EMPECEMOS CON KATRINA Cuando se produjo la destrucción de New Orleáns (EE.UU.) por el huracán Katrina en el 2006, lo primero que llamó la atención fue el problema de la imprevisión por parte del poderoso Estado bajo la administración de Bush hijo. Las peticiones para reacondicionar y reforzar las murallas de la ciudad frente a […]
EMPECEMOS CON KATRINA
Cuando se produjo la destrucción de New Orleáns (EE.UU.) por el huracán Katrina en el 2006, lo primero que llamó la atención fue el problema de la imprevisión por parte del poderoso Estado bajo la administración de Bush hijo. Las peticiones para reacondicionar y reforzar las murallas de la ciudad frente a previsibles embates del mar bajo el impulso de los huracanes, pasaron inadvertidas por los campeones de la tecnología, de las finanzas y de las guerras «preventivas» que han desatado en el medio Oriente y que están preparando para imponerlas contra otros países considerados, por los imperialistas estadounidenses, como «peligros» para su seguridad nacional. El Katrina encontró una ciudad «abierta» para ser arrasada en el más breve tiempo, sin posibilidades de atenuar su fuerza y la fuerza de las aguas. En esta primera percepción hay dos elementos. Uno, el propio huracán, la fuerza natural que no se puede detener ni dirigir por donde uno quisiera, por lo menos hasta el estado actual de la ciencia y la tecnología de la física. El otro es el factor humano, la posibilidad de prevenir los espacios culturales urbanos para hacer frente a los efectos de las fuerzas naturales, para cuya realización sí, y Estados Unidos más que cualquier otro país, se cuenta con tecnologías suficientes y los recursos logísticos de toda índole, siendo el aspecto financiero lo más importante, y el poder político suficiente. Aquí estamos con el problema de la fuerza humana aplicada al manejo del Estado y del poder político para organizar la sociedad en beneficio de la población, lo que nos conduce a una sociología política aplicada a un evento fortuito (huracán, terremoto, etc.) de carácter natural pero previsible en sus efectos y espacios de incidencia. Si la «guerra preventiva» que practica hoy Estados Unidos utiliza la lógica de la predicción, que además es un elemento fundamental del conocimiento científico (Mario Bunge), sería incomprensible que para el Katrina no haya operado la misma lógica, contradicción que nos lleva a señalar un segundo problema que llamó la atención de analistas serios de la sociedad estadounidense actual.
Ese segundo problema, más doloroso por cierto, es que en ese día aciago perecieron más de 30 mil habitantes de aquella gran ciudad, sepultados bajo los escombros y bajo las aguas que ingresaron en avalancha. ¿Quiénes fueron, en casi absoluta mayoría, los muertos en New Orleáns? Los más pobres y un sector de la población medianamente acomodada. Esa población más pobre pertenecía, en gran parte, a la parte negra de la demografía estadounidense, como ocurre con la desocupación, los bajos niveles de escolaridad y otros índices que definen grandes desigualdades sociales en el país de la «gran prosperidad» y de la «democracia modelo». Los que salvaron sus vidas fueron aquellos que pudieron salir rápidamente de la ciudad, con su propia movilidad por supuesto, que supieron a donde ir para seguir viviendo. Los pobres, en cambio, no tenían otra alternativa que aferrarse a su lugar donde fueron aprisionados por la hecatombe. Días después, los propios responsables de las políticas de Estado tuvieron que reconocer su falta de previsión para enfrentar a los eventos de la naturaleza. ¿Sólo falta de previsión?, debemos preguntarnos. Pues no, debe ser la respuesta, ya que esa falta de previsión está inmersa en una teoría y práctica políticas que inducen a la desigualdad, a la «libertad de elegir» (Milton Friedman) en condiciones de oportunidades desiguales generadas por el neoliberalismo y su tesis sagrada del libre mercado como factor supremo del desarrollo. El «sálvese quien pueda» pierde, en este caso, sus entre comillas para definirse como la esencia de esa sociedad y estado neoliberales en manos de las más agresivas transnacionales que hoy están imponiendo sus TLC a ciertos países cuyos gobernantes les abren, con la más absurda demagogia, los mercados de sus misérrimos países.
ICA 2007
No es la primera vez que el Departamento o Región Ica es golpeado por un terremoto. Estuvimos en 1994 cuando la ciudad más destruida fue Nazca, cuya reconstrucción sigue inconclusa, como viene ocurriendo con Lamas, en San Martín.
