En el sitio web de Contretemps puede leerse un capítulo del último libro publicado por Isabelle Stengers: Au temps des catastrophes. Résister à la barbarie qui vient [«En tiempo de catástrofes. Resistir la barbarie que se aproxima»].[1] Pasados más de dos meses de subido, ese capítulo (de lectura libre) no había merecido comentarios, ni había […]
En el sitio web de Contretemps puede leerse un capítulo del último libro publicado por Isabelle Stengers: Au temps des catastrophes. Résister à la barbarie qui vient [«En tiempo de catástrofes. Resistir la barbarie que se aproxima»].[1] Pasados más de dos meses de subido, ese capítulo (de lectura libre) no había merecido comentarios, ni había recibido muchas visitas. En general, el libro parece haber provocado pocos artículos polemizando con las posiciones expuestas y, hasta donde yo sepa, ninguno proveniente de los anticapitalistas. Sin embargo, el libro se dirige a ellos, diría que en primer lugar. La escasa reacción parecería confirmar el temor manifestado por la autora. Ella anticipa que frente a la amenaza climática «se proponen llamados a la Unión Sagrada» por el capital bajo las imágenes de «el Empresario», «el Estado» y «la Ciencia», con «las acusaciones de traición que automáticamente acompañan esas convocatorias». Pero lo que más teme Isabelle Stengers es
Que esto sólo incite a quienes resisten a constatar de labios para afuera que el calentamiento es efectivamente un «problema nuevo», constatación inmediatamente seguida de la demostración de que ese problema, como todos los demás, debe ser cargado en la cuenta del capitalismo y luego por la conclusión de que lo importante es mantener el rumbo, sin dejarse confundir por una verdad que no debe perturbar las perspectivas de lucha.[2]
Sería efectivamente desastroso que la crisis por el cambio climático y sus implicaciones tengan tal gravedad que los habituales lectores de estos temas vacilen en sacar las debidas conclusiones o se callen después de la lectura. Porque puede haber discrepancias, como más adelante se verá, sobre algunas propuestas de Isabelle Stengers a nivel de la acción política en general. Pero en tal caso hay que expresarlas, para que sea posible iniciar un debate.
En septiembre de 2008 sostuve, primero en una exposición en Buenos Aires y luego en la revista Inprecor, que
En mi opinión, en esta nueva etapa, la crisis va a desenvolverse de tal modo que las primeras y realmente brutales manifestaciones de la crisis climática mundial que hemos visto van a combinarse con la crisis del capital en cuanto tal. Entramos en una fase que plantea realmente una crisis de la humanidad, dentro de complejas relaciones en las que están también los acontecimientos bélicos, pero lo más importantes es que, incluso excluyendo el estallido de una guerra de gran amplitud que en el presente solo podría ser una guerra atómica, estamos enfrentados a un nuevo tipo de crisis, a una combinación de esta crisis económica que se ha iniciado con una situación en la cual la naturaleza, tratada brutalmente y golpeada por el hombre en el marco del capitalismo, reacciona ahora de forma brutal. Esto es algo casi excluido de nuestras discusiones, pero que va a imponerse como un hecho central.[3]
En aquella ocasión no había destacado las palabras que ahora pongo en negrita. El libro de Isabelle Stengers me lo permite. Yo abordé las cuestiones ecológicas como un lector de Marx que desde hace mucho presta especial atención a lo que en su obra puede ayudar a comprender la acumulación o más exactamente la expropiación primitiva, el carácter de clase de las tecnologías producidas en el marco capitalista y todo lo que en El capital anuncia el proceso de transformación de las «fuerzas productivas» en «fuerzas destructivas». Isabelle Stengers asumió como uno de sus principales objetos de estudio a la investigación y la ciencia. Y con esa autoridad pudo darle nombre a esa «reacción brutal de la naturaleza maltratada». Ese nombre es «intrusión de Gaia». Después de leer su libro, me siento menos solo ante esta cuestión. También compruebo que la idea de esta intrusión atemoriza. «Gaia» obliga a reconsiderar las razones fundantes del compromiso revolucionario (terminado el «futuro luminoso»). Junto con otros elementos, sus posiciones modifican profundamente la visión de lo que es «hacer política».
Aceptar que se complique una lucha ya muy difícil
Isabelle Stengers se reivindica de Rosa Luxemburgo y su grito «socialismo o barbarie», que ha inspirado parcialmente el titulo del libro. En una entrevista[4] explica bien lo que se juega en torno a las palabras:
Qué palabras cedemos al adversario, qué palabras consideramos que han sido radicalmente deshonradas y qué palabra sin embargo es preciso mantener viva, aunque haya sido deshonrada. Si abandonáramos todas las palabras que fueron deshonradas, nos quedaríamos sin palabras. Por lo tanto «barbarie» es un término que quiero conservar, porque pienso que la alternativa socialismo o barbarie, ha pasado a ser hoy más concreta que hace un siglo.
