Casi es lo único que nos queda en ese antro de la corrupción, violencia y muertes en que se ha convertido el Ecuador. Pensábamos que con el expresidente Moreno habíamos llegado a lo máximo. ¡Mentira! Guillermo Lasso lo supera con creces…
Estamos también estupefactos por la indiferencia generalizada: “¡Mientras no me toca a mí, no pasa nada!” Creíamos que con la votación masiva del 5 de febrero pasado contra el presidente y su manejo o mejor ausencia de manejo del Estado se lo iba a desbancar… pero tampoco allí no pasa nada y el huésped de Carondelet sigue campante y amontonando más y más ganancias. Nuestra democracia no funciona porque votamos en las urnas, pero no controlamos ni hacemos respetar nuestro voto. No hay una verdadera decisión ciudadana de organizarse contra los problemas que nos afectan: Esperamos que otros lo hagan. No hemos entendido que, si el problema es nuestro, es nuestra también la solución. Preferimos esperar que los Indígenas se levantan y pongan los muertos. Tal como vamos, la violencia, el sicariato, los muertos, las extorsiones y las lágrimas van a aumentar, lastimosamente.
Soñamos con la armonía. ¿Será verdad? ¿O seguimos soñando con el individualismo, la tranquilidad egoísta, el dinero fácil? Entones merecemos lo que nos está pasando. Existimos para un proyecto de vida y no de muerte. Mientras no descubrimos esto, la cruda realidad va a continuar y progresar en maldad: El infierno lo hacemos nosotros y lo permitimos entre nosotros. Cuando dejamos de preocuparnos los unos por los otros favorecemos su crecimiento. El mal existe: Hay que combatirlo, porque es como la mala hierba, si no, se multiplica sin límite.
El otro problema es que hemos dejado de lado la espiritualidad y la mística: Las hemos dejado morir en nuestra propia conciencia e identidad. Vivimos como los animales y peor que los animales. El materialismo individualista, es decir limitarnos a comer, dormir y robar, nos seca el alma y hace de nosotros unos zombis que no saben qué somos, para qué vivimos ni para qué existimos. Muchas veces echamos la culpa a la religión y a un dios inventado para satisfacer nuestra nulidad.
Hemos dejado de admirar, reconocer y escuchar a los sabios de ayer y de hoy; pero sí, seguimos a los malos payasos de la TV que acarician nuestras peores desviaciones y a los de los chats, facebook, tik tok, instagram y otras virtualidades y tomamos nuestras fantasías por realidades fascinantes.
Hemos dejado de pertenecernos para obedecer a nuevos demonios que quieren que prolifere la maldad por aumentar sus intereses, poderes y fama. Somos los esclavos cómplices de nuestra propia maldad y seguimos adelante en este infierno bien real.
¡Soñemos con la armonía!… Tengamos esa ‘locura’, porque es nuestra identidad profunda y nuestro destino común. Dejemos de interpretar la creación del mundo como un paraíso perdido: Eso es un cuento para hacer dormir a los niños. Y descubramos que no se trata de nuestro origen, sino de nuestro fin definitivo y de nuestra meta a lograr… porque estamos hecho por la armonía y para la armonía. Los satélites que recorren el universo sin fin nos transmiten sus fotos sorprendentes de belleza y de misterio. Nos permiten entender que la creación sigue en marcha y que es también nuestra tarea. Estamos en una creación permanente por la fuerza de vida y de amor que nos habita: Eso es la espiritualidad, o sea, el ‘espíritu’ que nos mueve desde dentro.
Lastimosamente no nos gusta el silencio, la meditación ni la contemplación. Preferimos actividades rentables, materialistas, individuales y egoísta y así apagamos el fuego que nos iluminaría para salir de nuestra mediocridad humana. Porque la primera armonía es con nosotros mismos, con la sabia de vida y de amor que nos recorre de cuerpo entero. Estamos hechos para conectarnos con lo más intimo y vivo de nosotros mismos, esta potencialidad humana que nos hace vivir, afín de despertarla, cultivarla, multiplicarla para encontrar y vivir la felicidad, es decir la paz interior que nada ni nadie nos pueda quitar.
La segunda armonía es con los demás. Todos somos humanos, todos somos iguales, todos somos la misma sangre, todos somos la misma unidad de vida y de fraternidad. Sólo así, comunicándonos, conociéndonos, respetándonos, apoyándonos, compartiendo, amándonos, vamos a lograr la comunión que necesitamos para ayudarnos a vivir felices los unos con los otros, los unos por los otros. ¿Cuándo nos decidiremos a esto? Pues, sólo depende de nosotros mismos.
La tercera armonía es con la naturaleza, porque sin ella o contra ella no podemos vivir ni sobrevivir. Ya nos damos cuento de los desastres naturales a los que nos abocamos si no la respetamos ni la cuidamos.
Verdaderamente es nuestra primera Madre, porque de ella venimos, de ella vivimos y hacia ella vamos. Mientras vivimos, tenemos que volver a conectarnos y a entrar en esta matriz universal que permite respirar, comer, sanarnos y sentirnos poseídos por la vida y el amor que con los 2 pilares de la misma naturaleza y del universo entero. “Somos polvo de estrella”, pero ‘polvo’ vivo, inmortal, eterno. ¡Qué analfabetos somos si no hemos comenzado a darnos cuenta de eso! Por eso andamos “¡perdidos como perros en procesión!”
La cuarta armonía es nuestra relación con Dios. Muchas veces buscamos a Dios dónde no está, cuando lo queremos encontrar sólo en el cielo inventado con miles y miles de detalles maravillosos e inexistentes, o sólo en el templo como si Dios se dejaba encerrar en 4 paredes de piedras o de cemento, o sólo en la oración cuando rezamos por nuestras necesidades inútiles y dañinas… en vez de contemplar a Dios en cada persona y en nosotros mismos, de reconocerlo en los llamados de la naturaleza y de los acontecimientos, en el grito de los pobres y la belleza de los niños. Eso Dios que nos habita o más bien es en él que habitamos… y que no reconocemos por ser demasiado cercano e íntimo a nosotros mismos. Pero estamos ocupados en cosas tan importante que… nos moriremos antes de haber vivido. ¡Y tal vez lleguemos a “las 7 armonías” del prófugo Jamil Mahuad!
Pedro Pierre: Sacerdote diocesano francés, acompaña las Comunidades Eclesiales de Base (CEB ) urbanas y campesinas de Ecuador, país adonde llegó en 1976.
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