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Soy un rojo peligroso

Fuentes: Rebelión

 Sí, queridos amigos, aunque les cueste creerlo, al igual que muchos de ustedes, soy un rojo peligroso, una persona que pone en riesgo la unidad de España, la recuperación económica, la armónica convivencia entre los de arriba y los de abajo, la sacrosanta tradición, la natural intromisión de la iglesia católica en los asuntos terrenales, […]

 Sí, queridos amigos, aunque les cueste creerlo, al igual que muchos de ustedes, soy un rojo peligroso, una persona que pone en riesgo la unidad de España, la recuperación económica, la armónica convivencia entre los de arriba y los de abajo, la sacrosanta tradición, la natural intromisión de la iglesia católica en los asuntos terrenales, la lógica consunción de los bienes que nos brinda a todos por igual la naturaleza, el consumismo que nos salva de la angustia vital, la Liga BBVA, el patrocinio del Santander, los beneficios de La Caixa, la fiesta de los toros, los excelentes planes de pensiones que nos ofrecen quienes desde la banca se preocupan por nuestro futuro, la fantástica programación cultural de Telecinco y las privadas para mayor engrandecimiento de la Patria, el derecho de los parados a estar parados, el de los explotados a ser explotados y el de los filántropos a hacer legítimo negocio con la educación, la salud del personal y la especulación. Pero sobre todo, por encima de todas las cosas, queridísimos amigos, soy una amenaza para el orden natural que Dios nos legó para que pudiésemos vivir los unos sobre los otros, algo imperdonable en quien pasa largamente de los cuarenta, es universitario, vive en el siglo XXI y tiene hijos en edad de procrear y de disfrutar sin recato de la holganza forzada.

Y no se crean, no ando por ahí con un pasamontañas, ni con una Luger en la mano, tampoco dispongo de fósforos -los que hacen los chinos son muy malos-, ni de gasolina -está muy cara- para quemar bancos, iglesias, la Bolsa o los casinos donde se juegan nuestro futuro, ni me como a los niños crudos como dicen muchos católicos, apostólicos y romanos que hacía «Pasionaria». Yo los cocinaría, la comida japonesa nunca me puso, ya sé que está de moda, y más con ese gustito que da al pescado ese punto de radioactividad tan agradable, pero, la verdad es que además de un rojo peligroso, soy, como Dolores Ibárruri, muy tradicional en lo que al yantar respecta. Y ya les digo, no niego que haya roto algún plato de vez en cuando, soy torpe y mi educación franquista no fue tan esmerada y excelente como la de Pérez Reverte, Salvador Sostres o Sánchez Dragó. Aprendí poco en aquellas aulas llenas de frío, de palmetazos en los dedos prietos, de leche en polvo, de ropa heredada, de himnos marciales, de flores a María y de hostias sin consagrar a cualquier hora del día. No me gustaban los trapos, un día fui castigado, dije que la bandera con el zopilote me parecía un trapo, se me cayó el cielo encima con todos los santos. Pero no rompí sólo ese plato, otra vez, ya talludo, con conocimiento de causa, al menos eso se presumía desde que hice la Primera Comunión, se me ocurrió presentar un trabajo sobre aquel libro de Alberti, ¿cómo se llamaba? Joder, ¡qué memoria la mía! ¡Ah!, sí, ya se, «Las coplas de Juan panadero», aquellas que concluían de esta manera:

«Lo señalo con el dedo/ Con tres señales que son/ De sangre, de muerte y fuego/ Repito estas tres señales:/ ¡Franco, fuego! ¡Franco, muerte!/¡Franco, muerte, fuego y sangre!/ Ayer con Hitler, y ahora,/ con los que se están llevando/ hasta la luz de la aurora.» Rayos, truenos y centellas machacaron al que estaba sentado en mi pupitre. ¿De dónde ese libro? ¿De tu padre tal vez? Interrogado el padre que lo tenía de Losada, Buenos Aires, Argentina. Castigo ejemplar a ambos. A callar. Así unos cuantos años y otros tantos platos, después senté la cabeza porque me pesaba mucho, no por lo que había dentro, sino por lo que había fuera.

