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Noticias desde el trabajo inmaterial V

Sumisión al poder, fuerza de las ideas y reencantamiento del mundo

Fuentes: Rebelión

I. La sumisión al poder de la guerra perpetua Según han diagnosticado varios de los más importantes pensadores vivos de nuestro tiempo, en el mundo globalizado se vive en estado de excepción, en una guerra permanente que se quiere perpetua, bajo una agresividad cotidiana y micropolítica producto del predominio de esa competencia capitalista que se […]

I. La sumisión al poder de la guerra perpetua

Según han diagnosticado varios de los más importantes pensadores vivos de nuestro tiempo, en el mundo globalizado se vive en estado de excepción, en una guerra permanente que se quiere perpetua, bajo una agresividad cotidiana y micropolítica producto del predominio de esa competencia capitalista que se ha erigido ya como la única relación social entre los seres humanos suplantando a todas las demás. Estamos sumergidos en una suerte de totalitarismo sutil en el que lo real ha desaparecido suplantado por la imagen y el simulacro de una vida ausente.

Si el marxismo descubrió la doctrina de la alienación, el pensamiento contemporáneo no cesa de afirmar que ésta ha llegado a ser absoluta y que ya no cabe más que la realización de prácticas singulares de ironía o de cinismo para poder describir y narrar los no acontecimientos que nos rodean. Los diagnósticos son apocalípticos pero, como en los diálogos de Platón, el uso de la ironía no permite saber hasta qué punto se esgrimen en serio o en broma. No se puede discriminar bien si la ambivalencia de los contenidos se debe a una estrategia contra la censura, a una realidad de las cabezas pensantes o a un reflejo de lo que aparece en el mundo en que vivimos.

«Lo mejor no es la guerra ni la sedición -antes bien, se ha de desear estar libre de ellas-, sino la paz recíproca acompañada de buena concordia».

PLATÓN (Leyes 628c)

De los dos mil conflictos armados que asolaban el planeta cuando comenzamos el nuevo milenio, el de Irak fue y es el más notorio, pero la guerra se cierne sobre cada esquina y cada calle de las grandes ciudades, de esas megalópolis inhabitables en crecimiento ciego, corrupto y exponencial, que conforman nuestra casa.

Ya el viejo Platón señalaba en sus tantas veces criticadas Leyes que «lo mejor no es la guerra ni la sedición -antes bien, se ha de desear estar libre de ellas-, sino la paz recíproca acompañada de buena concordia» (Leyes 628c). Pero nuestro mundo actual, en lugar de por la senda de la cooperación, la amistad y la concordia, lleva el barco del planeta hacia la catástrofe del naufragio, embebido de egoísmo, guerra y discordia por doquier.

Recientemente, en sus Normas para el parque humano (1999) señaló Peter Sloterdijk -con gran escándalo para muchos- una de las políticamente incorrectas verdades del barquero intelectual, es decir, del que percibe que la nave corre el peligro de irse a pique y siente la obligación de formular una advertencia. Afirmaba el filósofo en ese opúsculo que el humanismo clásico como ideal de mejoramiento de la humanidad a través de su ilustración en las ciencias y las artes era ya un programa caduco y vacío, urgiendo la reflexión y el pensamiento sobre un nuevo modelo de mejoramiento y convivencia:

«Por el establecimiento mediático de la cultura de masas en el Primer Mundo en 1918 con la radio, y tras 1945 con la televisión, y aun más por medio de las revoluciones de redes actuales, la coexistencia de las personas en las sociedades del presente se ha vuelto a establecer sobre nuevas bases. Y no hay que hacer un gran esfuerzo para ver que estas bases son decididamente post-literarias, post-epistolográficas y, consecuentemente, post-humanísticas. Si alguien considera que el sufijo ‘post-‘ es demasiado dramático, siempre podemos reemplazarlo por el adverbio ‘marginalmente’, con lo que nuestra tesis quedaría formulada así: las síntesis políticas y culturales de las modernas sociedades de masas pueden ser producidas hoy sólo marginalmente a través de medios literarios, epistolares, humanísticos».

