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Sueños de libertad

Fuentes: Rebelión

Cada vez con más insistencia el complejo mundo contemporáneo trata de definir o redefinir el concepto de libertad. ¿Qué es libertad? ¿Es libre el hombre de hoy en un mundo que cada vez se vuelve más normativo y reglamentado? ¿Dónde empieza y dónde termina la libertad de cada individuo? Desde siempre la literatura ha tratado […]

Cada vez con más insistencia el complejo mundo contemporáneo trata de definir o redefinir el concepto de libertad. ¿Qué es libertad? ¿Es libre el hombre de hoy en un mundo que cada vez se vuelve más normativo y reglamentado? ¿Dónde empieza y dónde termina la libertad de cada individuo? Desde siempre la literatura ha tratado el tema, hoy además de literatura, la cinematografía también se aboca a responder estas preguntas.

En las nominaciones para el Oscar del 1994 irrumpió con siete postulaciones la película del director Frank Darabont «The Shawshank Redemption» que se exhibió en las salas de cine iberoamericanas bajo el título «Sueños de libertad». La trama principal es bastante simplista, un inocente es condenado a cumplir dos cadenas perpetuas en una prisión de máxima seguridad donde se hace de varias amistades mientras metódicamente ejecuta su plan de escape. Sin embargo, una de las tramas secundarias revela una situación en donde el tema de la libertad realmente es el centro de la tragedia humana. Se trata de un reo que al cumplir el término de su pena de 40 años es puesto en libertad y al pasar tan solo unos días como persona libre, pone fin a su vida. Por más ilógico que parezca, su suicidio era un acto de liberación de su libertad. Liberación de la angustia de no saber cómo debe relacionarse con otros que también eran libres; de cómo debe actuar en un mundo absolutamente desconocido para él; de cómo debe valorar la conducta de los demás y la suya propia. La zozobra de no saber lo paralizaba y el hombre se volvió menos libre de lo que jamás había sido en prisión. El único acto de libertad que pudo ejercer fue quitarse la vida. ¿Por qué? ¿Qué le pasaba a este hombre que prefirió la muerte a la libertad? ¿A qué temía? ¿Qué sería lo peor que podía pasar si infringía alguna regla? Como mucho, volver a la cárcel en donde se sentía cómodo y a gusto, entonces, ¿por qué ese miedo de ser libre en un mundo libre? O tal vez la pregunta más pertinente es, ¿este hombre era realmente libre estando en libertad?

Para responder esta pregunta habrá que desentrañar primero que se entiende bajo el concepto de libertad. Para ello apelaremos a las visiones que sobre el tema tuvieron Descartes y Kant, dos de los pensadores modernos que mayor influencia han ejercido en el mundo occidental.

El concepto de libertad de Descartes está determinado por su visión dualista del hombre: por un lado está el cuerpo con los sentidos y las pasiones y por el otro de la razón actualizada por el entendimiento y voluntad; y la primera debe ser subordinada a la segunda. De allí podemos afirmar que la libertad es la capacidad que tiene la voluntad para elegir lo que el entendimiento propone como bueno y verdadero. Por tanto, la libertad es subordinación de la voluntad al entendimiento, a la razón.

Detengámonos un momento en la frase «elegir lo que el entendimiento propone como bueno y verdadero». Toda elección presupone necesariamente un juicio y todo juicio se basa en un sistema de valores, es decir en la moral o, como el mismo Descartes señala, en el «entendimiento de lo bueno y verdadero». Para Descartes, con su visión dualista, existen dos tipos de moral, la provisional y la definitiva. La moral definitiva, la que nunca terminó de formular, se elabora a través de la revisión meticulosa e individual por la razón, sin dar por verdadero ningún conocimiento u opinión previa a este análisis. Entendiendo la complejidad y lo extenso de semejante trabajo y comprendiendo la necesidad de «no permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la razón me obligase a estarlo en mis juicios», propone la moral provisional que tiene cuatro principios básicos: obedecer las leyes y costumbres del país; una vez tomada una decisión ser firme y decidido; tener dominio de sí mismo y no desear lo que no es posible alcanzar; cultivar la razón y avanzar lo máximo posible en el conocimiento de lo verdadero.

