Una de las estrategias que se usó en contra de los países de Europa del Este fue la de potenciar y en ocasiones ayudar a construir una oposición de corte moderado, que se presentara como democrático-liberal frente a un Estado presentado como represor. Esta estrategia formaba parte de un plan mayor, multisectorial, cuyo objetivo último era el desgaste económico, simbólico y político de esos sistemas de forma que se pudiera propiciar su colapso, ya sea por la violencia, ya sea por movidas políticas.
Al someter a presiones una institucionalidad burocratizada que no siempre tenía la capacidad de responder con un mínimo de adecuación a los retos que se le planteaban, la respuesta muchas veces era la torpe acción represiva que contribuía a fortalecer la imagen que se intentaba construir.
En el caso de Europa del Este un elemento que se añadía a esta estrategia de injerencia, eran las tensiones internas de procesos socialistas que muchas veces habían sido impuestos a las respectivas sociedades, sin respetar sus características particulares.
El proceso de emergencia y fortalecimiento de la postura democrático-liberal tuvo su base en las formas burguesas preexistentes en estas sociedades y en el rumbo de “socialismo de mercado” que, a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, tomaron estas economías, como forma de resolver la desaceleración que sucedió al vertiginoso crecimiento de la segunda postguerra. Este crecimiento no fue hijo de la prosperidad, sino de las inversiones necesarias en el mismo proceso de reconstrucción de los países. El “socialismo de mercado” se tradujo en la introducción paulatina de formas económicas capitalistas, con la convicción de que la planificación por si sola resolvería el problema de controlar la reemergencia de un capitalismo no superado en la realidad de economías que, en algunos casos, eran de las más atrasadas de Europa y de las más castigadas por la guerra. Economías que no tuvieron un Plan Marshall y que contaron con el limitado apoyo de una URSS también devastada.
Estas medidas económicas permitieron la reemergencia de una burguesía que había sobrevivido en, buena medida, en la conciencia pequeño burguesa de las profesiones liberales y de amplios sectores de la sociedad, incluyendo la relativamente privilegiada estructura burocrática.
Las oposiciones democrático-liberales encontraron entonces, en su desarrollo, además de recibir el apoyo de Occidente, una base social en la reemergente burguesía y en la reestructuración de la ideología liberal, que es la forma de pensamiento que mejor expresa la economía de mercado.
Desde luego, la dinámica de estas formaciones fue más vigorosa en aquellos países donde existía un desarrollo mayor de la burguesía antes de la II Guerra Mundial. Así, hubo conatos más o menos afortunados de revueltas animadas por un espíritu liberalizador en países como Hungría 1956 y Checoslovaquia 1968.
La estructura socialista de Europa del Este, burocratizada y con alto grado de subordinación a las directrices de una URSS cada vez más confundida y menos revolucionaria, resolvió muchas veces el problema de lidiar con estas oposiciones y, por extensión con toda disidencia, incluso la legítima, por la vía fundamentalmente represiva.
El resultado final fue el desgaste simbólico de las estructuras e instituciones del Estado y la emergencia como supuestos héroes nacionales de figuras construídas mediáticamente por Occidente. A esto se sumó la desaceleración que vivieron las economías del bloque socialista a finales de los setenta, la crisis política de la URSS, donde fallecieron tres Secretarios Generales del PCUS en menos tres años y las caóticas reformas de Gorbachov y su equipo de gobierno, que acabaron deslegitimando toda la estructura estatal soviética y, por extensión, la de todos los estados socialistas europeos.
La función de esta oposición democrática-liberal, como concordarían años después varios analistas, entre ellos Serguei Kara-Murza, fue la de socavar el diálogo del Estado con la inteligencia intelectual y artística. Usar a estos sectores, por su legitimidad e impacto social, además de su probada capacidad de producción de símbolos, para subvertir el sistema a nivel de la conciencia de la gente.