Peter Sloterdijk: Normas para el parque humano (1999) http://www.heideggeriana.com.ar/comentarios/sloterdijk.htm

Postula así una certeza provocativa que deja a todos los que labramos con medios literarios en una posición nostálgica y quijotesca, situando al propio pensador en un lugar paradójico al procurar solucionar problemas contemporáneos con instrumentos anacrónicos. Si Don Quijote era patético por pretender mantener una moral caballeresca en tiempos modernos y por querer solucionar conflictos renacentistas con herramientas medievales, el escriba intelectual de hoy estaría pretendiendo mantener una moral humanística en tiempos posthumanistas y queriendo solucionar conflictos postmodernos con instrumentos ilustrados: La imagen ya no tiene un estatuto de conocimiento inferior a la palabra y las clásicas categorías de la jerarquía gnoseológica de la metafísica han saltado hechas pedazos. Así, el recientemente fallecido pensador Jean Baudrillard dedicó su vida a poner de manifiesto que lo real había desaparecido ante una proliferación de imágenes que simulaban unos acontecimientos que ya no podían suceder. La sobredeterminación de una hiperrealidad virtual al estilo de la película Matrix, daba por concluido el proceso de globalización, dejando una leve esperanza para la palabra y el lenguaje como microespacio inalienable desde el que actuar y en el que habitar.

Ahora bien, los signos indicativos de que estemos en una nueva era totalizada, que hayamos pasado de la época moderna a una edad posterior (hipermoderna, en el peor de los casos, y postmoderna, en el mejor) coexisten demasiado bien con los signos indicativos de que nos encontremos aún en la época que comenzó con la Revolución francesa de 1789.

Tales indicios implican la dificultad de dirimir entre ambas posibilidades, lo cual hace aconsejable un trabajo doble, aparentemente contradictorio, pero que muy bien puede concebirse como complementario; una labor disyuntiva, como la de toda dialéctica, pero sintetizable sin abandonar del todo ninguno de los dos conceptos en liza. Nos referimos al consistente en ser ilustrados de izquierdas y postmodernos de izquierdas, al mismo tiempo y en el mismo sentido. Esta dúplice opción se desglosa en una pluralidad de posiciones diferentes que bien pudieran no tener nada más en común que su carácter de espacios de anti-globalización, opuestos al imperialismo y al capitalismo.

Así, antihumanismo, humanismo y posthumanismo, serían los términos que se han de combinar en una nueva dialéctica que no anule las dos primeras tesis al realizar su síntesis. Ciertamente, la cultura humanística ya no tiene sentido por cuanto no vertebra el mundo en el que vivimos, pero por eso mismo, incluso contra toda evidencia, apegarse al proyecto ilustrado de una educación universal posthumanista resulta más necesario ahora que nunca. Una misión humanística de la tradición occidental desde la Atenas de Pericles (que no precisamente la de los experimentos del Dr. Mengele) es la que recoge y corrige el posthumanismo, poniendo la cuestión sobre la mesa con talante irónico y provocador. Una posición a la altura de los tiempos en la que se mantiene que es a partir de la defensa de lo mejor del ser humano (pero con el reconocimiento de sus límites y la precaución ante sus extravíos) que puede replantearse la relación entre lo natural, lo tecnológico, lo humano y lo divino. Sólo un lugar semejante puede hoy declinarse como Ética y oponer otros valores diferentes a los hoy vigentes y hegemónicos, sin que la revolución tenga que ser algo completamente nuevo, sino algo que conserva lo mejor de lo pretérito en aras del por-venir.

Tampoco la agresividad globalizada macro y micropolíticamente del mundo capitalista es nueva, es humana y ha aflorado en distintas épocas y en todos los continentes. Se trata de la envidia, la calumnia, el escarnio, la mofa, el resentimiento así como todas las patologías del ego que hoy se encuentran más exacerbadas que nunca en la era del estrés permanente. En nuestro tiempo nihilista cualquier realización es descalificada y deslegitimada de antemano por quienes no actúan nunca constructivamente sino que, o vegetan entre la abulia del consumo conspicuo y el trabajo esclavo, o actúan en su tiempo libre con rabia y destructividad, lo cual mantiene las bajas pasiones camuflándolas bajo la apariencia de un vehemente criticismo.

Las leyendas sobre semejante fenómeno son numerosas. Una de ellas seguramente es la que se consignó Diógenes Laercio (II, 21) en su Vida de los filósofos ilustres, escrita seis o siete siglos después de la muerte de Sócrates, refiriéndose al trato que, supuestamente, permitía el filósofo ateniense que otros le prodigaran. Pues refiere Diógenes que, muchas veces, sus interlocutores «lo golpeaban con los puños y le arrancaban el pelo».

