Recomiendo:
0

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre El Frente Popular. Victoria y derrota de la democracia en España (VII)

«Southworth destruyó de una vez para siempre la patraña franquista de que el levantamiento militar había sido una obligada acción preventiva ante un inminente golpe comunista en España»

Fuentes: Rebelión

Catedrático de Historia Contemporánea en la UAB, José Luis Martín Ramos es especialista en la historia del movimiento obrero y es autor de numerosos estudios sobre los movimientos socialista y comunista del siglo XX en Cataluña y en el conjunto de España. Entre sus últimas publicaciones, ambas en la editorial Avenç, La rereguarda en guerra. […]

Catedrático de Historia Contemporánea en la UAB, José Luis Martín Ramos es especialista en la historia del movimiento obrero y es autor de numerosos estudios sobre los movimientos socialista y comunista del siglo XX en Cataluña y en el conjunto de España. Entre sus últimas publicaciones, ambas en la editorial Avenç, La rereguarda en guerra. La Guerra civil a Catalunya, 1936-1937 (2012) y Territori capital. La Guerra civil a Catalunya, 1937-1939 (2015). Seguimos comentando su libro El Frente Popular. Victoria y derrota de la democracia en España, Barcelona, Pasado&Presente, 2016. ***

Nos habíamos quedado en el capítulo IV de tu libro, «La victoria de la democracia». No sé si será capaz esta vez de estar a la altura. Son muchas las preguntas que me han surgido tras la lectura y no puedo abusar de ti más de lo que ya hago normalmente. Una selección se impone. Abres así el capítulo: «Cuarenta años de dictadura y otros tantos de monarquía han consolidado un relato injurioso del Frente Popular». ¿Qué es lo más injurioso en tu opinión de ese relato injurioso?

Me resulta difícil concretar una. Si he de hacerlo señalaré que para mí la mayor injuria es negarle condición democrática, honestidad y sinceridad de objetivos al frente popular. Y en segundo término, adjudicarle lo que no le corresponde en absoluto: la responsabilidad de la guerra civil.

¿Y por qué cuarenta años de dictadura y otros tantos, como tú mismo dices, de Monarquía? ¿Por qué durante estos últimos cuarenta borbónicos años no ha surgido un relato alternativo que se consolidara frente a la historia de los vencedores?

Por diversas razones. Una de tipo general: el olvido deliberado de la República; como si ello sirviera para engrandecer la Monarquía. Otra más particular es el empeño de reconstruir la historia socialista por parte del PSOE y de la intelectualidad que ha seguido ese camino, al servicio de la versión más simplista del «socialismo liberal»; en esa reconstrucción se han magnificado figuras discutibles como Besteiro y se le ha seguido negando condición de socialista a Negrín; o se ha aceptado la crítica manida al movimiento de octubre de 1934, que merece una consideración crítica, pero no descontextualizada del momento español, del europeo e incluso de los objetivos del movimiento. Las celebraciones del cincuentenario de octubre de 1984, en los inicios del largo gobierno de Felipe González, fueron mayoritariamente un manifestación de aquella reconstrucción de la historia y de esta subordinación a una condena – no un examen crítico – del movimiento de octubre de 1934. Luego se han vertido muchas lágrimas de cocodrilo por los escritos de Pío Moa, al que no se le dio la respuesta que merecía el pasado republicano difamado. Las hegemonías culturales son las que son, y al liberalismo dominante que recorta derechos políticos y sociales en la máquina del mercado no le interesa una imagen positiva de la experiencia de la república democrática.

Hablas de la tesis de la conspiración comunista, también en la primera página, y del trabajo del historiador norteamericano Herbert R. Southworth. ¿Qué destacarías más de las aportaciones de este autor?

Southworth destruyó de una vez para siempre la patraña de la propaganda franquista, que pretendía que el levantamiento militar había sido una obligada acción preventiva ante un inminente golpe comunista en España. En plena guerra fría aún -poco después del episodio de la crisis de los misiles en Cuba- la publicación de su libro «El mito de la cruzada de Franco» por Ruedo Ibérico, en 1963, tuvo un extraordinario impacto académico y político. Años más tarde, en los comienzos de la transición en España, leyó su tesis doctoral por la Sorbona, bajo la dirección de Pierre Vilar, sobre la masacre de Guernica, desmontando también las mentiras del bando sublevado y del franquismo, que atribuían su autoría a los propios republicanos. Su figura es la cara opuesta de Burnett Bollotten, que había publicado en 1962 una historia de la guerra civil española basada en su obsesión sobre el oscuro designio comunista de hacerse con el poder de manera exclusiva, en perjuicio del resto de la izquierda y, desde luego, de la República. El editor fascista Luis de Caralt publicó una versión manipulada del libro de Bolloten, en 1975, el mismo año de la tesis de Southworth sobre Gernika. Lo de Luis de Caralt fue un exceso de celo innecesario; Bolloten, ya en su texto original, fue siempre un autor bien recibido por la historiografía franquista y en general por todo lo que Ángel Viñas llamó «historiografía de guerra fría». Todo lo contrario de Southworth.

Es algo obvio que en la sociedad española, te cito, había factores de polarización desde mucho antes. ¿Desde cuándo antes? ¿Cuáles eran los principales factores de polarización? Por lo demás, ¿no jugaron esos factores un papel similar en otras sociedades?

