Asistimos a una crítica pertinente y necesaria al dominio de la posverdad. La posverdad es un fenómeno peligroso porque es la propaganda basada en la relativización de la falsedad. Hay una voluntad de manipulación en la que se presenta como verdadero algo que es falso y, encima, se diluye el engaño con un discurso relativizador […]
Asistimos a una crítica pertinente y necesaria al dominio de la posverdad. La posverdad es un fenómeno peligroso porque es la propaganda basada en la relativización de la falsedad. Hay una voluntad de manipulación en la que se presenta como verdadero algo que es falso y, encima, se diluye el engaño con un discurso relativizador en la que se sostiene que considerar que algo es verdadero o falso depende del punto de vista.
Dicho esto me gustaría entrar en los matices para que esta crítica no se acabe convirtiendo en otra trampa. La otra trampa es la que pretende dar a los hechos un valor absoluto. Me explicaré. Lo primero que hay que hacer para entrar en el tema de manera seria y rigurosa es diferenciar entre hechos, interpretación de los hechos y valoración de los hechos. Los hechos son algo fáctico, es lo que podemos comprobar a través de nuestra percepción corporal, lo que ocurre físicamente. Un hecho físico es que yo estoy escribiendo, que tengo delante un ordenador, que estoy sentado en una silla, que mi mujer me está llamando. Pero el primer matiz es que también hay hechos psíquicos. Me refiero a que lo que yo pienso, siento o quiero es un hecho psíquico, no físico. Aunque necesite un soporte físico que es la actividad neuronal del cerebro. Los hechos físicos son los que percibimos de manera sensible. Los hechos psíquicos del otro no son perceptibles. Los propios, de manera limitada, y quizás distorsionada, por la introspección o percepción interna. Si hablamos de hechos físicos estos hechos son objetivos y observables. Por lo tanto o pasan o no pasan. No dependen del punto de vista. Esta es la primera crítica radical a los defensores de la posverdad o relativismo absoluto.
Lo que ocurre es que cuando hablamos de hechos lo que hacemos es relacionarlo y esto es lo que nos permite construir un relato. El relato consiste en darles un sentido, en conformarlos en un proceso. El relato es necesario si no nos limitamos a describir hechos sin relacionarlos. Pero si no los relacionamos tampoco estamos diciendo algo verdadero, ya que los hechos están relacionados de una manera objetiva. Esto significa que cuando hacemos un discurso sobre hechos ya hay un proceso de selección y de interpretación. Podemos entonces hablar de un grado de veracidad del relato que dependería de algunas variables: que los hechos existan, que no ocultemos ningún hecho significativo (lo cual ya supone una selección) y que la relación que establezcamos entre ellos sea racional. ¿Qué quiere decir racional? Quiere decir que nos atengamos al máximo a la lógica. Pero tampoco esta lógica es una lógica formal, ya que está ligada a la experiencia. Pero la veracidad de un relato no es algo subjetivo, es algo que depende de criterios objetivos. A menos, claro, que alguien haga un relato subjetivo de una experiencia en la que se mezclaría su experiencia psíquica sin negar los hechos físicos ni ocultarlos. Esta es la segunda crítica radical a los defensores de la posverdad. La veracidad de un relato debe responder a criterios objetivos.
El tercer nivel es el de la valoración. Para una valoración hay que tener un relato veraz. Este es el punto de partida. ¿Cómo hacemos la valoración? En función de unos principios éticos, morales, estéticos o políticos. Estos principios no son objetivos, pero tampoco necesariamente subjetivos. En algunos aspectos sí, pero en otros no, ya que como nos afectan a todos deben ser intersubjetivos. Sería, pienso, el caso de la moral y la política. Intersubjetivo quiere decir que los humanos, en nuestro devenir histórico, deberíamos llegar a unos acuerdos sobre principios morales y políticos. En este sentido me parece que la Declaración Universal de Derechos Humanos es una conquista fundamental.
Lo que quiero decir, en definitiva, es que hay que criticar, y a fondo, la teoría de la posverdad. Pero hemos de hacerlo en función de un planteamiento que sea capaz de diferenciar la verdad de los hechos físicos, la veracidad del relato y la justificación de la valoración.
Incluso si queremos profundizar algo más no debemos rechazar las teorías perspectivistas o constructivistas de manera absoluta. El perspectivismo debe integrarse si hablamos de una dimensión humana de la verdad. Esto ya lo argumentó Kant de manera convincente. El constructivismo debemos aceptarlo críticamente. Si hablamos de valoración sí hay una construcción de valores pero no hay que considerarla únicamente cultural, ya que hay elementos singulares claros y, en algún sentido, universales. Si hablamos de relato podemos también referirnos a una «razón común» que es posible entendernos desde racionalidades culturales diferentes. Si hablamos de hechos también podemos aceptar que al describirlos hay una cierta conceptualización que depende de categorías culturales, pero hasta cierto punto. Los hechos son tozudos. Y aquí sí que podemos citar al Juan de Mairena machadiano: «La verdad es la verdad, dígala Agamenón o el porquero».
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