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Sobre «Las brujas de la noche», el nuevo libro de Alberto Cruz

Fuentes: Rebelión

La memoria de las luchas de los oprimidos, sobre todo de aquellas que lograron -aunque fuera efímeramente- derrotar a las clases dominantes ha sido y será un elemento central de la batalla ideológica. Arrancarnos los recuerdos, aquellos que entroncan lo colectivo con lo personal, los que conforman nuestra identidad individual y colectiva, lo que nos […]

La memoria de las luchas de los oprimidos, sobre todo de aquellas que lograron -aunque fuera efímeramente- derrotar a las clases dominantes ha sido y será un elemento central de la batalla ideológica.

Arrancarnos los recuerdos, aquellos que entroncan lo colectivo con lo personal, los que conforman nuestra identidad individual y colectiva, lo que nos constituye como clase y como pueblo, es el objetivo central de toda la historiografía oficial. Si además la lucha la protagonizan mujeres militares, integradas en el Ejército Rojo, el muro de silencio se convierte en una losa.

¿Puede alguien dudar que manipular la historia de los pueblos que consiguieron vencer y destruir el Estado burgués es su objetivo estrella? Como decía Rodolfo Walsh «Las clases dominantes pretenden que el pueblo trabajador no tenga historia, ni teoría, ni héroes, ni mártires; de forma que cada vez haya que comenzar desde cero». Para someternos más eficazmente intentan amputarnos la fuerza secreta que nos da sentirnos herederas y herederos de quienes levantándose sobre la miseria, construyeron con su esfuerzo, con su juventud y con su vida las gestas más asombrosas de la historia de la humanidad.

Denigrar la historia de la primera revolución obrera triunfante, primero sobre la aristocracia zarista, luego sobre capitalistas y terratenientes y finalmente, en la guerra civil, sobre la alianza militar de todas las grandes potencias europeas, Japón y EE.UU., ha sido el objetivo prioritario.

Tras la II Guerra Mundial la tergiversación y la mentira adquirieron las mismas gigantescas proporciones que la hazaña que pretendían ocultar: la derrota por parte del pueblo soviético – absolutamente solo – del 70% del ejército y la maquinaria de guerra nazi. El objetivo, entonces y ahora, era silenciar a toda costa que el estado burgués se arrodilló en Francia bajo la bota nazi y que Gran Bretaña y, sobre todo EE.UU., jugaban la baza de asistir pasivamente al espectáculo de la destrucción mutua de Alemania y la URSS[1]. Y, sobre todo, que el primer Estado socialista realizó – prácticamente en solitario – en solitario la tarea sobrehumana de detener y revertir la amenaza más directa y más grave de esclavización masiva de los pueblos.

Si la tergiversación y el ocultamiento del hilo rojo de las luchas obreras y populares es una constante histórica, cuando en la derrota del enemigo de clase han tenido especial importancia las mujeres la anulación de su memoria es total. Son a la vez enemigas de clase y dinamitadoras de los estereotipos femeninos que el patriarcado pretende preservar a toda costa.

El libro de Alberto Cruz es un soplo de aire fresco. Nos introduce en la vida de unas jóvenes, muchas casi adolescentes, que simbolizan la gesta de un pueblo que perdió más de 20 millones de personas defendiendo, no sólo su tierra, sino unas relaciones sociales que pretendieron erradicar la barbarie capitalista. Y lo pudieron hacer ellas y ellos, en mayor medida que otros pueblos, precisamente porque ningún otro acumulaba colectivamente el grado de libertad y de conciencia necesarios para comprender lo que el fascismo, como expresión más salvaje del capitalismo en la lucha de clases, pretendían destruir.

«Las brujas de la noche» es un relato palpitante de la construcción, paso a paso, de un de un destacamento militar de mujeres aviadoras, el 46 Regimiento de Guardias «Tamán». El proceso se inicia con el mensaje de Molotov a la población soviética el 21 de junio de 1941 informando del inesperado ataque alemán desde varios frentes y transmitiendo el llamamiento del gobierno soviético al pueblo y al «Ejército Rojo, a la Marina y los halcones valientes de la Fuerza Aérea Soviética» en los que confían incondicionalmente.

Como un rayo en cielo raso de verano, el mensaje paraliza la vida durante unos minutos tras los que millones de personas cambian de planes y se disponen a ocupar su lugar en el combate. Entre ellas, las jóvenes que ya estudiaban en el Instituto de Aviación.

Al principio se alzó el muro de la segregación de las mujeres de la participación directa en combate. Ellas podían ser enfermeras, cavar trincheras, construir búnkeres, pero no formar parte de la primera línea del Ejército Rojo. Hasta que Marina Raskova inicia la formación de tres unidades militares aéreas en las que se incluyen mujeres, con el mismo entrenamiento y formación que los hombres. Uno de ellos se especializaría en bombardeos nocturnos y estaría constituido exclusivamente por mujeres, el de las «brujas de la noche».

Todas ellas eran voluntarias. Casi todas compaginaban trabajos y estudios. El comienzo del ataque alemán y el entrenamiento militar intensivo les obligó a abandonar sus proyectos en diferentes profesiones: magisterio, tractorista, astrofísica, mecánica, historia, ingeniería, filosofía, medicina, pedagogía, matemáticas…

Alberto Cruz aporta una información documental exhaustiva que nos permite recorrer con angustia e interés palpitante las diferentes etapas de la guerra. De la mano de la vida cotidiana de las doscientas sesenta y una mujeres del Regimiento «Tamán» y de su progresiva incorporación a las más duras y arriesgadas tareas militares, recorremos la desoladora invasión nazi, que penetra hasta Stalingrado, y frente a la que el Ejército Soviético ofrece una voluntad férrea de resistencia, hasta la última casa, hasta el último muerto, hasta la última bala, pero incapaz de detener la ofensiva.

Precisamente la inferioridad aérea soviética frente a los poderosos Messerschmitt fue el detonante de la entrada en combate en mayo de 1942 del Regimiento 588 de bombardeo nocturno (Regimiento 46 desde 1943).

El relato de cómo se tuvieron que ganar, exclusivamente con su valor y su pericia, la confianza de los altos mandos del Ejército Rojo, recuerda la dura lucha de las mujeres por su reconocimiento. No basta hacerlo bien, es preciso hacer lo imposible. Esas fueron las palabras de Marina Raskova ante las suspicacias acerca de las consecuencias negativas que podría traer el «afeminamiento» del Ejército Rojo, cuando afirmaba que no hay absolutamente ninguna cosa – y recalcaba, ninguna cosa – que hiciesen los hombres, que no pudiesen hacer las mujeres. «La palabra imposible no está en el vocabulario de nuestro regimiento»

No había precedentes, en ningún ejército del mundo. De hecho, en EE.UU. las mujeres no empiezan a pilotar aviones militares hasta 1993[2]. Todo era especialmente difícil. Por no haber no había ni uniformes, ni calzado apropiado de su talla. Los detalles estremecen: cómo tuvieron que rellenar las botas de papel o inventarse artilugios para poder llegar a los pedales de los aviones.

Sobre todo, el texto destaca cómo aprovecharon la ligereza y la movilidad de unos viejos aparatos, los Polikarpov-U2 (sin blindaje y con las cabinas al descubierto), junto a un arrojo asombroso, para realizar miles y miles de bombardeos nocturnos de las posiciones alemanas. La ventaja se lograba exclusivamente mediante la sorpresa, el acercamiento al objetivo, un conocimiento profundo de la zona y una valentía asombrosa. Y también una compenetración perfecta entre las parejas de vuelo, una para sortear los reflectores y el fuego antiaéreo, y para apagar los motores unos momentos mientras la otra depositaba las bombas lo más cerca posible del objetivo. En los primeros meses fueron casi imbatibles, pero la sorpresa funcionó sólo durante un tiempo. Los nazis aprendieron su táctica, las esperaban y concentraban sobre ellas sus reflectores y su fuego. Las bajas mortales se precipitaron y la forma de vengarlas fue multiplicar las salidas cambiando de táctica: iban en parejas de aviones de forma que uno de ellos actuaba como cebo, concentrando sobre él el fuego enemigo, mientras el otro bombardeaba el objetivo.

Sólo después de repetidas hazañas y de un valor colectivo inigualable, empezó su reconocimiento, que posteriormente fue desbordante y llegó hasta la última aldea. No se trataba de que de forma aislada no se pudieran encontrar heroicidades semejantes en otras unidades masculinas, pero lo que no tenía parangón es semejante derroche colectivo de valentía: la proporción de quienes recibieron el título de Héroe de la Unión Soviética lo demuestra, catorce de doscientas sesenta y una. Todas ellas tenían menos de 30 años, cuando fueron condecoradas, excepto Marina Raskova que murió con 32 años cerca de de Stalingrado.

Desde mayo de 1942 hasta la entrada en Alemania, persiguiendo y aplastando la retirada nazi, «las luchadoras de la noche» como su pueblo les llamaba, participaron en la liberación de la península de Tamán, donde se refugiaron las tropas alemanas tras su derrota en Stalingrado, Crimea, Bielorrusia y Polonia. Participaron además en peligrosas misiones de reconocimiento y abastecimiento y apoyo logístico a los partisanos. En total se calcula que realizaron más de 30.000 misiones.

«Las brujas de la noche» es un apasionante recorrido por la historia de la Unión Soviética a través de un sorprendente regimiento de mujeres pilotos de guerra. Pero quizás lo más insólito es el cuidado exquisito con que Alberto Cruz nos muestra en qué medida – en medio de los horrores de la guerra y del dolor lacerante por sus compañeras caídas – eran jóvenes como otras cualquiera: que disfrutaban cantando, riendo, bañándose, decorando los barracones, contando cuentos y aventuras a las niñas y niños de las aldeas, y enamorándose.

Además, como Alberto nos cuenta, eran comunistas. O más bien se fueron haciendo. A medida que la guerra se endurecía y su conciencia aumentaba, muchas de ellas percibieron que la mejor manera de vengar a las compañeras caídas, además de multiplicar las salidas para bombardear a los alemanes, era pedir el ingreso en el Partido Comunista.

Sin menospreciar en absoluto el temple y la heroicidad de los miles de hombres y mujeres que desde otras ideologías participaron como partisanos en la liberación de sus países del fascismo, es de justicia destacar que, en la práctica, sólo quien defendía, además del suelo patrio, una forma superior de organización social, forjada precisamente por «las condenados y los condenados de la tierra», fue capaz – en solitario – de derrotar a las tres cuartas partes del ejército y la maquinaria de guerra nazi.

El libro de Alberto Cruz es muchas cosas. Sin explicitarlo, desde su calido homenaje a las heroínas de los bombardeos nocturnos, es una poderosa arma de lucha antipatriarcal. También una lección, más necesaria hoy que nunca, de militancia coherente frente a algunas formas exclusivamente folklóricas de lucha antifascista y, sobre todo, frente a tanto papanatismo pacifista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.