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Entrevista a Esteban Hernández sobre "El fin de la clase media"

«Tengo la sensación de que estamos utilizando ideas, perspectivas y conceptos que eran muy útiles hace cuatro décadas pero que lo son hoy en absoluto.»

Fuentes: Rebelión

Esteban Hernández es periodista del diario El Confidencial. Además de haber ejercido como abogado, ha colaborado en diarios como La Vanguardia o El Mundo y en revistas culturales. Escribe actualmente también para el suplemento cultural de La Vanguardia. *** Acaba de publicar en Clave intelectual un libro de título «El fin de clase media». Me […]

Esteban Hernández es periodista del diario El Confidencial. Además de haber ejercido como abogado, ha colaborado en diarios como La Vanguardia o El Mundo y en revistas culturales. Escribe actualmente también para el suplemento cultural de La Vanguardia.

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Acaba de publicar en Clave intelectual un libro de título «El fin de clase media». Me gustaría preguntarle por sus reflexiones y tesis. Empiezo por el título si me lo permite. El fin de la clase media… ¿Cómo puede definirse la clase media?

Solemos ver a la clase media en términos de recursos materiales, y últimamente también se ha definido en función de la actividad profesional, pero creo que ese análisis deja fuera elementos esenciales. En primer lugar, la clase media es también cuestión de autopercepción. En una encuesta del CIS de julio de este año, el 72% de los españoles se situaba en los estratos intermedios de la sociedad, lo cual no es cierto si reparamos en sus ingresos, y menos aún después de años de crisis, pero sí lo es desde la visión que tienen de sí mismo. En segundo, la clase media es cuestión de valores. Se trata de gente que esperaba y deseaba cierta continuidad en sus vidas, que quería entornos estables, que buscaba condiciones vitales que le permitieran trazar biografías lineales, y que esperaba que su futuro y el de sus hijos sería mejor. Había una idea según la cual las biografías eran acumulativas, en lo personal y en lo material, a pesar de que la realidad lo desmienta.

Pero esos valores que señala, ¿no los comparten también en alguna buena medida las clases trabajadoras?

Hay que entender que España carece de una cultura de clase obrera, como pueda tenerla el Reino Unido. La mayoría de los españoles somos hijos de personas con pocos recursos venidas a la ciudad en la época del desarrollo, que rápidamente fueron acogiendo ese deseo de mejora vital y económica, en la que se criaron sus descendientes. Eran clase obrera que deseaba ascender en la escala social, y que de hecho ascendió por diferentes motivos, pero también por las prestaciones generalizadas del Estado. Eso implica que mezclaron sus raíces, que venían de los entornos rurales, con nuevos valores, dando forma a esa mentalidad de clase media que imperó en las pasadas décadas. Desde luego, parte de esa visión provenía de la mentalidad de clase obrera, a la que se añadieron otras perspectivas. Eso ha dado lugar a un panorama nuevo. A menudo tengo la sensación de que cuando hablamos de clase obrera seguimos pensando en aquellos trabajadores fordistas sometidos a los ritmos y tiempos de las fábricas, que apenas están ya presentes en la estructura productiva de nuestra época. Los cambios en el trabajo han supuesto también la llegada de nuevos valores que hacen difícilmente una mentalidad de clase obrera tal y como nos la habíamos representado.

 

Por lo demás, ¿no incorporamos demasiados ciudadanos y ciudadanas en ese concepto social? Prácticamente el 75% de la población española sería «clase media»

No es así claro. No tienen los recursos materiales para definirse objetivamente de clase media, pero tomar en cuenta sólo ese punto de vista deja fuera el hecho de que ellos sí se ven como clase media, así como que continúan defendiendo esos valores. Podríamos decir que son clase media empobrecida, en el sentido de que cuentan con los recursos propios de estratos más bajos, pero la idea de sí mismos continúa siendo la de clase media.

 

El fin que anuncia en el título, ¿qué implica? ¿La desaparición de ese grupo social, de esa clase?

El título anuncia una operación en marcha más que la constatación de un hecho ya acontecido. No se trata sólo de que esas clases medias, a la que pertenecen la mayor parte de las personas de nuestras sociedades, si nos atenemos a la percepción de sí y a los valores que detentan, estén fragilizándose y empobreciéndose, sino a una necesidad sistémica de transformar o de ir disolviendo una capa social que ya no es funcional. Si se repasan los textos de gestión y las prácticas empresariales se ve de manera muy evidente cómo esos valores de clase media son un estorbo serio para la presente expresión del capitalismo.

La necesidad sistémica de disolver a la que alude sería entonces una arista del capitalismo en su fase actual. ¿Y no hay riesgo para el sistema de perder una base social importante muy importante? ¿No pueden perder hegemonía?

La pérdida de hegemonía es muy relativa. En primera instancia, porque eso sería importante si continuásemos en el mundo de fronteras nacionales rígidas de hace décadas. Hoy tiene una visión global, y evita las resistencias de modos muy distintos a los del pasado reciente. Por ejemplo, mediante el desplazamiento, o mediante la construcción de consensos en instituciones internacionales a las que parece muy complicado sustraerse. En segundo lugar, porque esta debilidad de las clases medias produce un descontento creciente y una acuciante sensación de deterioro y de falta de futuro que depende en gran medida de la codificación y de la dirección que se les dé, para que puedan operar en el sentido que apunta. De ahí surgió también el Tea Party, un movimiento antisistema cuya función es legitimar el cambio que el mismo sistema promueve.

¿Nos puede dar un ejemplo de esos textos de gestión y práctica empresariales donde se observa ese estorbo que representa los valores que usted ha señalado de la clase media?

La primera parte de mi libro está dedicada a ellos. Pero ni siquiera hace falta recurrir a los ejemplos teóricos. Esas ideas han penetrado en el discurso público de una manera insistente: la innovación, la necesidad de reinventarse, de adaptarse y de hacerse más flexible, la percepción de uno mismo como potencial prestador de valor añadido y tantas otras cosas provienen de ese entorno.

¿En qué países está pensando? Mientras usted habla del fin de esa clase, algunos comentaristas hablan de una irrupción masiva de las clases medias en China e incluso en la India por ejemplo.

De las clases medias occidentales. Las emergentes encajan peor en esa categoría por diversas razones, Por citar dos: en esos países ha habido un crecimiento económico que ha favorecido a una pequeña capa social más que al conjunto de la población. En segundo término, porque las clases medias occidentales podían serlo no sólo por poseer determinados recursos propios, sino porque las instituciones les proporcionaban bienes adicionales en forma de educación, sanidad, seguridad o prestaciones sociales fruto de un Estado del bienestar que no es el propio de esos ejemplos.

Pero algunas capas de esas clases sociales occidentales a las que alude no usaban esos recursos públicos propios. Llevaban a sus hijos a escuela privadas o privadas concertadas, pagaban seguros médicos privados, etc.

Esto lleva también a malentender la perspectiva. Desde luego, porque todos usamos los recursos públicos en mayor o menor medida. Tenemos infraestructuras, condiciones de vida generalizadas, y algunos servicios, como los sanitarios, que todo el mundo utiliza en un momento u otro. Que las calles estén asfaltadas y las carreteras en correcto funcionamiento o que no haya grandes tasas de delincuencia son efecto de los servicios públicos, lleves a donde lleves a tus hijos al colegio. Pero además, las clases medias no son únicamente hombres blancos de mediana edad que trabajan como directivos y viven en urbanizaciones cerradas, son también los hijos de los obreros o de las personas que provenían del mundo rural que encontraron mejores opciones. Clase media, en la perspectiva apuntada, son muchos funcionarios que llevan a sus hijos a a escuela pública y muchos autónomos y pequeños empresarios que siguen llevando a sus hijos a la sanidad pública.

 

En la contraportada se recoge una reflexión de Santiago Alba Rico, un filósofo y escritor que usted elogia en la presentación, que me permito recordarle: «No creo que haya ningún otro libro que describa con tanta brillantez y precisión el naufragio de las clases medias y el paradójico potencial emancipatorio de su resistencia conservadora frente a la revolución permanente del capitalismo». ¿Nos puede explicar usted esta paradoja? ¿Potencial emancipatorio de una resistencia conservadora?

Santiago Alba ha descrito ese potencial mejor de lo que puedo hacer yo, pero hay algo que me parece necesario subrayar. Ese deseo de estabilidad y de continuidad, ese deseo de trazar una trayectoria vital no sometida a quiebras bruscas, y la necesidad de un suelo en el que asentarse frente a la fluidez que nos propone este sistema, son características de la clase media que son características antropológicas del ser humano. Ir contra ellas no es ir contra la clase media, es ir contra la posibilidad de una vida digna. En este sentido, hay que recordar esa idea de Benjamin, que suele citar Santiago Alba de que la revolución consisten en echar el freno de mano. Pero además, la clase media empobrecida es el actor político por excelencia en la Europa actual, y es posible apoyarse en ella para trazar un nuevo contexto y mejor político, porque hay características suyas que lo favorecen. Y conviene no olvidarlo: la otra alternativa es el Ukip o Le Pen.

La clase media empobrecida es el actor político por excelencia en la Europa actual… ¿Nos puede dar algún ejemplo? ¿Sería la base social de organizaciones como Podemos o Syriza o del independentismo catalán?

