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Entrevista al escritor y crítico John Berger

«Soy un contador de historias que resiste»

Fuentes: lallibertatdelsantics.blogspot.com/

Son las 19:13: le soir, en Quincy, Alta Savoya; a noitiña en A Coruña. Marco el prefijo de Francia: 0033. Voy a hablar con Beverly -como ella insiste en que la llame-: la mujer de uno de los creadores más respetados del planeta. Algo que en estos tiempos en que hasta el mundo perdió el […]

Son las 19:13: le soir, en Quincy, Alta Savoya; a noitiña en A Coruña. Marco el prefijo de Francia: 0033. Voy a hablar con Beverly -como ella insiste en que la llame-: la mujer de uno de los creadores más respetados del planeta. Algo que en estos tiempos en que hasta el mundo perdió el respeto por sí mismo, ya es mucho. Tal vez lo máximo a lo que uno puede aspirar. Ella es sus ojos y sus manos delante del ordenador, pues él, como Marcel, uno de los protagonistas de Pig Earth, el primer libro suyo que se traduce al gallego, siente recelo ante esas máquinas «cuya única función es acabar con nosotros». De hecho, sigue escribiendo a mano, con pluma. Ahora está en París, donde tiene casa y va cada dos por tres, a pesar de que, como afirma su mujer, «está cansado de acudir a tantos actos, porque le quitan tiempo para escribir y, sobre todo, para vivir». Llamo, pues, para concertar una cita. Suenan tres tonos. Alguien descuelga, pero lo que escucho no es la voz de una mujer. «Hello! It’s me!John Berger». Todos los compañeros que han tratado con él me aseguraron que es un hombre extremadamente amable. Y sus primeras frases bastan para confirmarme que, en efecto, así es. Tras el teléfono, puedo imaginar su aspecto: una cara tan impresionante como la de Samuel Beckett. Uno de esos rostros que a uno le gustaría merecer en la vejez. «Llamaba precisamente por lo de la entrevista…» «Perfecto -me responde-; si quiere, podemos hacerla ahora mismo.» Desde luego, cuando uno tiene «a tiro» a un ser como John Berger dispuesto a que lo entrevisten, no puede ni debe dudar. «Aunque ahora no tengo manera de grabarla…» «No se preocupe -me tranquiliza-, tome notas: lo importante no es que reproduzca exactamente mis palabras sino su sentido.» Y entonces me percato de que este creador refractario acaba de darme una de las claves de su talento: ir siempre al meollo de las cosas para captar y transmitir la esencia de las cosas.

Pregunta: Antes de nada, quería darle las gracias por el dibujo que nos envió.

Respuesta: Lo hice en la Paz, un lugar cercano a Betanzos, en los años noventa Es un homenaje a todos los emigrantes en general y a los gallegos en particular; a los hombres y mujeres que tuvieron que irse de su tierra forzados por la pobreza. Pero también a mi difunto amigo Victor Anand, que tenía una casa en Betanzos, y al que fui a ver todos los veranos durante siete años. Ahora llevo tiempo sin ir a Galicia, un lugar que amo.

P.: Ochenta y dos años y sigue usted igual de activo. R.: ¡Eso dicen! Acabo de terminar mi nuevo libro: From E to X. Las cartas que una mujer -Aida- envía a su ex marido -Javier-, que está en la cárcel, acusado de terrorista. P.: Entrando ya en materia, sus relatos de Porca terra, ¿son tan verídicos como parecen? (Antes de responder, Berger calla siempre, alrededor de un minuto: lo único que se escucha son sus hmmm y el ruido de sus caladas. De pronto tengo la impresión de estar ante un alquimista del Medioevo, o más bien ante un artesano remiso a revelar sus secretos.)

R.: Verídicos no es la palabra idónea. En ellos hay también mucha ficción. Son historias que oí, desde luego, pero conformadas de una manera distinta. De una manera esencial, digamos. P.: Ya, mas ¿cuánto hay de ficción y cuanto de realidad en ellos?

R.: Mire, para responder a esa pregunta debo aclarar antes la diferencia que yo veo entre un contador de historias (story teller) y un novelista al uso, digamos. La novela moderna es un género que nace como tal a finales del siglo XVIII, principios del XIX. En Inglaterra, por ejemplo, con escritores como las Brönte, Austen, etc. Pero la tradición de los contadores de historias se remonta hasta a Homero… P.: Incluso hasta la Prehistoria…

R.: Probablemente. El contador de historias está ligado al origen de la Humanidad. Es un viajero, un nómada nato. Parte de su experiencia vital con los otros, con unos seres concretos, en unos lugares y unas circunstancias concretas. Digamos que es alguien que «se roza» con el mundo y luego cuenta lo que le ocurrió. Mientras que el novelista no sólo no suele hallarse en la situación que describe sino que la inventa. Crea otra realidad: su propia obra. P.: Lo cual no tiene nada que ver con el género autobiográfico… R.: No, no. Muchos novelistas son claramente autobiográficos -como Proust, a quien, por otra parte admiro desde siempre, y me influyó mucho-. Pero el contador de historias no lo es en absoluto. Él no cuenta sus propias historias sino que va por ahí con los oídos bien abiertos, escuchando y reinterpretando las historias de los demás, incluso anónimamente. P.: Para entendernos: Chatwin, Kerouac ¿son contadores de historias?

R.: Por supuesto. Pero también Chéjov. Los contadores de historias salvaguardan, atesoran ciertos momentos vividos por ellos o por otros, mientras que los novelistas intentan captar, aprehender, reproducir vidas ajenas. La propia Internet es un inmenso story teller. Un agujero negro repleto de infinidad de historias.

P.: Como siempre lo fue el campo.

R.: Eso es. La gente de por aquí suele decir que las historias son para contarlas al anochecer, alrededor de la mesa de la cocina, con la familia, los amigos. Bien, pues eso es lo que hace un contador de historias: recogerlas y recrearlas junto al lar. Las novelas son más bien para leer en soledad. P.: Entonces, los personajes de Porca terra son reales.

R.: Sí, pero no tal y como aparecen reflejados en el libro. Por ejemplo: Marcel, el protagonista de «El valor del dinero», es un hombre al que conozco, y que aún vive. Lo que yo cuento ahí le pasó básicamente a él en la realidad. Pero él no hizo lo que hace Marcel al final. Aunque podría hacerlo. ¿Entiende? P.:¿Y la Cocadrille? ¿La increíble Lucie Cabrol?

R.: Existió, pero ya había muerto cuando nosotros llegamos aquí. Todo el mundo tenía algo que contar sobre ella. A mí el personaje me fascinaba, así que hablé con unos y con otros y cribé todas las historias que corrían sobre ella en esas tres vidas. O, mejor dicho, en dos, porque la tercera es pura ficción. De hecho, el narrador de ese relato -el hombre que emigra a Argentina, el hombre con el que ella quiere casarse- soy yo. El contador de historias. P.: Antes citó a Proust y a Chéjov, dos autores muy distintos. Ya sé que esta pregunta fastidia mucho a los escritores, pero ¿cuáles fueron sus referentes literarios cuando empezó a escribir? Lo digo por ahondar en el tema. (Otro minuto de silencio. Otras caladas.)

R.: Chéjov sin duda. Chéjov siempre. Él fue y sigue siendo un gran maestro para mí. P.: Como para Carver…

R.: Sí, que es de mi misma generación, como usted sabe. También siento una enorme admiración por él. Como narrador y como poeta. Y por Dickens, Gorki, Joyce… P.: Lo de Joyce siempre me extrañó, la verdad.

R.: Ya, porque en mi obra no se aprecia demasiado su influencia, y menos aún en Porca terra. Pero Joyce -a pesar de no ser un contador de historias- me marcó profundamente en mis inicios, sobre todo porque expandió el horizonte de la literatura. Igual que Hemingway -que sí lo era-. O Borges -que no-. P.: Y en la actualidad, ¿quién le interesa?

R.: ¡Tanta gente! Entre los latinoamericanos, Galeano, por ejemplo. Y, entre los gallegos que conozco, Rivas, a quien considero sinceramente un magnífico escritor, dotado, además, con un gran sentido de la Historia… ¡y un gran olfato para las historias! P.: ¿Alguna mujer? R.: Claro. Hay una escritora turca a la que admiro mucho. Se llama Latife Tekin. Otra story teller, influida, en su caso, por el folclore y la tradición de Anatolia. P.: Uno de sus rasgos más característicos es que usted, en sus libros, suele casar, relacionándolos, varios géneros, varias artes. Pero ¿hubo alguna razón especial para ir intercalando poemas entre las historias de Porca terra? (El silencio, junto con las caladas, se prolonga.)

R.: Son dos cosas distintas y para dos momentos distintos. Cuando cuentas una historia, le estás hablando a un lector que está sentado frente a ti en la noche, como le dije antes. En cambio, un poema es un grito lanzado al cielo. P.: Y los cielos son, para usted, «una ventana al universo y, a la vez, un espejo de los acontecimientos terrestres».

R.: Exacto. En Porca terra, cada género tiene una función distinta y nace de una experiencia distinta. Por ejemplo: «La muerte de La Nan M.» expresa mi dolor y mi respeto ante la muerte de una amiga. Un relato es un llamado a la Historia, digamos. Un poema, un llamado al cielo. P.: Uno de mis poemas favoritos es «Escalera».

R.: Pues mire: si después de hacerme esta entrevista aún le queda alguna duda respecto a ella o respecto a mí, le aconsejo que lo vuelva a leer. Sobre todo la última estrofa. ¡Tal vez encuentre ahí todas las respuestas a sus preguntas!

