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Sócrates

Fuentes: Rebelión

Quien quiera superarse debe ser tolerante y forjar para sí el pensamiento creador, lógico y racional; combatir, en el sentido positivo de esta palabra, la irracionalidad, el dogmatismo y la intolerancia; persuadirse de que, en lo fundamental, el hombre es un ser racional capacitado para conocerse a sí mismo, para superarse, y para transformar positivamente […]

Quien quiera superarse debe ser tolerante y forjar para sí el pensamiento creador, lógico y racional; combatir, en el sentido positivo de esta palabra, la irracionalidad, el dogmatismo y la intolerancia; persuadirse de que, en lo fundamental, el hombre es un ser racional capacitado para conocerse a sí mismo, para superarse, y para transformar positivamente el entorno natural donde desarrolla sus actividades. Sócrates fue un pensador que durante toda su existencia hizo gala de practicar estos principios. Sostenía que el conocimiento y el autodominio permitirían restaurar la relación entre el ser humano y la naturaleza, por eso no es extraño que pasara a la historia como el ejemplo de la vida del sabio superior.

Para Sócrates, la razón fue la razón de su existencia y legó a la humanidad los principios científicos y filosóficos con base en los cuales el hombre, que busca superarse, pule sus defectos. La sabiduría de Sócrates no consiste en la simple acumulación de conocimientos sino en revisar los conocimientos adquiridos para, a partir de ellos, instituir conocimientos más sólidos. Esta búsqueda se centra en conceptos morales y puede termina sin resultados.

Como no le gustaba la política, creyó servir mejor a Grecia mediante la filosofía. Su influencia como pensador en la cultura de Occidente se da gracias a la obra de Platón, y si es citado por decenas de filósofos y escuelas filosóficas es por haber sido uno de los más notables maestros de la antigüedad. Con el tiempo, algunos de sus discípulos se convertirían en pilares fundamentales del saber; sin duda, Sócrates tuvo gran influencia en cada uno de ellos. Entre sus discípulos hay una larga pléyade de genios como Platón, Jenofonte, Euclides, Fedón, Antístenes, Aristipo y Esquines, quienes posteriormente fundarían escuelas claves para el desarrollo del conocimiento.

Vivió cinco siglos antes de Cristo y sus enseñanzas están bien documentadas. En ellas trata problemas éticos, para cuyas soluciones empleó un método, creado por él y conocido con el nombre de mayéutica, o sea, el arte de dar a luz ideas. Sócrates comparaba su arte con el de las parteras, con la diferencia de que a quienes hacía parir eran seres humanos a los que les trataba el alma, según él, fuente de todo conocimiento. Sócrates describe al alma como una combinación de inteligencia y carácter, como aquello en virtud de lo cual se nos califica de inteligentes o turulatos, de buenos o perversos, por lo que puede ser considerado el fundador de la filosofía, pues le dio como objetivo primordial ser la ciencia que busca en el interior del ser humano, algo a lo que posteriormente se va a dedicar la psicología.

Sócrates hizo suya la sentencia «Conócete a ti mismo», escrita en el templo de Delfos, y estimuló a sus discípulos para que se conocieran a sí mismo y se apropiaran de conceptos tales como justicia, amor y virtud. Concentró su interés en la ética, esencia de la virtud, y en la posibilidad de enseñarla, temas que en ese entonces se debatían frecuentemente. Postuló que el vicio proviene de la ignorancia y que el conocimiento genera virtud, que quienes conocen el bien actúan de manera justa y no hacen el mal a nadie. Aconsejó: » Desciende a las profundidades de ti mismo, y logra ver tu alma buena. La felicidad la hace solamente uno mismo con la buena conducta».

