Cuando Bismarck estatizó el correo prusiano, Federico Engels acuñó tempranamente el término de capitalismo de Estado. El papel, incluso mayoritario, de éste en la economía (lo que no es el caso ni en China ni en Vietnam ni en Venezuela, países en que el sector privado pesa más que el estatal) no es, por lo […]
Cuando Bismarck estatizó el correo prusiano, Federico Engels acuñó tempranamente el término de capitalismo de Estado. El papel, incluso mayoritario, de éste en la economía (lo que no es el caso ni en China ni en Vietnam ni en Venezuela, países en que el sector privado pesa más que el estatal) no es, por lo tanto, indicio de cambio de régimen social, sino simplemente de la existencia de una política social y de un sector que la aplica, pero en el marco del funcionamiento capitalista. En cuanto a la prioridad político-económica que se otorgue al mercado interno y a la industrialización nacional para satisfacer las necesidades de la población (en vez de a las exportaciones para conseguir divisas, del pago de la deuda externa o al lucro de las empresas) es sin duda indispensable para la preparación de condiciones propicias para la transición al socialismo. También lo son el desarrollo al máximo de la educación, la investigación científica, la defensa del ambiente, la sanidad y la cultura (que no pueden depender de si son o no lucrativas). Pero todas estas políticas no son por sí mismas socialistas ya que pueden también formar parte del arsenal político de un capitalismo de Estado distribucionista y democrático.
El socialismo no puede nacer del Estado, aunque en la primera fase de la transición hacia el socialismo un Estado fuerte sea indispensable. En primer lugar porque, aunque no puede haber socialismo en la miseria, el mismo no es el resultado de transformaciones puramente económicas. O, como decía Nikita Jruschov, meramente de la superación en la producción de bienes y servicios al país capitalista más avanzado o de «dar más goulash» a los trabajadores. En efecto, la historia ha probado que la tecnología, el tipo de productos y de consumos, y la filosofía productiva del capitalismo, todos los cuales no reparan en los costos ambientales y sociales, no pueden ser imitados sin reproducir el capitalismo y sus valores. Por eso quien crea que la tecnología es neutra y resuelve todo, prepara un «capitalismo sin capitalistas» con los burócratas estatales como capitalista colectivo, o sea un régimen transitorio que necesitará cada vez más a los capitalistas de carne y hueso para desarrollarse.
En segundo lugar, el Estado es por definición una relación social nacional y el socialismo no puede nacer y desarrollarse en un solo país, por grande y rico que éste sea, ni ver la luz en forma gradual y pacífica, sino que nacerá del conflicto social mundial prolongado y de la superación, también en escala global, del capitalismo más desarrollado (entendiendo por desarrollo no sólo la producción y la tecnología, sino también la cultura social y los valores civilizatorios). Porque el socialismo será, antes que nada, resultado del desarrollo cultural, de la mayor conciencia colectiva, del crecimiento de las relaciones solidarias consolidadas, de la superación del egoísmo y el individualismo, todo lo cual sólo se puede lograr en el conflicto social, ese aprendizaje colectivo que vuelve a amasar y reubica los esfuerzos individuales y los sentimientos a partir de las viejas bases comunitarias semienterradas por el capitalismo y el colonialismo.
Al socialismo no lo construirá jamás un aparato estatal paternalista, por bien inspirado que sea en sus comienzos la dirección del mismo, ni tampoco ésta podrá construir las bases de aquél, que son sobre todo políticas y sociales. El paternalismo sustituivista del capitalismo de Estado, por el contrario, podría infectar a los trabajadores, haciéndolos depender de salvadores y cegándolos ante el surgimiento y desarrollo de una capa de burócratas y carreristas que inevitablemente pretenderán ser los únicos dirigentes e intérpretes con patente oficial de la revolución y que, por lo tanto, frenarán la creatividad política y reprimirán las ideas revolucionarias no oficiales. Para crear condiciones sociales para el socialismo los trabajadores deben adquirir conocimientos, confianza en sí mismos; deben formular proyectos, controlarlos, ejecutarlos por sí mismos, aprender las complejidades de la sociedad, convertirse todos en «técnicos» iguales entre sí, aunque con distintas funciones y capacidades. La participación decisiva e independiente de los trabajadores en la autoría de los proyectos y en el establecimiento de las prioridades es la condición para la acumulación básica de conciencia colectiva y solidaria sin la cual no podría haber socialismo.
Ahora bien, eso no existe en los países que con su «socialismo de mercado» marchan de cabeza hacia la homogenización con los otros países capitalistas, y existe sólo muy parcialmente en Cuba y en Venezuela, aunque las «misiones» y los «poderes populares», así como el solidarismo cubano, tienen hoy elementos que apuntan en esa dirección. Además, la planificación administrativa a la soviética es imposible y la planeación de tipo chino fija grandes orientaciones socioeconómicas, pero deja espacio a formas de mercado. Porque los planes no eliminan el mercado, que es intercambio de mercancías sobre la base de la ley del valor, y mucho menos aún la subordinación al mercado mundial, ni anulan el peso de los valores culturales y políticos que éste trae consigo con su tipo de consumos. De ahí el papel esencial de la formación y la educación política y cultural a partir de valores solidarios y de la movilización, participación e independencia de los trabajadores. Esto nos lleva al problema del «modelo» chino y al de las formas consejistas y autónomas de poder que surgen de la lucha cotidiana, dando origen a nuevos dirigentes y a una nueva subjetividad, y también al del movimiento plural, abierto, libertario (de ninguna manera un partido único excluyente y centralizado), que las ayude a organizar y aplicar. Pero sobre esto hablaremos el domingo próximo…