A esta leyenda es preciso objetar que, aunque el filósofo de Atenas dijese en muchas ocasiones que «es preferible padecer la injusticia a cometerla», participó como soldado (pues era obligación para ser ciudadano) en las batallas de Potidea, Delión y Amfipolis durante la guerra del Peloponeso, motivo para no dar crédito a lo referido por Diógenes, pues parece entonces una exageración que llegase a dejar que le insultasen y agrediesen sin defenderse. La leyenda perpetuada por Diógenes Laercio habría resultado verosímil solo a causa de su doctrina, ya que la recepción histórica de los acontecimientos reales más bien la contradice.

Probablemente por eso, no pudiendo dar crédito al relato, la traducción española decimonónica de José Ortiz y Sanz (1887) modifica el original, interpretando el pasaje al decir que Sócrates, en su vehemencia oratoria, «solía darse coscorrones y aun arrancarse el cabello». En cualquier caso, lo que hay que decir de Sócrates es que «lo peligroso no era lo que pensaba, lo peligroso era que pensaba» (1) si bien el propio Platón maduro en una de sus definiciones del vocablo sofista en el diálogo que lleva tal título (2) lo tuvo por uno más entre esos personajes que, a diferencia suya, pensaban a sueldo o manejando opiniones justificadas con afán de ejercer una interesada persuasión de todo oyente no siempre con intenciones pedagógicas.

Sócrates, a decir de Kierkegaard, era el mejor maestro humano que había existido nunca, pues no trataba con soberbia a sus alumnos sino con ironía mayéutica, no enseñaba a una mente en blanco sino que incitaba al recuerdo (anamnesis) de lo que desde la razón común se sabe pero se olvida. Sin embargo, según el platonismo, los discípulos de éste y el propio maestro carecerían del contacto con las Ideas y no participarían de la Idea del Bien, esto es, no estarían al mismo nivel de razonamiento que el filósofo y se quedarían al raso nivel de la sofística.

Ni que decir tiene que el platonismo dogmático del periodo medio de la filosofía del pensador de Atenas no es lo único ni lo más elevado y atendible de su pensamiento. Lo más atendible son los diálogos socráticos, y lo más profundo, las críticas que en su vejez hizo a sus propias teorías dogmáticas. Platón sí que creía en el diálogo y lo hacía hasta el punto de componerlos literariamente. ¡No hay Sistema en Platón!, como bien recuerda Heidegger, sino un nuevo género literario-filosófico inventado por quien en su juventud quiso ser compositor de tragedias: el diálogo, luego repetido por muchos otros pensadores, como Bacon, Berkeley, Rousseau, Voltaire y por el mismísimo Galileo Galilei en su «Diálogo sobre los dos sistemas máximos». De ahí que la vinculación entre Geometría y Tragedia tenga un modo de comprensión bien alejado de lo que es la ciencia moderna, un modo que no responde a un solo polo de la relación dialéctica, sino a la síntesis constructiva de ambos.

Dibujo del siglo XIX del andrógino del Banquete de Platón.

Y no es que no se pueda hacer un sistema, al estilo de Hegel, y que no sea encomiable la voluntad de sistematizar y el espíritu de cientificidad en Filosofía, pero si esa voluntad de Sistema se torna dogmática y absolutista, entonces, lo que se deriva de Platón y de Hegel no es la Razón y la Justicia o la Libertad, sino el Totalitarismo en todas sus manifestaciones, como ha ocurrido con el Capitalismo triunfante y la dominación global del Imperio actual.

El platonismo, malinterpretado de ese modo a lo largo de la historia, es lo que permite concebir la política como un pastoreo de borregos que se creen libres sin serlo, un despotismo ilustrado.

Sin embargo, si bien Platón ideó contra la sofística el discurso de la verdad (a sabiendas de que, como todo discurso bien construido, puede pretenderse uno verdadero -lo que no quiere decir que se alcance, logre o acabe-, motivo por el cual tras todos los titubeos de su legado y sus comentaristas hay que concluir que, finalmente, parece que Sócrates y los mejores de entre los sofistas acabarían encontrándose en el espacio de las razones. La mentira podrá triunfar, se podrá tener razón y ser derrotados, pero lo bello, lo justo y lo verdadero no pueden menos que coincidir:

«La retórica sin conocimiento no convence ni persuade: agrada, halaga a los oyentes como el arte del cocinero produce las delicias del paladar sin que por eso haya garantía alguna de que lo ingerido sea comida y no veneno» (3).

