Y yo estaré tal vez,
en un distante país de bruma,
preso en el encanto cruel
y siniestro de mi vida errante.
Ricardo Mimenza Castillo
Caen las bombas sobre Gaza, el genocidio perpetrado por el sionismo se incrementa, más de 30 mil muertes, infantes y mujeres mutilados, violaciones sin medida, ¿dónde quedaron los debates morales y éticos que marcaron los siglos pasados?, ¿es el siglo XXI el fin de la era racional y moral de la humanidad? Pareciera que no hay respuestas en un mundo convertido en aparador para que los consumidores devoren sin saciarse las noticias que olvidarán al instante. Es el ritual de la barbarie el símbolo de una era que termina con la decadencia de un sistema corrupto por naturaleza: es tiempo de parir un nuevo amanecer.
Sobrevivir es una hazaña en los rincones del olvido, ahí donde los pueblos originarios de México, Latinoamérica y el mundo fortalecen su esencia sin importar la negación del poder y la sinrazón del orgulloso cinismo del adulador, ya José Martí lo advertía al recordar las formas erradas del creído sabedor que no mira sus propias huellas, hoy deambulan los impostores, los pasillos del saber simulando encontrar respuestas a preguntas jamás planteadas, y es ahí donde más urgencia tiene el renacer de la esperanza. Es el reflejo de lo innocuo lo que trasluce en el vacío mundanal de nuestros tiempos.
La muerte es natural, pero los crímenes de lesa humanidad no lo son, en todo caso, son el reflejo de una muerte moral que habita el deseo codicioso, el mismo que genera el despojo territorial en Palestina como en Latinoamérica, es la originaria acumulación que desvirtúa todo lo que en “nombre de Dios” se hizo, aunque ese dios no sea más que la avaricia de lo privado y la usura del malintencionado, pues no hay código de ética humana que sustente la barbarie como forma de mandar. Y mientras tanto las bombas siguen destruyendo Gaza y el olvido sistémico condenando a los pueblos originarios. El genocidio es la huella del etnocidio y el colonialismo que permanece fresca.
¿A dónde fueron los hombres y mujeres, intelectuales que debatieron sin temor sobre el devenir de la humanidad, acaso acallaron sus voces o son silenciadas en la era de la información y de lo artificial como inteligencia? Sé que están ahí, sobreviviendo en medio de tanta inhumanidad, escribiendo lo que el sistema no quiere que se lea, que se hable, que se conozca, son los portadores de una esperanza incomprendida, pero sumamente urgente.
Veo la sobrevida al caminar, las manos extendidas piden pan o monedas para saciar el hambre, no son otros datos, es la cruda realidad arrumbada en las urbes que obligadas juraron amor al progreso y la modernidad, olvidándose de sus parias que las alimentaron con su trabajo diario. Son los proletarios el cimiento social, aunque en los banquetes sus sillas estén arrinconadas en el jamás. No es la sobrevida lo que les mueve a diario, pues desvanecerse no es opción ante los ojos de la necesidad. Nada importa dicen en el más allá, pero las bombas siguen cayendo en Gaza y en la eternidad.
ADENDA: en el Día Mundial de la Poesía (21 de marzo) recuerdo “La poesía es un arma cargada de futuro” de Gabriel Celaya: “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”.
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