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Socialismo sin iglesia

Fuentes: Rebelión

De nuevo se habla de la necesidad del socialismo como superación del capitalismo. Aunque el tema está en el tapete en Europa y en Norteamérica desde hace más de una década y en Venezuela es más reciente, sin embargo tenemos razones suficientes para hacer del asunto una preocupación colectiva porque quien lo propone es el […]

De nuevo se habla de la necesidad del socialismo como superación del capitalismo. Aunque el tema está en el tapete en Europa y en Norteamérica desde hace más de una década y en Venezuela es más reciente, sin embargo tenemos razones suficientes para hacer del asunto una preocupación colectiva porque quien lo propone es el Ejecutivo Nacional y no un grupo político. En otras palabras: es el poder político quien llama a cambiar las reglas del poder económico. Además hablar de socialismo en América Latina tiene connotaciones muy distintas a las europeas. En Europa suena mucho a parlamentos, socialdemocracia y reformismo, y la violencia quedó como reliquia de las luchas políticas. Pero en Latinoamérica connota guerrilla, lucha armada, violencia y sobre todo el grito de guerra apasionado de los «excluídos» no sólo por ser pobres sino también por sus diferencias culturales o «raciales» (homosexuales, drogadictos, negros, etc.), además de existir una importante población indígena que reclama su lugar en la historia y su participación activa en el diseño de una nueva sociedad. Por esto consideramos que en esta oportunidad si el sueño socialista quiere poner pies firmes sobre nuestras tierras debe soltar unos lastres, refrescar unas ideas y proponerse definitivamente el rescate de la identidad latinoamericana que pasa por la descolonización de las ciencias sociales y las teorías políticas, lo que sin lugar a dudas incluye la revisión de los fundamentos del pensamiento izuierdista del siglo XX. Esto sin ir tras los cantos de sirena de los postmodernos latinoamericanos que con su denuncia de la «crisis de los paradigmas de la modernidad» (con espcial énfasis en el marxismo) y su «perplejidad» ante la variedad de los nuevos sujetos políticos se colocan al lado de los defensores del capital y del Imperio norteamericano. Como afirma Luis Brito García: los postmodernos son los filósofos del neoliberalismo.

Los lastres son los siguientes:

1.- El culto a la personalidad.

En verdad que las sociedades les deben mucho a los individuos que se arriesgan a ir contracorriente en la historia, pero no deben erigir el pensamiento de un individuo en el molde del pensamiento colectivo so pena de morir aplastadas por la misma historia. Es que un individuo no puede interpretar -sólo- las múltiples fuerzas que se mueven alrededor de los distintos núcleos de poder y las distintas formas de dominación que coadyuvan a sostener al sistema capitalista globalizado. Tomémosle la palabra al Presidente Chávez: discutamos, reflexionemos sobre la sociedad que queremos, porque él no tiene la verdad sobre el tema como bien repite en sus alocuciones públicas. Cometeríamos un crimen de «lesa historia» si esperamos a que sea él quien establezca las pautas del nuevo proyecto socialista. Dejémos la flojera mental y el culto a la personalidad.

2.- El dogmatismo o la religiosidad doctrinaria.

Ya no hay libro sagrado, ni discurso totalizador ni Mesías. Y aunque se reconozcan los aportes vigentes del marxismo, el mismo Marx reconocería que en el Siglo XXI sus tesis requieren de nuevos capítulos y la revisión de los viejos. Los estudiosos marxistas han avanzado mucho apoyados en las ciencias sociales como para mantenernos amarrados a los textos clásicos.

3.- El mito de una meca: antes fue la URSS y ahora parece que los dogmáticos de pensamiento «débil» quiren erigir a Cuba como la meca.

Por más de 60 años los «ideólogos» del socialismo fueron meros sacerdotes de la religión moscovita, es decir del pensamiento único estalinista. Aquello que se llamó «socialismo realmente existente» fue más que una religión: una iglesia con inquisición y todo que si bien no quemaba vivos en las plazas públicas a los herejes como mínimo los inhabilitaba cívica y políticamente y los desaparecía de la historia. Durante ese tiempo era más fácil resguardar el mito de la meca y disfrutar de ciertos privilegios que crearse una utopía y un proyecto propios. Por algo los que en los años 70 renegaron del «socialismo realmente existente» son hoy, en su mayor parte, flamantes dirigentes de la derecha: no tenían ideas propias. Ya no existe ni el credo ni la iglesia: hay que inventarlo casi todo sin más respaldo que el de nuestras propias experiencias y la certeza (y las dudas) de nuestros propios pensamientos. Y con Cuba debemos mantener nuestra admiración y solidaridad, pero también recono cer que su sistema político y económico ya no puede reproducirse en el resto de América Latina. Todo lo contrario: es el «modelo venezolano» pluripartidista y de economía mixta, basado en los principios de igualdad y cooperativismo el que parece ser el futuro del socialismo cubano.

4.- El mito del socialismo en un solo país.

Basta con leer «El manifiesto del partido comunista», escrito en 1848, para entender que es imposible realizar el socialismo en un solo país contra el sistema capitalista que se internacionaliza por su propia esencia, sin embargo esa fue la estrategia de los comunistas desde la Tercera Internacional.

5.- El Estado militarizado como único instrumento de defensa de la revolución.

Militarizar es contrario a politizar y el «socialismo soviético» militarizó el Estado y extendió la militarización a toda la sociedad a través de la disciplina del partido único, convirtiendo en enemigos de guerra a todos los disidentes, matando de raíz la posibilidad de renovación cultural, ideológica y política de toda sociedad democrática. Al final, en los años 90, la sociedad soviética no tuvo medios culturales e ideológicos para defenderse del arrollamiento capitalista.

6.- Desobedecer el canto de sirena neoliberal que coloca la lucha contra la corrupción como el norte de la lucha anticapitalista y rescatar el verdadero núcleo de la lucha anticapitalista: la explotación del trabajo por el capital.

Por poco que profundicemos en este tema nos encontramos, por lo menos en Venezuela que, gracias y por desgracia de la Causa R, los «revolucionarios» dejaron de ser enemigos de los explotadores para convertirse en perseguidores de corruptos, desviando las fuerzas antisistémicas hacia el reformismo más inefectivo porque este obvia un pequeño detalle: la corrupción es consustancial al sistema capitalista y es imposible acabar con ella dentro del mismo sistema. Es una ilusión pensar que acabando con la corrupción se humanizará el capitalismo. Es una estupidez sostenaer que acabando con la corrupción se acabará con el sistema capitalista. Igual podemos sostener sobre el tema del tráfico y consumo de «drogas ilícitas».