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Sobre el impacto cultural y político de la crisis económica

Soñar con números

Fuentes: Rebelión

Desde siempre de un modo intuitivo, artístico o ritual, y de modo científico desde la aparición del psicoanálisis a finales del siglo XIX, la interpretación de los sueños ha sido fuente de conocimiento de nuestra estructura psicológica y cultural y del impacto que sobre ella ejercen las circunstancias que, individual o colectivamente, afrontamos. Recientemente, psicólogos […]

Desde siempre de un modo intuitivo, artístico o ritual, y de modo científico desde la aparición del psicoanálisis a finales del siglo XIX, la interpretación de los sueños ha sido fuente de conocimiento de nuestra estructura psicológica y cultural y del impacto que sobre ella ejercen las circunstancias que, individual o colectivamente, afrontamos. Recientemente, psicólogos y psiquiatras han dado la voz de alarma: los sueños de sus pacientes están empezando a llenarse de números, de hipotecas, de deudas, de créditos, de acciones, de estadísticas de paro, de fábricas cerradas, de deshaucios… [1]. La crisis empapa también lo más hondo de la psique y el imaginario colectivos y da paso a una segunda ola del tsunami, que repercute el desastre económico en forma de desestructuración anímica y cultural. Los servicios de salud mental están reportando un enorme incremento de pacientes de una dolencia provisionalmente denominada «síndrome Z», de compleja y diversa sintomatología (abulia, hiperactividad, ansiedad, melancolía, desmoralización…) y que nace de una devastadora combinación de insatisfacción vital, presión competitiva, compulsión consumista, inestabilidad laboral… [2]. El consumo de psicofármacos se ha disparado a escala planetaria. El estrés crónico y el síndrome del «quemado» («burn out»), que antes afectaban sobre todo a directivos y profesionales de alto nivel, se han convertido en epidemias de masas cuando el conjunto de la realidad económica, social y cultural se ha adaptado al ritmo desquiciado de las bolsas de valores y la sobreestimulación publicitaria. Como explica Franco Bifo Berardi, «demasiados signos, demasiado rápidos, demasiado caóticos» han extenuado la mente social y han creado las condiciones para «un derrumbamiento psíquico extraordinario» [3].

 

¿Se está convirtiendo el desorden de los números en un desorden de las ideas y los estados de ánimo, un desorden de los imaginarios colectivos y los consensos culturales? El espíritu del capitalismo, «el conjunto de creencias asociadas al orden capitalista que contribuyen a justificar dicho orden y a mantener, legitimándolos, los modos de acción y las disposiciones que son coherentes con él», como definen Luc Boltanski y Ève Chiapello [4], ¿ha entrado también en crisis? El desembarco de la desconfianza y el miedo en la playa distante y misteriosa de los sueños alerta de con qué profundidad pueden haber quedado en evidencia esos valores sociales que legitiman el sistema capitalista. El descrédito de la aristocracia neoliberal y de sus métodos de enriquecimiento es estrepitoso, y se contagia a una clase política absolutamente ineficaz, cuando no abiertamente cómplice, ante sus manejos, incluyendo a un aparato partidario, sindical y mediático de la izquierda paralizado y escindido entre las exigencias de sus principios y el peso de sus intereses. ¿Hay algo de cierto en los principios éticos y las normas legales que supuestamente rigen el mundo económico? ¿Tienen alguna capacidad la soberanía popular y las instituciones que la representan para plantar cara a los poderes empresariales y financieros? ¿A beneficio de quién actúan los gobiernos, las instituciones y sus recursos? Estas son las preguntas que corren hoy como la pólvora entre una ciudadanía a cuyo descontento e indignación la izquierda no consigue, y en ocasiones parece que ni siquiera pretende, poner voz.

 

Si la izquierda no da una respuesta, otros lo harán, ofreciendo como alternativa al fracaso de este sistema un sistema todavía peor. La hecatombe económica de 1929, y el masivo desencanto con el sistema que tuvo como consecuencia, arrastró a los alemanes a votar masivamente a Hitler en 1933, seducidos por una propuesta demencialmente supersticiosa, belicosa y racista, pero que conectaba eficazmente -casi como un psicofármaco- con la ansiedad y la desorientación provocadas por la inseguridad, el paro y la exclusión. En 2000, el pinchazo de la burbuja tecnológica y el reguero de gigantescas estafas empresariales facilitó en EEUU el acceso al poder a George W. Bush y su cohorte neoconservadora. Y ahora mismo, la crisis económica está despertando en toda Europa una poderosa onda de rancio conservadurismo, de xenofobia y racismo, de integrismo religioso. Muy singularmente en Italia, donde esa onda ha subvertido completamente los valores éticos (como dice el novelista Andrea Camilleri, los italianos votan mayoritariamente a Berlusconi no porque le crean inocente de las acusaciones de connivencia mafiosa y autoritarismo, sino porque las disculpan y, en el fondo, «querrían ser cómo él» [5]) y ha accedido al gobierno con los estremecedores resultados que estamos contemplando, ante la completa impotencia de una izquierda débil, dividida y desnortada. Pero también en Francia (donde Sarkozy ha endurecido su mensaje para seducir el voto de ultraderecha), o en Inglaterra (donde la ultraderecha se está haciendo un hueco importante en el gobierno de muchos pueblos y ciudes)…

 

En todas partes, también en España, los bomberos pirómanos de la derecha y la patronal repiquetean cada día las propuestas más insensatas: supresión del salario mínimo, abaratamiento del despido, desmantelamiento de la legislación medioambiental, privatización de los servicios públicos… Es decir, más neoliberalismo para remontar el apocalipisis del neoliberalismo. Un disparate al que no escapan gobiernos nominalmente progresistas que, mientras con la mano izquierda regalan declaraciones de principios socialdemócratas, con la derecha se resisten tenazmente a cualquier reforma significativa. Si la izquierda no da la batalla de las ideas con algo más vibrante y esperanzador que un neoliberalismo amortiguado, si no propone un auténtico proyecto de ciudadanía con que sustituir a la colectiva pesadilla de los números, si no es capaz de canalizar en forma de movilización social y participación política el descontento y la indignación que hoy adormecen la prensa rosa, el fútbol, los cachivaches electrónicos, el botellón y los psicofármacos, la futura estabilidad que suceda a esta crisis puede ser una estabilidad terrible, con una sádica y desvergonzada ultraderecha berlusconiana encumbrada al puesto de mando de una sociedad crónicamente depresiva y desmovilizada, una sociedad de productores sumisos y consumidores histéricos sin apenas rastros de ciudadanía en su ADN, con sus lazos de solidaridad y participación empobrecidos y desnaturalizados por el miedo laboral y económico, y con su cultura y su memoria democráticas devastadas por el cinismo y la desconfianza generalizada ante cualquier manifestación de lo político. La pesadilla de los números puede arrastrar en su caída al sueño de la democracia, incluso en su más clásica y limitada acepción social-liberal, en favor de un nuevo sistema político, «un poco mafioso, un poco fascista, un poco televisivo, un poco imbécil, siempre brutal, siempre infame» (como retrata Antonio Negri [6] al régimen berlusconiano que sirve de heraldo europeo a esta temible onda regresiva). Estremecida por el estruendo de las cifras, y apocada ante el despliegue de impunidad y desvergüenza de grandes bancos, corporaciones multinacionales y demás déspotas del neoliberalismo, las multitudes ciudadanas, la izquierda política e intelectual y la fuerza de trabajo organizada no han presentado aún más que ocasionales, inconexos y muy tenues destellos de contestación a esta decisiva dimensión cultural y política de la imponente crisis sistémica que atravesamos, en la que a golpe de desastre se están forjando, ya veremos si en nuestro beneficio o para nuestra desgracia, las formas futuras de la convivencia social.

 

[1] Francesco Manetto, «La crisis se cuela en nuestros sueños y pesadillas», en El País, 12/12/2008

 

[2] Amador Fernández-Savater, «El malestar social: código Z», en Público, 22/02/2008

 

[3] Franco Bifo Berardi, «Deseo y simulación», en Archipiélago #79 [http://www.archipielago-ed.com/79/index.html]

 

[4] Luc Boltanski y Ève Chiapello, El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, 2002.

 

[5] «Los italianos querrían ser como Berlusconi; por eso le votan». Entrevista a Andrea Camilleri, en El País, 21/10/2008

 

[6] «Detrás de esta victoria, la gran lucha multitudinaria». Entrevista a Antonio Negri, en www.kaosenlared.net

 

Jónatham F. Moriche, Vegas Altas del Guadiana, Extremadura Sur, febrero de 2009

 

[email protected] http://jfmoriche.blogspot.com

 

[Una versión resumida de este artículo se publicará en el número 53 (febrero de 2009) de La Crónica del Ambroz; edición digital en http://www.radiohervas.es].