focalizados, precarios y condicionales, que alentar, dicen, al “parasitismo social” como un derecho universal. De hecho, hasta también es promovida alguna versión de “renta básica” (también limitada y precaria) por algunos “popes” del mainstream económico global, aunque sujetas en los casos más extremos, a la eliminación de todo tipo de prestación gratuita de servicios públicos y/o de seguridad social para su sometimiento al mercado.

Pero retomemos el argumento del “parasitismo” dado que además de sustentarse como crítica ideológica por derecha, en tanto tal, es reproductor de un cierto sentido común que muchas veces hace carne en mucha gente e inclusive en ciertos sectores progresistas y de izquierda. En primer lugar, es importante destacar que se parte como ya hemos planteado y criticado en el apartado anterior, de una perspectiva ontologizada del trabajo que vincula, a su vez, de manera subordinada, “natural”, el sustento de la vida al mundo laboral y al “tener empleo”, siendo que en realidad la fuerza de trabajo sirve al fin en sí mismo del capital que es la generación de valor. Pero además, inclusive si aún tomáramos como válida tal “naturalización”, en este contexto:

A partir de la creciente disociación de la lógica de acumulación capitalista respecto de la mercancía fuerza de trabajo, y la consiguiente desvalorización extendida y abrupta de la misma, “la recuperación de la vida” (…) ya no puede ser planteada en términos de recuperación del empleo y menos aún, a través de la recuperación del crecimiento económico, toda vez que se ha demostrado que esto último puede producirse sin mayores repercusiones positivas sobre el primero [25].

Por esto mismo, y por todo lo antedicho, ese discurso de parte del establishment (en general y de los países periféricos en particular) de que de lo que se trata ante la desocupación masiva es fomentar la inversión para la generación de trabajo, no sólo es discurso, sino que además esconde que, de existir esa posibilidad, no será plena y estará condicionada a todos los requisitos que esto conlleva en el actual modelo neoliberal; flexibilización laboral, sobreexplotación, ajuste fiscal, etc. Por tanto, las respuestas que plantea el capitalismo sólo pueden ser promesas de “derrame” o “corrección” vinculadas a medidas focalizadas/asistenciales o de promoción de “equilibrio” estructural, que nunca equilibran y que más precarizan la situación de millones de personas. Así es que:

La situación actual está marcada por una conmoción que recientemente ha afectado a la condición salarial: el desempleo masivo y la precarización de las situaciones de trabajo, la inadecuación de los sistemas clásicos de protección para cubrir esos estados, la multiplicación de los individuos que ocupan en la sociedad una posición de supernumerarios “inempleables”, de desempleados o empleados de manera precaria, intermitente. Para muchos el futuro tiene sello aleatorio [26].

En esto:

Las personas, las regiones y las comunidades que tienen la capacidad de formar parte en los ciclos “normales” de producción y consumo se están convirtiendo cada vez más en “islas” en un mar creciente de parias que ya no sirven ni para ser explotados. Es inútil, entonces reclamar “trabajos” para ellos, en cuanto no son necesarios para la producción y sería igualmente absurdo forzar a la gente a realizar trabajos inútiles como si fuesen la condición previa de su propia supervivencia. Sería mejor exigir que todos tengan derecho a una vida digna, independientemente de si tal o cual persona ha podido o no, vender una fuerza de trabajo que ya nadie necesita [27].

Por lo tanto, en la actual configuración del sistema capitalista, y bajo sus términos, la brecha entre sostenibilidad de vida y acceso a un ingreso a través de un “trabajo” es cada vez más irresoluble. Pero hay algo más en el discurso sobre la injusticia “ética” que en realidad oculta otro de los meollos de esta cuestión y que tiene que ver qué carácter tiene y con cómo y de qué manera se constituyen los aportes que en un país o en una sociedad cualquiera, serían necesarios para un planteo de las características de la Renta Universal:

Esto se vincula con un argumento según el cual el producto social es el resultado del esfuerzo de quienes han intervenido activamente en su proceso de producción. Pero aún más, reconoce como contribución sólo el aporte “directo” a dicho proceso, es decir, pasando por alto todas las actividades que contribuyen al sistema productivo, su desarrollo e incluso sus condiciones de existencia, en una esfera productiva no mercantilizada (…) [El] producto social no puede ser considerado separado de contribuciones extraeconómicas. Esto supone, en primer lugar, la reivindicación de otras actividades, productivas en el sentido de producir utilidad, que están íntimamente articuladas al proceso productivo y sus principales insumos y condiciones de funcionamiento. Pero supone también reconocer una contribución que no puede ser adjudicada a ningún agente social particular del momento histórico presente, porque son producto de un desarrollo histórico-social. Como tal, este aporte es participe de una parte del beneficio productivo que puede ser considerado patrimonio social y por ello, distribuido sin condición alguna de contraprestación [28].

Por lo tanto, la riqueza de un país o de una comunidad y que a la postre conforma su patrimonio, no está conformado sólo por la suma aritmética de los aportes individuales y sólo de aquellos que se encuentran en el ámbito productivo “formal”, sino del aporte y esfuerzo colectivo que se constituye en el entramado reforzado de relaciones productivas y reproductivas; de actividades de producción, de cuidado, comunitarias, de intercambio de bienes, servicios, de conocimientos, ideas, avances científicos y tecnológicos, etc, tanto pasadas como contemporáneas. Por esto, lo que eventualmente puede llegar a distribuir una medida como la Renta Universal [29], no solamente no es “injusto” ni “antiético”, sino que es lo que correspondería en función de tratarse de un patrimonio colectivo, social e histórico, que, en todo caso, desmonopoliza esa asignación del “exclusivo” mundo del mercado de trabajo y de su consecuencia; la ganancia capitalista.

Así este tipo de críticas amparadas en el supuesto del fomento del “parasitismo” o aquella del “desestimulo al trabajo”, finalmente esconden:

El temor de los dueños del capital de perder el chantaje y la extorción del hambre, exclusión y violencia que hoy provoca el desempleo (…) [El capital] perdería de este modo su instrumento principal de disciplinamiento social y devaluación permanente del trabajo y el medio ambiente. Evidentemente [con una Renta Universal asegurada] las personas aumentarían sus opciones de decidir si emplearse o no y en qué condiciones [30].

Por esto mismo, a su vez:

El poder de negociación de los trabajadores aumentaría sustancialmente al romperse la encerrona de explotación o exclusión; salarios, honorarios, horarios y condiciones laborales podrían ser negociados desde una posición enormemente más firme al tener un piso donde pararse, en vez del actual vacío sin fondo (…) [Por otro lado se] piensa que si se tiene un ingreso incondicional, las personas preferirían no trabajar, quedarse en casa, dormir todo el día, desarrollar conductas y vicios antisociales (…) (¿más aún de los que ya existen actualmente?) [31].  

Esto último, como también enuncia Bergel, forma parte de un pensamiento “típicamente «realista», y como tal, reaccionario, de quienes no pueden concebir el trabajo liberado como actividad humana creadora, amorosa, deseable, integradora, comunicativa”, y por tanto, no alienada.

Evidenciado todo lo anterior, es importante destacar que las posibilidades de implementación de una Renta Universal no descansan entonces en problemas ni “éticos” ni “financieros”, sino de una clara contraposición de orden político. Por ser a priori un mecanismo socializador del patrimonio social, éste no requeriría de partidas “extras” del mismo, sino de una redistribución en otros términos de las ya existentes, que no podría demandar más que algunos ejercicios según sea la sociedad o el país del que se trate. Reorientando y controlando el modelo de desarrollo y aplicando las políticas fiscales [32] y de reasignación del gasto público adecuados (que entre otras cosas desestime el pago de deudas ilegitimas), sólo quedaría la “batalla ideológica” que posibilite el desarraigo del sentido común instalado sobre el “parasitismo”.