Stengers declara sin ambigüedad desde donde habla. Desde el lado de «aquellos y aquellas que se quieren herederos de una historia de luchas libradas contra el estado de guerra perpetua que impone el capitalismo». La cuestión es, dice, «cómo ser heredero hoy de esta historia que me hace escribir».[5] Isabelle Stengers es, con Jean-Pierre Dupuy,[6] una de las pocas filósofas francófonas que puso en el centro de su reflexión las cuestiones ecológicas y en primer lugar las del cambio climático. Pero a diferencia de Dupuy, que proviene del liberalismo, ella no es una teórica de la catástrofe, sino del combate contra una nueva dimensión de la barbarie.
¡Otro mundo es posible! Este grito, realmente, no perdió nada de actualidad. Porque aquello contra lo que se lanzó, el capitalismo -el de Marx, por supuesto, no el de los economistas norteamericanos- se dispone desde ya a elucubrar sus propias respuestas que nos conducen directamente a la barbarie. Quiere decir que la lucha asume una urgencia inédita, pero que aquellos y aquellas comprometidos en esta lucha deben también afrontar otra prueba realmente suplementaria.[7]
Isabelle Stengers quiere entonces contribuir a producir, y lo más rápido que sea posible, una ruptura radical en el pensamiento emancipatorio. Una ruptura hecha indispensable por el ingresó de la humanidad en un nuevo período de la historia de la barbarie capitalista, el de las catástrofes ecológicas y de sus consecuencias en términos de clases, iluminados a pleno cuando el huracán Katrina arrasó Nueva Orleans. Dice que su libro está dirigido a «aquellos que nunca estuvieron sometidos a las evidencias del primer período de esta historia y para los cuales esta producción de explotación, de guerras, de desigualdades sociales cada vez mayores, define ya la barbarie».[8] Estos militantes y resistentes deben desde ahora agregar las amenazas específicas de barbarie que nacen del hecho de que las distintas manifestaciones resultantes del cambio climático, todas igualmente graves en términos sociales, van a producirse en un contexto marcado, de punta a punta, por las relaciones de clase capitalistas. «Nada es mas difícil -nos dice- que aceptar la necesidad de complicar una lucha ya tan incierta, viéndoselas con un adversario capaz de aprovecharse de cualquier buena intención ingenua». Ella quiere «hacer sentir que sería sin embargo desastroso rechazar esta necesidad».
La «verdad que perturba»
El primer informe del Grupo de Expertos Intergubernamental sobre el Cambio Clímático (GIEC) es de 1990. Establecía una primera constatación seria y presentaba previsiones que fueron haciéndose mas precisas con cada nuevo informe. Y cada vez que les hechos vinieron a «desmentir» esas previsiones, lo hicieron indicando la aceleración de los procesos que marcan el calentamiento, sobre todo el derretimiento de los glaciares africanos y andinos y de la banquina Ártica y Antártica. En el curso de los últimos años fue preciso, dice Stengers,
rendirse ante la evidencia: lo que había sido considerado una posibilidad, la modificación global del clima, había comenzado claramente. La controversia entre científicos está cerrada, lo que no significa que los contradictores hayan desaparecido, sino que nadie se ocupa de ellos sino como casos a interpretar por complicidades con el lobby petrolero o peculiaridades psicosociales […] Se admite que el calentamiento podría acarrear una disminución de las capacidades de absorción del gas emitido por los océanos o las selvas tropicales, es uno de los temibles bucles de retroacción positiva escenificados en los modelos y cuya activación debía ser evitada porque aceleraría y amplificaría el calentamiento. Parece que esto ya está ocurriendo.[9]
Subraya que estamos en una situación excepcional en la cual los investigadores del GIEC, los
climatólogos, glaciólogos, químicos y otros [los investigadores del GIEC ] hicieron su trabajo y lograron además hacer sonar la alarma a pesar de todos los intentos de silenciamiento, imponiendo una «verdad que perturba», a despecho de las acusaciones que se les hizo: de haber mezclado ciencia con política; o sino de estar celosos del éxito de otros colegas que con sus trabajos contribuían a cambiar el mundo en tanto ellos se limitaban a describirlo; que presentaban como «probado» lo que sólo es hipotético. Supieron resistir porque sabían que el tiempo importa.[10]
Veamos más de cerca lo que Isabelle Stengers llama «la verdad que perturba». Esta verdad es que «nosotros debemos vérnosla ya no solamente con una naturaleza ‘a proteger’ contra los destrozos causados por los humanos, sino también con una naturaleza capaz, como mínimo, de perturbar nuestros saberes y nuestras vidas». Esta verdad es muy perturbadora, no solamente para los partidos «verdes», sino también para lo que llamo «ecologistas revolucionarios». Los verdes siguen estando por el mejoramiento de la protección a los ecosistemas y la ecosfera, y en su abrumadora mayoría están dispuestos a conformarse con poco. Ven la salvación en el «capitalismo verde» y procuran aliarse con él.[11] Los ecologistas revolucionarios se dan sobre todo como objetivo, la reparación después de la victoria del socialismo del máximo posible de daños legados por el capitalismo, seguido del establecimiento de relaciones de gestión muy prudentes con la naturaleza, retomando un enfoque necesariamente planetario, el «tener cuidado» de que habla Stengers, que fue destruido por la sumatoria del «desarrollo» y del «crecimiento». Cuando se desembarazan de formulaciones que tienden puentes hacia el reformismo ecológico, los «ecosocialistas» tienen estos objetivos de reparación de daños y gestión respetuosa de los ecosistemas.[12]
