La guerra es la continuación de la política por otros medios, al decir de Clausewitz. Claro es que a veces la propia política es también causa directa de la guerra. Desde luego la escalada de la violencia verbal es precursora de la guerra. Las soflamas acaban incendiando a las masas, o a parte de las […]
La guerra es la continuación de la política por otros medios, al decir de Clausewitz. Claro es que a veces la propia política es también causa directa de la guerra. Desde luego la escalada de la violencia verbal es precursora de la guerra. Las soflamas acaban incendiando a las masas, o a parte de las masas, y una sociedad puede terminar por escalones en confrontación armada. Recuérdense las arengas y los mítines de Hitler o de Mussolini como políticos, antes de la segunda guerra mundial, y los de Franco y compañía antes, durante y después de la guerra civil. Hitler y Mussolini venían tambié n de la pol í tica. Franco no era pol ítico. Fue un militar que abortó la política. De modo que es la propia política la que a menudo enciende la mecha. Y eso es lo que parece que pueda volver a ocurrir en España. Las proclamadas decisiones de liberar la venta de armas y amortizar las Autonomías por parte de un partido que ha irrumpido en escena hace muy poco tiempo, son suficientemente temerarias como para esperar consecuencias graves a corto plazo, aunque no gane las elecciones. La amenaza está ahí… Pues este nuevo partido tiene el propósito de reverdecer sin tapujos, iró nicamente por v ías democr á ticas como Hitler, el ideario del dictador, reforzando además la funesta ideología neoliberal…
Neutralizar los constantes impactos que llegan a mi exacerbada sensibilidad desde los estadios de la política, es lo que busco las raras veces que escribo directamente de política. En repelerlos escribiendo, está mi catarsis. Puro desahogo del espíritu que me evita dar rienda suelta a la tentación de salir a la calle perdiendo los estribos y liarme a tiros al aire con un arma que no tengo: tales son las felonías, las mentiras, las argucias, las conspiraciones, los expolios, los abusos que no cesan… y el sufrimiento que generan, a los que venimos asistiendo prácticamente desde que se inauguró esta pantomima democrática. No hace mucho oí a una periodista decir que escribía para no matar. No me extraña. Algo de eso pasa por mi cabeza. Pero al igual que a ambos, estoy seguro de que no a miles, sino a millones de ciudadanos y ciudadanas españoles en las redes sociales les ocurre algo parecido. Escriben y publican para no estallar de indignación. Esta es, a mi juicio, la única diferencia entre estos años que vivimos y 1936. La Internet marca las distancias. Porque por lo demás, los ánimos, los tambores de guerra, las intenciones aviesas descaradas o encubiertas y la atmósfera general que se respira, no creo que sean muy diferentes a las de aquellos años previos a la guerra civil…
En cualquier caso, el fascismo surge en el período de entreguerras y se desarrolla entre 1918 y 1939. Son varios los rasgos del fascismo, pero los que nos ponen enseguida en guardia son: la exaltación de valores patrióticos y de la raigambre de una raza difusa, un fuerte militarismo, la eliminación del disenso y la determinación de implantar el pensamiento del partido único. Seamos sinceros, salvo los espíritus pusilánimes, todos llevamos a un dominador, a un depredador, a un fascista dentro , pero lo reprimimos. Es más, el fascismo niega que la violencia sea negativa en la naturaleza, y ve primero en la violencia política y luego en la guerra los medios necesarios para una regeneración de valores rancios. En cambio, los fascistas afirman que la democracia liberal es obsoleta. A diferencia de los totalitarismos de izquierda, para los que el enemigo está «dentro» (burgues ía, clases acomodadas), la ultraderecha española asimilada al fascismo y éste al franquismo, identifica n al enemigo «fuera». Pero como no existe y lo necesita para prosperar, ya lo viene fabric ando desde hace añ os. Es cercano, c ómodo, propicio y con una inveterada aspiraci ón a la independencia: el pueblo vasco y el pueblo catal á n. Para ell os, é se es el enemigo a aplastar. Lo demá s vendr á por a ñadidura. De ahí la crispación y la histeria hasta el paroxismo de los tres partidos subsumidos en la ultraderecha que no parecen ser ya propiamente movimientos políticos, sino un monipodio disfrazado de política. He ahí a los tres disputándose la presa. Los tres, al asalto del poder a secas. Lo que menos les interesa es lo que hace noble a la política: servir al ciudadano. Para luego, una vez arrebatado ese poder con mil argucias, resucitar a Franco , cercenar las libertades pú blicas , reanudar la represi ón, apuntalar España como Una, y decretar el credo del nacional-catolicismo. Añadamos a todo eso el principio neoliberal de que no se trata de suprimir la desigualdad, sino, por el contrario, de ampliarla y de convertirla en ley protegida por barreras infranqueables, y tendremos el boceto completo de un gobierno salido del infierno…
Jaime Richart, antropólogo y jurista.
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