El colombiano Carlos Granés, que a finales de 2011 ganó el Premio Isabel Polanco de ensayo con su libro El puño invisible, declaraba en una entrevista: «Los indignados tienen todas las credenciales y las virtudes cívicas para ser burgueses ejemplares. Piden casa, trabajo, seguridad, estabilidad… Todo lo que siempre espantó a los revolucionarios. El 68 […]
El colombiano Carlos Granés, que a finales de 2011 ganó el Premio Isabel Polanco de ensayo con su libro El puño invisible, declaraba en una entrevista: «Los indignados tienen todas las credenciales y las virtudes cívicas para ser burgueses ejemplares. Piden casa, trabajo, seguridad, estabilidad… Todo lo que siempre espantó a los revolucionarios. El 68 se esforzaba por no ser burgués. Hoy lo difícil es serlo» [1].
Impresiona esta alucinante redefinición tardocapitalista del concepto «burguesía»: no sería la clase propietaria de los medios de producción, sino ¡las capas sociales que buscan algo de seguridad existencial! Que es una aspiración humana universal, como cualquier antropólogo podría confirmar a don Carlos Granés…
La seguridad, en efecto, es un valor básico para los seres humanos [2] . Y por buenas razones: se ancla en nuestra vulnerabilidad, y en la conciencia de la misma. Somos animales expuestos a las diversas contingencias, vulnerables, dependientes… y más o menos racionales (no me canso de recomendar ese gran libro de Alasdair MacIntyre: Animales racionales y dependientes) [3].
De entre las grandes respuestas históricas a la necesidad humana de seguridad, al menos dos siguen hoy interpelándonos y preocupándonos: en tiempos precapitalistas, la pequeña comunidad altamente integrada [4] ; en tiempos capitalistas, el Welfare State. Pero ahora somos siete mil millones de personas viviendo en un «mundo lleno»… Tendríamos que inventar una tercera respuesta histórica. Y no puede basarse en la huida hacia adelante (expansión económica constante) con la que también contaba el keynesianismo del Welfare State.
Éste último ha sufrido una erosión incesante a partir de los años ochenta del siglo XX. Se ha ido imponiendo lo que podríamos llamar el «modelo low-cost«: me refiero a la combinación de empleo precario, bajos salarios, bajos precios, desprotección social, inseguridad existencial y externalización masiva de costes ecológicos. Se trata de un aspecto central del mundo que ha ido construyendo la globalización neoliberal. Y sólo resulta viable -claro está- mientras se siga nadando en un mar de petróleo barato…
Ahora bien: lo importante es el acceso a los bienes básicos para llevar una vida decente, tenga uno empleo o no. El crecimiento de la precariedad y la inseguridad existencial de capas amplias de la población -sobre todo jóvenes y mujeres- durante los últimos lustros de auge de las políticas neoliberales ha tenido como contrapartida el desarrollo de muchos bienes y servicios low cost (posibles gracias a una masiva «externalización» de daños desde el centro a las periferias), que compensan parcialmente la pérdida de bienes públicos, derechos sociales, protección laboral, seguridad existencial… y así garantizan cierto nivel de paz social
Pero resulta impensable hacer frente a la crisis ecológica sin interiorizar gran número de costes externos, «externalidades» de tipo social y ecológico: esto choca contra la expansión del low-cost y, por tanto, pone en peligro esa especie de pacto social neoliberal (tú aceptas la precariedad y, aunque no puedas acceder a una vivienda digna, podrás comprarte un coche o volar barato a destinos exóticos). Cabe concebir sin embargo una estrategia de izquierdas ofensiva que combinase elementos de reparto del empleo y una propuesta de nuevo pacto social, antagónico al neoliberal, ofreciendo seguridad (en las distintas dimensiones de la existencia humana y, en particular, en el acceso a esos bienes básicos de los que hablé antes) a cambio de que la sociedad aceptase la idea de responsabilizarnos de nuestros actos, asumiendo los costes sociales y ambientales de los mismos.
Sería el final del empleo basura, de la comida basura, de los vuelos baratos… Se puede ver como una recuperación del Estado social y democrático de derecho (mal llamado «Estado del bienestar») que incorporase centralmente la dimensión ecológica. Esta estrategia podría plantearse un pleno empleo creíble en las nuevas condiciones en las que nos encontramos.
Notas
[1] «El 15-M es paradójico: reclama el derecho a ser burgués», El País, 16 de diciembre de 2011.
[2] Véase al respecto Len Doyal e Ian Gough, Teoría de las necesidades humanas, Icaria, Barcelona 1994, p. 264 y ss.; así como Manfred Max Neef, Desarrollo a escala humana, Icaria, Barcelona 1994, p. 57 y ss.
[3] Alasdair MacIntyre: Animales racionales y dependientes, Paidos, Barcelona 2001.
[4] Una reflexión interesante en Tom Hartmann, The Last Hours of Ancient Sunlight, Three Rivers Press 1997, edición revisada en 2004. Pueden hallarse extractos del libro en http://www.thomhartmann.com/blog/2007/11/last-hours-ancient-sunlight
Fuente: http://tratarde.wordpress.com/2012/01/06/sobre-seguridad-existencial-y-vidas-low/