‘La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario.’ (Marx / Engels, Manifiesto comunista (1848)). Capitalismo: sistema en expansión perpetua Las transformaciones sociales en los países del Este llevan desarrollándose, aproximadamente, unos quince años (a partir de 1989). Se trata de un período de tiempo respetable, sobre todo teniendo en […]
‘La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario.’ (Marx / Engels, Manifiesto comunista (1848)).
Capitalismo: sistema en expansión perpetua
Las transformaciones sociales en los países del Este llevan desarrollándose, aproximadamente, unos quince años (a partir de 1989). Se trata de un período de tiempo respetable, sobre todo teniendo en cuenta que, como señalaron Marx y Engels hace 159 años en el Manifiesto comunista, la característica fundamental del capitalismo es la velocidad vertiginosa con la que transforma las fuerzas productivas, medios y relaciones de producción:
La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social. […] La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes.
Es alucinante comprobar la eficacia del análisis después de más de un siglo y medio (aunque no sea un análisis perfecto, con esa categoría-Forma, «burguesía», que huele a metafísica). El siglo xx ha provisto de numerosos ejemplos de esta velocidad transformadora, desde las guerras mundiales, la era nuclear a la revolución tecnológica, desde el capitalismo decimonónico y sus variantes paternalistas al fordismo, post-fordismo, toyotismo y capitalismo flexible. La extensión capitalista y los conflictos inter-imperialistas han dado lugar a hechos difícilmente comprensibles desde el análisis racional: Auschwitz, Hiroshima, Vietnam, la Operación Cóndor… Hoy, con la crisis energética y ecológica (el petróleo, el agua), todo se juega en el control de los oleoductos y fuentes de oro negro y gas natural en Asia y Oriente Medio (Venezuela, por el momento, queda fuera, porque están liados en Iraq). El futuro del capitalismo global no parece un mundo digno de ser vivido, al menos para los de abajo.
Velocidad: All That Is Solid Melts into Air (1982) (‘Todo lo sólido se desvanece en el aire’), es el título del libro fantástico de Marshall Berman (quizás demasiado marcado por la épica del historicismo epocal hegeliano y por la obsesión de la techné heideggeriana y adorniana), donde se lee el conocido texto de Marx y Engels: «Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.»
Todo lo sólido se desvanece en el aire: en los países del Este, se ha pasado de una era comunista al capitalismo post-fordista en unos pocos años. Ahora bien, ¿había realmente solidez en el bloque soviético? El Imperio Romano necesitó varios siglos para colapsar del todo, la edad media más o menos tres (en algunos lugares mucho más). La antigua Unión Soviética solamente ha precisado 15 años para encontrarse en plena autopista hacia la mercantilización total, el capitalismo flexible -por tanto precario- y la liquidación del estatalismo del bienestar («bienestar» es un concepto escurridizo, como se explicará más adelante; digamos, por tanto, estatalismo-paternalista). La pregunta está clara: ¿pero cómo es posible? A muchos, este vértigo transformador no deja de provocarles, como poco, un terrorífico pasmo, para otros (personas exsoviéticas), la metamorfosis, como en un relato de ciencia ficción, les produce alegría, una alegría algo confusa, insegura, inquieta: ¿pero cómo es posible?
«Nunca cometemos errores» (que yo sepa)
Pues es posible, tal vez, porque las condiciones estaban dadas en el mismo interior del sistema soviético. Es posible si miramos con otros ojos, sin mitificar nada, si miramos con los ojos fríos de un análisis revolucionario, sin miedo, rabia ni sectarismos. Primero, algo en lo que muchos «comunistas» no insisten lo suficiente: no se ha pasado de una era comunista a una capitalista, porque en la URSS no hubo comunismo. Esto está más claro que el agua. Entonces se dice: se trataba del socialismo real. A este respecto, las memorias de Eric Honecker, publicadas en pdf en Rebelión. El expresidente de una de las repúblicas «socialistas» más ricas de la federación soviética lo repite una y otra vez, quizás demasiado: el Socialismo Real tenía como meta el Socialismo y, eventualmente, el Comunismo, pero había muchas limitaciones, se cometieron muchos errores (etc.): «las fuerzas de la historia no estaban con nosotros», repite incansable el exjefe de Estado de la República Democrática Alemana. Esto es una verdad a medias, por no llamarla una mentira a medias. No hubo socialismo, sino estalinismo, y eso es otra cosa.