Y esto es todo. Hace pocos meses, yo mismo formulé una variante de esta posición. Puse el acento en las pistas propuestas por Marx cuando, en los últimos capítulos de El capital, asigna a «el hombre socializado, los productores asociados» la perspectiva de que
regulen racionalmente este su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana.[13]
De igual manera, dirigiéndome a los militantes del Nuevo Partido Anticapitalista, defendí con mucho optimismo la idea de que
solamente los productores asociados, de muchos países y en definitiva de todo el planeta, podrán decidir en forma conjunta, a través de la discusión y la negociación, el grado de división del trabajo entre ellos que parece necesario a nivel internacional, así como la planificación de la utilización de los recursos naturales escasos en función de las necesidades prioritarias».[14]
Y en el mismo camino fui más lejos aún en un texto presentado en la reunión nacional de la Comisión de Ecología del NPA, en diciembre del 2008:
la protección de la naturaleza contra la mercantilización capitalista es inseparable del hombre en tanto parte de la naturaleza. Dicho otra manera, toda política que asuma la cuestión ecológica deberá combatir también la alienación -la alienación mercantil, pero también la alienación en el trabajo- y esto con verdadera eficacia, y no como esas campañas en «defensa del empleo» donde vemos a los sindicatos aliados a los empleadores en torno a cuestiones como las normas en materia de polución. De lo que se trata es de actuar de tal manera que el individuo «individual», creación del capitalismo, escindido en productor y consumidor y privado de toda instancia que pueda ayudarlo a comprender las principales determinaciones de su experiencia social, pueda devenir un productor asociado, en condiciones de administrar sus relaciones con el medio natural según una racionalidad colectiva. El socialismo, así redefinido, es la palabra que debemos reaprender a defender.[15]
Lo que no es falso, pero no es realmente coherente con la idea de «una situación en la cual la naturaleza, tratada brutalmente y golpeada por el hombre en el marco del capitalismo, reacciona ahora de forma brutal» que había propuesto poco antes, influenciado seguramente por el hecho de estar en América Latina y ver entonces al mundo «desde otro lado». De allí mi recoocimiento a Isabelle Stengers y a su capacidad de señalar que «la intrusión de Gaia» corresponde al hic et nunc, a la serie de cuestiones a las que hay que buscar respuestas hoy.
«La intrusión de Gaia» y las respuestas a darle como cuestión civilizatoria
La «verdad que perturba», es que la «naturaleza» ha sido maltratada hasta tal punto, de manera tan extrema, que ella ha comenzado a hacer «intrusión» a una escala que va a ir en aumento. La cuestión no es saber lo que haremos en los tiempos futuros y más propicios del socialismo. Estamos frente a un problema inmediato. Esta cuestión es profundamente política, en el sentido de que la vida de centenares de millones de personas será directamente afectada y muchas veces incluso amenazada. Porque «la intrusión de Gaia» se produce en el marco de un sistema de explotación económica y de dominación social, en donde el cambio climático es visto por los dominantes por un lado como fuente de inversiones y de ganancias, por el otro como problema para el mantenimiento del orden, junto con muchos otros.
Isabelle Stengers toma el nombre de Gaia al inglés James Lovelock y a la estadounidense Lynn Margulis. Ellos utilizaron este nombre de una divinidad griega[16] en los años 1970 para sintetizar los resultados de investigaciones que venían a poner en evidencia la existencia de un denso conjunto de relaciones que reunía lo que los científicos tenían el hábito de considerar por separado: los seres vivos, los océanos, la atmósfera, el clima, los suelos más o menos fértiles.
Dar un nombre, Gaia, a este conjunto de relaciones, era destacar dos consecuencias de estas investigaciones. Aquello de lo que nosotros dependemos y a lo que frecuentemente se ha definido como lo «dado», el marco global estable de nuestras historias y nuestros cálculos, es el producto de una historia de coevolución, en la que los primeros artesanos y los verdaderos autores constantes, fueron innumerables poblaciones de microorganismos. Y Gaia, «planeta viviente», debe ser reconocido como un «ser» y no asimilado a una sumatoria de procesos».[17]
Algunos asocian al nombre de Gaia el término «venganza». Isabelle Stengers les opone el de intrusión. Pero la invocación de Gaia no es neutra: «Considerar a Gaia como ‘la que hace intrusión’, es también caracterizarla como ciega -tal como todo lo que irrumpe- a los daños que ocasiona» (acá las negritas son mías). Porque ha sido maltratada de manera irreversible y porque nosotros vivimos en una sociedad capitalista planetaria, «la respuesta a crear no es una ‘respuesta a Gaia’, sino una respuesta tanto a lo que ha provocado su intrusión como a las consecuencias de esta intrusión».[18] Es decir por un lado al capital, cuyo movimiento de valorización «sin fin y sin límites» es directamente responsable del ritmo cada vez más rápido de degradación de la ecosfera y de los ecosistemas; por el otro a la barbarie de la cual Nueva Orleans ha dado el primer ejemplo en un «país avanzado».
En un país avanzado, pero no a nivel mundial en donde desde hace una década se han producido catástrofes climáticas lejos de los «países centrales» ante una indiferencia casi total. Con Claude Serfaty lo señalamos ya en 2003:
De lo que hoy se trata, detrás de las palabras «ecología» y «medio ambiente», es nada menos que la perdurabilidad de las condiciones de reproducción social de algunas clases, de algunos pueblos, a veces de algunos países. Como éstos están situados muy frecuentemente ya sea en lo que hoy se conoce como el «Sur», ya sea en el antiguo «Este», la amenaza sigue siendo lejana y por lo tanto abstracta en los países del centro del sistema capitalista mundial. El tiempo de gestación muy prolongado de los plenos efectos de mecanismos presentes en el capitalismo desde sus orígenes ha sido y sigue siendo más que nunca un poderoso factor de inercia social en los países capitalistas avanzados.[19]
Las terribles inundaciones ocurridas sobre todo en Bangladesh, que el aumento del nivel del océano hace cada vez mas graves y frecuentes desde 1998, así como también el ciclón Nargis que originó en 2008 el peor desastre ecológico de la historia de Birmania, pese a que fueron mucho más mortíferos que el huracán Katerina, recibieron mucha menos atención. Pero al menos merecieron alguna. Lo que no ocurre en el caso de algunos países de África y de América latina, en los que sistemas socio-productivos frágiles han dependido hasta el presente de las nieves invernales y de la relativa estabilidad de los glaciares[20] o que son de una extrema vulnerabilidad frente a lo que pueden parecer, en otras partes del planeta, todavía débiles aumentos de temperatura. En estos casos, no están sino las ONG especializadas y algunas agencias de las Naciones Unidas[21] para decir lo que ocurre, pero sus palabras no son recogidas y menos aún asumidas de manera militante, por el anticapitalismo. De hecho «la Nueva Orleans planetaria» que teme Isabelle Stengers, comenzó a instalarse desde hace bastante tiempo.
¿Cómo responder a «la Nueva Orleans planetaria»?.
Porque estamos en una situación en la que los poseedores y los dominantes, aquellos que Stengers llama «el Empresario» y «el Estado», explican a quien quiera oírlos que la cuestión climática sólo puede
ser abordada desde el ángulo de estrategias «plausibles», es decir capaces de convertirse en nuevas fuentes de ganancia. A menos de resignarse, en nombre de las leyes económicas -que son duras pero son, según dicen, leyes-, a una Nueva Orleáns planetaria. A menos que las zonas del planeta definidas como rentables deban, en todas las escalas -desde el barrio, al continente- defenderse con todos los medios necesarios contra la masa de aquellos a los que se opondrá sin duda el famoso «nosotros no podemos recibir toda la miseria del mundo». A menos que, en síntesis, los sucesivos «es preciso» instalen, plenamente, abiertamente desplegada, la barbarie que ya está penetrando nuestros mundos».[22]
Las expresiones de este reflejo defensivo contra «la miseria del mundo que no es nuestro problema» son múltiples. Así, cuando el tsunami de 2004, pudo verse que la atención de los medios europeos rápidamente se concentró únicamente sobre la suerte de los turistas que estaban en las zonas afectadas, cuando había millares y en algunos casos decenas de miles de víctimas en los países golpeados.
¿Cómo tratar entonces de responder políticamente a esta nueva fuente de barbarie cuya importancia no dejará de crecer? Aquí mezclaré mis propias respuestas y comentarios, mis acuerdos y desacuerdos. El primer punto por supuesto, en el que hay total acuerdo, es que la «cuestión ecológica» no puede «venir solamente a agregarse a las otras cuestiones como una razón más para ser revolucionario». La expresión citada es de Philippe Pignarre, que continúa diciendo: «hemos agregado el feminismo al programa revolucionario, podemos ahora agregar la ecología e incluso hablar de ecosocialismo».[23] La lectura del libro de Isabelle Stengers me terminó de convencer de que no se trata de «agregados», sino que el asunto, entendido como necesidad de hacer frente a una «Nueva Orleans planetaria», ha pasado a ser una de las primeras razones del compromiso político. Espero que muchos compartan esta convicción. En cambio, no me convence la oposición que Philipe Pignarre hace entre el «revolucionario» y el «anticapitalista». No estoy seguro de que exista hoy un «programa revolucionario» cuando la renovación de la «vanguardia» asume la forma de un marcado gusto por las elecciones, a las que se considera uno de los «tiempos fuertes» de la acción política, consumiendo las energías de los militantes en detrimento de una relación con asalariados y jóvenes que se basa en la delegación. Por otra parte, mi experiencia en los foros sociales no fue la de encontrarme con muchísimos anticapitalistas que consideraran que «el capitalismo que ellos combaten ya no el mismo con la crisis ecológica». Para los organizadores de los foros sociales, así como para Attac, esta sigue siendo una cuestión que «viene a agregarse a las otras». Pero no es el momento de discutir las figuras de «el anticapitalista» y «el revolucionario». Ya habrá ocasión para hacerlo, pero en otro lugar y más extensamente. Aquí se trata solamente de señalar un punto de acuerdo importante.
En lo que a mí concierte, actuar de tal modo que la cuestión ecológica deje de ser algo que «se agrega» a otras cuestiones, supone muchas cosas. En primer lugar, abordarla en su verdadera dimensión, que es la de una amenaza a las condiciones de reproducción social de determinadas clases sociales y comunidades (hilo conductor del articulo escrito con Claude Serfaty). Subrayar luego, como lo hace Isabelle Stengers, el carácter de clase, de dominación social y de explotación económica de la cuestión ecológica, y colocarla en el centro de la actividad de la «organización-partido». Esto pasará a ser seguramente uno de los criterios que permitirá a muchos militantes decidir si la misma sigue siendo válida. Se tratará asimismo de corporizar, combinándola con aspectos más «clásicos» de intervención militante, una de las indicaciones dadas por Isabelle Stengers y Philippe Pignarre. La indicación es que estamos en un terreno donde no de trata de
hacer que las cosas vayan «mejor» [registro de los verdes], sino de experimentar en un campo repleto de trampas, de alternativas infernales elucubradas tanto por el Estado como por el capitalismo. La lucha política, acá, no pasa por operativos de representación, sino más bien de producción de repercusiones, por la constitución de «cajas de resonancia» tales que lo que ocurre a unos haga pensar y actuar a otros, pero también que lo que unos logran, lo que aprenden, lo que ponen en marcha, pasen a ser nuevos recursos y posibilidades experimentales para los otros.»[24]
Este es un enfoque que puede ser útil para la militancia en las muchas situaciones de Francia en que la explotación salarial y las cuestiones cotidianas relativas al ambiente están estrechamente ligadas y sobre las que los sindicatos se callan en nombre de «cuidar el empleo». Es un enfoque que tiene importancia para relacionarse con los agrupamientos que llevan adelante auténticos combates ecológicos anticapitalistas. Implica que no debemos limitarnos a trasladar al terreno del mundo asociativo prácticas políticas de «frente único» ya probadas, sino intentar comprender el modo en que funcionan estos agrupamientos muchas veces «informales». Philippe Pignarre tiene razón cuando en su libro da importancia a cuestiones como el escucharse mutuamente y a la autoconstrucción de una interpretación común de situaciones y desafíos que algunos de estos agrupamientos practican. Con seguridad, hay aquí enseñanzas para la renovación de «la organización-partido».
La «oposición frontal» es necesaria e incluso indispensable
Donde me separo totalmente de las proposiciones de Isabelle Stengers, es cuando ella cuestiona el conflicto frontal (que puede desembocar en una la confrontación física directa) con «el Empresario» y «el Estado», sosteniendo que «la oposición frontal es una tentación a evitar porque aleja a la gente, y no deja subsistir más que dos campos virilmente opuestos, que funcionan en mutua referencia».[25] En el caso de los Organismos Genéticamente Modificados, de los que ella habla extensamente, es claro que hubo el fin de cuentas dos campos. El trabajo de delimitación fue el resultado de un trabajo bien analizado por Isabel Stengers, «de cuestionamiento de los OGM como progreso admitido por la ciencia, portador de crecimiento y benéfico para la humanidad» y de la «producciones de saberes, de prácticas de alianza y de convergencia de luchas que sacudieron toda la rutina». Es seguro que
mucha gente comenzó a interesarse por la manera en que se hacen las opciones de lo que se llama el desarrollo, así como de las orientaciones de la investigación científica, y de todo lo que no interesa demasiado investigar, de todas las cuestiones que no se plantean, hasta los modos de producción agrícola pasando por el imperio de las patentes.
El combate contra los OGM, al menos en el caso de Francia, ha contribuido a «la rehabilitación de siembras tradicionales y a la creación de lazos entre productores y consumidores, que tienen una innegable dimensión política».[26] Pero este combate también implicó una forma de acción política directa, la de los segadores voluntarios, contra «el Empresario», «el Estado» y la «Ciencia», una forma aún más radical en el contexto del neoliberalismo por cuanto constituía un ataque a la propiedad privada. El proceso de pedagogía colectiva, el
«pensar» en el sentido que importa políticamente, es decir en el sentido colectivo, los unos con los otros, los unos gracias a los otros, en torno a una situación devenida «causa común», que hace pensar [27]
hizo que los segadores voluntarios gozaran de un fuerte apoyo popular. Y de rebote, su acción, con su radicalismo, consolidó el trabajo de elaboración sobre la «causa común OGM». Aquellos a quienes Isabelle Stengers llama «nuestros responsables» fueron tomados por sorpresa en la cuestión de los OGM. Ahora están muy decididos a que no ocurra lo mismo con la cuestión del relanzamiento de lo nuclear. Operan para hacer tan difícil como sea posible el «‘pensar’ en el sentido que importa políticamente, es decir en el sentido colectivo». Llevará tiempo crear condiciones para la oposición frontal y más aún para formas de acción política directa. Pero los países donde lo nuclear fue abandonado hace 30 años fueron en su momento componentes de una oposición «campo contra campo».