II. La fuerza de las ideas y la resistencia ante el poder

Cuando confluyen retórica y filosofía, forma y contenido, el discurso es bello y verdadero, justo y bueno. Entonces convence, persuade y agrada, todo a la vez, y muestra qué es lo que se debe hacer y lo que nos conviene a todos. Y esto sucede así, con mezcla, porque no hay verdad sino verdades, una pluralidad de certezas bien repartidas que justifican la auténtica democracia. Y en apoyo de esta tesis podemos afirmar con Alain Badiou que hay, al menos, verdad poética, científica, política, amorosa y filosófica:

«Plantearemos, pues, que hay cuatro condiciones de la filosofía, y que la falta de una sola arrastraría su disipación, así como la emergencia de su conjunto condicionó su aparición. Estas condiciones son: el matema, el poema, la invención política y el amor (…) todos los procedimientos susceptibles de producir verdades (sólo hay verdad científica, artística, política o amorosa). Podemos decir, por lo tanto, que la filosofía tiene como condición el que existan verdades en cada uno de los órdenes donde éstas son atestiguables» (4).

Quizás, incluso -y difícil resulta reconocer esto para los ateos anti-monoteístas- haya también una verdad religiosa, no identificable con las instituciones dogmáticas que la pretenden detentar, pero emergente en la mística más sublime y en el sentimiento de la sacralidad de la tierra y comunidad con los otros. Así como bien pudiera haber una verdad del cuerpo: la que nos enferma cuando la razón pretende que la sensibilidad se fuerce más allá de sus límites.

No pensamos, a diferencia de Badiou, que los cinco, seis o siete ámbitos de la verdad, que tengan que ser condiciones de posibilidad de la filosofía, ya que eso implicaría una jerarquía, una preeminencia de la filosofía que no es justa ni legítima. Lo mismo sucede al querer atribuir un tiempo de Cronos para la verdad y situarla siempre en la Historia, cuando ésta, si existe, pertenece primero a un tiempo-pleno, al Aión, a la Eternidad, donde ya no hay jerarquías y donde ya no hay contradicción. La estética es un espacio de tales características, por eso dirá Heidegger que «la belleza es uno de los modos de presentarse la verdad» (5). Se trata de unas verdades no pacíficas que tienen la potencia inalienable de pugnar por su encarnación en el tiempo de la historia:

«Si alguna fuerza revolucionaria existe será la fuerza de la Poesía, la fuerza del Amor, la fuerza de la Ciencia, la Experiencia, el Arte o la Belleza, y la violencia con que en ocasiones son capaces de responder a la violencia que sanguinariamente las domina» (6).

Si, escépticamente, declarásemos que no hay acceso a lo bueno, lo bello y lo verdadero, el Nihilismo estaría consumado, ninguna verdad acontecería en nuestro mundo y mejor sería el suicidio a vivir sin el más mínimo contacto con lo divino o lo eminentemente real. Pero todo nos dice que no puede haber ausencia plena para todos de verdad filosófica, científica, artística, política o amorosa, aunque algunos puedan quedar injusta e irremediablemente excluidos de los medios necesarios para entrar en contacto con alguna de ellas.

El mal existe, tiene entidad, tiene cara y se enseñorea del mundo contemporáneo despilfarrando la corrupción, la enfermedad, la miseria y la muerte por todo el orbe. Y sin embargo, incluso en los tiempos de mayor maldad podemos encontrar ejemplos de quienes no sucumbieron a su hechizo, no cayeron en sus trampas ni resultaron forzados a admitirla o rendirle pleitesía.

«En una conferencia pronunciada en Praga en 1935, Edmund Husserl formulaba este diagnóstico: «Los conservadores y los filósofos mantienen una guerra abierta, y está claro que la batalla tendrá lugar en la esfera política». Volviendo la vista al pasado, añade: «Ya desde los inicios de la filosofía se desencadenaron las persecuciones. Los hombres que consagran su vida a las ideas son dejados al margen de la sociedad». Sin embargo, en un rapto de optimismo, que hoy podría resultar anacrónico o ingenuo, concluye: «A pesar de ello, las ideas son más fuertes que cualquier otra potencia empírica». Al año siguiente, Husserl fue apartado de su cátedra universitaria por el régimen nazi» Luciano Canfora: Una profesión peligrosa. La vida cotidiana de los filósofos griegos. Anagrama, Barcelona, 2002, página.169.

