Ecuador respiró con tranquilidad cuando el domingo 2 de abril el profesor Luis Horna explicó ante las cámaras de televisión el más probable resultado electoral de la pasada elección presidencial, pues su pronunciamiento era científico y no político, ya que hablaba a nombre la Escuela Politécnica Nacional y su Departamento de Matemática, la más alta […]
Ecuador respiró con tranquilidad cuando el domingo 2 de abril el profesor Luis Horna explicó ante las cámaras de televisión el más probable resultado electoral de la pasada elección presidencial, pues su pronunciamiento era científico y no político, ya que hablaba a nombre la Escuela Politécnica Nacional y su Departamento de Matemática, la más alta autoridad académica sobre este tema en el país.
Y no se trata de menospreciar a ninguna de las encuestadoras, ya que todas tienen derecho a ganarse el pan con el sudor de los encuestadores, sino que se entienda las sutilezas que se dan en este tan delicado y oscuro tema. Lo cierto del caso es que cualquier resultado estadístico se sustenta en la precisión del método empleado y en el arte de hacer preguntas en los lugares, las cantidades y los momentos, precisos.
Lastimosamente, todo esto depende del capital invertido. Mientras más preciso se busca un resultado, más costosa resulta la investigación. De ahí que se deba emplear complejas ecuaciones matemáticas, de muy difícil acceso para el imberbe en el asunto, para obtener respuestas no tan costosas que tengan una alta probabilidad de acierto. Y esto no siempre es factible, especialmente cuando se trata de negocios. Son las universidades el lugar más adecuado para realizar este tipo de investigaciones. Zapatero a tus zapatos, para decirlo en buenos términos.
Por razón natural, se sobreentiende que los electores que en la primera vuelta de la pasada elección votaron por Guillermo Lasso, por Lenin Moreno, nulo o blanco, en la segunda vuelta volverían a votar de igual manera; pensar lo contrario sería no respetarlos. Por lo tanto, el resultado electoral iba a depender de cómo votarían los que prefirieron a las restantes candidaturas. Si dos de cada tres de estos electores votaban por Lasso, eso hubiera sido suficiente para que la elección la ganara Moreno. Sin embargo, de acuerdo a los escrutinios del CNE, se incrementó la participación de votantes y, por lo tanto, la proporción necesaria para el triunfo de Moreno también se incrementó.
Para que la victoria de Lasso se hubiera dado con el porcentaje difundido por ciertas encuestadoras, hubiera sido necesario que la inmensa mayoría, que en la primera vuelta no votó ni por Lasso ni por Moreno, votara por Lasso y, a lo mejor, se debía incluir algunos votantes arrepentidos que previamente votaron por Moreno, lo que en la vida real no se da ni de fundas.
Claro que el candidato perdedor tiene derecho de reclamar el recuento de votos en los casos en que quepa alguna duda, pero está mal que de antemano hable de fraude, puesto que errores pudo haber, pues se trata de humanos y no de seres infalibles, pero emplear una palabra de tan alto calibre deja de ser gadejo para convertirse en intriga, y eso está muy mal.
Así como alguna vez jugaron a ser capitalistas, sin aceptar las reglas de este sistema, y lanzaron gritos de auxilio para que el Estado los rescate apenas comenzaron a perder, pretenden ahora jugar a la democracia sin admitir los ideales que la misma exige, o sea, aceptar una derrota aunque fuera de un sólo voto. Se equivocan en su reclamo sin pruebas, pues ni siquiera las fuerzas extrañas al país van a intervenir para sacarles las castañas del fuego.
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