Pasemos a la dimensión mundial, a esta perspectiva de «Nueva Orleáns planetaria». Encuentro que una formulación como
la lucha política deberá pasar por todo lugar en que se fabrique un futuro que nadie se atreve realmente a imaginar, no limitarse a la defensa de conquistas o la denuncia de escándalos, sino de asumir la cuestión de la fabricación de este futuro. [28]
es muy eurocentrista. Por fuera de los países capitalistas «avanzados», hay pueblos que practican aún «una agricultura que no depende de fertilizantes y de pesticidas, que no destruye sistemáticamente los suelos», que todavía tienen «prácticas de cooperación que son las únicas capaces de producir un futuro que no sea bárbaro».[29] Para ellos y también para nosotros, hay allí «conquistas» por defender y situaciones dramáticas a las que se debe «denunciar». Una de las dimensiones de la fase de mundialización del capital es la aceleración del proceso de expropiación y de pauperización extrema de lo que queda del campesinado, y del montaje de explotaciones sin freno de los recursos naturales, que van junto con formas extremas de explotación de los trabajadores. En América Latina, el Brasil, México, la Argentina y Chile son laboratorios de esto, pero el proceso puede encontrarse por todas partes en el «Sur».[30] El hecho de que en algunos países los agentes sean nacionales no cambia nada. Estos procesos han provocado luchas, luchas de clases, luchas de comunidades campesinas de las cuales Martínez Alier recientemente hizo un recordatorio impresionante.[31] Estas lucha son «frontales». ¿Podría ser de otra manera para la población indígena de la Amazonia peruana, ante la decisión de permitir que las compañías petrolíferas y mineras destruyeran su hábitat y su relación con la naturaleza? ¿Qué otro medio tenían las comunidades indígenas más que la confrontación violenta resistiendo a la policía militar, tal como ocurrió en Bagua? ¿De qué otro medio disponemos en Europa, más que la «denuncia» junto con el máximo posible de explicaciones, y de un trabajo continuo de información sobre las luchas en otros lugares del mundo en donde lo que se juega es la reproducción social? Y a propósito de esto, ¿cuántos partidos o asociaciones en Francia explicaron que, entre las compañías petrolíferas involucradas, una -la sociedad Perenco- es francobritánica y está dirigida por un francés llamado François Perrodo?
En algunos países «avanzados», hay muchos casos en los que la denuncia de lo que ocurre en los países del Sur puede articularse con campañas nacionales referidas al cambio climático.[32] Lo que Isabelle Stengers llama «el Empresario» debe entonces ser señalado con nombre y apellido. En el caso de Francia, los nombres de grandes grupos financiero-industriales están situados en el punto de convergencia en muchos combates. El referido al cambio climático; el que va contra la participación de multinacionales en la opresión social y dominación política y militar de los países del Sur; el que enfrenta la suba del precio del petróleo, del gas y electricidad que aplastan el poder de compra de los asalariados y aumentan la pauperización de los desempleados; el que se opone a la culminación de la privatización-desmantelamiento de los servicios públicos, que está en marcha desde hace 15 años y una de cuyas consecuencias fue el «todo-automóvil» y el «todo-camión».[33] Los grupos Total, Areva, Suez-GDF están en la primera fila de estos responsables a los que hay que llamar por su nombre. El rol de Total en Nigeria y en Gabón son ejemplos no excluyentes. Pueden agregarse el del grupo Bollore[34] y otros muchos más.
Ubicar el combate en el contexto de dos «crisis conjuntas».
La gran cuestión es buscar desde qué extremo tomar un combate que abarca todas las dimensiones. Hay que dejar de lado la tentación a la que pueden conducir los últimos capítulos del libro de Stengers, la tentación de querer «resistir a la barbarie que viene» colocándose en el terreno de John Holloway y su proposición de «cambiar el mundo sin tomar el poder».[35] Isabelle Stengers tienen razón al decir que cuando «nuestros ‘responsables’ se vuelven hacia nosotros para preguntarnos ‘¿Qué harían ustedes en nuestro lugar? Hay que contestarles en voz alta ‘¡Nosotros no estamos en vuestro lugar!'»[36] Está bien… ¡Pero eso no significa que debamos dejarlos allí para siempre! El movimiento mediante el cual los dominados y los oprimidos ha sido llevados, casi siempre a partir de un reflejo inicialmente a autodefensivo, a levantarse contra los «responsables» del momento es un movimiento independiente de la forma partido, aunque siempre existan «militantes». Y hemos entrado en un período en el que la necesidad de la autodefensa colectiva se impondrá a los trabajadores (en sentido amplio, los que deben «encontrar trabajo», vender su fuerza de trabajo), incluso en los países capitalistas avanzados y con toda seguridad en Europa. El avance de la crisis del cambio climático se produce al mismo tiempo que se inicia una recesión económica mundial que será muy prolongada. Es muy posible que la inyección masiva de dinero para el salvataje del sistema financiero, así como la ayuda dada a la reestructuración de los grandes grupos manufactureros, bloquee el proceso de transformación de la recesión en depresión profunda. Tendremos entonces un largo período de crecimiento mundial «flojo» con tasas de crecimiento débiles, y en el caso de la Unión Europea extremadamente débiles.[37] Los resortes de la acumulación de los 10 últimos años (el endeudamiento masivo de los hogares y del Estado norteamericano, y una acumulación industrial impulsada sobre todo por las inversiones en Asia del este y del sudeste orientadas a la exportación) están rotos. Las medidas de «relanzamiento» se basan en el mayor endeudamiento de todos los gobiernos, quienes se lo «harán pagar» a aquellos sobre quienes pesa el fisco, vale decir, los asalariados. En los países más pobres, los efectos sociales del cambio climático estarán agravados por los déficits alimentarios provocados en gran medida de manera directa por las políticas agrícolas y comerciales aplicadas desde hace 20 años por la Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial. Se han visto las primeras expresiones en 2008. Pero muy pocos países escaparán al quasi estancamiento, y en todo caso no serán los de Europa.