No es, por tanto, gratuito ni fácil enfrentarse al mal, sino que resulta tan difícil como necesario. Hay que comer, y el no tener el pan asegurado constituye el mayor chantaje que se le puede hacer a un hombre. Es por eso que tan sólo doce catedráticos italianos de entre un total de 1.213 los que, bajo el régimen de Mussolini, se negaron a prestar el juramento de fidelidad al fascismo que se les exigía para mantenerse en el cargo (y parece que fueron sólo nueve de entre todos los catedráticos alemanes los que lo hicieron bajo el régimen de Hitler). Heidegger lo prestó y tuvo que dedicar el resto de su vida, no a pedir perdón de boquilla, sino a combatir con acciones excelentes en el campo de la inteligencia y el saber los errores que cometió entonces.

Entre los años 1939 y 1943 que correspondieron a la España de Franco, tan sólo en la Universidad Central de Madrid (hoy denominada Complutense) el 33% de los catedráticos se marcharon al exilio o fueron objeto de depuración (7). Manuel Sacristán Luzón fue expulsado de la Universidad de Barcelona por sus filiaciones políticas en 1965. Sin embargo, los más conocidos de entre los muchos profesores expulsados de la Universidad fueron los depurados en 1966 por participar en una manifestación y por su oposición al régimen, esto es: Agustín García Calvo, José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván, Santiago Montero Díaz y Aguilar Navarro. Así lo recordará más tarde la memoria de Fernando Savater:

 

Dibujo de Quino sobre la demagogia política contemporánea.

«Justo el segundo año que pasé en la universidad fue uno de los más movidos políticamente: en él tuvo lugar la gran manifestación encabezada por Tierno Galván, Aranguren, Montero Díaz y García Calvo, que concluyó con la separación de sus cátedras de éstos profesores (y de alguno menos conocido, como un falangista que daba clase de Formación Política y también se unió, en nombre de la revolución pendiente, a la marcha reivindicativa; éste lo pasó mucho peor que los demás porque nadie se ocupó de él ni le ofreció cátedras en Estados Unidos; tampoco fue rehabilitado cuando llegó la democracia: incluso a mí se me ha olvidado su nombre)».

Fernando Savater: Mira por dónde. Autobiografía razonada. Capítulo 22: «Pendiente de la revolución». Editorial Santillana, Madrid 2003, p.177.

Quienes se enfrentan al mal no han de sufrir por no recibir ninguna recompensa (pero no deben tampoco, como el bíblico Job, esperarla en el más allá, que prometen las religiones monoteístas). No procede en realidad recompensa alguna porque realizar el bien y alcanzar la excelencia son la misma cosa. Por eso Sócrates, cuando pidió como condena que se le mantuviese de por vida en los comedores públicos (cosa reservada a los benefactores de la ciudad) forzando con ello su condena a muerte y llevando su sagrada ironía hasta el final, ya había recibido la recompensa de sus acciones en el momento de ejecutarlas; por lo que en nada le afectaba que la sociedad en que vivía le tuviera en un pedestal o le hiciese subir al cadalso.

III. Renovación y reencantamiento del mundo

Lástima nos produce siempre saber que los benefactores de la humanidad han pasado privaciones, han sufrido la cárcel o la tortura, han sido perseguidos y maltratados. Nos produce también tristeza que los bien comidos burgueses que se han vendido hoy al capital hipotecando sus existencias celebren y consuman superficialmente el saber y el arte de aquellos cuyo principal valor estriba en no haber cedido al chantaje al que ellos ceden a diario. Pero alegría nos ha de reportar la constatación de que ese impulso creativo que se manifiesta en todos los órdenes y que en el fondo resulta inalienable, cuando se encarna en la política transforma lo establecido, dando un salto revolucionario que desquicia el presente y nos abre un porvenir.