Estoy refiriéndome, como has supuesto por la pregunta que me haces, a la importante diferenciación social y discriminación política que impuso en España el triunfo del sistema liberal en el siglo XIX. La gran masa de la población campesina no tenía derechos sociales ni capacidad de ejercer los derechos políticos que supuestamente le daba el régimen de la Restauración. Y si las clase trabajadora de las grandes ciudades consiguió algo en las primeras décadas del XX fue a costa de duras luchas y de manera precaria; la guerra de pistoleros que la patronal catalana, con el apoyo de la Lliga y del gobierno de la monarquía, desencadenó contra los sindicatos desde finales de la Primera Guerra Mundial es un ejemplo elocuente de esa negación de derechos.

Sin duda, hechos, los que citas, no siempre recordados por cierto. Te vuelto a citar: «Confundir movilización reivindicativa con movilización revolucionaria es un prejuicio ideológico, social incluso, y un acto de demagogia reaccionaria». ¿Por qué ese «social incluso»? Por lo demás, ¿quién confunde o quiénes han confundido la m.rei. con la m. Rev?

«Social incluso», porque se presupone que cualquier protesta que se haga es un acto de desafío al orden; un ilegítimo desafío, que para estigmatizarse definitivamente -desde la perspectiva de los sectores sociales organizadores y defensores de ese orden- es calificado de «revolucionario». La estigmatización de la huelga, cuyo impacto cuantitativo se mide, habitualmente, por «jornadas perdidas» es otra muestra de ese prejuicio ideológico y social. La confusión de la movilización reivindicativa de la primavera de 1936 como movilización «revolucionaria» fue la cantinela constante de quienes en la época estaban ya en el camino del golpe militar (los discursos de Gil Robles y Calvo Sotelo en las Cortes, en particular en la sesión de debate sobre la cuestión del orden público, son muy claros de esa manipulación de los hechos para justificar de antemano la sublevación contra la democracia). Y continúa siendo la cantinela de la historiografía revisionista actual. Los campesinos que ocupaban tierras -dejadas sin explotar por sus propietarios por otra parte- en Extremadura y Andalucía estaban actuando por su supervivencia y lo hacían dentro del horizonte legal de la reforma agraria y de las leyes de intensificación de cultivos; legitimados por el principio de «necesidad social» que incluso la CEDA estuvo dispuesta a considerar cuando en 1935 formaba parte del gobierno. Fuera de él, la CEDA y toda la derecha social y política antirrepublicana se olvidó de la necesidad social y solo consideró su urgencia por derribar la democracia.

Cuando hablas de los 344 candidaturas que presentó el Frente a las elecciones y señalas que 152 eran obreros, ¿obreros a que se está refiriendo? Estoy haciendo la referencia individualizada: en el conjunto de España el Frente Popular presente 344 individuos candidatos a un escaño, repartidos entre las diversas circunscripciones electorales. En cuanto al 152 digo que son miembros de los partidos obreros (hablo de formaciones republicanas y de formaciones obreras), no ellos, en sí mismo y siempre, obreros, aunque la mayoría si lo fueran seguramente (no tengo el dato sociológico exacto a mano, si es que lo hay)

Caracterizas, si no ando errado, al programa del Frente como un programa reformista republicano pero algunas medidas son bastante de izquierdas, incluyendo, por ejemplo, la amnistía de presos por razones políticas y sociales. No veo yo que ahora, o en los años de la transición, alguna fuerza, por radical que fuera, hablara de presos sociales. La cuestión de la amnistía de los represaliados por razones sociales, en 1936, se refería no sólo a personas encarceladas, sino también a despedidos de su trabajo, por participación en huelgas o militancia sindical, y a los arrendatarios y rabassaires desahuciados también como acto de represalia del propietario. No era una situación que se produjera en 1977; sí en 1936, la represión de los hechos de octubre de 1934 no solo había tenido una faceta militar o policial, tuvo también esa cara de represalia patronal. Por otra parte, había una cuestión particular -sobre la cual no había unanimidad en el republicanismo- que era la abusiva aplicación de la ley de vagos y maleantes contra trabajadores en huelga; en los primeros textos de los partidos obreros, previos al texto final acordado también con los republicanos, había alusiones directas a esa ley, pero el texto final quedó en términos más genéricos. Sea como fuere, pedir la readmisión de despedidos por razones políticas y la revisión de encausamiento y condena por utilización abusiva de determinadas leyes sociales no pueden considerarse «revolucionarias», ni lo contrario, eran de elemental justifica democrática.

Hablas en este apartado de una Comisión Central que aprobó finalmente el programa. ¿Quiénes formaban esa formación? Los partidos republicanos y el PSOE; y el PSOE, a su vez, negociaba con el PCE y el resto de formaciones obreras. Fue una imposición de Azaña, favorecida por las torpezas de Largo Caballero. En esas condiciones, la Comisión Central fue, en líneas generales, más favorable a las propuestas de los partidos republicanos que a la de los obreros.

Por lo demás, perdona mi ingenuidad política, que gentes republicanas se unieran, en un mismo frente electoral, a partidos como el PCE, ¿no dice mucho y bueno a favor de esas fuerzas republicanas e incluso de los sectores sociales que podían representar?

Desde luego. En este sentido es de admirar la evolución de Azaña, extraordinariamente reticente ante los comunistas casi hasta el último suspiro. Se supo asumir, por su parte, cuán era el problema principal y quien era el enemigo común. Y, a buen seguro, el precedente de la aproximación entre republicanos de centro y centro-izquierda y comunistas en Francia ayudó a que se adoptara esa posición.

Continuamos en breve, sigo en este capítulo.

De acuerdo, cuando quieras.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes