Cuando el esclavo Espartaco se levantó contra el imperio romano, organizó un movimiento social buscando ganar la libertad mediante una guerra del pueblo pobre que fue capaz de amenazar al poderoso imperio y de demostrar que su condición de esclavo no ahogaba su naturaleza ni su dignidad humana. En el mundo actual, los seres humanos, […]
Cuando el esclavo Espartaco se levantó contra el imperio romano, organizó un movimiento social buscando ganar la libertad mediante una guerra del pueblo pobre que fue capaz de amenazar al poderoso imperio y de demostrar que su condición de esclavo no ahogaba su naturaleza ni su dignidad humana.
En el mundo actual, los seres humanos, al confrontar con el Estado, lo hacen también contra el mercado; aunque no siempre están conscientes de ello. Se trata del Estado de Mercado que, contemporáneamente, expresa el control del mercado sobre el Estado y la conversión de este ultimo en siervo sumiso. Esto significa que los seres humanos son convertidos en consumidores, es decir, en esclavos dedicados a vivir para consumir las mercancías que el mercado produce, y aún más, a depender de esas mercancías para alcanzar un determinado valor como personas.
Los movimientos sociales que defienden los derechos de los consumidores realmente luchan por regular una condición de esclavitud, sin someter a juicio, ni crítica, ni lucha, la misma condición de consumidor que degrada la calidad humana.
Los movimientos sociales, por supuesto, se encargan de la realidad, y la asumen como una carga de la que hay que hacerse cargo. Por eso es que constituyen una insuperable escuela política y el ámbito necesario para la construcción de una realidad alternativa. Es en este terreno donde los seres humanos pueden entender la relación entre un proceso de cambio y un proceso alternativo, porque la figura del cambio resulta ser sinuosa y confusa, y como tal, produce turbulencias en el espíritu humano, sobre todo cuando no se determina por qué se debe cambiar, ni quienes deben hacer los cambios, ni con que se va a sustituir la realidad cambiada, ni cuándo ni cómo se va a realizar este cambio.
Aquí encontramos la diferencia con la alternativa, porque en este terreno ya no se trata simplemente de cambios que pueden ser negativos para las mismas personas que se entusiasman por estos cambios. Más bien, en el terreno alternativo, se trata de sustituir o de negar una determinada realidad para construir otra nueva y diferente. Observemos bien que aquí no estamos ante ninguna figura plural, porque verdaderamente no existen alternativas, lo que sería equivalente a modalidades. Pero, en la lucha de clases, una alternativa aniquila, niega y sustituye a la alternativa derrotada.
Precisamente por eso, porque no se trata de simples cambios y mucho menos de cambios simples, es que para el movimiento social, la construcción requiere de un proyecto alternativo y no simplemente de un listado de medidas o mucho menos de una carta, privada o pública, dirigida a las instituciones del Estado para ser sometidas a su conocimiento y decisión. La construcción de un proyecto es lo que define al movimiento social como constructor de sujetos políticos y la superación de la condición de actores. Un actor es el que cumple un papel asignado por el poder, en tanto que un sujeto es el que descubre, entiende, critica y lucha contra una realidad dada, buscando negarla y sustituirla por otra que sí sea conveniente a sus intereses.
Este es el proceso de sujeticidad, y sin duda que son las realidades sociales, económicas y políticas, el escenario más adecuado para que el ser humano se transforme en sujeto político. Esta calidad presupone un proyecto que encare la realidad alternativa y, desde luego, comprende el compromiso de luchar por llevarlo adelante.
El movimiento social se convierte en fuerza política cuando expresa un proyecto alternativo y un compromiso definido de luchar por él. A partir de este momento, el movimiento muestra su condición multicolora, su composición pluriclasista y también de variados intereses, incluidos aquellos que pueden confrontar entre sí.
Este es un aspecto fundamental en el movimiento social porque no resulta ser la ideología el cemento más fuerte que define a un movimiento, toda vez que lo ideológico expresa siempre una determinada manera de ver, pensar y entender el mundo. En cambio lo político, es una especie de toma de posición ante una serie de aspectos determinados que aparecen en el mundo social, económico y político. Por eso mismo es que pueden darse confrontaciones en el terreno ideológico y acuerdos en el terreno político, o desacuerdos políticos e identificaciones ideológicas.
El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (que es una figura diferente al actual Partido FMLN) fue una típica alianza de fuerzas comunistas, anticomunistas y no comunistas. Aquí nos encontramos ante movimientos sociales multicolor, multiclasista, que encabezó la lucha del pueblo en las décadas anteriores, y que en la cresta social de esa lucha llego a convertirse en el ejército guerrillero más poderoso en la historia de América Latina, capaz de cercar en 1989, a la propia capital del país.
En esas décadas ocurrió la mutación de un movimiento social en movimiento popular, y de ahí a movimiento político. El recorrido de todo el diapasón político, hasta desembocar en la guerra de 20 años, consumió las energías avasalladoras de la lucha del pueblo. Por eso, cuando se pregunta sobre el destino de aquel movimiento social o sobre su desaparición, conviene saber que todo ese inmenso fuego social se hizo lucha armada, lucha política y diplomática, lucha de negociación y acuerdos políticos para lograr un fin político militar de la guerra.
El actual movimiento social se enfrenta a las realidades actuales, al mundo globalizado, al fracaso del neoliberalismo, a la crisis del capitalismo planetario, a la crisis ambiental, a la crisis del patriarcado y a la descomposición social que aparece cuando los movimientos sociales se convierten en instrumentos de los gobiernos o de partidos políticos. En ambos casos puede operar la institucionalización, que equivale a la formalización de un movimiento que deja de ser multicolor y renuncia a su olor de pueblo para convertirse en parte de la aparatura de un Estado, y los dirigentes o directores del movimiento dejan de ser lideres reales para convertirse en empleados o funcionarios de los gobiernos que los cooptan, los compran y los deforman. Esta experiencia aparece en todos los procesos sociales y siempre termina por agotar la fuerza social y política, sin que los seres humanos sean los beneficiarios del orden nuevo aspirado o alcanzado. Entramos así en el terreno de la lucha interna en el seno de los mismos movimientos, que es, pese a todo, una actividad irrenunciable y saludable.
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