Como se viene señalando con mayor precisión a medida que avanzan los días (Cfr. La República y El Comercio del 19.08.2007), hay un conjunto de elementos que nos conducen a comparar, mutatis mutandis, el caso de Katrina con el terremoto del 15 de agosto del 2007 en el Perú. Primero, la precariedad de la vida de la gente que se expresa en su propia vivienda, en el campo y en la ciudad, en las ciudades más grandes y en las poblaciones más pequeñas. ¿Dónde está la prosperidad de que hablan los propagandistas del crecimiento económico vía la economía neoliberal que hace crecer el PBI global a cuenta del mayor empobrecimiento de los trabajadores y desocupados? Segundo, la ausencia de un Estado planificador del desarrollo integral del país, de lo que hoy se denomina el desarrollo humano y el mejoramiento de la calidad de vida. Lo que ocurre en este caso es la mayor concentración de la riqueza en un grupo de burguesía agraria ligada a la agroexportación de determinados productos, explotando la mano de obra barata de miles de trabajadores contratados con salarios miserables, pues los «buenos salarios» de los que hablan los panegiristas de ese crecimiento en Ica sólo se concentra en un grupo pequeño de empleados de planta y de administración de negocios, pero sujetos también al contrato temporal. Tercero, la más indignante incapacidad del gobierno para organizar las acciones de emergencia y las de largo plazo; las primeras, tendientes a paliar la situación calamitosa de los sobrevivientes en toda la región y en algunas provincias de otras regiones que han sufrido los estragos del terremoto y, las segundas, para planificar la reconstrucción y el desarrollo de esa región, como punto de partida, tal vez, para reconstruir el espacio urbano y rural del Perú en todos sus aspectos. ¡Pero cómo se podría esperar algo diferente de un gobierno atado al continuismo neoliberal, que ha liquidado, en la década de los 90, lo que era el inicio de una proyección de planificación económica y social, surgida en la década de los 60! La denominada «planificación estratégica» de la que se habla hoy no es sino una frase creada por las transnacionales para proyectar su propio crecimiento y sus «alianzas estratégicas» de evidente concentración del poder económico. ¿Qué podría planificar un Estado que se ha desprendido de sus empresas estratégicas en beneficio de transnacionales que hoy controlan el gran comercio, la energía eléctrica, los hidrocarburos, la gran minería, el sistema de transporte marítimo y aéreo, los puertos, la telefonía en su conjunto, etc.? Cuarto, la no menos indignante competencia entre empresarios, instituciones no gubernamentales y de caridad, empresas de TV, alcaldías y hasta gobiernos regionales en las acciones de apoyo a los damnificados, sin un organismo que concentre, racionalice, controle y dirija esa ayuda, desorganización que es la expresión del Estado neoliberal, ajeno a los intereses de las mayorías del Perú. Quinto, se ha hecho más evidente la miseria en que vive la gran mayoría de peruanos. Si eso notamos mejor hoy en Ica, catalogada como el epicentro del desarrollo, cómo estará la población en otras regiones y en otras provincias del país.
LA SOCIOLOGIA POLÍTICA DE LA POBREZA
No solamente frente a los desastres que ocasionan determinados fenómenos naturales (vientos huracanados, inundaciones, huaycos, incendios forestales por la acción de altas temperaturas del clima, etc) los más perjudicados son los pobres -en ciertas ocasiones, los únicos, sino que el sufrimiento ocasionado por esos desastres se acrecientan por la ineficacia y el desdén de los gobernantes de los países donde las desigualdades económicas y sociales son, para los grupos más encumbrados del poder económico, un hecho casi natural, irremediable, que se puede atenuar en parte pero no acabar. El poder económico y político en nuestro país hace de la ayuda a los damnificados un proceso de competencia de firmas comerciales, mas no una política de planificación del desarrollo de los pueblos. Hasta donde el individualismo y el sentido neoliberal se ha impuesto en la estructura política del Perú que el gobierno, en lugar de planificar la reconstrucción urbana y la construcción masiva de viviendas con tecnologías antisísmicas, está proponiendo entregar a cada damnificado uno miles de soles para que cada uno construya su vivienda: una alternativa que nos llevará a lo mismo. Los frutos del gran crecimiento, ¿para qué sirven y a quiénes benefician?
En pleno desastre en el Perú, nuestra «hermana» Michele Bachelet amenaza al Perú porque el gobierno se ha visto obligado a presentar ante la ONU la cartografía de límites marítimos a que tiene derecho. La burguesía chilena, guerrerista como siempre y dueña de más de 5 mil millones de inversiones con ingentes ganancias en el Perú, no sabe sino proyectar su política territorial expansionista de acuerdo con la teoría geopolítica que practicaba y enseñaba el dictador Pinochet. De modo que de la sociología política de los desastres naturales podemos pasar a la sociología política de la burguesía chilena en el Perú.
Como conclusión podemos señalar que el poder político de los neoliberales en el gobierno del Estado a través y con el APRA están administrando las desigualdades sociales como un hecho irreversible en lo fundamental y que esa concepción se refleja mejor en el proceso desorganizado e individualista, irresponsable e ineficaz en que se está dando su presencia en los pueblos arrasados por el sismo del 15 de agosto.
Urge, de parte de los sectores progresistas, de los dirigentes populares, de la izquierda en particular, generar un movimiento de crítica y de propuestas para organizar a los oprimidos y comprometerlos en la lucha por una alternativa de nueva economía y nueva sociedad, más allá de la demagogia y la caridad pública y privada que utiliza la situación para beneficiarse con la libre competencia.
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El autor es educador, miembro investigador de la Red social para la Escuela Pública en América (Red SEPA), ex Secretario General del SUTEP.