Según Sócrates, los conceptos de saber y virtud son coincidentes, porque el que conoce lo recto actúa con rectitud y sólo el ignorante actúa mal. Esta doctrina, criticada por Aristóteles, sólo se comprende si se tiene en cuenta que Sócrates defendía también el utilitarismo moral, o sea, que es bueno lo moralmente útil. Así pues, el saber del que habla Sócrates no es el saber teórico sino el saber práctico a cerca de qué es lo mejor y lo útil. Este saber o virtud puede ser enseñado y aprendido porque no bastan los dones naturales para alcanzar la bondad y la virtud. Si sólo una conducta virtuosa proporciona felicidad y todo ser humano aspira a ser feliz, hacia allá va a encaminar sus esfuerzos. Como todos buscan ser felices, la utilidad y la virtud consisten en discernir cuál es más útil en cada caso.

Para Sócrates, la sabiduría es la más importante de todas las virtudes, porque incluye a las restantes. El que posee sabiduría posee las demás virtudes y nadie obra mal a sabiendas, si alguien engaña al prójimo es porque, en su ignorancia, no se da cuenta de que el engaño es un mal. El sabio reconoce que la honestidad es un bien, porque los beneficios que le reportan la honorabilidad, la confianza, la reputación y la estima, son muy superiores a los que podrían reportarle el engaño, las riquezas, el poder o un matrimonio conveniente.

Según Sócrates, el ignorante no se da cuenta de ello, porque si se diera cuenta no cultivaría el engaño sino la honestidad. El hombre ignorante es necesariamente vicioso, de igual manera que el hombre sabio es necesariamente virtuoso, pues son la misma cosa conocer el bien y practicarlo. Pero destaca que la virtud no es una cualidad innata, que surja espontáneamente en ciertos hombres, mientras que otros carecen de ella, sino que sucede lo contrario. Puesto que la sabiduría contiene a las demás virtudes, la virtud debe aprenderse, ya que mediante el estudio analítico y profundo se puede alcanzar la sabiduría y con ello la virtud.

Esto convierte a Sócrates en una de las figuras más extraordinarias y decisivas de la historia, pues representa la oposición al relativismo y al subjetivismo, es un singular ejemplo de unidad entre la teoría y la conducta, entre el pensamiento y la acción. Al sostener que el conocimiento es virtud y el vicio, ignorancia, fue capaz de elevar esta unidad a la esfera del conocimiento.

Para Sócrates, el primer paso para alcanzar el saber es la aceptación de la propia ignorancia, y esto juega un papel fundamental en el campo de las reflexiones éticas. Sostiene que el hombre no puede hacer el bien si no lo conoce, es decir, si no posee el concepto del mismo y los criterios que le permitan aprehenderlo. El problema de la moral y el conocimiento del bien orbitó alrededor del centro de sus enseñanzas, con lo que imprimió un giro fundamental en la historia de la filosofía griega, al superar las preocupaciones cosmológicas de sus predecesores.

Según Plutarco, cuando Sócrates nació, su padre recibió del oráculo el consejo de dejarlo crecer libre como el viento, sin oponerse a su voluntad ni reprimirle sus impulsos. Como ni Jenofonte ni Platón mencionan lo del oráculo, es de presumir que se trata de una tradición muy posterior. La vida de Sócrates está rodeada de misterio y como no escribió nada y todo lo que pensó lo sometió a discusión, su obra oral es a menudo contradictoria. Mientras que en la comedia «Las Nubes», Aristófanes se burla de él, en sus «Diálogos», Platón exalta la figura de Sócrates y lo considera digno de ser rememorado desde el día que le lavó los pies y le puso las sandalias. En cambio, Aristóteles sostiene que, en lo referente a la ciencia, Sócrates hace dos grandes aportes, el razonamiento inductivo y la definición de lo universal.

Sócrates nació en Atenas en el año 470 a.C. y murió a los 70 años de edad, en el 399 a.C, luego ser juzgado y condenado por un tribunal a tomar la cicuta; fue acusado de no reconocer a los dioses atenienses y de corromper a la juventud. Según Platón, pudo eludir esta condena, pero prefirió morir. Su padre fue un escultor o picapedrero y su madre una comadrona. Recibió una educación tradicional: literatura, música y gimnasia. Más tarde se familiarizó con la dialéctica y la retórica de los sofistas. En su juventud siguió el trabajo de su padre y realizó un conjunto de estatuas de las tres Gracias, que estuvieron en la Acrópolis hasta el siglo II a.C.

