Se venía barruntando la «gilipollez del año 2011» por los claros signos aparecidos en los anteriores. Incluso si éstos hubieran llegado a despertar el interés de algún despistado, el entusiasta coro de animadores del imperio formado por periodistas de todos los medios desde A Coruña hasta Tenerife, ha voceado machaconamente con voz tan unánime como […]
Se venía barruntando la «gilipollez del año 2011» por los claros signos aparecidos en los anteriores. Incluso si éstos hubieran llegado a despertar el interés de algún despistado, el entusiasta coro de animadores del imperio formado por periodistas de todos los medios desde A Coruña hasta Tenerife, ha voceado machaconamente con voz tan unánime como sosa: «La prestigiosa revista Time ha nombrado al indignado la persona del año».
Una necedad que anuncia una tontería. No hace ni un lustro que ocurrió lo mismo con Barak Obama (2008), algo antes con Bill Gates (2006) y aunque parezca increíble con Bush (hijo) en 2004.
Sin embargo, es en 2003 cuando más sale a relucir el salero yanqui y resulta elegido «The American soldier», elección acertada como pocas, que sin duda ha sido especialmente apreciada en Guantánamo, Abu Grhaib, Mogadiscio, Bagram, Abottabad y un sinfín de localidades más que han quedado prestigiadas para siempre jamás gracias a la visita de las tropas estadounidenses.
Un porrón de años celebrando a asesinos, torturadores, hijueputas y otros emprendedores no ha hecho mella alguna entre la profesión periodística nacional. Esto hace pensar que cuando se dice que el diario The New York Times es la Biblia -junto con la demás literatura inspirada por Dios, o sea, la revista Time, el Departamento de Estado, los mercados, las universidades y think tanks, etc.-, en realidad se trata de un eufemismo, parece más apropiado decir que es el único alimento del alma periodística en este país.
Lo más llamativo es que esta devoción por los instrumentos del capitalismo -bajo el señuelo de medios de comunicación, estudios científicos, ruedas de prensa y otros- no se da solamente en las empresas privadas, sino que la misma frase del principio se pudo escuchar palabra por palabra en Radio Nacional, aunque desde luego esto tampoco es la «sorpresa del año».
Si este seguidismo, más propio de papanatas que de licenciados universitarios en periodismo, es casi general y -como es de temer- tiene alguna influencia entre la gente corriente, que recibe la mayoría de las noticias de la mano de aquellos, no es de extrañar que muchos consideren normal que los personajes patrios del año -incluso aunque no salgan en la portada del Time cañí– sean una copia más o menos tosca de los estadounidenses.
Monarcas y otros miembros de la realeza campechanos, empresarios y ejecutivos ultra-millonarios con aspecto de tipos que crean riqueza, militares armados aunque representados como ángeles humanitarios, espabilados políticos y otros líderes sociales con soluciones para la crisis que han propiciado, son los más nombrados y encumbrados respectivamente por súbditos, explotados y arrojados al paro, contribuyentes a los que se les priva de beneficios sociales, mayoría de votantes que no les ha votado, etc.
Por eso no es en absoluto un homenaje, sino una burla, la portada del 2006: «You. Yes, you control the Information Age» (Tú. Sí, tú controlas la era de la información).
Lo mismo pasa con la de 2011. La revista, al presentar la portada, se enrolla con el papel del manifestante en la historia, pero no dice más que paparruchadas mezcladas con nombres sonoros como el de Fukuyama y Bouazizi, palabras comodín como historia y revolución y frases huecas como «en Norteamérica y en la mayor parte de Europa no hay dictaduras y no se tortura a los disidentes».
¿Cuál ha de ser entonces la portada del año? Como la de los años anteriores desde hace muchos: por un lado la imagen de los que han sido borrados de la historia precisamente por Occidente y por otro la de los que luchan para que eso no suceda, al menos impunemente.
Obviamente esto resulta algo imposible de aceptar por Estados Unidos en pleno, sus dirigentes, sus medios de comunicación y la enorme mayoría de la población. ¿Cómo admitiría el imperialismo más destructor y agresor el incalculable daño causado?
Tampoco puede reconocer que unos pocos miles de combatientes armados con explosivos caseros y armamento elemental han hecho historia con sus IEDs y RPGs, es decir, los artefactos explosivos improvisados y las granadas propulsadas por cohetes. Con estas armas, los que luchan contra la ocupación, han conseguido parar los pies al agresor aunque a costa de mucho sufrimiento y mucha destrucción.
De nada le ha valido a Estados Unidos el gasto de billones de dólares en tecnología armamentística. Su ruina moral es igualada con su ruina militar y económica. Ésta y no otra es la verdadera portada de todo un país, un sistema económico y una civilización.
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