Si aplicamos las premisas de moral provisional a la libertad, esta se vuelve provisional también. Y a partir de allí podemos decir que el hombre es libre cuando sigue el juicio de valor basado en las leyes y costumbres de la sociedad, cultivando la razón y el conocimiento, sin desear los objetivos inalcanzables. En sus últimas consecuencias, la libertad es reducida a la obediencia a las leyes y costumbres de los que te rodean. Veamos cómo se aplica esta conclusión al personaje de la película: durante los últimos cuarenta años de su vida el hombre se regía por las leyes y costumbres que imperaban en una cárcel de máxima seguridad, sí bien ésta era parte de la sociedad en donde posteriormente se vio obligado a vivir, eran dos realidades sumamente distintas, al igual que sus valores y códigos de conducta. Al encontrarse en una nueva realidad, el hombre no lograba captar las costumbres ni las leyes de esta, en primer lugar porque se le dificultaba entrar en contacto con los otros, precisamente por desconocer de cómo en esta sociedad los hombres se acostumbran relacionarse. Es decir, se creó un círculo vicioso, desconocía las costumbres porque no entraba en contacto con los otros y no entraba en contacto con ellos porque desconocía sus costumbres. En consecuencia quedó absolutamente aislado estando en libertad y, según las definiciones de Descartes, el hombre no podía establecer un juicio sobre nada porque carecía de conocimiento sobre esa sociedad libre, por lo tanto su voluntad no podía hacer elección basada en el entendimiento de lo verdadero y bueno, ni por lo tanto someterse a la razón. Es decir, según Descartes, el hombre no era libre, aun estando en libertad. A lo único que pudo aplicar el juicio fue a si seguir viviendo la pesadilla de no poder juzgar que es bueno y que es malo o terminar con ella, a través del suicidio. Entonces, la pregunta que surge es ¿en qué medida la libertad individual tiene que ver con la sociedad en donde el hombre hace su vida?

La definición de libertad de Kant también pasa por la obediencia a las leyes, sin embargo, son leyes radicalmente distintas a las de Descartes. «Libertad equivale a autonomía de la voluntad» escribe Kant en Fundamentación de la metafísica de las costumbres, entendiendo la autonomía de la voluntad como el comportamiento moral del sujeto a través del cual establece sus propias leyes y la obligatoriedad de sus cumplimientos. Habrá que agregar que un comportamiento moral para Kant es el que asume el deber de «tratarse a sí mismo y tratar a los demás, nunca como simple medio, sino siempre al mismo tiempo como fin en sí mismo». De allí podemos decir que para Kant la libertad es la subordinación del sujeto a su propia legislación, basada en el criterio del deber de no tratar a sí mismo ni a los demás como medios, sino como fines en sí mismos. Y la legislación se identifica con la verdad a través del entendimiento, de la razón.

Veamos cómo se aplica esta definición al hombre que nos atañe. Ya el personaje no tiene que someterse a elección alguna porque la libertad, en última estancia, es el deber de cumplir un principio (nadie es medio, sino fin). Y ciertamente para nuestro hombre sería un alivio, porque lo que más zozobra le causaba era no saber qué elegir. Además, no tiene porque saber las leyes y costumbres de la sociedad en donde empezó a hacer su vida, porque él es su propio legislador, al igual que el resto de los individuos que integran esa sociedad. Pareciera que el hombre bajo estas premisas debería ser libre. Sin embargo, en nuestro caso, la legislación propia del personaje debería haberse dado durante su presidio en la cárcel de máxima seguridad, mientras se relacionaba con otros reos. Al salir en libertad esta legislación no le fue de mucha ayuda, de hecho, fue una de las causas del rechazo de los demás. Entonces, cabe preguntarse ¿debería el hombre cambiar su legislación cada vez que cambia del entorno en que se desenvuelve? Pero, ¿no entraría esto en una contradicción insalvable con el postulado kantiano de que la legislación de cada individuo debe ser universal, es decir, aplicable y aceptable en cualquier lugar en cualquier tiempo? Por lo visto y según las definiciones de Kant, el hombre de la historia no era libre porque su legislación no resultó ser universal. Ni siquiera era libre cuando decidió quitarse la vida, porque se uso a sí mismo como medio para escapar de aquella inaguantable situación. Otro detalle destacable, Kant a diferencia de Descartes, presupone la relación del sujeto con el otro cuando postula el deber del trato a base del principio de no uso del otro como medio. De aquí podemos deducir que la libertad individual está de alguna forma siempre ligada a la existencia del otro y, en parte, es revelada a través de la interacción con el otro.