Y hoy, pasados los años, sigo siendo un rojo peligroso, sin antorchas, sin balas, sin bayonetas, sin odio de ningún tipo pero con tanta capacidad para indignarme como la que muestran Hessel y Sampedro en ese maravilloso folleto que vio la luz hace unos meses y debiera ser repartido a todos los estudiantes del Estado, si éste y otros fueran estados decentes. Y me pregunto, ¿a estas alturas es ser un rojo peligroso querer la separación de la Iglesia y del Estado, que los creyentes de la religión que sea paguen su creencia? ¿Lo es desear que se reduzca considerablemente la diferencia entre ricos y pobres, que la enseñanza sea laica cuando se pague con dinero de todos, que los servicios públicos esenciales como son la sanidad, la electricidad, los servicios sociales, el agua, las pensiones, el subsidio de desempleo y los transportes básicos sean del Estado y perfectamente gestionados por él? ¿Se sigue siendo un rojo peligros por continuar leyendo a Rafael Alberti y a Ángel González, a Joan Margarit, Martí i Pol, Veyrat o Monzó, por gustar tanto de Chavela Vargas, Pablo Guerrero y Enrique Morente como de Lluis Llach, Albert Pla, Raimon, Kepa Junkera, Carlos Núñez, Fito, Los Delincuentes o Barricada, por pensar que en este país existen otras culturas diferentes a la castellana castiza y retrógrada? ¿Acaso hemos quedado tan huérfanos, tan poco representados que entre nosotros no existe la posibilidad de exigir un banco público que facilite dinero a bajo interés a quien más lo necesite y que contribuya al desarrollo de las zonas más atrasadas? Y no, no me opongo a los toros -otra cosa es si eso me parece una fiesta u otra cosa-, ni al fútbol, ni al baloncesto, ni a la deprimente programación de Telecinco y otras emisoras privadas y públicas que se dedican a embrutecer a mis paisanos, ni a que los padres que así lo deseen lleven a sus niños a los colegios de curas, como rojo peligroso que según parece sigo siendo, pido a quien corresponda que cada cual pague sus caprichos con el dinero de su bolsillo, que no se dé un céntimo a iglesias, bancos, equipos de fútbol, ni televisiones, que los jueces sean democráticos y hagan cumplir la ley de la democracia, que los responsables de la crisis vayan a la cárcel previo juicio justo en el que se puedan defender, que las telefónicas, las eléctricas y demás empresas que prestan servicios hoy esenciales no me ahoguen cada fin de mes, que cada persona, por el hecho de serlo, tenga derecho a una vivienda y un trabajo digno, que se enchirone a quienes defraudan a Hacienda, que Hacienda gaste nuestros cuartos en el bien común, que no se excluya a nadie por no haber salido tan listo como Ana Botella, que se planten árboles hasta que no quede ni un centímetro libre de verde, que se controle al mercado y se ponga al servicio de los ciudadanos, que Europa no sea una convención de mercaderes sin escrúpulos sino un proyecto de progreso basado en el respeto a los derechos humanos, en la educación y en la poesía, un proyecto que no se sirva de la explotación y la muerte de otros, sino que extienda su modelo, mejorándolo día a día, hasta el último rincón del planeta, que los políticos no lo sean por profesión o representación de intereses particulares, sino por vocación de servicio público, que los canallas de guante blanco no tengan cabida entre nosotros, que quienes se dedican a informar no cuenten las cosas tal como quieren sus jefes que las cuenten, sino como más o menos son.

Sí, qué duda cabe, al igual que muchos de ustedes, sigo siendo un rojo peligroso después de treinta y cuatro años de democracia. Pero no se preocupen, hace ya mucho tiempo, el coronel Vallejo Nájera, jefe de los campos de concentración franquistas, tras sesudos estudios, determino que eso de ser rojo era una enfermedad que se podía curar con una simple lobotomía o, viendo la televisión desde el sofá.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.