El filósofo Arquelao, discípulo de Anaxágoras, lo introdujo en las reflexiones sobre la física y la moral, y es muy posible que fuera a él al que escuchara la doctrina sobre el «espíritu». Posteriormente, decepcionado de muchos filósofos, optó por dedicarse a reflexionar sobre sí mismo y sobre la vida del ciudadano común, cuyos problemas éticos le parecieron importantes. Para analizarlos, convirtió al diálogo en una búsqueda colectiva. Sócrates no se creía dueño de la verdad ni que él pudiera encontrarla sólo, consideraba que todos somos dueños de una pequeña porción de ella y que la podríamos descubrir únicamente mediante el esfuerzo colectivo. Esto lo hace humilde y contrasta con la actitud de los sofistas que creían conocer todo. Su política no era otra que ayudar a los demás a buscar la verdad.

Su inconformismo lo impulsó a oponerse a la ignorancia popular y al saber de los que presumían de ser sabios, porque él mismo no se creía sabio. Uno de sus mejores amigos, Querefonte, preguntó al oráculo de Delfos si había alguien más sabio que Sócrates, y la Pitonisa le contestó que nadie en Grecia era más sabio que él. Al escuchar sobre lo sucedido, Sócrates comenzó a buscar entre los personajes más encumbrados de entonces a alguien que lo superase en sabiduría, pero cayó en cuenta de que en realidad todos pretendían saber más de lo que en realidad sabían.

No escribió ningún libro ni tampoco fundó ninguna escuela de filosofía, que perdurara. Creía en la superioridad del diálogo y la discusión sobre la escritura, como medio para alcanzar el conocimiento, por lo que no dejó ni una sola frase escrita a cerca de sus ideas, que pregonaba a quien se le cruzara en el camino. Lo que se conoce sobre sus enseñanzas es extraído de las obras de Platón que, posiblemente, atribuyó a su maestro gran parte de sus propias ideas.

Aunque Sócrates no enseñaba nada, su facilidad de expresión y la agudeza de sus observaciones concentraba la atención de todos los que lo rodeaban. Adornaba con fina ironía sus tertulias con los jóvenes aristócratas de Atenas, a los que interrogaba a cerca de sus conocimientos sobre las opiniones populares. Pasó la mayor parte de la vida en los mercados y las plazas públicas de Atenas, donde sus interlocutores eran campesinos, mercaderes, artesanos y todos los que quisieran dialogar con él. Con ellos sostenía largos y frecuentes diálogos e iniciaba discusiones, que respondía mediante preguntas, semejantes a interrogatorios, de lo que sólo se conoce leyendas y escritos de terceros o de sus discípulos, que se encargaron de difundir sus ideas en citas y teorías. Esta es la razón por la que es complicado diferenciar las enseñanzas de Sócrates de las de sus alumnos, pues las tesis de ambos se complementan. Su huella se pierde en el universo filosófico.

Trató que la gente pensara y cayeran en cuenta de qué es el conocimiento real, pues los poetas, los artistas y los filósofos de entonces estaban persuadidos de poseer una gran sabiduría; por el contrario, Sócrates era consciente tanto de la ignorancia que le rodeaba como de la suya propia. Platón lo describe como alguien que aparentando ignorancia se esconde detrás de la ironía y que, con gran ingenio y agudeza mental, interroga a la gente para luego poner en evidencia la incongruencia de sus afirmaciones. Esto es denominado «ironía socrática», cuyo meollo se concentra en su célebre frase «Yo sólo sé que nada sé». Frase que es un verdadero contrasentido, una paradoja, pues algo sabe el que sabe que nada sabe.