Aunque no todos los intelectuales y artistas que se dejaron arrastrar por esta lógica eran agentes al servicio del imperialismo, si todos acabaron haciéndole el juego a los intereses que adversaban al socialismo. Canalizaron cierto estado de descontento existente y lo llevaron a un planteamiento totalmente antagónico con el proceso. Lo curioso es que detrás de todos estos movimientos no hubo nunca un proyecto político coherente. Era una lógica puramente negativa. Cuando las instituciones del Estado, erosionadas por la acción conjunta de varias fuerzas colapsaron, se creó un vacío que fue llenado con las instituciones del capitalismo neoliberal. El saldo humano de las reformas económicos de los noventa fue terrible. Muchos intelectuales y artistas de los que adversaron el socialismo acabaron luego criticando el orden posterior. Se logró llevarlos a posiciones en las cuales actuaban en contra de sus propios intereses.
II.
Antes de apuntar algunas ideas para Cuba, a raíz de los acontecimientos de los últimos días, convendría hacer un pequeño aparte sobre el concepto de democracia, que está en el centro de todo lo que se ha discutido y que es el concepto más usado por el discurso democrático-liberal contra el socialismo.
Esta contraposición parte de una concepción estrecha del concepto de democracia, concepto que por demás se entiende en la lógica de funcionamiento de la democracia burguesa.
Desde esta concepción estrecha, la democracia es entendida fundamentalmente como participación política. Sin embargo la democracia es una noción mucho más amplia, que incluye además el acceso equitativo a bienes y servicios que garanticen la plena realización del ser humano. Democracia no es sólo votar y ser electo, es también acceso a la salud, la educación, a oportunidades de desarrollo personal.
Es cierto que en la práctica histórica del socialismo la participación política ha sido muy desigual, y que en muchas sociedades la burocracia ha secuestrado el aparato estatal, distanciándolo del control popular, pero en esto no se diferencia de la denominada democracia burguesa.
La democracia burguesa sustituye la participación real por el simulacro de participación, donde la charada política multipartidista oculta de la vista pública, en un acto de prestidigitacion, los verdaderos intereses que detentan el poder en los estados. Y también existen cuerpos burocráticos al margen del control popular.
El gran problema del socialismo realmente existente es que no logró superar verdaderamente muchas de las formas políticas del estado burgués. No fue más participativo políticamente, pero si fue más democrático desde el punto de vista social. El estado de bienestar construido por los países europeos fue un resultado del prestigio de la experiencia socialista en la URSS, país que a pesar de sus errores había sorteado indemne la Gran Depresión y había emergido como claro vencedor en la II Guerra Mundial. Muchas conquistas que se introdujeron en Europa después del 45 ya eran realidades comunes en la URSS desde mucho tiempo antes.
Al igual que el de democracia, muchos otros conceptos son usados utilitariamente como arietes en contra de cualquier sistema u orden político que contravenga de alguna forma los intereses económicos del gran capital. Como los conceptos son, en esencia, representaciones de la realidad, aceptar determinados conceptos implica aceptar determinadas realidades.
El socialismo, como subversión del orden capitalista, debe expresarse a través de nociones diferentes. El nuevo orden social no solo se construye en la realidad, sino en la conciencia de las personas. Ser capaz de resignificar revolucionariamente los conceptos es vital para la supervivencia de cualquier proyecto socialista.
Una de las batallas que se perdió en la URSS fue esta precisamente. Con la Perestroika y la Glasnost, aunque el proceso venía desde mucho antes, se volvieron de uso común nociones que eran ya, en esencia, burguesas. Por tanto no resulta sorprendente que la nueva clase oligárquica rusa surgiera del mismo aparato del partido y el estado. Los que deben ser garantes de una determinada lógica de funcionamiento dejaron de comprenderla, comenzaron a percibirla en negativo y propiciaron, por acción o inacción, su desmontaje.
III.
Los más recientes acontecimientos en Cuba buscan replicar de alguna forma este guión de oposición democrático-liberal, usando la estrategia de golpe suave, desarrollada por Gene Sharp a finales de la década del ochenta y que se ha probado con relativo éxito en varios países en los últimos años, en la forma de las Revoluciones de Colores y la llamada Primavera Árabe.
