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Socialismo, contradicciones y perspectivas

Fuentes: Adital

El socialismo es estructuralmente más justo que el capitalismo. Pero, en sus experiencias reales, no supo compatibilizar la cuestión de la libertad individual y corporativa. Rodeado por naciones y presiones capitalistas, el socialismo soviético cometió el error de abandonar el proyecto originario de democracia proletaria, basado en los soviets, para perpetuar la maldita herencia de […]

El socialismo es estructuralmente más justo que el capitalismo. Pero, en sus experiencias reales, no supo compatibilizar la cuestión de la libertad individual y corporativa. Rodeado por naciones y presiones capitalistas, el socialismo soviético cometió el error de abandonar el proyecto originario de democracia proletaria, basado en los soviets, para perpetuar la maldita herencia de la estructura imperial zarista de Rusia, ahora eufemísticamente denominada’ centralismo democrático’.

En países como China le es negada a la nación la libertad concedida al capital. Allí el socialismo asumió el carácter esdrújulo de ‘capitalismo de Estado’, con todos los agravantes, como la desigualdad social y los bolsones de miseria y pobreza, superexplotación del trabajo, etc.

No sorprende, pues, que el socialismo real haya fracasado en la Unión Soviética, después de 70 años de vigencia. El excesivo control estatal originó situaciones paradójicas, como el pionerismo de los rusos en la conquista del espacio, mientras que no consiguieron ofrecerle a la población bienes de consumo elementales de calidad, un mercado al detalle eficiente y una pedagogía de formación de los anunciados ‘hombre y mujer nuevos’.

El socialismo cayó en la trampa del capitalismo al proyectar el futuro de la sociedad e términos de producción, distribución y consumo. El objetivo de los dos sistemas se igualó, cambiando sólo los medios: el primero, por fuerza del estatismo; el segundo, la apropiación privada de los bienes y del lucro.

El socialismo sólo se justifica, como sistema y propuesta, en la medida en que tiene por objetivo, no el buen funcionamiento de la economía, sino de las relaciones humanas: la solidaridad, la cooperación, el respeto a la dignidad del otro, el fin de las discriminaciones y prejuicios, en fin, la prevalencia de los bienes infinitos sobre los bienes finitos.

En ese escenário, Cuba es una excepción y una señal de esperanza. Se trata de una cuádruple isla: geográfica, política (es el único país socialista de la historia de Ocidente), económica (debido al bloqueo impuesto criminalmente por el gobierno de los EUA) y huérfana (con el fin de la Guerra Fría y la caída del Muro de

Berlín, en 1989, perdió el apoyo de la extinta Unión Soviética).

El régimen cubano destaca en lo concerniente a la justicia social. Prueba de ello es el hecho de ocupar el 51º lugar en el IDH (Índice de Desarrollo Humano) establecido por la ONU (Brasil es el 70º) y el no presentar bolsones de miseria (aunque haya pobreza) ni tener una casta de ricos y privilegiados. Si hay quien se lanza al mar con la esperanza de una vida mejor en los EUA se debe a las exigencias, nada atractivas, de vivir en un sistema de compartir. Vivir en Cuba es como habitar en un monasterio: la comunidad tiene precedencia sobre la individualidad. Y se exige considerable altruismo.

En cuanto a la libertad individual, nunca le ha sido negada a los ciudadanos, excepto cuando representó una amenaza para la seguridad de la Revolución o se trató de iniciativas económicas sin el debido control estatal. Es innegable que el régimen cubano tuvo, a lo largo de cinco décadas (la Revolución cumplió 50 años el 1º de enero de este ano), sus fases de sectarismo, tributarias de su aproximación a la Unión Soviética.

Sin embargo, las denominaciones religiosas nunca fueron prohibidas, ni los templos cerrados, ni los sacerdotes y pastores perseguidos por razones de fe. La visita del papa Juan Pablo II a la isla en 1998, y su positiva apreciación de las conquistas de la Revolución, especialmente en las áreas de salud y educación, lo comprueban.

Además, el sistema cubano da señales de que logrará compatibilizar mejor la cuestión de socialismo y libertad a través de mecanismos más democráticos de participación popular en el gobierno, de interacción entre el Estado y las organizaciones de masa, mayor rotatividad en el poder, para que las críticas al régimen puedan llegar a las instancias superiores sin ser confundidas con manifestaciones contrarrevolucionarias.

Sobre todo en el área económica, Cuba tendrá que repensar su modelo, facilitando a la población el acceso a la producción y al consumo de bienes que abarcan desde el pan de la panadería de la esquina hasta la creación de empresas de economía mixta con inversionistas extranjeros.

En el socialismo no se trata de hablar de ‘libertad de’ sino de ‘libertad para’, de modo que ese derecho inalienable del ser humano no sucumba a los vicios capitalistas que permiten que la libertad de uno se amplíe en detrimento de la libertad de otros. El principio ‘a cada uno según sus necesidades; de cada uno según sus posibilidades’ debe orientar la construcción de un futuro socialista en que el proyecto comunitario sea, de hecho, la condición de realización y felicidad personal y familiar.