Europa está recorrida por formaciones políticas emergentes que surgen de este contexto, desde el Ukip hasta Cinco Estrellas, pasando por Syriza y Podemos. Sí, es la base social de la formación española, con la peculiaridad de que, hasta el momento, es el partido con más presencia de clase media. Le Pen tiene mucho voto de barrios obreros, o de clase media rural, mientras que Podemos ha movilizado de inicio otro tipo de votantes. Y desde luego, el descontento creado por unas condiciones económicas muy negativas ha sido decisivo para el auge del independentismo catalán, porque su codificación no se ha efectuado en ´términos materiales, como producto de un momento de tensión y cambio en las estructuras económicas, sino desde lo identitario, y desde la visualización de Madrid como causa última del mal momento catalán. Pero insisto, esta lectura es posible porque se extrae del asunto la carga material.

 

Por lo demás, también en la contraportada, Juan Antonio Marina señala: «No es un fin económico, sino ideológico y supone la ruptura de un pacto social implícitamente aceptado según el cual quien cumplía las reglas del juego de una sociedad conseguía la estabilidad y la tranquilidad de la conciencia. Eso se acabó». ¿Es eso entonces, un fin ideológico que acaba con ese lema tranquilizador que no siempre se cumplía in fieri?

Hay un aspecto muy importante, y que tiene más peso aún en nuestra sociedad que el hecho económico, y es esa ruptura radical con las promesas en las que había crecido la clase media. Aceptar las reglas del juego no sólo implicaba creer en él, aceptar los consensos básicos y defenderlos de las amenazas exteriores, sino que tenía una contrapartida en forma de posibilidades de futuro. La clase media vivía con una doble expectativa. En lo material, creía en esas trayectorias acumulativas según las cuales tendríamos más recursos con 50 años que con 30 y nuestros hijos más posibilidades que nosotros, algo que la realidad ha venido a desmentir de una manera brutal. En lo social, creía en que existían unas reglas de juego básicas, en forma de garantías jurídicas, de cobertura frente a los riesgos vitales, y de posibilidades de participación en la democracia que no podían subvertirse en exceso. Creía en que existían mecanismos jurídicos para combatir los abusos, que si los gobernantes no eran buenos podrían cambiarse y traer otros mejores y que si las cosas venían mal dadas habría una red de protección de soporte proporcionada por las instituciones. Ahora, al mismo tiempo que pierde pie en el material, ve cómo ese mundo el que había creído no existe en absoluto, que hay gobernantes que se llevan todo lo que pueden, que la justicia es muy distinta para unos o para otros, y que si vienen mal dadas, no recibirá ayuda de las instituciones. En ese contexto, se pregunta para qué sirve cumplir las reglas, y se siente engañada y estafada. La manifestación más evidente de este sentimiento la hemos visto en los jóvenes que han emigrado. Decían: yo he cumplido, he estudiado, he respetado las reglas, he tenido un expediente brillante, he hecho lo que me han pedido. A cambio, no he obtenido nada más que paro o empleos no remunerados y eso es un engaño. Pues ese sentimiento localizado expresa muy bien la frustración y el desengaño de las clases medias. Crecieron esperando algo, y no sólo se han encontrado esto, sino que les dicen que si las cosas van mal, es porque gente acomodaticia que no sabido adelantarse a los cambios.

Habla usted en la presentación de que la clase media fue un invento del siglo xx, el gran invento escribe, para estabilizar la sociedades occidentales, además de un resorte esencial para ganar la guerra fría. ¿Quiénes inventaron ese resorte? ¿Qué mecanismo se diseñó para que ayudaron esas clases medias a ganar la guerra fría?

Es difícil resumir esa historia, que es fascinante, en unas pocas líneas.

Inténtelo por favor.

La clase media emana de esa visión de Henry Ford para la gestión de sus fábricas y después se institucionaliza en EEUU y más tarde en la Europa occidental de la posguerra. Su función era precisamente esa, la de generar sociedades estables, que permitían una producción regular en las fábricas de Ford y una vida ordenada en las sociedades de posguerra y una evidente contención política frente a los extremos. Pero esas no son las clases medias actuales. El concepto clase media es diferente según las épocas, y el mundo de mediados del siglo XX tiene poco que ver con el nuestro.

 

En esa misma presentación, habla usted del regreso del taylorismo, al que dedica el capítulo final del libro. ¿Qué taylorismo ha regresado? ¿A qué grupos sociales se aplica esta vez?