La miseria de los intelectuales de la generación que han sido nuestros maestros no sólo se encuentra magníficamente pensada y escrita en la Crítica de la razón cínica, de Peter Sloterdijk, sino cuidadosamente radiografiada en dos películas del canadiense Denys Arcand entre las que median veinte convulsos años: El declive del imperio americano (1986) y Las invasiones bárbaras (2003), donde se muestra que las imágenes y el razonamiento pueden diagnosticar bien la propia época. Los rebeldes sesentayochistas, trasegados por todos los istmos (por cristianismo, el marxismo, el leninismo, el trotskismo, el existencialismo, el surrealismo) y llegados al postmodernismo en tardío paso de la adolescencia a la madurez, se tornaron irremediablemente cínicos. Todas sus metas se vieron truncadas, todos sus sueños se demostraron inocentes ilusiones, sólo les quedó el desprecio por todo aquello en lo que creyeron ser engañados y el afán houellebecquiano de no quedar damnificados en la extensión del campo de batalla. Así, abrazaron el neoliberalismo con la pasión del más crudo realismo y se consumó en ellos el desencantamiento del mundo, comenzando la era del nihilismo consumado.

Pero dicha generación ya envejece, ya muere en soledad, frustrada, ansiosa, rota, sin haber podido transmitir ni su desesperación ni su derrota. Como dijera Albert Camus en su Discurso de Suecia, las nuevas generaciones están llamadas a rehacer el mundo y, aunque a la nuestra se nos haya querido inculcar que el mundo se había definitivamente deshecho, a lo que está llamada es al reencantamiento del mundo, a la afirmación de la vida y a la demostración de que el mundo seguirá sin los que ahora son viejos y pronto serán muertos. No se acabará la Historia porque ellos no estén.

 

«El mundo comenzó sin el hombre y terminará sin él».

 

C. Lévi-Strauss (Op. Cit.)

Quizás en este sentido no haya mensaje más hermoso que el que Levi-Strauss, hoy último de los grandes vivos, con 98 años de edad, quien dejó consignado en la cita en latín de Lucrecio que encabeza su increíble Tristes Trópicos, «no menos que tú perecieron las anteriores generaciones y seguirán pereciendo». Esto implica que a todo invierno sigue primavera. Una frase cuyo sentido se desvela mayormente si acudimos al De Rerum Natura y desglosamos su contexto:

«Pues la vejez cede siempre el puesto, expulsada por la juventud, y es forzoso que las cosas se renueven unas de otras; nada es entregado al negro abismo del Tártaro. Hace falta materia para que crezcan las nuevas generaciones, las cuales, sin embargo, seguirán todas en pos de ti, una vez ampliada su vida, pues no menos que tú perecieron las anteriores generaciones y seguirán pereciendo. Así los seres van naciendo incesantemente el uno del otro; la vida a nadie se da en propiedad, a todos en usufructo».

Lucrecio: De Rerum Natura, III, 964-970. Cursiva nuestra).

La materia de la Historia se remonta a los alrededor de 5000 años que se supone llevamos de ella, desde que las civilizaciones de Mesopotamia, Egipto, China, India y luego América por un lado y el caso especial de Grecia, por otro, nos embarcaron en la nave de la ciencia, el arte y la política. La joven humanidad se siente vieja en cuanto transcurren dos parpadeos de la naturaleza y para rejuvenecerla es necesario retornar, recordando y rememorando, los tiempos originarios, para darnos cuenta de lo poco o mucho que nos separan y nos acercan a ellos.

En la barca de la política que amenaza de naufragio nada mejor que acercarse a uno de los más eminentes de entre los pensadores que han existido sobre la materia, al viejo Platón, para así, releyéndolo y reinterpretándolo, rejuvenecer el arte político y realizar nuevos intentos.

Ya en su propio tiempo, Jenofonte había opuesto al gobierno de los filósofos de Platón el ideal monárquico del buen rey, la guía del monarca educado de manera completa; poniendo como ejemplo a Ciro el Grande, gobernante de Persia. Por eso en Leyes (694c-d) Platón, respondiendo a Jenofonte por medio de uno de sus personajes, hace decir a éste que Ciro «no había recibido ni siquiera la sombra de una educación». Occidente pretendió a lo largo de su historia unificar y generalizar los modelos educativos que partieron de Grecia hasta llegar al ideal del ciudadano ilustrado. Una trayectoria que situó al Hombre en el lugar de Dios, como centro y señor del universo ilimitado. Un modelo que después de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días ha quebrado definitivamente, por lo que hoy no hay que declararse ya a favor de la educación del hombre-dios, puesto que basta con la sombra de una educación para poder llegar a ser buen hombre y mejor ciudadano.