La URSS 1928-1948: la revolución traicionada
Historiadores de las sociedades post-capitalistas como Tony Cliff, E. H. Carr, Ch. Bettelheim -o el mismo Trotsky- han hablado de capitalismo de Estado y de burocratización. Pero hay otra teoría para explicar el fenómeno estalinista, y existe desde hace dos décadas. No se trata únicamente de un capitalismo de Estado. Como demostraron Carlos Enríquez del Árbol y Carlos Torregrosa se trataba de un capitalismo de estado más Estado hegeliano. Esquemáticamente, puede describirse como una especie de capitalismo de estado con una superestructura ideológica peculiar: el Estado Total teorizado por Hegel. Pero no es capitalismo, sino una formación social post-capitalista de niveles (económico, político e ideológico) diferentes a los del capitalismo occidental. Esto está expuesto en El proletariado que existió (2002), donde Enríquez y Torregrosa analizan la formación de este sistema. La teoría, como toda teoría fuera de las explicaciones tradicionales, desafía las expectativas racionales de análisis del sistema soviético: esperaríamos capitalismo de Estado o el llamado Socialismo Real. Pero el sistema soviético fue una formación social específica, ni capitalista, ni comunista. La clave está en la relación proletariado-burocracia-estalinismo. El proletariado del Estado hegeliano estaba EMBEBIDO (en una o dos partes el uso de esta mayúscula no es metafórico) en SU ESTADO. Es decir, sólo podía reproducir y, atención, SUFRIR los mecanismos de un sistema que le impedía regresar al capitalismo pero igualmente avanzar hacia el socialismo y comunismo. Por eso en vez de debilitar el estado lo fortalecía cada vez más. Es la fase imprevista que Marx y Engels -demasiado optimistas- no pudieron ver. De ahí su desprecio del derecho diferenciado de la simple ley: el derecho es esencial para evitar, por ejemplo, los crímenes del estalinismo. En el fenómeno estaliano el gulag cumplía una función económica cercana al nazismo (aunque por razones diferentes y Slavoj Žižek, sin saberlo, parece verlo) y las purgas y los millones de muertos eran el estúpido y criminal precio para no estabilizar la burocracia. Este sistema se formó en los tremendos 20 años primeros de construcción-estabilización del sistema estalinista (1928-1948). Lenin pareció ver lo que estaba pasando poco antes de morir; Brecht lo diría en un poema (escurridizo) y Maiakovski lo dejó entrever en los suyos: un comunista tiene dos ojos, el Partido tiene mil. El Proletariado convertido en clase dominante, la mitologización del Proletariado.
Sistemas soviéticos, formas de transición
En 1989 es posible que la suerte estuviera echada desde la misma médula del sistema estalinista: cuando la burocracia se hace con los medios de producción. Pero el «bloque» soviético no era un todo uniforme. Después de la Segunda Guerra Mundial, la URSS incorpora a una serie de países (-media-Alemania (45-47), Polonia (1947), Checoslovaquia (1948), Hungría (1947-49) y otros) que no habían pasado por los terribles 20 primeros años de construcción-estabilización del estalinismo. Las formaciones sociales resultantes, por tanto, pese a que los elementos rituales sociales continuasen como los «procesos», son (in-)visiblemente distintas de la Metrópolis Soviética rusa. Con un dato fundamental: el XX Congreso (1956), el jruchovismo , en el que se paraliza algo la técnica estalinista de las purgas sistemáticas para evitar que se estabilizara la burocracia que nacía del nuevo proletariado quinquenal. De ahí que haya que contar dos (o varias) historias de la liquidación del sistema soviético, puesto que la formación social en la esfera Rusa era distinta de las de los países incorporados tras la segunda gran guerra. Y un síntoma: que el proceso de liquidación se acelerara en la RDA.
Para el final del sistema, quizás la previsión de Trotsky no estuviera equivocada: la burocracia está en el nivel superior de una escala, pero en la escala. Tiene privilegios, pero si consigue la propiedad, ya se ha producido el cambio.
De ahí que, en 1989, solo fuera necesario colocar al personal «adecuado» en los sitios precisos y cambiar de propietarios: las fábricas pasaron de ser propiedad del Estado a ser propiedad de particulares. Lo alucinante en los países del Este es cómo se ha creado una clase dominante (¿burguesa?) de la noche a la mañana, en apenas unos cuatro años.
El comisario rojo y su amigo el bravo soldado Schweik
En los países a los que se exportó el estalinismo tras la segunda gran guerra la liquidación de la URSS a partir del 89 es una historia escondida que necesita ser analizada. En detalle. Por el momento, contaré ESQUEMÁTICAMENTE un caso, el de la antigua Checoslovaquia. De lo que parece colegirse de la historia silenciosa se extrae un interesante -aunque inquietante- relato: esta historia que yo sepa todavía no está escrita, pero es dicha -no gritada, por tanto parece una especie de pre-historia (por decirlo irónicamente). Es la historia violenta de los Khodorkovsky y Abramovich checos. (Claro que esta teoría puede ser tachada de «conspirativa», ahora bien, no se puede caer en el análisis exculpatorio de las «fuerzas ciegas de la historia» como «responsables» de esta transacción: los propietarios de los medios de producción son personas individuales que los adquirieron «legalmente», con la bendición de las potencias capitalistas occidentales. Conspirativa o no, de alguna forma hay que explicar lo que pasó.)
Checoslovaquia tenía un nivel de vida un tanto alto hasta la Segunda Guerra: fuerte desarrollo económico y cultural y 20 años de política democrática (desde la independencia del Imperio Austro-Húngaro en 1918). La burguesía checa era fuerte: p. ej. el caso del hoy extrañamente venerado Tomáš Baťa, importador del sistema fordista a la fabricación de calzado, convirtiendo un pequeño pueblo (Zlín, en Moravia) en un centro mundial de producción de calzado. En Checoslovaquia los comunistas se instalaron en el poder en el 48, tras la liberación de los nazis, tras unas elecciones «democráticas». La dictadura del Proletariado duró 42 años. Se intentaron reformas, suavizar el guante de hierro estalinista: el llamado «Socialismo con rostro humano» inició su andadura en los sesenta (tras el final de la dura posguerra), hasta ser aplastado en la invasión del 68, un golpe bajo que no va a perdonarse, ese tipo de decisiones lamentables con consecuencias lamentables en un sistema lamentable. La revolución de terciopelo tuvo lugar el 17-18 de noviembre de 1989 y fue, en parte, resultado del azar: lo que comenzó como una manifestación legal que celebraba el 50 aniversario de la matanza de estudiantes a cargo de los nazis, se convirtió en una insurrección popular generalizada, liderada en parte por estudiantes, artistas y disidentes políticos. Lo del «azar» por supuesto, es una metáfora, porque había un movimiento disidente actuando en la clandestinidad que quizás pudo organizar la revuelta a ras de los hechos (si bien la disidencia no estaba bien organizada por esta época: Maquiavelo habló de la relación entre azar y política; o léase Diez días que conmovieron al mundo, de John Reed, para percibir esta relación entre la organización y la fortuna). El caso es que, poco después del 89, lo que antes era propiedad del Estado pasó a particulares. ¿Existía en la República Checa un sustrato burgués y pequeño-burgués, siquiera a nivel ideológico? Es posible, porque en apenas dos o tres generaciones (en 40 años) no se puede erradicar la superestructura ideológica burguesa, incluso si aquellos establecidos en el poder apoyan una ideología soviética (capitalismo de Estado más Estado hegeliano): la literatura y el cine checos apenas se diferencian, en cuanto a la ideología, de otros productos europeos del momento: inconsciente ideológico del sujeto con una serie de delicadas (y extrañas) contradicciones, propias de la formación social en cuestión. De modo que Checoslovaquia era terreno abonado para un desarrollo vertiginoso del capitalismo post-estalinista. (Piénsese en el «socialismo con rostro humano«… una fórmula de cuño liberal-burgués, humana, demasiado humana…).
¿Cómo fue posible la vertiginosa liquidación del sistema estalinista en Checoslovaquia? El relato es de una claridad sospechosamente fácil, parece una siniestra película paranoica: aquellos miembros «conectados» con o parte de la nomenklatura del Partido (que tiene tantos ojos) crearon una especie de «bonos» económicos de compra de los medios de producción. Cuantos más «contactos», más «bonos» eran encargados a la gestión de la persona en cuestión, que debía repartirlos y distribuirlos -entre, p. ej., los trabajadores- pero que acababa acaparando en sus manos tantos «bonos» que se hacía con la propiedad de (p. ej.) una fábrica o centro de producción. Aquellos incautos que dieron demasiado la cara o la tuvieron demasiado grande y se mostraron incautamente en público en este sucio proceso de chanchulleo indecente, acabaron en la cárcel, pero los «conectados» en la sombra, los maestros del disfraz, esos son los que hoy tienen el poder y la gloria («Amén» -dijeron Austria y Alemania). Ellos son los hoy llamados, por los medios de comunicación -de propiedad alemana- «la élite con la habilidad e inteligencia que necesita un país para desarrollarse». ¡Y menuda habilidad e inteligencia! Sus sueldos y formas de vida superan unas cien veces las formas de supervivencia de un jubilado o parado medio, y unas diez veces el de un asalariado común. Y todo esto sin hablar de la historia oculta de la verdadera clase dominante (¿burguesía?), la que no se ve, aquellas cien o doscientas personas que viven en palacios de altos muros, invisibles y lejanos. ¿Teoría conspirativa o locura colectiva, cuando incluso los neoliberales cuentan esta historia?
Pero no hay que obsesionarse buscando un nombre para la clase dominante en los países de la ex-federación soviética: ¿Por qué aplicar una categoría metafísica, «burguesía», para comprender la situación de la lucha de clases en los países post-estalinistas? En unos casos es una burguesía similar a la occidental, en otros una clase dominante que imita los estilos de vida e ideología de la clase dominante en Europa. La televisión, la música y la espuma sucia del consumismo proveen de una serie de expectativas ilusorias a una población feliz de poder ir a McDonalds, pagar 20 años de hipoteca o soñar con el pelotazo empresarial. Y lo que no hay que decir, por evidente: que la clase política es corrupta, vendida y a menudo sinvergüenza, algo que tiene que ver con las tradiciones de mamoneo dentro del Partido Comunista, hoy con el «sálvese quien pueda» de la competencia mercantil capitalista (especie de darwinismo social interiorizado esquemáticamente, modelo propio de los dominados y los delincuentes) y con las maniobras de soborno y venta impulsados desde occidente (como aquel político demócrata-cristiano checo que descubrió veinte mil euros en su banco y dijo a las inquisitivas preguntas de hacienda que eran «los ahorros de toda su vida»). Corrupción abierta, todo un ejemplo de libertad, responsabilidad civil y democracia para las nuevas generaciones.
La Gran Madre Rusia (y final)
¿Podemos hablar de «burguesía» hoy en las formaciones sociales post-estalinistas? Occidente necesitó unos cuantos siglos para formar una burguesía (cf. Manifiesto comunista: «Vemos, pues, que la moderna burguesía es, como lo fueron en su tiempo las otras clases, producto de un largo proceso histórico, fruto de una serie de transformaciones radicales operadas en el régimen de cambio y de producción.») ¿Es posible crear de la noche a la mañana una burguesía? No. Para responder a esto, es necesario matizar hasta con bisturí.
La historia de la des-sovietización del centro, de Rusia, es distinta, puesto que en Rusia hubo una revolución en 1917, una guerra civil, las traumáticas colectivizaciones forzosas, un arrasamiento en una guerra con 20 millones de muertos, de modo que en 1989 no había una burguesía, quizás ni siquiera una pequeña-burguesía. Pero había una élite de Partido que se embarcó en una serie de reformas que, suele decirse, se descontrolaron. Honecker insiste en que la URSS fue desmantelada desde arriba, la cuestión es por qué en un momento dado se inició una perestrojka (reforma) y glasnost (transparencia, apertura), ¿quizás porque la élite del Partido creía que el capitalismo de Estado no funcionaba en competencia con el capitalismo occidental? ¿No es por tanto una especie de conciencia de las formas de competencia del capitalismo occidental frente al sistema estalinista? ¿No se hicieron los de arriba con los medios de producción que tenía su burocracia?
¿Qué pasa hoy en Rusia? De las pocas informaciones disponibles, sabemos que en el poder hay una kleptocracia que ha hecho de la corrupción un imperativo categórico, que el país está políticamente dividido entre los que apoyan a ese nuevo y siniestro zar (Putin) y un sinnúmero de partidos más o menos nacionalistas y de ideas difusas; las diferencias económicas son terribles y el futuro algo que oscila entre las grandes esperanzas del despertar ruso y el agujero negro de la tragedia de ese maltratado pueblo. La cuestión del imperialismo ruso (Chechenia y las repúblicas del Cáucaso, relacionadas con la cuestión energética) son otra historia que nada envidia a las prácticas imperialistas actuales de USA. La depauperación es generalizada: los ucranianos, p. ej., emigran por millones a todas partes (en la República Checa son como los desgraciados que vienen en pateras a España).