Al igual que en estas experiencias mencionadas, en las acciones desarrolladas contra Cuba las redes sociales juegan un papel fundamental.
Aunque ya en otros textos me he referido a las redes sociales, convendría recalcar algunas ideas. La primera y principal es que las redes nunca serán espacios para el pensamiento de izquierda. Su característica de empresas privadas determina todas sus lógicas de funcionamiento. Y su característica de empresas privadas norteamericanas (en su mayor parte) determina todas las lógicas de funcionamiento hacia Cuba. No es de extrañar entonces que en los últimos días las noticias referentes a lo que ocurría en San Isidro y las muestras de apoyo e indignación contra el genocida estado cubano hayan encontrado una difusión significativa, en comparación con aquellas visiones que defendían al estado o daban otras visiones del asunto.
La lógica de hostilización y desgaste simbólico de la Revolución cubana pasa hoy, sin dudas, por las redes sociales, principalmente por Facebook. Según la página web Statcounter, para noviembre del 2020, el 73.51% de los cubanos accedía preferencialmente a esta red social. Eso la convierte en el espacio preferencial para poner a circular narrativas donde se legitima a los opositores y se deslegitima a los que defienden a la Revolución. El enfrentamiento no se trata de diálogo de ideas, sino de hostigamiento e invisibilización.
Las redes también son un espacio privilegiado para el discurso liberal. Las reformas económicas emprendidas en Cuba crean las condiciones para el resurgimiento de una protoburguesía, su carácter incompleto impide llamarla plenamente burguesía, en la cual se mezclan elementos de patriotismo con elementos de anexionismo, conciencia burguesa con elementos pequeñoburgueses, una pobre cultura política en la mayor parte de los casos y fuertes vínculos personales y económicos con una parte del exilio cubano, fundamentalmente en los Estados Unidos. Entre determinados sectores de esta protoburguesía y parte de la intelectualidad artística liberal tiene impacto el discurso de los pobres jóvenes amantes de la libertad y la cultura que son perseguidos por pensar diferente.
En medio de la exaltación, se cometen excesos desde ambas partes de una confrontación que, por el grado de polarización, llega a ser binaria. Por un lado se desconocen elementos evidentes de anexionismo, mercenarismo e injerencia política que acompañan a este nuevo conato de oposición democrático-liberal y, por el otro, se demoniza como contrarrevolucionario todo el pensamiento que disiente, critica o se articula a través de vías alternativas a las establecidas desde el estado.
Las complejidades económicas del país y la realidad de un relevo generacional en la dirección política de la Revolución convierten en una necesidad imperiosa la rearticulación del diálogo, como un proceso esencial en la reconfiguración permanente de la hegemonía. No se trata solo, como entendió siempre Fidel con una lucidez meridiana, de actuar en beneficio del pueblo. Es indispensable que el pueblo entienda lo que se hace, por qué se hace y cómo se hace. Y es aún más importante que el pueblo sea parte y líder en todo ese proceso.
En medio de narrativas que intentan presentar el país como un país sin diálogo, debemos defender el diálogo como patrimonio de la Revolución. Sin diálogo no hubiéramos resistido más de sesenta años en medio de los más complejos escenarios y las más hostiles presiones.
Todo lo que ha ocurrido demuestra con fuerza algo que ya se había apuntado: la necesidad de reformar nuestra institucionalidad, no solo la cultural. Muchas de estas instituciones se han fosilizado y ya no es solo que no tengan voluntad de diálogo, es que no tienen capacidad. Es preciso reformarlas totalmente, adaptar sus funciones y cometidos a los tiempos y necesidades del país.
La respuesta ante todos los retos debe ser, siempre, más socialismo. Y más socialismo en la hora actual significa mejorar la Revolución y sus conquistas, producir para que crezca la economía y haya más riqueza que redistribuir, perfeccionar la institucionalidad y su reactividad, combatir intransigentemente el burocratismo, la corrupción y el oportunismo, no renunciar a nadie solo porque piense diferente y defender a cualquier precio la libertad, soberanía y autodeterminación de este pueblo, que tanta sangre ha costado.