Sin embargo, los dos pensadores destacan la necesaria presencia de la racionalidad, el entendimiento en la noción de libertad y que éstas nociones son inherentes a la naturaleza humana. Suele ser muy atractiva la formula «pienso, luego existo» de Descartes, sin embargo, esta fórmula no alude a que la forma de pensar está condicionada por lo menos por dos factores, la realidad circundante y el conocimiento. El hombre en cuestión no poseía el conocimiento suficiente de la nueva realidad en que se encontraba, sin contar que le aplicaba el modo de razonamiento forjado por 40 años de presidio. Por lo tanto, su racionalidad se ha visto afectada, reduciendo al mínimo su libertad estando en libertad. Y por si fuera poco, el contacto con el otro que eventualmente podría convertirse en su fuente de conocimiento, compartiendo los valores y códigos de esa sociedad, estaba severamente restringido. A nadie le importaba ese pobre viejo de conducta extraña. Se hace evidente que para ser libre se necesitan los otros, con quienes se interactúa en libertad y con libertad, porque, en primer lugar, de nada valen los códigos, conceptos, leyes, deberes, la moralidad misma, si no son puestos en práctica en relación con el otro. Entonces, ¿se puede hablar de libertad individual sin tener presente el conjunto en donde se ejerce y al otro que termina ser la referencia de tu propia libertad?

Se alega que la libertad es una noción más interna que externa, que se puede ser libre aun estando encarcelado. La literatura clásica rusa ha tratado con ahínco este tema, está llena de personajes como Bazarov de Turgueniev, Raskolnikov de Dostoyevsky, Chatsky de Griboedov hasta Ana Karenina de Tolstoy en cierto modo se inscribiría dentro del sujeto que ejerce su libertad interna. Sin embargo, ellos eran los isgoi, los que están o se ponen al margen de la sociedad, precisamente por ejercer su libertad interna. La diferencia entre ellos y el viejo ex reo de la película está en que ellos se ponían al margen de la sociedad en un acto consciente, racional, voluntario por lo tanto libre. Nada tiene que ver su marginalidad con la del personaje de «Sueños de libertad». Y la interacción con la sociedad en ese ejercicio de libertad individual e interna era inevitable, aun como rechazo de la misma.

En vista de todo lo expuesto, se podría concluir que la mera racionalidad y moralidad en términos individualistas no son suficientes para definir la libertad, porque se hace absolutamente necesaria la referencia a la relación del individuo libre con su entorno social.

Todos estos son casos extremos, es más, todos son casos de ficción que tal vez solo son fantasías de sus autores. Sin embargo, la realidad contemporánea es mucho más trágica que cualquier fantasía o ficción. Existen capas sociales que están al margen de la sociedad por las mismas razones que el viejo de la película: falta de educación y de conocimiento a base de los cuales pueden razonar sobre lo bueno y verdadero; las costumbres de su entorno inmediato que no permiten ver otros horizontes; la sub_cultura imperante que enajena las mentes y las voluntades. Y el hecho más perjudicial de todos, es la reducción del concepto de libertad a mera capacidad de elección sin fundamento moral, sin base racional, sin responsabilidad, ni consecuencias más allá de las individuales, convirtiéndola en un simple poder. Poder de elegir, en algunos casos, entre una cerveza Regional o una Ice, entre un Blackberry o un iPhon. ¿Para cuántos son éstos los sueños de libertad?