En el caso de un país industrializado, la desocupación masiva, así como todas las consecuencias que acarrea, constituyen una amenaza para la reproducción social de todos los que son o deben tratar de convertirse en asalariados y no tienen otro «patrimonio». La amenaza no se mide obligatoriamente en términos de muertos (aunque el caluroso verano de 2003 golpeó precisamente a los ancianos ex proletarios), sino en términos de acceso a una «vida decente», de vida civilizada y no de existencia puesta en la oscuridad de la pauperización. Y actualmente, esta amenaza se perfila sobre todo para los hijos de los asalariados. Entre diciembre de 2008 y abril de 2009, no ha pasado una sola semana en la que no se anunciara el cierre de alguna fábrica que podría ser pequeña, pero muy importante para el empleo en una ciudad o una región, perteneciente a filiales de multinacionales extranjeras (Continental, Goodyear, Celanese, Sony, 3M), o a subcontratistas de multinacionales francesas (Renault y Peugeot, especialmente) como Valeo y Heuliez. En el momento en que estoy terminando este artículo, es Michelin la que anuncia despidos masivos, tanto para «incrementar la productividad» como para responder a la disminución de la demanda. El Instituto de Estadísticas ha anunciado que 187.800 empleos fueron destruidos durante el primer trimestre, o sea, precisa, una baja de 1,1%, caída sin precedente en la historia económica francesa. Las previsiones de desempleo o de precarización extrema del empleo son muy elevadas para la franja etaria de 16-24 años. Un número creciente de egresados se enfrentan al desempleo o en todo caso a la subcalificación.
Llegará un momento en que cualquier perspectiva política de medidas radicales que una fracción significativa de los asalariados y los jóvenes decida poner en marcha, mediante todos los medios que sean capaces de inventar o de reventar, deberá necesariamente dejar de asumir la forma de un programa de «reivindicaciones» que se exige aplicar a quienquiera que sea, y pasar a ser un programa de autogobierno. La urgencia de responder a los problemas inmediatos de reproducción social significará también que el mismo deberá implicar un «plan industrial» adosado a formas de propiedad social de sectores económicos claves. Aquí figurarán obligatoriamente, de manera central, los sectores de la energía, de los transportes y de la construcción. Son precisamente aquellos cuyo control es decisivo en cualquier tentativa de última hora para frenar el cambio climático y cuya reapropiación social significaría también dar un golpe al imperialismo conducido en nombre de «la Francia». Frente a un determinado problema, dice Isabelle Stengers, será la capacidad de fabricar colectivamente respuestas lo que determinará su cualidad. «Una respuesta no es reductible a la simple expresión de una convicción. Debe ser fabricada».[38] Esta es precisamente la tarea. Se trata de liberar el potencial de experimentación colectiva de los asalariados-ciudadanos, sea cual fuere la estructura (asociación, agrupamiento aún más informal o partido político) en los cuales hayan elegido comprometerse y a ayudar en la «fabricación de una convicción colectiva» referidos a la necesidad y a la «posible realización» de objetivos cuya concreción planteará efectivamente la cuestión del poder, que no puede ser evitada.
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Artículo enviado por el autor. Publicado en francés en Carré rouge nº 41, junio 2009, así como en los sitios de Contretemps y À l’encontre. Traducido del francés para Herramienta por Aldo Casas.
[1] Au temps des catastrophes. Résister à la barbarie qui vient. París, Éditions Les Empêcheurs de penser en rond / La Découverte, 2009.
[2] Obra mencionada, pág. 69.
[3] Exposición realizada en el encuentro organizado por Herramienta el 18 de septiembre de 2008 y publicada en Herramienta Nº 39, Octubre de 2008. Fue reproducido en francés por Inprecor Nº 541-542, sept.-oct. de 2008.
[4] En Mediapart, puede verse en el sitio de À l’encontre www.alencontre.org
[5] Op. cit., pág. 19.
[6] Jean-Pierre Dupuy, Pour un catastrophisme éclairé. Quan l’impossible est certain. París, Seuil, 2004. Ver también el reportaje posterior, «D’Ivan Illich aux nanotechnologies. Prévenir la catastrophe?», Esprit, febrero de 2007.
[7] Op. cit., pág. 59.
[8] Idem., pág. 18.
[9] Id. págs. 13-14.
[10] Id., pág. 58.