Por eso insistimos, que las contrariedades que puedan llegar a esgrimir ciertos sectores (aquellos privilegiados con el statu quo capitalista) a una medida de estas características van más allá de lo mencionado arriba y se sitúan en el orden de lo político, y esto porque un instrumento como la Renta Universal avanza sobre una estructura de poder que no está dispuesta a admitir ninguna concesión a priori sobre la distribución de sus beneficios y porque como ya se ha dicho, atenta contra una de las herramientas más fuertes que tiene el capital; el chantaje sobre las posibilidades de sostenimiento de una vida digna a través de un cada más reducido mercado laboral. En estos términos, “el problema es político en el sentido de que su viabilidad se define en virtud de cómo se logre condicionar la actual relación de fuerzas” [33]. Por lo tanto, este es el marco entonces, desde el cual se debe configurar la discusión y una eventual pelea por la Renta Universal. Pero antes de avanzar en las características de ese marco, visualicemos algunas cuestiones más de lo que implica tal instrumento.

Dijimos que tiene una acepción genérica que la plantea básicamente como un mecanismo de distribución de recursos y que, tomada así, sin más, según alguna visión, no dejaría de ser un equivalente a cualquier medida paliativa frente a los excesos de la acumulación capitalista. Ahora, no se trata sólo de eso, puesto que contiene elementos, que, desde una perspectiva anticapitalista como con la que procuramos desarrollar desde este trabajo, la potencian como un instrumento posible (y no un fin en sí mismo) para encarar una reorientación de las proyecciones de transformación radical en tales términos, teniendo en cuenta a su vez, el contexto en el que nos encontramos.

En ese sentido, se podría decir que la Renta Universal tiene la particularidad de presentarse con una doble dimensión dialéctica que estaría dada, al decir de José Iglesias Fernández, por el hecho de contener en sí misma, una versión “débil” y otra “fuerte”:

En los modelos débiles, constituye un instrumento dentro del sistema, pero adoptando una lectura antisistema y un modelo fuerte (…) puede convertirse en un instrumento para luchar eficazmente contra el capitalismo global [34]. 

Desde esta caracterización, puede decirse efectivamente que la Renta Universal, en tanto tal, supone una herramienta que contribuye, en el actual momento de pauperización social, a dar un marco de seguridad económica más allá de la condición de empleabilidad de quien la reciba. Pero este modelo, que podríamos caracterizar como “débil”, y que podría constituirse en plataforma hacía su consideración como derecho humano plausible de enmarcarse dentro del régimen burgués (sin que esto deje de justificar el interés y el reclamo para su implementación), no dejaría de ser incompleto para su consideración como instrumento potencial, junto a otros, para la lucha por un cambio sistémico. Entonces, aquí es donde se hace fundamental el destaque de aquellos aspectos “fuertes” que pueden llegar a hacer de esta propuesta, un eje de reivindicación social y política, o dicho en los términos de André Gorz, de sustentarse como una “reforma no reformista”.

¿Y cuáles son esos aspectos? Fundamentalmente el hecho mismo de la desvinculación de la relación subordinada entre sostenimiento de la vida y trabajo abstracto. Esta desvinculación pone como perspectiva, la posibilidad de liberación de la doble condición del trabajo como mercancía y como mediador necesario para “ganarse la vida” [35], y esto porque sencillamente la vida no habrá que “ganársela” individualmente a nada ni a nadie, sino que será sostenida por el conjunto de la sociedad a través de los mecanismos que se establezcan para la distribución del patrimonio social, que como ya se ha dicho, pertenece al aporte colectivo en el entramado de relaciones y actividades (algunas monetizadas y otras no) pasadas y presentes que conforman la riqueza de una colectividad. Por eso, otro aspecto importante, es justamente el hecho de hacer visible este carácter social, histórico y colectivo del patrimonio de una comunidad y en eso, la posibilidad de dar reconocimiento y retribución a aquellas actividades “escindidas” de la esfera mercantil-productiva, pero que son su condición de posibilidad.