Lejos entonces de los absolutos y teniendo en cuenta que los que denominamos sabios no lo fueron tanto como a veces, embelesados por su ciencia, llegamos a pensar, ni destacaron en todos los órdenes de la existencia, tras la modernidad queda patente que lo socrático es lo máximo alcanzable y deseable. Una inteligencia sin bondad y sin belleza es como una rosa sin pétalos, sólo espinas, mientras que una bondad y una belleza sin inteligencia es como una rosa de plástico, algo atractivo de lejos pero que de cerca se revela sin olor y sin sabor. La sombra de una educación es la que, según la leyenda, llegó a alcanzar Sócrates, el hombre más sabio de Grecia que se declaraba ignorante. Acercarnos a su espectro manteniendo su fragancia es lo mejor, tanto para los pueblos como para los individuos.

Llegó el tiempo de concebir la educación de la humanidad (paideia, Bildung, edification) como una ética de las verdades, como el deber individual y colectivo de tratar de cultivar todos los ámbitos de manifestación de la verdad, aun a sabiendas de que nunca nadie los alcanzó ni alcanzará todos plenamente al mismo tiempo y en el mismo sentido, solo el dios; motivo de que en su conjunto ningún hombre sea mejor que otro y todos seamos dignos de existir y de perseverar en el ser de una vida buena. Porque la fuerza de las ideas imprime la convicción de que la república universal es posible aún por mucho que se camine ahora en sentido contrario.

NOTAS

(1) Carlos Fernández Liria & Santiago Alba Rico: Volver a Pensar. Editorial Akal, Madrid 1989. Primera Parte: «Encadenados y eunucos», 6. «Mucho más crueles… estamos del lado malo», p.41.

(2) Precisamente el antagonismo entre Sócrates y los sofistas constituyó el principio de la evolución de este término hasta su connotación peyorativa, que perdura aún hoy en día. En Homero una sophía (sabiduría) denota una habilidad o destreza de cualquier género. La palabra sophistés (sofista, sabio) les fue aplicada tanto a los Siete Sabios de Grecia como a los filósofos presocráticos. Volvería a tener un sentido honorable o distinguido aplicado a los profesores de retórica griega y filosofía en el Imperio Romano. Pero de nuevo caería bajo la crítica y en el 161 a.C. los profesores de retórica serían expulsados de Roma. En el Diálogo El Sofista, Platón perseguirá delimitar a ese personaje característico de su tiempo encontrando siete definiciones para el mismo: 1) cazador por salario, de jóvenes adinerados (222a-223b); 2) mercader de los conocimientos del alma (223b-224d); 3) comerciante al por menor de conocimientos (224d); 4) fabricante o productor y comerciante de conocimientos (224e); 5) discutidor profesional (225a-226a); 6) «refutador de opiniones» y purificador del alma (226a-231c); 7) sabio aparente, mago e ilusionista que hechiza con imágenes (232a-237b). Así, dentro de este grupo de definiciones despectivas de «sofista», que desentrañan la polisemia de tal término, Sócrates quedará enmarcado en el sexto tipo, como un caso particular dentro de la variedad de personajes a los que se alude con dicha denominación: «EXTR: ¿Y no prometen también producir cuestionadores de las leyes y de todo cuanto tiene que ver con la política? TEET: Nadie hablaría con ellos, por así decir, si no prometieran eso» (Sof.232c-d).

(3) Carlos Fernández Liria & Santiago Alba Rico: Volver a Pensar. Op.cit. Tercera Parte: «La Academia del olvido». 8. «La ciencia, diálogo entre idiotas», p.184.

(4) Alain Badiou: Manifiesto por la filosofía. Cátedra, Madrid 1990, p.17. Las verdades en sus múltiples formas (como las ideas en filosofía) existen como realidades efectivas e inciden en la transformación de la realidad: «Soy optimista porque creo que las propuestas, la creación y las ideas existen y tienen poder. Si se tiene una idea, hay que expresarla y trabajar a favor de ella. Que ocurra finalmente lo que uno desea, en cambio, es algo que no puedo asegurar» (Entrevista a Alain Badiou, «Las ideas existen y tienen poder». Rebelión Web & La Nación 26-4-2004).

(5) Martin Heidegger: El origen de la obra de arte. En:

http://www.heideggeriana.com.ar/textos/origen_obra_arte.htm

(6) Carlos Fernández Liria: Sin vigilancia y sin castigo. Una discusión con Michel Foucault. Libertarias / Prodhufi, Madrid 1992. Capítulo III: «Memoria y poder». 5. «El sindicato del suicidio», p.82.

(7) http://www.fuenterrebollo.com/Gobiernos/dictadura-complutense.html