[11] La inconsistencia de tales posiciones se desprende del artículo de Michel Husson «Un capitalisme vert est-il possible?», Contretemps Nº 1, primer trimestre de 2009.
[12] Ver Michael Löwy «Qu’est-ce que l’écosocialisme?», Le Grande Soir, 16 de febrero de 2005, www.legrandesoir.info/ y su capítulo en el libro del que fue coordinador: Écologie et socialisme, París, Syllepse, 2005.
[13] Carlos Marx, El capital, vol. III, FCE, pág. 759.
[14] «Le moment historique où le NPA se forme et certaines de ses implications», Critique communiste Nº 187, julio de 2008. El artículo se encuentra en el sitio de Contretemps.
[15] F. Chesnais, «Orígenes comunes de la crisis económica y la crisis ecológica», Herramienta (nueva serie) nº 41, julio de 2009.
[16] Gaïa, Gaia, Gaya, Gaiya y otras muchas variantes es el nombre que designa «diosa primordial identificada con la ‘Madre-Tierra’. Es el ancestro materno de razas divinas, pero creadora también de muchos monstruos».
[17] I. Stengers, op. cit., pág. 51.
[18] Idem, pág. 49.
[19] F. Chesnais y Claude Serfaty, «Les conditions physiques de la reproduction sociale», dans J-M. Harribey et Michael Löwy (bajo la dirección de) Capital contra nature, París, Actuel Marx Confrontation – PUF, 2003, pág. 69.
[20] Gracias a la lectura de Frank Poupeau, Carnets boliviens 1999-2007, un goût de poussière, Paris, Éditions Aux lieux d’être, 2008, supe que los glaciares andinos de los que proviene el agua que abastece a La Paz y El Alto en Bolivia están agotados en más de un 80%. Se estima que dentro de una quincena de años estas ciudades ya no tendrán más agua… En la conferencia de Buenos Aires publicada en Herramienta Nº 39 dije «y sin embargo, esto es algo que nunca se trató, quienes nos reclamamos del marxismo revoluconario nunca discutimos un hecho de tal magnitud que puede hacer que la lucha de clases en Bolivia, tal como la conocimos, se modifique sustancialmente…»
[21] Ver por ejemplo International Organization for Migration and Climate Change, Ginebra, 2008, y mas extensamente Changements climatiques et peuples autochtones, Groupe International de Travail pour les peuples autochtones, París, L’Harmattan, 2009.
[22] I. Stengers, ob. cit., pág. 58-59.
[23] Philippe Pignarre, Étre anti-capitaliste aujourd’hui. Les défies du NPA, Paris, La Découverte, 209, pág. 124.
[24] I. Stengers, op. cit., pág. 199.
[25] Ibíd., pág 177.
[26] I. Stengers en Regards, Nº 57, febrero de 2009.
[27] I.Stengers, Au temps des catastrophes, op. cit. pág. 171.
[28] Idem, pág. 200.
[29] I. Stengers en Regards, ob.cit.
[30] Ver la recopilación de estudios de campo publicada en el libro colectivo de Fred Magdoff, John Bellamy Forster et Frederick Buttel, Hungry for profit: The agribusiness threat to farmers, food and the environment, Nueva York, Monthly Review Press, 2000.
[31] Joan Martinez Alier, «Conflits écologiques et langages de valorisation», Écologie et Politique, nº 7, 2008.
[32] Ver F. Chesnais y Jean-Louis Marchetti, Les fondements théoriques de la centralité révolutionnaire de la question «écologique» et certains de leurs conséquences politiques, diciembre de 2008 en el sitio www.npa13.org/(rubrique contributions).
[33] Ver Philippe Mühlstein, «Énergie, transport et effect de serre: l’impasse néolibérale» nota para el Consejo científico de Attac-France, 22-07-2009, en el sitio www.france.attac.org/
[34] En el 2009 el grupo Bolloré ocupa un lugar decisivo en las economías de Costa de Marfil, del Congo, de Gabón y de Camerún. En este país controla gran parte del puerto autónomo de Douala, los ferrocarriles y las plantaciones de palma.
[35] Ver la reciente edición en francés, Changer le monde sans prendre le puvoir, Paris, Syllepse, 2008, así como el comentario de Daniel Bensaid «Et si on arretait tout? L’illusion sociale de John Holloway et the Richard Day», Revue internationale des livres et des idées Nº 3, enero-febrero de 2008.
[36] Ver el capítulo 12 del libro que estamos comentando.
[37] Puede encontrarse una conclusión idéntica aunque partiendo de un marco teórico y una perspectiva muy distintas a las mias en Michel Aglietta, Crise et renovation de la finance.
[38] I. Stngers, op. cit., pág. 135.
Chesnais, François. Profesor emérito en la Universidad de París 13-Villetaneuse. Destacado marxista, es parte del Consejo científico de ATTAC-Francia, director de Carré rouge, y miembro del Consejo asesor de Herramienta, con la que colabora asiduamente. Es autor de La Mondialisation du capital y coordinador de La finance mondialisée, racines sociales et politiques, configuration, conséquences. La finance capitaliste, último libro bajo su dirección, acaba de ser publicado por Ediciones Herramienta. E-mail: [email protected].