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Superar la falsa disyuntiva: Macron o Le Pen

Fuentes: Rebelión

Fue el pacifista socialista Jean Jaurès quien afirmó aquello de que, si bien un poco de internacionalismo te separa de la patria, mucho a ella te devuelve. Precisamente porque el neoliberalismo desvanece las estructuras sociales al hacer saltar por los aires la consistencia antropológica sobre las que se fundamentan, debemos entender que la necesidad de […]

Fue el pacifista socialista Jean Jaurès quien afirmó aquello de que, si bien un poco de internacionalismo te separa de la patria, mucho a ella te devuelve. Precisamente porque el neoliberalismo desvanece las estructuras sociales al hacer saltar por los aires la consistencia antropológica sobre las que se fundamentan, debemos entender que la necesidad de amparo en el seno de la comunidad -recogida por el Front National, dándole una dimensión nacional- es un efecto del mismo neoliberalismo. De manera que, no por simple que resulte sería equivocado afirmar, el neoliberalismo pospolítico de Macron y el conservadurismo nacionalista de Le Pen forman parte de una misma unidad y, por consiguiente, constituyen una falsa oposición que oculta la verdadera confrontación, a saber: aquella que se produce, por decirlo a la manera de Slavoj Zizek, entre el campo de oposición oficial (la mundialización de la economía y su reacción nacionalista) y un tercera opción (radicalmente democrática) que, por cuanto se sitúa por fuera de la complementariedad de las dos anteriores, resulta excluida del plano mediático y del imaginario social.

Advirtiendo que el repunte nacionalista de los últimos años ha sido en gran medida impulsado por la crisis neoliberal, resulta lógico pensar que las políticas de Macron seguirían estimulando la alternativa que personifica Le Pen. Simultáneamente, el miedo a que el Palais de l’Élysée sea ocupado por Le Pen disculparía apoyar cualquier otra opción por dañina que ésta fuera para los sectores mayoritarios de la nación. Acabar con este uróboros demencial pudiera pasar por que un gobierno del Front National fuese la ocasión para revelar como novelesca su escenificación por garantizar la protección de las clases populares. Admitiendo la repercusión provocadora de un planteamiento así, necesario será considerarlo, aun cuando el propósito de estas líneas no sea analizarlo, a la vista de las limitaciones de su programa neokeynesiano. De igual manera, está por ver si, de ser el caso que el Front National asumiera su propósito de gobernar, interés le pondría en desarrollar políticas económicas redistributivas con las que revertir la concentración de la riqueza nacional. A este respecto no podemos soslayar que, si bien su caladero de votos se encuentra entre los asalariados de rentas bajas y la pequeña burguesía rural, la ascendencia del partido descubre sus lazos con los sectores más chauvinistas del capital.

Sin añadir confusión aun cuando no se pretenda obviar dificultad, aquello que se quiere señalar es que el continuismo en lo sustancial de un eventual gobierno del Front National permitiría desenmascarar la espuria antinomia con su adversario de extremo-centro y, al hacerlo, facilitaría la apertura de un nuevo espacio político donde otros actores -a los que antes me he referido como radicalmente democráticos- impugnen la vigente polarización entre la desregularización neoliberal y el repliegue a la identidad nacional.

Pero se trata de un planteamiento al que perfectamente se le podría acusar de omitir el riesgo que entraña para la democracia la posición de poder de una fuerza política originalmente vinculada al ultraderechismo de Ordre nouveau. Aunque Marine lo haya republicanizado, la prosapia petenista del partido ciertamente comporta que nunca sea demasiada la sospecha que genere. Sin embargo, las analogías con el fascismo obvian que la realidad de los años de entreguerras no puede equipararse completamente a la actual. Para empezar, no hay motivo para desconfiar de la fortaleza republicana de la institucionalidad francesa (pensemos cómo la separación de poderes impide que Trump lleve a cabo su programa electoral). Asimismo, si bien siguen siendo posibles delirios autoritarios, impensable resulta que la base social del Front National, aunque estuviese lo suficientemente movilizada, nutriese unas supuestas fuerzas paramilitares con las que atacar las libertades públicas y los derechos fundamentales. Por último, resulta poco convincente pensar que las múltiples estructuras supranacionales actuasen con la misma pasividad con que la inoperante Sociedad de Naciones reaccionó ante las violaciones fascistas del derecho internacional.

Nada nos gusta el Front National, pero apartarlo indefinidamente del gobierno alegando su patriotismo insano acaba siendo la forma por la que avanzan unas políticas que expanden cada vez más el mal que presuntamente quieren aislar: empieza a ser un rumor casi ensordecedor que si 2017 es Macron, 2022 será Le Pen. Qué pasaría si por el contrario el Front National empezase ya a gobernar. Su presumible irresolución por amortiguar los efectos nocivos del capitalismo sobre las clases populares, independientemente de su pertenencia étnica o religiosa, contribuiría a evidenciar que son las opciones verdaderamente descartadas del sistema político actual, posiciones políticas que apuestan decididamente por una democracia radical, aquellas que realmente son capaces de enfrentarse a los poderes económicos que amenazan los derechos de la población.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.