De esta manera, para Sócrates, el primer paso para llegar a la sabiduría es saber que no se sabe nada; dicho de otro modo, tomar conciencia de su propia ignorancia. Una vez admitida esta ignorancia, comienza la mayéutica, método inductivo que permite al hombre buscar la verdad. Para que ésta sea descubierta, Sócrates, mediante hábiles preguntas cuya lógica iluminaba el entendimiento, oponía reparos a las respuestas dadas e intercalaba nuevas preguntas y nuevas razones que conducían al interlocutor al descubrimiento, o alumbramiento, de la respuesta buscada, de manera que, finalmente, fuera posible que se diera cuenta de si sus opiniones iniciales eran una apariencia engañosa o un verdadero conocimiento; buscaba así que el interrogado alumbrara la verdad alojada en el interior de su propia alma, que descubriera por sí mismo la solución del problema planteado.

Sócrates conducía de una manera tan sutil este diálogo, que la verdad parecía surgir como un descubrimiento propio del interior mismo del interlocutor. Sostuvo: «Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento». Denominó mayéutica a este arte, evocaba así, probablemente, al oficio ejercido por su madre. La mayéutica se la podría sintetizar como la ironía, o sea, la sutileza con que se hacen preguntas de manera que el ser humano caiga en cuenta de que realmente no sabe nada, para que así recapacite sobre su propia ignorancia. Tal logro es esencial, pues no se puede enseñar algo a quien ya cree saberlo. Por eso, Sócrates sostuvo: «La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia».

Aquellos que frecuentaban su compañía podían ser o no de muchas luces, pero resultaban tan favorecidos en su progreso que, en la medida en que profundizaban las discusiones, no sólo sorprendían a los demás sino a sí mismos. Platón, su discípulo, escribe que Sócrates sostenía no haberles enseñado nada sino que todo lo habían descubierto ellos por sí mismos.

En sus conversaciones filosóficas, tal como lo describe Platón en sus «Diálogos», Sócrates sigue una serie de pasos precisos que conforman el llamado diálogo socrático. Comienza la conversación alabando la sabiduría de su interlocutor y se presenta a sí mismo como si fuese ignorante. Tal fingimiento, conocido como ironía socrática, preside la primera parte del diálogo. En ella propone una pregunta, por ejemplo, ¿qué es la belleza? Después de alabar las palabras del cuestionado, opone con contraejemplos y sucesivas preguntas, reparos a la respuesta recibida, con lo que sume en la confusión a su interlocutor, que acabará reconociendo que no sabe nada sobre el tema.

Sócrates esperaba que su pregunta «¿Qué es?» fuese contestada con una definición. El procedimiento para llegar a la definición verdadera, finalidad de la mayéutica, es el método inductivo, o sea, examinar los casos particulares y, a partir de ellos, obtener una generalización que permita encontrar la respuesta buscada. En este sentido, su método busca elaborar una cadena de definiciones que expliquen la esencia inmutable de la realidad investigada. Así, de esta manera, Sócrates se opone a los sofistas por su convencionalismo e inaugura la ruta de la búsqueda de lo esencial.

Según Sócrates, en nuestro interior está la Verdad y la respuesta a todas nuestras inquietudes; por eso, su método es en esencia el método de crecimiento del hombre. Éste consiste en el ejercicio constante de la meditación, del silencio reflexivo e introspectivo, de la observación y la reflexión creadora, como la única manera de entender mejor el mundo exterior, lo intangible y lo etéreo.

La reflexión interior, el estado del más absoluto control del pensamiento, para así mantenerlo concentrado en la observación y aprehender conocimientos o tomar conciencia de lo observado, es la ejecución y la puesta en practica del deber más importante del hombre que busca superarse, cuya obligación principal y propósito es buscar la virtud mediante el conocimiento. Su síntesis filosófica tiene la siguiente secuencia: Saber y Pensar, Saber y Dudar, Saber y Callar. Esto le permite superar la pasividad, los rencores y resentimientos, que lo aíslan y lo alejan de los demás.

Mediante la mayéutica, el hombre que emprende el camino de su superación debe buscar el conocimiento de su Yo interno. Sólo el que se conoce a sí mismo puede conocer a los demás y a todo lo demás. El conectarse con su mundo interior, con su consciencia, le permite obtener criterios puros para analizar y estudiar el mundo exterior y el universo, constante y eterno. Esta búsqueda de su interioridad lo faculta para mantener una conexión íntima con su consciencia, y debe ser su única meta.

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