El taylorismo tenía un punto de partida, que era la construcción de un diseño científico que regulase los movimientos de los trabajadores para hacerlos productivos al máximo. El problema que se encontró Taylor, una y otra vez, fue que cada vez que intentaba aplicar su método se encontraba con la resistencia de los trabajadores, que trataban de subvertir sus órdenes y de no realizar o de realizar a su manera las prescripciones del ingeniero. Esa intención y esas resistencias están también en nuestro modelo económico, sólo que ya no hablamos de trabajadores en fábricas. La prescripción científica a la que debe amoldarse la mano de obra ahora es aplicada en espacios insospechados, que van desde los centros de teleoperadores hasta a los consejos de dirección de grandes compañías, también sometidos a prescripciones muy precisas (tanto de sus accionistas como de entidades de calificación) acerca de cuáles son sus objetivos, pasando por profesionales liberales que nunca creyeron que podían verse sometidos a un régimen de prescripción tan estricto y tan contraproducente. Un ejemplo entre otros muchos es el de esos médicos a los que les prescriben un tiempo máximo por paciente y les controlan las pruebas que mandan, con el objetivo de abaratar costes. No se trata sólo de que deban realizar mayor carga de trabajo, sino de que en la realización del mismo también tienen condicionantes muy evidentes por parte de esa necesidad de abaratar y rentabilizar que tiene incidencia en su trabajo y en sus diagnósticos.

 

Un nuevo mundo asoma, apuna usted, del que su libro aspira, de manera muy orteguiana, a trazar un mapa que ayude a orientarnos en este arranque del siglo XXI.: La pregunta no tiene una respuesta breve pero le pido un esfuerzo por favor. ¿Nos traza un mapa en cinco o diez líneas de ese nuevo mundo que está irrumpiendo?

Bueno, el mundo que llega es difícil de describir porque está todavía por escribirse. Conviene advertir que los procesos actuales, como de costumbre, son procesos abiertos, y que por tanto su punto de llegada dependerá de acciones todavía por venir de las distintas fuerzas en juego, entre ellas la de los ciudadanos cualquiera, como usted y yo. Pero vivimos ya en un mundo muy controlado por procesos de rentabilidad, que supeditan a ella el resto de elementos sociales, políticos y profesionales, por lo que las consecuencias no son difíciles de adivinar. Algunas estamos viendo ya, y el fin de la clase media es una de ellas.

 

La proletarización de capas sociales hasta ahora mejor situadas y protegidas es una de las tesis-afirmaciones de su ensayo. ¿Tenía razón en esto Marx cuando señalaba que el capitalismo iría dividiendo en dos grupos antagónicos las sociedades en las que implantaría su dominio y su, digamos, civilización?

Las capas que se están proletarizando no son las que estaban mejor situadas, porque esas viven un momento especialmente bueno. Este cambio de sistema tiene ganadores y perdedores, y quienes están en las posiciones superiores de la pirámide social están saliendo beneficiados. Los perdedores son las clases intermedias y las bajas. El capitalismo intentará modificar la sociedad y dividirla en función de las necesidades de cada momento. Hay que tener en cuenta que fue el capitalismo el que creó la clase media para tener sociedades más estables y en las que se contase con una carga de legitimidad mayor. Ahora ha apostado en Occidente por abrir esa brecha entre los de arriba y los de abajo sustrayendo además lo máximo posible a los del medio.

 

Reflexiona usted en el primer capítulo del libro en torno a «la errónea mentalidad» de la clase media. ¿Qué errores contiene o contenía esa mentalidad? De hecho, ¿se puede hablar propiamente de una mentalidad propia de la clase media?

Sí, se puede hablar de una mentalidad de clase media, y de unos valores que esa clase ha acogido en las décadas finales del siglo XX. La errónea mentalidad de clase media es el diagnóstico que trazan los expertos del management para designar las resistencias al cambio de sistema que están promoviendo. Algunos de sus «errores» los hemos comentado antes, cuando hablábamos de sus vinculaciones afectivas, de su deseo de trayectorias vitales no fragmentadas, de la necesidad de solidez en sus entornos y de su creencia en el derecho y en el poder del mérito y del esfuerzo.

No le canso más. Mil preguntas más serian posibles. Gracias. ¿Quiere añadir algo más?

Sí. Que el libro intenta comprender lo que está ocurriendo, porque nos hallamos ante un cambio de sistema, pero también está a la búsqueda de conceptos que nos permitan enfrentarnos, individual y colectivamente mejor a estos nuevos tiempos. Uno tiene la sensación de que estamos utilizando ideas, perspectivas y conceptos que eran muy útiles hace cuatro décadas pero que lo son hoy en absoluto. Hablamos de un capitalismo que opera de nuevas formas, que se mueve en un terreno líquido, que es el del high frequency trading y el de los big data, el de las agencias de calificación y el de las lógicas financieras. Manejarse en ese terreno teniendo en cuenta únicamente la producción, como le ocurre a la izquierda con frecuencia, o pensando en la enorme posibilidad de lo colaborativo no nos ayuda a cambiar las cosas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes