«Si la lucha es difícil, las razones para luchar son siempre claras» Camus La realidad del mundo se mueve y agita. Lo que se desencadenó primero en los países árabes como un fenómeno político y social de efervescencias propias de las masas populares, ya fueran inconformes, o indignadas o coléricas, según el caso, rebasó las […]
«Si la lucha es difícil, las razones para luchar son siempre claras» Camus
La realidad del mundo se mueve y agita. Lo que se desencadenó primero en los países árabes como un fenómeno político y social de efervescencias propias de las masas populares, ya fueran inconformes, o indignadas o coléricas, según el caso, rebasó las fronteras nacionales y regionales, y el interés geopolítico de los grandes poderes de Occidente empezó a manejar los asuntos con una óptica selectiva, deshojando los hechos, allá y acullá, como si fueran los pétalos de margaritas, mientras musitaban: «me conviene» o «no me conviene» para trazar una u otra estrategia. Se trataba de imponer lo más rápidamente los correctivos necesarios según la situación en cada país para que el rumbo de los acontecimientos, teledirigidos por brújulas cuyas agujas marcaran ineluctablemente hacia el Norte, quedaran bajo el abrigo, visible o invisible, de las antiguas potencias coloniales o del gigante imperio convertido en aliado de las peores causas y los peores regímenes.
En fin que ante las manifestaciones de gentes protestantes en los países árabes, de una u otra banderías, empezó también la parafernalia de los gobernantes de Occidente, con una actuación alebrestada, oportunista y desconfiada ante los posibles derroteros de los movimientos. Empezaron a considerarlo como un manjar de un posible banquete, y al que debían meter manos y dientes, incluso sin ser invitados. Así comenzaron los pases de manos de prestidigitadores ilusionistas para apoyar, contener, engañar, o insuflar, según las circunstancias particulares de sus conveniencias hegemónicas, las exigencias de las multitudes, cuyas causas y motivaciones son de un amplio espectro en esa región.
Además, se hizo patente la injerencia, a través de declaraciones, concertaciones entre países y bloques, y la adopción de medidas de ayuda o de sanciones. En todas partes han acudido presurosos, tomando como suyo, un problema que sólo, en última instancia, lo deben resolver los bandos discrepantes o contendientes, respetando los principios de soberanía y libre determinación de los pueblos. Y hacia allá fueron los cruzados de las divinas y favorables soluciones para garantizar el entablado de sus reinados de prepotencias imperiales. Y, lógicamente, cuando el asunto se trata de gobiernos indeseables para sus intereses, como sucedió en el caso de Libia, se involucran, apelando a las malas mañas introducidas en el Consejo de Seguridad de la ONU, de tal manera que declaran la guerra al gobierno y se alinean a los opositores armados, quizás fabricados de antemano en el terreno propicio y en el momento preciso. Y una vez que han entrado en la lidia, digo la guerra, no hay llamado a la cordura y a la paz que los contenga, y asuelan al país sin importar si son instalaciones militares o civiles, si las víctimas humanas son soldados de Gaddafi o civiles, militantes o infelices, si son simples creyentes o clérigos, si son hombres o mujeres, si son ancianos, adultos, o niños; si se trata de un homicidio o de un magnicidio, de una masacre o de un genocidio.
Cuando la impunidad es total y la resistencia es débil frente al descomunal poderío militar, son capaces de abusar indefinidamente -ahora han prorrogado los bombardeos durante otros tres meses- hasta convertir las ciudades en escombros que luego el pobre pueblo libio tardará años o decenios en reconstruir nuevamente a expensas de su cuota de sudor, sacrificio, sufrimientos, y pagando el precio de menos desarrollo.
Pero, ¡oh, flujo y reflujo de las corrientes populares continentales!, muy pronto les salió en sus propios territorios los signos evidentes de su propia crisis sistémica, y una réplica de protestas populares invadió las plazas principales de ciudades de Europa. Si antes las protestas masivas ante los reajustes neoliberales se desarrollaban inicialmente en Grecia, pronto el descontento avanzó como tornado humano hacia España, Francia y otras capitales de Europa.
Y es que la bancarrota parece desparramarse y constituir un fantasma, allí precisamente donde se acumulan riquezas arrebatadas mediante conquistas durante milenios, donde el ínfimo porcentaje de la población que integra las élites dirigentes posee riquezas inmensas que crecen al mismo ritmo en que las grandes mayorías son desposeídas de los recursos esenciales de la vida y se va a bolina el otrora bienestar en esas sociedades privilegiadas por el despojo ajeno.
Todo lo que hoy brilla a la luz del día es fruto de la insensibilidad, el pillaje egoísta, la falta de solidaridad y la ausencia de una distribución justa de las riquezas, de un robo descarado de la democracia real por la partidocracia y la plutocracia dirigentes, de una alienación enajenante de la realidad.
Y de ese conjunto de factores esenciales surgen los movimientos populares hoy presentes en distintos países y ciudades, con matices diferentes, pero que entrañan una inconformidad clara con el sistema imperante o, al menos, con algunas de las manifestaciones de sus crisis y su encaramiento. Se ha gestado un nuevo protagonista en el seno de los pueblos, cuyos alcances, en el devenir histórico, no es posible predecir todavía. Pero en esas personas, en mayor o menor cuantía, está el germen de ideas que pueden ser muy significativas y hasta decisivas en el futuro, tales como las reflejan las consignas: TECHO Y TRABAJO SIN SER ESCLAVO Y ESCUCHAD LA IRA DEL PUEBLO.
Las manifestaciones populares han puesto a la luz del día, en las voces y las mentes de los ciudadanos, una esencia denunciada por el escritor francés Albert Camus, sobre la dureza del corazón de esa clase dirigente y la hipocresía de las élites. También parece que las policías están listas y entrenadas para ejercer su represión en el interior de los países de Europa, ahora Unión Europea, que las hay, y bastante agresivas, sino de los ejércitos de mar, aire y tierra de la OTAN, listos para actuar en cualquier escenario donde crean conveniente desplazarse para demostrar «su verdad» y que «tienen la razón» ¿Qué pasaría si La Bastilla fuera tomada nuevamente?
Reflexionando sobre los acontecimientos tal como lo reflejan los medios de difusión, con las multitudes acampadas en las plazas simbólicas de las capitales y ciudades, con las diversas declaraciones de algunos ciudadanos protestantes, con los enfoques de análisis de periodistas y personalidades en torno al asunto, con la visión de las represiones sobre personas pacíficas, inermes e inmóviles, con las actitudes asumidas – ¡tan calladitas e indiferentes ellas! – por los gobiernos propios y sus aliados que son, además – ¡tan diferentes a las asumidas en otras partes del mundo árabe! -, me vino a la memoria el poema «EL SUEÑO DEL ESCLAVO» del poeta cubano Bonifacio Byrne (1861-1936) que expresa:
«Hosco y huraño, en reducida estancia, / vive el esclavo mísero…/ Hora durmiendo está. ¡Tened cuidado, / y no le despertéis porque ¡quién sabe!, / si ese esclavo infeliz sueña que es libre!
Ahora bien, salvando las distancias entre el estado de esclavitud real y la época en que existía en la patria del poeta ésta condición humana degradante, mantenida durante siglos por el imperio español, y el ahora o el mañana de los tiempos que corren en Europa y otras partes del mundo, cabe sintetizarlo y adaptarlo a la realidad actual: ¡TENED CUIDADO, Y NO LE DESPERTÉIS PORQUE ¡QUIÉN SABE!, SI ESE PUEBLO DORMIDO SUEÑA INDIGNADO QUE ES LIBRE!
Tal vez se pudieran retomar las palabras de un europeo como Camus, escritas en otro contexto histórico, pero que pueden ser válidas como auto-reflexión de los que se declaran a sí mismos indignados: Porque » Si la lucha es difícil, las razones para luchar son siempre claras.» «Porque venceremos, y usted lo sabe. Mas venceremos gracias a aquella misma derrota, a ese largo caminar que nos ha conducido hasta nuestras razones de y si no lo perdemos lucha, a ese sufrimiento de que hemos sentido la injusticia y extraído la lección. Hemos aprendido el secreto de toda victoria un día, alcanzaremos la victoria definitiva.»