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Teseo y los dictadores

Fuentes: Rebelión

Por lo general se cree que los grandes dictadores, aquellos que pasaron a la historia por sus crueldades aberrantes, fueron algo así como expresiones de la incultura humana y estereotipos de la barbarie más acrisolada. Y eso, no necesariamente es así. Verdadero criminales de guerra, e impenitentes enemigos de sus pueblos, han sido, para escarnio […]

Por lo general se cree que los grandes dictadores, aquellos que pasaron a la historia por sus crueldades aberrantes, fueron algo así como expresiones de la incultura humana y estereotipos de la barbarie más acrisolada. Y eso, no necesariamente es así.

Verdadero criminales de guerra, e impenitentes enemigos de sus pueblos, han sido, para escarnio de la humanidad entera, hombres de una cierta cultura.

Todos recordamos las imágenes en las que asomaba Nerón tocando bellísimas melodías de su época, al tiempo que por su omnímoda voluntad, ardía Roma Y todos hemos leído obras en las que los filósofos griegos y los Senadores romanos mejor preparados, justificaban la esclavitud, y sostenían que los pueblos «bárbaros» no eran sólo aquellos que vivían más allá de sus zonas de influencia; sino también los que no habían asimilado las imperecederas lecciones de la cultura greco-latina.

Más recientemente, y casi en nuestro tiempo, nos fue posible saber que Adollfo Hitler vibraba con la música de Richard Wagner, y que la danza de las Valquirias, o el Anillo de los Nibelungos, lo abstraían de sus más complejos «deberes de Estado». Y que, además, se deleitaba con la prosa de Federico Nietzsche o con los escritos de Arthur Shopenhauer.

Y aunque Mussolini era más bien rústico, elemental y pueblerino; quedaba embelesado con la tronante Marcha de la Opera Aida, de Guiseppe Verdi; y no dejaba de admirar las ingeniosas comedias teatrales de Luigui Pirandello.

Decimos todo esto como una manera de explicarlos un hecho que podría sorprender a incautos: los gobiernos terroristas del Cono Sur de América, en los años de la imposición del Plan Cóndor, se tomaron el trabajo de crear una Unidad Militar clandestina, a la que bautizaron con el nombre de Teseo para honra la memoria de rey griego Theseus, quien pasó a la historia de la mitología y la leyenda, por matar apenas con la fuerza de sus puños, nada menos que al Minotauro, aquel monstruo con cabeza de toro y cuerpo de soldado, que depredaba las aldeas y devoraba a los jóvenes.

Esta extraña Unidad -«Teseo»- cumplía una tarea muy concreta: detectar, secuestrar torturar y finalmente matar a quienes los servicios de inteligencia de los países vinculados a la Operación Cóndor, consideraban «enemigos del estado»; es decir, personas que habían proclamado su rechazo al orden establecido por la fuerza de las armas gracias a la voluntad de Videla, Pinochet, y otros tiranos de su tiempo.

Ella fue responsable, entonces, de los 30 mil desaparecidos en Argentina; de los asesinados en Brasil, de los muertos en chile, Uruguay, Paraguay. Bolivia y hasta presumiblemente en el Perú, habida cuenta que Morales Bermúdez vinculó a nuestro país con esa historia sangrienta, a fines de los años 70 del siglo pasado.

Los que cayeron en las manos de Teseo afrontaron valientemente los acosos a los que fueron sometidos, y que las más de las veces les costaran la vida. No recurrieron al suicidio, como sí lo hacen en nuestro tiempo políticos corruptos vinculados a oprobiosos delitos. Murieron con la frente en alto, proclamando una lealtad manifiesta a la causa del pueblo y de los trabajadores. Y dejando testimonio vivo de sus altas convicciones políticas.

Algo parecido sucedió con Salvador Allende, o con Victor Jara, quien murió cantando con su guitarra en la mano; o con Victor Diaz, «el chino», quien le recordó a Pinochet que proponerse erradicar el socialismo, era como pretender vaciar el mar con una taza. En otros tiempos, así sucedió con Túpac Amaru, o con José Olaya. No hay que olvidarlo.

Los tiranos, hoy, están en derrota aunque su vocinglera maquinaria de prensa busca negarlo, o simplemente lo oculte. Y es que la rueda de la historia, nunca gira hacia atrás.

Tres hechos, vinculados al proceso emancipador bolivariano lo acaban de confirmar: el Fondo Monetario Internacional no aceptó incorporar al enviado de John White Dog como representante del Estado Venezolano porque no gobierna su país.

El Jefe de Comando Sur de los Estados Unidos, el almirante Craig Faller, aseguró recientemente que «habrá que esperar a fin de año» para iniciar una nueva ofensiva destinada a «derribar» del gobierno de Venezuela a Nicolás Maduro, admitiendo así que en esa materia, las uvas estaban bastante más verdes de lo pensado.

Y por si eso, no fuera suficiente para confirmar la derrota de los planes guerreristas del Pentágono; el propio auto nombrado «mandatario» venezolano debió admitir que «la hora de las armas» no había llegado, y que el camino a emprender por él, sería «político».

Para Mariátegui, la cultura era un instrumento indispensable en el hombre de ideas progresistas. Servía para darle consistencia, ideología y pensamiento. Pero al hombre sin ideas, conservador y reaccionario, la cultura semejaba a un barniz de escasa duración.

Cuando José Martí nos dijo: «sed cultos, para ser libres»; lo hizo añadiendo una frase menos conocida pero igualmente bella: «Ya tengo el pan, hágase el verso». El pan es el alimento del cuerpo; y el verso, el alimento del alma.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.