No necesitamos inmigrantes para sostener nuestro sistema de pensiones ni que las familias españolas proliferen como conejos para seguir girando -como nos recordaba Hannah Arendt- la noria del burro, el palo y la zanahoria, para seguir empujando, colina arriba, lo rocosa bola del progreso, aceptando sin rebelarnos el castigo de Sísifo. Lo que necesitamos son […]
No necesitamos inmigrantes para sostener nuestro sistema de pensiones ni que las familias españolas proliferen como conejos para seguir girando -como nos recordaba Hannah Arendt- la noria del burro, el palo y la zanahoria, para seguir empujando, colina arriba, lo rocosa bola del progreso, aceptando sin rebelarnos el castigo de Sísifo.
Lo que necesitamos son personas (tanto migrantes como españoles) que tengan trabajos y salarios dignos, perspectivas de mejorar en un mundo con metas claras, atractivas y alcanzables. Lo contrario es dar la espalda a la realidad, engañarnos a nosotros mismo y a los demás. Vivir sin quitar la máscara a los gobernantes que ora están arriba, ora abajo, como los radios de las ruedas que pasan por nuestras cabezas.
Sin estrella polar, programas, planificación, estrategias, rutas (…) timoneles valientes y generosos recursos económicos que permitan a los inmigrantes formarse, adaptarse e incorporarse (pasar a formar parte del cuerpo social), las palabras quedan vacías de contenido, mutan en gusanos cuyo destino es el anzuelo y la pesca de votos.
En la época del «doblepensar» (decir una cosa en público y otra en privado) se multiplican las «banlieus», término francés que se refiere a las barriadas que concentran a la población migrante, es decir, a los parias y apátridas que viven a años luz de las clases medias del chalé adosado, casita para el perro, y barbacoa los fines de semana con los amigos que escaparon del maldito sueldo que no llega a los dos mil euros.
Ahora que la tragedia, en manos de los mercaderes, torna en espectáculo (desde la violación y asesinato de una chica o un menor, hasta la guerra más sangrienta) la realidad inaceptable se emite por capítulos con el formato de una serie televisiva que muchas veces rebota, hasta la saciedad, en las páginas de la prensa rosa.
Volvamos al grave problema de las pensiones. ¡Claro que están en peligro! ¡Claro que muchos políticos apuestan por una transición de lo público a lo privado en «ese rubro» tan vital! ¿Hay solución? ¡Claro que hay solución!
«Las pensiones sólo se pueden asegurar a través de los Presupuestos Generales del Estado» dice Juan Diego Hernández Valero (abogado) en un reciente artículo publicado en Kaosenlared.
Y agrega «el problema se reduce a muy pocas palabras: tener o no voluntad política para arreglarlo. O dicho de otra manera: Querer solucionarlo o no. Y la realidad es que NO».
Cuando se lee algo así (Pinchar en el siguiente enlace para ver artículo completo: Asegurar pensiones con Presupuestos Generales), no queda más remedio que hacer una reverencia y aceptar que clavó la flecha en el centro de la diana.
España tiene una deuda exterior que, por primera vez en décadas, sobrepasa los dos billones de euros. El pago de intereses de la misma ascendió, en 2018, a los 31.547 millones de euros. La deuda total equivale -según el Banco de España- al 167 % del PIB.
Con ese lastre, las pensiones y «otros lujos de la sociedad del bienestar» se mantienen artificialmente. Sólo hay una forma de pagar esa deuda. Nos lo explica con clarividencia El Califa Rojo, Julio Anguita, quien lleva mucho tiempo predicando en el desierto:
«Es imposible pagar nuestra deuda exterior, a no ser que todos los españoles y españolas dejen de comer los próximos cincuenta años».
Blog del autor: http://m.nilo-homerico.es/reciente-publicacion/
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