Hace unos días, leyendo la página oficial de la BBC ,[1] encontré un reporte acerca de un código de conducta para los blogs, propuesto por Tim O´ Reilly, uno los pioneros de Internet. Este proyecto de código se inicia con la siguiente introducción: «Celebramos la blogosfera, porque esta adopta la conversación franca y abierta».[2] Pero […]
Hace unos días, leyendo la página oficial de la BBC ,[1] encontré un reporte acerca de un código de conducta para los blogs, propuesto por Tim O´ Reilly, uno los pioneros de Internet. Este proyecto de código se inicia con la siguiente introducción: «Celebramos la blogosfera, porque esta adopta la conversación franca y abierta».[2] Pero inmediatamente aclara que una cosa es franqueza y otra incivilidad. A partir del concepto «Aplicación de la Civilidad » («Civility Enforced»), propone un conjunto de normas éticas, que puedan asumirse de manera libre y consciente por cada bloguero: responsabilizarse con sus propias palabras; no permitir ningún comentario cuyo autor no se atreva a expresarlo personalmente; excluir los anónimos y los insultos. El código hace explícito que no debe admitirse los mensajes dirigidos a hostigar, asediar o amenazar; ni tampoco difamar, representar falsamente o atacar ad hominem, es decir, que en lugar de discutir puntos de vista, intente desacreditarlos mediante ataques personales a su autor. Entre las voces que lo apoyan se cuenta incluso Jimmy Wales, fundador de Wikipedia, quien afirma: «Usted no tiene que insultar a la gente para ser franco».
Por mi parte, lo digo francamente, tengo pocas esperanzas de que algo como este código para los blogs llegue a prosperar. Me alegra saber, sin embargo, que incluso figuras notables en el desarrollo de este medio de comunicación, expresen estas preocupaciones, especialmente en torno a asuntos tan trascendentes como los usos de la libertad y la cuestión de la responsabilidad.
Hace apenas un año, tuve la oportunidad de vivir de manera particular estas preocupaciones. A raíz de una charla sobre el debate académico y cultural en Cuba, al que me invitó una universidad del sur de la Florida , un par de reportajes difundieron por Internet una versión de mis palabras, que dieron lugar a un alud de reacciones inesperadas. Conservo todavía algunos de aquellos singulares comentarios, que se lanzaban precisamente contra lo que yo había llamado en mi charla «ciberchancleteo». Selecciono solo una pequeña muestra de lo que algunos ilustres intelectuales «del exilio» dijeron sobre mí en esos blogs que atesoran la libertad de expresión y la cultura cubana en el exterior: «él sortea siempre con habilidad torera, como un jabón humedecido -y reblandecido- que patinase por una bañera»; «es un miserable, un cobarde y un censor»; «acuérdense de ese impostor, que lo veremos en el futuro defendiendo cualquier causa para sobrevivir, incluyendo, si fuera necesario, lo opuesto a lo que dice hoy»; «un mercenario intelectual al servicio de la dictadura cubana»; «a estas alturas, ese lenguaje, dan deseos de vomitar»; «la máscara de «aperturista» con la que lleva años «tirando con el rostro»; «gilipollas o degustador de excrementos», etc., etc. Darían ganas de reír, si no fuera porque mucha gente les concede a algunos de estos blogs la categoría de fuentes confiables acerca de lo que pasa en Cuba.
Acabo de leer un comentario, el tercero, que el corresponsal en La Habana de la BBC , Fernando Ravsberg, le dedica al trabajo de la revista Temas. El hecho es que en los comentarios de este corresponsal, encuentro algunos puntos de convergencia con las preocupaciones de O´Reilly, Wales y otros muchos.
En un texto puesto en su blog «Cartas desde Cuba» el 25 de noviembre pasado, Ravsberg la emprende contra los debates mensuales de los Último Jueves de Temas. Califica como censura la norma establecida de no citar ni reportar estos debates sin que los panelistas lo revisen antes, y la considera parte de una serie de asedios personales en su contra, una especie de cerco que se ha venido estrechando en torno suyo en los últimos tiempos. Caracteriza estos asedios como obra de «Torquemadas en los extremos del abanico político», unidos «en sus despropósitos». Finalmente, identifica las normas de los debates de Temas como «autocensura» que «solo triunfa si logra infundir miedo. En realidad no simboliza el poder sino la debilidad, evidencia la incapacidad de los censores para rebatir los argumentos del censurado».
En su tercer comentario sobre Temas, titulado irónicamente «Lo que nunca ocurrió», Ravsberg se dedica precisamente a reportar sobre el contenido del más reciente panel de Último Jueves, dedicado a «Cuba en la prensa extranjera», celebrado en la UPEC , el pasado 28 de enero. Afirma que «el director del evento nos tiene terminantemente prohibido que contemos lo ocurrido,» hasta que se difunda «una versión oficial del debate». Cita a «un joven colega cubano que sintetizó el debate diciendo que fue un viaje al Moscú de Stalin». Y concluye exhortando a «los cubanos» a «decidir entre construir algo diferente o resignarse a vivir entre debates secretos, medias verdades y mentiras enteras.»
A continuación, procuraré ofrecer algunos argumentos, no desde la actitud represiva que Ravsberg me atribuye, sino como objeto directo de su invectiva. No me propongo, naturalmente, comentar acerca de los adjetivos personales que me dedica, como no lo hice tampoco ante la marea de los defensores del ciberchancleteo. Me interesa, eso sí, defender la revista Temas, puesto que resulta claro de las citas textuales hechas arriba, que se trata de un ataque en toda la línea contra su trabajo y lo que la publicación representa.