Asimismo, la desvinculación mencionada, permite una recuperación del tiempo vital-concreto como elemento fundamental para posibilitar condiciones de autonomía sustentable y disponibilidad temporal para utilidades múltiples, además de presentarse como eje esencial para poner sobre la mesa otros temas de igual importancia como las implicancias del consumismo y el productivismo, así como la cuestión de la reorientación (y eventual reapropiación bajo otros paradigmas) del objetivo de las tecnologías como marco, a su vez, para la reducción de la jornada de los trabajos asalariados todavía existentes. Así, en tanto circulo virtuoso: “La disminución de la jornada y la renta básica universal podrían ayudar a sostener una reducción del trabajo que tendría un beneficio doble desde una perspectiva de una política del decrecimiento” [36].

En este sentido, como se ve, la reducción y el reparto de la jornada laboral con igual monto y la Renta Universal, no sólo no son incompatibles (como pueden llegar a esgrimir algunos críticos), sino que esta última da más herramientas, como se apuntaló más arriba, para dar la pelea por parte de los trabajadores por la reducción y otras demandas, además de propiciar, por el hecho de su transversalidad y afectación de intereses, la posibilidad de articulación de carácter multisectorial de distintos sujetos y espacios de las clases subalternas y de conflicto con el sistema (el movimiento de trabajadores ocupados, el de desocupados, precarizados, autogestivos, monotributistas, el movimiento feminista, el ecologista, el migrante, el campesino, el de pueblos originarios, el de DDHH, el estudiantil, etc.) para abordar la lucha por su implementación, además de servir como posible piso para la confluencia y movilización por objetivos de carácter radicalmente transformadores.

Otro elemento a considerar, tiene que ver con el hecho de que si bien la implementación de una medida como esta, estaría a cargo del Estado o de alguna agencia estatal, esto no redundaría en una ampliación de sus poderes ni de su caudal burocrático. Numerosas instancias, muchas de ellas hoy destinadas al insufrible ajetreo de los recursos focalizados, pasarían a ser innecesarias, habida cuenta de la posibilidad de unificar diversas prestaciones en el marco de la Renta Universal, presentándose, asimismo, como potencialidad, la constitución de organismos con participación popular como puntales para una gestión transparente y con perspectiva desde debajo de este instrumento. A su vez, en tanto y en cuanto, no estaría demarcado como “programa” sino como derecho, las propias características del mismo (individual, universal, incondicional, etc.) se demuestran como desbaratadoras del oportunismo político y del clientelismo, y en definitiva, su implementación se presenta como una buena herramienta también para encarar, por parte de los movimientos sociales que realmente contengan objetivos emancipatorios, nuevas experiencias de empoderamiento popular, de resignificación y prefiguración de otras relaciones sociales, de producción, autogestión, consumo, etc, en oposición y en lucha con las reproducidas por el sistema estatal-capitalista-patriarcal. Así:

La renta básica universal significaría, como mínimo, que millones de personas que reconocen que su situación es absurda, pudieran tener tiempo para implicarse más, organizarse políticamente, e intentar cambiarla [37].

Por todo lo dicho, la importancia de visualizar este instrumento en su doble dimensión implica que efectivamente: “Puede operar sobre problemas sociales urgentes y a la vez establece una realidad material diferente para iniciar un proceso hacia algún replanteo verdaderamente estructural” [38].

Ahora bien, dijimos que el problema de fondo frente al que se topa la Renta Universal, es fundamentalmente político. Y esto dado que si bien, se promueve en el marco del sistema capitalista y en sus contornos, avanza sobre algunas de sus condiciones de realización, por lo que una perspectiva plena o “fuerte” de la misma no podría avanzar sin poner en cuestión, entre otras tramas, todo el actual esquema de generación y concentración de riquezas, algo que, como hemos dicho, es lo que realmente fundamenta la oposición de aquellos que se benefician con tal situación. Por lo tanto, la disputa por una medida de este tipo, implica reconocer un escenario de conflicto político abierto, que no se saldará por compromisos meramente superestructurales, sino en un proceso, que, atravesado por un contexto de movilización popular, esté destinado a propiciar un marco de relaciones de fuerza favorables desde y hacia el abajo social, y que, tensando contradicciones en la sociedad de connivencia entre distintos sectores del Capital y el Estado, pueda revertir en parte ese rechazo y procure avanzar, tal vez a priori, desde una formulación “pragmática” (imperfecta o “débil”), pero que pueda ir surcando un camino destinado a un primer estadío de implementación, sin que por esto, por supuesto, anule la perspectiva plena o “fuerte”. Esta formulación “pragmática” inicial, puede crear las condiciones para hacer más factible ese camino, tanto política como materialmente:

Su sola existencia puede provocar cambios estructurales en el seno del sistema que, potencialmente proporcionen mayores posibilidades para avanzar hacia un modelo más cercano a los objetivos finales [39].

En otros términos: “Los modelos débiles podrían ser considerados positivos siempre y cuando supongan un paso hacia la consolidación del modelo fuerte” [40].

Por eso, ese primer posible planteamiento imperfecto o débil, tendiente a incrementar sus posibilidades de viabilidad y que podría plasmarse como un proceso temporal de incorporación de distintas franjas sociales (a estipular, pero claramente arrancando por los sectores más desfavorecidos) debería igualmente, sino quiere devenir en un simple mecanismo de cristalización y administración de la precariedad, y en eso, perder totalmente su esencia y el carácter dialéctico de su doble dimensión, presentar ciertas condiciones mínimas a saber: la concesión individual, la incondicionalidad (es decir la no exigencia obligatoria de ningún tipo condicionamiento o contraprestación, sea laboral, de capacitación, de estudios ni de cualquier índole), y la cuantía superior o por lo menos igual a la determinada por el umbral de pobreza.

En definitiva y resumiendo. Por todo lo esbozado, un planteo como la Renta Universal puede constituirse en un eje reivindicativo con la suficiente capacidad de ductilidad táctica, según se aborde en los términos señalados, para configurarse como marco para enfrentar la pobreza y la irrefrenable precarización de la vida, así como instrumento para tensar la cuerda y reorientar la lucha popular con carácter anticapitalista, de cara a los actuales desafíos del proceso histórico en curso. De hecho, y por esto último, abre una brecha también para prescribir esa pelea, no sólo en los términos de las fronteras de tal o cual país; en el actual desenvolvimiento globalizado del capital, y en el marco de la también actual y global crisis civilizatoria, un eje como este, junto con otros, puede propiciar una articulación de múltiples sectores populares oprimidos a nivel internacional, dando un nuevo impulso a las luchas de carácter internacionalista en esta etapa.

Lo importante, una vez más, es no abordarlo como un mecanismo independiente, por lo que, como dice Sol Torres, distanciarse del mero marco reformista, supone articular la Renta con un replanteo estructural más profundo [41], y agregamos, con una perspectiva multidimensional y multisectorial.

Notas

[1] UTEP. Comunicado de UTEP frente al debate por las políticas sociales: Integrar y potenciar el Sistema Nacional de Trabajo, Empleo y Seguridad Social. https://d.facebook.com/utepargentina/photos/a.739731426109185/4146678558747771/?type=3&source=48

[2] UTEP. Op. Cit.

[3] Rubén Lo Vuolo, citado en: Agenda pospandemia: ¿es posible un plan de ingreso universal? Gabriela Origlia, La Nación. 12/07/2020.

https://www.lanacion.com.ar/economia/agenda-pospandemia-es-posible-un-plan-de-ingreso-universal-en-la-argentina-nid2394935

[4] Esteban Castro, citado en: Marcha por San Cayetano: La UTEP reclama un Salario Universal y créditos para la economía popular. Tiempo Argentino 7/08/2021.

[5] Robert Kurz. El colapso de la modernidad. Buenos Aires: Editorial Marat, 2016.

[6] Roswitha Scholz. El patriarcado productor de mercancías.  Tesis sobre capitalismo y relaciones de género», El patriarcado productor de mercancías y otros textos. Santiago: Quimera y Pensamiento & Batalla, 2019.

[7] Roswitha Scholz. Op. Cit.

[8] Roswitha Scholz. Op. Cit.

[9] Robert Kurz. ¿Una vida humana? Sólo sin mercado, estado y trabajo. Entrevista realizada por Dieter Heidemann, 17/02/2005. https://rebelion.org/una-vida-humana-solo-sin-mercado-estado-y-trabajo/

[10] Esta discusión podría personificarse en las diferencias que, dentro de la teoría crítica del valor, sostenían las posturas de Robert Kurz y Moishe Postone respectivamente.

[11] Esto a su vez redundando en el cada vez menos trabajo formal todavía existente, sumado con su cada vez mayor desvalorización paulatina de ingresos y aumento de la sobreexplotación.

[12] David Graeber. Trabajos de mierda. Una teoría. Barcelona: Editorial Ariel, 2018.

[13] Pedro Ramiro/Erika González. La insostenible reconstrucción del business as usual: Recuperación vs confrontación. En: Viento Sur Nº176, 6 AGOSTO 2021

https://vientosur.info/la-insostenible-reconstruccion-del-business-as-usual-recuperacion-vs-confrontacion/

[14] Anselm Jappe. Hacia una historia de la crítica del valor. Nombres Revista de Filosofía, 2018.

https://revistas.unc.edu.ar/index.php/NOMBRES/article/view/21237

[15] Anselm Jappe. Op. Cit.

[16] Pedro Ramiro/Erika González. Op. Cit.

[17] Anselm Jappe. Op. Cit.

[18] Tal es así, que por ejemplo aquí en Argentina y a través de un reciente informe, se pudo constatar que en 7 provincias el sector de precarizados supera en número al sector de trabajadores formales privados, y frente a esto, amén del eufemismo que suele ver esto como un “aumento de puestos de trabajo”, la respuesta por parte del Estado, a través de las declaraciones de un funcionario del Ministerio de Desarrollo Social es “por eso es importante formalizar y desarrollar la economía popular”. Lo que demuestra esto en realidad, es que lo que viene creciendo a pasos agigantados es la desocupación y el trabajo informal y precarizado de subsistencia y que el Estado lo único que promueve frente a este panorama (en conjunto con algunas organizaciones afines a esta idea) es sólo la cristalización de esta situación a través de la eventual asignación de recursos (meramente paliativos) para afianzar una modalidad precarizada de “trabajo” bajo la órbita del mismo Estado. https://www.pagina12.com.ar/365051-en-7-provincias-ya-hay-mas-trabajadores-de-la-economia-popul

[19] Amaia Pérez Orozco. La sostenibilidad de la vida en el centro… ¿Y eso que significa? En: La ecología del trabajo: el trabajo que sostiene la vida, coord. por Laura Mora Cabello de Alba, Juan Escribano Gutiérrez. España: Bomarzo, 2015.

[20] Amaia Pérez Orozco. Crisis multidimensional y sostenibilidad de la vida. Investigaciones feministas, ISSN 2171-6080, Nº. 2, 2011, págs. 29-53. https://doi.org/10.5209/rev_INFE.2011.v2.38603

En sintonía con este planteo, si sostenemos una concepción ampliada del capitalismo, ya sea, no sólo como depredador y explotador en lo económico, sino además como heteropatriarcal, antropocéntrico, colonial e imperialista; perspectivas entre otras como la del decrecentismo, la economía feminista, la ecología social, el decolonialismo, la crítica del productivismo, junto con la teoría crítica de la escisión/valor, se presentan de gran ayuda para comprender y establecer a su vez, una crítica radical de los fundamentos de las formas de dominación capitalista contemporánea, así como sus características de crisis sistémica, y en eso, aportes además, para construir alternativas de emancipación acordes.

[21] Amaia Pérez Orozco. La sostenibilidad de la vida en el centro… ¿Y eso que significa?

[22] Visibilizar y reconocer esto, plantea además la valoración de las tareas domésticas, de cuidados y comunitarias como esenciales en la sostenibilidad de la vida, y el cuestionar la escisión y echar por tierra otro mito del capitalismo como lo es la idea de la “autosuficiencia” que tiene como base ocultar las dependencias y a quienes se hacen cargo de ellas. En momentos de crisis (como la visibilizada en tiempos de pandemia), vemos la imperiosa necesidad de los otros. Si no se cuida la vida, ésta no es viable. Por lo tanto, esto implica que la vida siempre es vida en común, en interdependencia y en ecodependencia y en relación dialéctica entre autonomía y reciprocidad, o dicho de otro modo, de autocuidado y apoyo mutuo.

[23] Según Anselm Jappe, para algunas concepciones del marxismo tradicional, la existencia del valor es en todo momento presupuesto como un “bien” neutral siempre dispuesto a ser apropiado. La diferencia fundamental entre riqueza concreta (que puede ser efectivamente apropiada) y valor abstracto no es tomada en consideración.

[24] Si bien el marco de este trabajo está acotado a otro objeto puntual, no queríamos, al menos como hipótesis (a seguir desarrollando) y en términos muy genéricos, dejar planteado algún esbozo de la proyección anticapitalista desde la cual nos referenciamos.

[25] Pablo Bergel. Ocho preguntas y respuestas sobre el Ingreso Mínimo Ciudadano o Renta Básica. Publicado en Lobo Suelto 17/04/2020. http://lobosuelto.com/ocho-preguntas-y-respuestas-sobre-el-ingreso-minimo-ciudadano-o-renta-basica-pablo-bergel/

[26] Sol Torres. La Renta Universal. La centralidad de la relación salarial y el mercado de trabajo como problemas. Serie de documentos de trabajo-Nº 69, CIEPP (Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas), 2009.  http://www.ciepp.org.ar/images/ciepp/docstrabajo/doc%2069.pdf

[27] Anselm Jappe. Op.Cit.

[28] Sol Torres. Op. Cit.

[29] Y justamente por eso es pertinente el concepto de “renta” amén de otras denominaciones que suele atribuírsele (muchas inclusive contradictorias con su esencia como “salario”) dado que es consecuente con la fuente de su financiamiento: una parte del “beneficio” del sistema productivo en sentido amplio y que como tal, corresponde a toda persona en concepto de su participación de un patrimonio social. Asimismo, aquí, al igual que lo que plantea Sol Torres, no priorizamos el uso del mote “básica” ya que creemos que lejos presentarse meramente como un monto “mínimo” estable plausible de quedar licuado con los avatares inflacionarios por ejemplo, debe estar incorporado a una idea de indexación a la rentabilidad de la economía en su conjunto y por tal susceptible de incrementos permanentes.

[30] Pablo Bergel. Op. Cit.

[31] Pablo Bergel. Op. Cit.

[32] Hay distintos planteos con respecto a este punto, pero en general todos conllevan como hemos dicho en otro apartado, a la pertinencia de una reforma fiscal progresiva que transfiera recursos del sector más rico de la población, por lo general estimado en un 20% al 80% restante.

[33] Sol Torres. Op. Cit.

[34] José Iglesias Fernández. ¿Hay alternativas al capitalismo? La Renta Básica de los Iguales. Revista Apuntes del CENES, vol. 27, núm. 43, enero-junio, 2007. Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia,

 Boyacá, Colombia. https://www.redalyc.org/pdf/4795/479548750007.pdf

[35] Pablo Bergel. Op. Cit.

[36] Kathi Weeks. Los movimientos sociales están influidos por la crítica del trabajo. Y si no lo están, deberían estarlo. Entrevista realizada por Álvaro Briales para El Salto, 06/09/2021

[37] David Graeber. Op. Cit.

[38] Sol Torres. Op. Cit.

[39] Sol Torres. Op. Cit.

[40] José Iglesias Fernández. Op. Cit.

[41] Sol Torres. Op. Cit.

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