Acusarnos de racista, de elitista y de populista con la etiqueta fabricada por los profesos, vectores y militantes del pensamiento único, es el recurso fácil de los que piensan poco; un riesgo que hemos de correr quienes nos negamos a pensar, a expresarnos y a escribir según lo esperado en los círculos de la popularidad, […]
Acusarnos de racista, de elitista y de populista con la etiqueta fabricada por los profesos, vectores y militantes del pensamiento único, es el recurso fácil de los que piensan poco; un riesgo que hemos de correr quienes nos negamos a pensar, a expresarnos y a escribir según lo esperado en los círculos de la popularidad, o según lo que desean quienes se dedican a retroalimentar ciertas ideas sin refrescar; es decir, a pensar por método, unidireccionalmente. El «pensamiento unidireccional» es el rasgo definitorio del «pensamiento único».
Sin embargo, discriminar y matizar son verbos fundamentales para el pensamiento inequívocamente creativo. Y los que nos apartamos deliberadamente de ese pensamiento esclerotizado es porque pertenece a quienes pretenden igualarnos a todos… por abajo; a quienes, fingiendo aspirar a eliminar las diferencias entre los seres humanos y los pueblos, no persiguen en realidad el igualitarismo social y la redistribución de la riqueza, sino globalización y anglosajonización. Se lleva a veces tan lejos ese villano propósito que incluso, con menosprecio de la lengua materna, se ha intentado por aquí impartir la educación para la ciudadanía en lengua inglesa bajo pretexto de universalidad, justo lo que interesa a los anglosajones y a sus turiferarios para apuntalar lo que ya lo está de largo enquistado: su filosofía. Y cuando, tratándose de anglosajones, se habla de filosofía no se puede pensar en otra cosa que en el ultrapragmatismo de sus filósofos utilitaristas y en los mecanismos prácticos para imponer su concepto de la economía y su mercantilismo atroz. Resortes que abarcan desde las teorías de los Smith, Keynes, Galbraith y un largo etcétera, hasta las diversas modalidades corsarias auspiciadas por la Corona británica….
La tabla rasa de todos entre nosotros, es decir, el igualitarismo que postulan algunos y precisamente muchos que bullen en prensa, radio y televisión, es tramposa. Postulan, preconizan, exigen y terminan acusando a quienes les llevan la contrarioa, una igualdad entre desiguales por el color de la piel o por la diferente cultura cuando esa igualdad, la que compartimos los bienpensantes, es prácticamente imposible por las condiciones desiguales entre los que ya «estamos» y los que «llegan». Si acogemos sin condiciones el «no racismo» confuso de esa clase que arguyen sus defensores tramposos, tendrían que empezar ellos por acoger en sus casas, en su familia, con sus recursos y sus habitaciones a todos los menesterosos que se cruzan en su camino y aun debieran salir a buscarlos. Si no lo hacen es, porque acusar de «racista» a cualquiera que prefiere el trato con sus afines, y al que defiende el derecho a elegir, así como el derecho de los pueblos que mayoritariamente reclaman su soberanía, es no sólo señal inequívoca de su simpleza, sino el signo de identidad tanto de los charlatanes como de los que se han dejado voluptuosamente sodomizar por el «pensamiento único», por falta de personalidad o por ostensibles conveniencias de circunstancia y materiales .
Puestos a sacar punta al lápiz recurriendo al facilón argumento del «racismo», está claro que, para espantar el espíritu de los que se dicen no racistas, es preferible pasar por racistas en asuntos de colisión entre diferentes, a tolerar la dominación de los globalizadores que argumentan con el manido concepto de racismo para facilitarse su penetración en zonas o territorios que les son absolutamente ajenos a su carácter, lengua y cultura, y que sólo les interesan en tanto que proxenetas que hacen de esos territorios objeto de explotación.
Todos sabemos muy bien cuántos de entre los verdaderos «racistas» lo son no por el color de la piel o la cultura sino por razón de la pobreza que padecen aquellos hacia quienes sienten animadversión que disipan en cuanto saben que tienen y exhiben riqueza… Lo que enlaza con el siguiente concepto que sirve a la ceremonia de la confusión permanente en un país, éste, que acaba de aterrizar como quien dice en una democracia que no convence. Me refiero al concepto de «elitista».
Miren ustedes, me niego a tratar a quienes nada tienen que ver conmigo. Sólo deseo tratar con afines. El enriquecimiento de mis opciones intelectivas, las ventanas que pueda abrir yo al mundo y al universo pasan por los viajes y por los libros. Y no creo, ni mucho menos, que en esto sea yo excepcional. Así, eludo tratar con alguien que no tenga en común conmigo lo indispensable para empezar a razonar. Me es indiferente que sea aristócrata o indigente. Esto es no tener prejuicios. Lo contrario es sofisma, retruécano, retorcimiento. Al segundo me limitaré a ayudarle en lo que pueda. Creo que esto es algo con lo que, salvo los excéntricos y quienes quieren hacerse notar sin mérito, comulgamos todos los biennacidos. Sólo se ama lo que se conoce. Lo que no se conoce inspira desconfianza. Recelamos de quienes no sabemos cómo piensan ni de qué son capaces. Sobre todo en tiempos del «todo vale». Y dice esto alguien que da la máxima nota de calificación escolar a todo el mundo; aunque luego vaya restándole puntos hasta tener a veces que dejar por eso mismo de tratarle.
De modo que para hablar «en serio» de racismo y de «elitismo», hay que afinar mucho. Si no es así, tampoco a mí particularmente me interesa intercambiar ideas. La sensibilidad une más que las palabras. Las palabras, lejos de conciliar en ciertas materias, lo que hacen es fracturar. Cuando digo, por ejemplo, que los vascos en general (esto es, los vascos con lengua, cultura y mentalidad muy distantes de las que se usan en el resto de la geografía peninsular) luchan, unos violenta y otros pacíficamente, contra la dominación, las intromisiones e injerencias de los que portan no sólo el virus de la globalización sino la altanería de los conquistadores, o cuando digo que creo que nadie tolerase sin resistencia que magrebíes, latinoamericanos, suecos o polacos -por poner ejemplos a voleo- se adueñasen del poder político, creo que es algo que todo aquél que no esté desprovisto de sentido común no ha de tener ningún inconveniente en admitir de buen grado.
Lo mismo digo respecto al «populismo». Se acusa de populistas a Chávez y a los que se esfuerzan por sacudir en su país las lacras que acompañan a la invasión de las ideas, de los mercados y de las multinacionales anglosajones e hispanas, en zonas ya infectadas largamente por aquellas, cuando eso sería lo que haría o debiera hacer cualquiera que desee para su pueblo la plena independencia política, somática y cultural. Por cierto, es curioso pero también muy propio del talante contradictorio y cínico de media España, acusar y perseguir el colectivismo de pueblos como Cuba que son bastión frente a la colonización y la globalización yanqui, lo mismo que son también custodios de los mejores valores hispanos; los valores de esa España que jamás emerge, salvo por cortos periodos de tiempo, republicana, laica, creativa, inteligente y sensitiva…
Todo ello, viendo cuánto mentecato se interpone entre la España despreciable y la España campeona en creatividad y en la sensibilidad que la otra persigue y obsesivamente se propone sofocar, es para echarse a llorar
Con esto voy terminando. ¿No os habéis dado cuenta?: «racista», «populista» y «elitista» son precisamente los adjetivos más empleados no por los humanistas, sino por los globalizadores y los anglosajonizadores, por la derecha cafre y por la izquierda mimetizada en conservadora que cada día engarza más con la anterior.
Y no desde el punto de vista ideológico o social sino el antropológico, del mismo modo que el ser humano está compuesto de partículas de bondad y de maldad, de malicia y de sinceridad, de egoísmo y de generosidad, todos tenemos pulsiones simultáneas de demócrata y de totalitario, de pacifista y de belicista, de inquisidor, de fascista, de elitista, de racista y de amantísimo de la universalidad. Nuestra tarea es combinarlas y dosificarlas.
En fin, a ver si dejamos de pensar a bulto y de razonar constantemente a base de consignas no pensadas y fabricadas por otros… A ver si empezamos a hallar el gusto por la disección de las ideas, pasión por la diversidad y predilección por los matices. Precisamente, son los ingleses los que lo recomiendan: «to learn to discriminate«, aprender a discriminar , el fundamento de toda cultura que se precie de algún tipo de superioridad.