P.: Algunos críticos se empeñan en definirlo como un «humanista marxista». ¿Está de acuerdo con esa definición? Y, si lo está, ¿cree que el marxismo sigue siendo una alternativa a este capitalismo desatado que padecemos? (El silencio deviene, si cabe, mucho más hondo.)

R.: Hay diversas maneras de responder a su pregunta… Pero no, no puedo estar de acuerdo con esa definición, porque «humanismo» es un concepto muy manoseado, incluso desacreditado. Y «marxismo» no digamos: ¡un ideal traicionado en tantas ocasiones! Ahora mismo vengo de ver una obra en París sobre el Gulag, y en ella había personajes muy semejantes a los campesinos que conozco y de los que hablo en Porca terra. Pero eso no implica que el marxismo esté superado. Al contrario: creo que, en efecto, aún puede aportar muchas y muy buenas soluciones a los problemas actuales. Y, desde luego, sigo teniendo a Karl Marx por uno de los grandes pensadores de la Historia.

P.: Pasados ya treinta años desde que apareció este primer volumen de su trilogía, ¿cómo ve usted ahora la situación del campesinado? ¿Cree que las predicciones que hizo en el «Epílogo histórico» se cumplieron?

R.: Voy a responderle con un ejemplo muy sintomático. En esta zona rural en la que vivimos, los campesinos, al llegar la primavera, llevaban sus caballos a la Iglesia para que el cura los bendijese. Cuando llegamos aquí, en los años sesenta, ese día solía haber unos treinta caballos. Bien, pues, ahora, esa fiesta tradicional desapareció. Muchas de las personas que conocíamos se marcharon o murieron. Y lo cierto es que la comarca está cada vez más vacía.

P.: Lo mismo ocurre en Galicia. Hasta ahora, nadie hizo nada por mejorar la vida de los labradores: ni la derecha ni la izquierda. Más bien se empeñaron en acabar con el tipo de sociedad rural que existía en nuestro país, porque lo veían como una plaga. El «maldito» minifundismo, ya sabe. Y ahora, cuando por fin parece que se empiezan a tomar algunas medidas, resulta que la mitad de las aldeas están casi muertas. Y con ellas, nuestra historia, nuestra cultura, nuestra lengua, corriendo el riesgo de desaparecer…

R.: Entiendo. Pues sería una tremenda pérdida para todos, ya que las culturas campesinas, en su conjunto, conforman una de las mayores riquezas de la Humanidad. Un corpus extraordinario de conocimiento que fue germinando a lo largo de los siglos, y que no podemos rechazar así como así. El capital financiero que nos maneja está imponiendo un orden económico cada vez más inhumano. Todo lo referente al pasado se ve como un supuesto lastre que hay que dejar atrás en nombre de un supuesto futuro lleno de promesas. Pero ningún futuro verdadero puede crearse despreciando las enseñanzas que nos legó el pasado. Lo cual no tiene nada que ver con el «conservadurismo». Y, en ese sentido, estoy completamente de acuerdo con Pasolini, para quien «la Revolución es la guardiana del pasado».

P.: Ya sé que es usted reacio a proponer la solución a este problema tan dramático, pero ¿alguna tiene que haber, no?

R.: ¡Muchas, espero! Cada país, cada pueblo, cada sociedad campesina ha de encontrar la suya, porque, a pesar de las semejanzas esenciales, existen diferencias entre unas y otras -como entre el minifundismo y el latifundismo-. Ya empiezan a verse algunos signos esperanzadores, como en Latinoamérica, donde las poblaciones indígenas o los movimientos como el zapatista no sólo luchan por sus tierras y por sus derechos, sino que intentan dar una respuesta a este capitalismo brutal que nos absorbe. Hay mucha gente trabajando por el cambio, dando ejemplo con sus propias vidas. Ya dije en alguna ocasión que, cuando miro al cielo, ese cielo al que los poetas lanzan sus gritos, veo algo semejante a un movimiento alternativo al poder actual. Un espacio que entraña en sí a todas esas personas que luchan y trabajan por dar sentido a su existencia. En ellas, pienso, reside la esperanza.

P.: Entonces, ¿»resistir lo es todo», como aseveró Rilke?

R.: Resistir y despertar. Nuestra conciencia y la de los demás. Tal vez el arte, la cultura, no puedan transformar directamente la sociedad, pero sí a las personas que la conforman. Y, en ese sentido, los creadores, tenemos una enorme responsabilidad: resistir frente a esta suerte de uniformidad mental que nos están imponiendo, transformarnos nosotros al tiempo que transformamos el mundo. Por eso, si tuviera que definirme, diría simplemente que soy un resistente más. Un contador de historias que resiste.

 

(Esta entrevista apareció, abreviada, en la edición gallega de El País, del 16/11/2007)