Polonia: país controlado por una derecha ultrarreligiosa, con muchos millones de emigrantes (tres millones en UK desde la entrada en la UE). En Wroclaw, el hotel Papal parece un hotel de cinco estrellas (amarillas), escenario anacrónicamente sorprendente de la sempiterna falta de moral de la cúpula de la Iglesia Católica Apostólica y Romana (nadie sabe si cristiana).
Eslovaquia: puesto que era el lugar agrícola y productor de mano de obra de la parte checa de la República Socialista de Checoslovaquia, la partición del país en 1993 la ha dejado en una situación precaria (todo lo cual la convierte, junto a Rumania, en paraísos del senderismo y naturalismo para los gorditos occidentales que buscan vacaciones ecológicas baratas).
La incorporación a la UE se debe a la necesidad de mano de obra barata, ilegal y cualificada para dar otra vuelta de tuerca a la flexibilización del mercado laboral y mantener callada a una clase trabajadora (la europea occidental) que mira con malos ojos a estos eslavos que hablan un lenguaje incomprensible pero que suelen tener una preparación profesional increíble, además de muchas ganas de salvarse de la pobreza (¿no me contó alguien lo de las rusas licenciadas en ingeniería aeronáutica trabajando en un puticlub de las afueras de Murcia?). Por otro lado, la expansión del capital necesita mercados: «La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones.» (Marx / Engels, Manifiesto comunista).
En la antigua URSS no ha habido comunismo, ni socialismo real, solo la sombra de un sueño, un fantasma visible en sus banderas y palabras. En la antigua URSS existía un sistema de capitalismo de estado incrustado en un estado hegeliano-totalitario. Aquí no se podía ni respirar. ¿Acaso no es una prueba de ello que no hay casi ningún pensador marxista de talla en estos países, que lo mejor del marxismo se haya hecho en Occidente, principalmente Francia, Inglaterra, Italia, Estados Unidos y España?
Cierto: aquí había educación gratuita, todo el mundo tenía trabajo. Pero la vida era miserable, y la felicidad un lujo al alcance de pocos (generalmente los «conectados»). El comunismo debiera ser el reino del individuo, de la creación, de la felicidad individual. Los posmodernos reaccionarios (no todos los posmodernos son reaccionarios) acusan a los comunistas de ser unos cristianos vestidos de materialistas, porque quieren construir un paraíso en la tierra. ¿Acaso es mejor aceptar el infierno capitalista actual? Europa es una isla, un jardín rodeado de fuego: ¿cómo luchar dentro de las islas de bienestar de las pequeñas-nuevas-burguesías cebadas y los trabajadores cebados, dominadas por los fantasmas del flujo continuo de la televisión, islas separadas por un telón de alambres de púas de países en los que mueren cada día miles de personas, en el horror de la guerra, el hambre y la explotación provocadas por el capitalismo imperialista occidental? ¿Cómo evitar el proceso imparable hacia una precarización laboral cada vez más evidente a todos los niveles en estas supuestas «islas»? ¿Cómo concienciar a una multitud apolítica de la existencia en sus formaciones del verdadero proletariado contemporáneo, la explotación de los inmigrantes? La verdad es eficaz: denunciar. Pero está claro: la verdad es comunista, pero no todos los comunistas dicen la verdad.
Se ha mitologizado a una esencia metafísica, se ha hecho de los proletarios (con la complejidad de su estructura como clase) el Proletariado, y santificado unas formaciones sociales que vivían dominadas por un mundo mitológico que de marxismo solo conservaba la máscara. ¿No llevaba parte de razón Raymond Aron cuando decía que el opio de los intelectuales de izquierda era el proletariado? ¿No será necesario desmitologizar al proletariado? Lo es, y ya. Porque en la coyuntura global actual, en procesos revolucionarios como el de Venezuela, en la debilidad de la formación social cubana próxima a un proceso de cambios, es necesario pensar en la construcción del futuro, haciendo tabla rasa del pasado. Hay que inventar un nuevo socialismo, porque ha pasado mucha agua por el puente de la historia, y casi toda era turbia. Hoy sabemos que no hay marxismo, sino marxismos. Hay que inventar un nuevo socialismo. O comunismo. A lo mejor ni siquiera tiene nombre, pero eso tal vez es lo que menos importa. Porque incluso las palabras están cargadas de historia, y nosotros necesitamos palabras cargadas de futuro, no de pasado. Hay algo antes de 1917 a 1928 que podía haber ido hacia otro lado y no hacia esa fatal estabilización. Es nuestra esperanza.