En primer lugar, en su rol de informador internacional, Ravsberg debería saber que el espacio de Último Jueves existe desde febrero de 2002. El primer panel estuvo dedicado a la violencia racial en la historia de Cuba; y de ahí en adelante, se han realizado más de 80, la mayoría de los cuales han sido difundidos en la propia revista o en forma de libro: por qué emigran los cubanos; cómo se forma un ciudadano; por qué cayó el socialismo en Europa Oriental; el debate en la radio; qué significa ser marginal; las ideas de libertad, igualdad y democracia; la pobreza y el envejecimiento en Cuba; el concepto del socialismo hoy; el pensamiento cubano en la emigración; problemas de la justicia, la ley y el orden; qué piensan y hacen los jóvenes; la burocracia como fenómeno social; homofobia y cultura cívica; el prejuicio racial. Vamos para diez años. En ningún momento, ni antes ni ahora, ha resultado una empresa fácil. Pero ha permanecido y se ha difundido, gracias al apoyo de muchos, a pesar de contar con adversarios de todos los colores, incluidos los que posan de enfants terribles o se ponen pelucas libertarias.
Lo más difícil ha sido conseguir la presencia en los paneles de personas que desempeñan funciones institucionales. Por ejemplo, invitamos a una buena cantidad de periodistas, cubanos y extranjeros, a sentarse en este panel sobre «Cuba en la prensa extranjera», y la mayoría declinó cortésmente. Cuando hemos solicitado la presencia de personas que ocupan responsabilidades, la mayor parte de ellas se excusa. En la carta que les hemos hecho llegar siempre a los panelistas, les aseguramos que sus intervenciones son «a título personal», y que antes de difundirlo, «se requiere la revisión y aprobación de todos los participantes.» Sin embargo, en muchas ocasiones, antes de que esta revisión tenga lugar, aparecen en Internet versiones de periodistas profesionales o improvisados, que califican las intervenciones de los participantes y se explayan sobre el contenido del debate. Para evitar que esta fiebre blogueril afecte su realización, se estableció la norma de que no se cite ni se reporte sin autorización. Evidentemente, esta medida no se dirige a restringirlo o compartimentarlo, sino al contrario, a garantizarles a los panelistas las condiciones para expresarse con entera libertad y mantener el control sobre la difusión de sus palabras, ante la práctica indiscriminada de grabar, reportar e incluso filmar sin pedir permiso.
Los periodistas profesionales saben que esta no es una norma extraña, en ninguna parte del mundo. Tengo delante de mi una carta del Council on Foreign Relations (CFR), de Washington D.C., invitando a un debate sobre Cuba el pasado 7 de diciembre, que dice así: «Su panel sigue la política de no atribución del CFR. Esto significa que los participantes pueden hacer uso de la información recibida en la reunión, pero ni la identidad de los ponentes ni la de otros participantes puede revelarse; ni puede citarse como fuente de información una reunión del CFR». En la sala donde se celebró este panel había periodistas, incluso corresponsales en Washington de ciertas agencias de noticias británicas. Nadie se escandalizó en torno a esta práctica ni la calificó como censura. Nadie se dispuso a ignorar esta norma y a despotricar sobre el contenido de la sesión. ¿Por qué se asume que en Cuba toda regla similar es un acto de censura, o simplemente algo que se puede ignorar olímpicamente?
Debo añadir algo más sobre el panel de marras. Con el fin de no esperar mucho tiempo para informar sobre su realización y contenido, le pedimos a un periodista que suele concurrir a estas sesiones que escribiera una nota, para publicarla en el sitio digital de la UPEC , institución que lo acogió, con el fin de hacérsela llegar a los panelistas para que dieran su consentimiento y poder publicarla. El panel, y muy en particular la corresponsal extranjera invitada, pudo corregirla, y asegurar de esta manera que su punto de vista (lo que Ravsberg llama la «versión oficial del debate») estuviera reflejado de manera adecuada en la crónica, que se publicó al día siguiente, viernes 29, en el sitio Cubaperiodistas.[3]
Más allá de estas aclaraciones puntuales, que demuestran la inconsistencia de los cuestionamientos de Ravsberg, me pregunto, finalmente, cuál es la explicación de fondo de esta conducta: por qué la emprende en tandas sucesivas contra la revista Temas y su espacio de debate; a qué se debe su evocación de Torquemada y Stalin en relación con un panel de discusión real, que cuenta con la participación no solo de notables defensores de la crítica en la esfera pública cubana, sino de numerosos asistentes de todas las edades y diversos grupos sociales; en qué se basa para asociar el trabajo de Temas con «el miedo», «los debates secretos, las medias verdades y las verdades enteras». ¿A qué viene ese intento de desnaturalización y tergiversación?
O´Reilly propone, en su código de conducta, identificar este tipo de blogs con una etiqueta que diga «Todo pasa». Según ese código, esto querría decir: «Participate in this site at your own risk». Pero esa lógica coloca el problema del lado del lector. Me pregunto si O´Reilly estaría de acuerdo en que, en términos de la responsabilidad del autor, esta es realmente una solución. Por mi parte, lo dudo.
[1] El artículo original de BBC, «Weblogs ‘need content warnings'» está en http://news.bbc.co.uk/2/hi/technology/6540385.stm.
[2] El código de conducta de O¨Reilly citado por BBC puede encontrarse íntegramente en http://radar.oreilly.com/archives/2007/04/draft-bloggers-1.html
[3] Manuel Yepe, «Último Jueves de Temas: «Cuba en la prensa extranjera». Está en http://www.cubaperiodistas.cu/noticias/enero11/28/01.htm.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2011/02/05/sobre-los-usos-de-la-libertad-y-sus-descontentos/