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Tesis sobre el cooperativismo socialista

Fuentes: Rebelión

Texto escrito para sendos debates sobre el mismo tema en Costa Rica y en Catalunya en abril de 2012. Como soporte argumentativo se recomiendan otros dos textos. Uno es «Cooperativismo socialista y emancipación humana», publicado en el libro Cooperativas y socialismo. Una mirada desde Cuba, compilado por Camila Piñeiro Harnecker, la Habana 2011, a libre disposición en Internet. Y otro, Cooperativismo obrero, consejismo y autogestión socialista. Algunas lecciones para Euskal Herria, del 6 de agosto de 2002, a libre disposición en Internet.

  1. ANTROPOGENIA, COOPERACIÓN Y AYUDA MUTUA

  2. COOPERACIÓN Y MERCADO PRECAPITALISTA

  3. COOPERACIÓN Y RUPTURA CAPITALISTA

  4. DIVISIONES EN EL COOPERATIVISMO

  5. COOPERATIVISMO SOCIALISTA

  6. FETICHISMO Y NECESIDADES RADICALES

  7. DERROTAS, LECCIONES Y PROPUESTAS

1. ANTROPOGENIA, COOPERACIÓN Y AYUDA MUTUA

  1. Hablamos de cooperativismo socialista porque la experiencia cooperativista es muy anterior a los primeros atisbos de socialismo, incluso anterior al socialismo utópico, aunque fue con esta corriente cuando se empieza a sistematizar en forma teórica las prácticas cooperativistas que podemos rastrearlas en el modo de producción tributario en Mesopotamia, India, China. Quiere esto decir que la práctica de la cooperación tanto en el proceso de trabajo como en el de consumo recorre a varios modos de producción, de hecho está presente como elemento clave en la antropogenia, en la autogénesis de nuestra especie. Sin permanente cooperación no existiríamos como especie animal relativamente consciente. Y sin esta cooperación nunca alcanzaremos la autoconciencia que necesitamos para evitar la catástrofe ecológica y socioeconómica que está provocando el modo de producción capitalista.

  2. La antropogenia se ha sustentado y se ha desarrollado a partir de diferencias que nos distanciaban de nuestros primos hermanos, los primates superiores. Una de ellas es que el primate bípedo transporta lo fundamental. Otra que coopera para obtener alimentos y protegerse. Además, los humanos giran alrededor de un territorio de referencia que puede variar pero que siempre tiene un centro u hogar. Por otra parte, dedican más tiempo a la búsqueda de alimentos muy proteínicos. Y por último y decisivo, consumen la mayor parte de los alimentos tras su vuelta al «hogar», retrasando su ingesta para hacerla de forma colectiva, mientras que este consumo diferido es muy poco frecuente en los grandes monos. Diversos grados de cooperación están presentes en cada una de las diferencias y la cooperación en su conjunto marca la gran diferencia cualitativa, cooperación global que se plasma en la interacción permanente entre mano y mente, trabajo e inteligencia, existencia y lenguaje.

  3. Pero hay más, como ya hace tiempo demostró Kropotkin en un libro odiado por la burguesía, la ayuda mutua es una práctica generalizada en muchísimas especies animales, no sólo en la humana. Y ayuda mutua y cooperación van unidas, y con la ontogenia y filogenia humana llegan a expresarse en la importancia clave de lo común, de lo colectivo y de la cooperación que exigen para existir. A lo largo de este devenir, tan bien estudiado por Engels en lo relacionado a la dialéctica entre el trabajo y el pensamiento, se generan las condiciones que hacen surgir el potencial lingüístico-cultural de nuestra especie, que marca una de las diferencias cualitativas con el resto. Marx decía que la lengua es el «ser comunal que habla por sí mismo».

  4. Antropogenia y cooperación vienen a ser lo mismo. Se sabe que los neandertales cuidaban de algunos de sus miembros minusválidos o inválidos, «improductivos» en el sentido capitalista, individualista burgués. La razón más plausible es que dedicaran parte de los escasos recursos energéticos a esa vital solidaridad de grupo porque sabían que la existencia colectiva depende de la cooperación de todos sus miembros, sean «productivos» o «improductivos», según el criterio burgués. Lo más probable es que en aquellas sociedades, valores humanos que ahora se desprecian y ridiculizan tuvieran sin embargo una importancia simbólica y material decisiva. Cooperar unos con otros aunque fuera únicamente en el plano afectivo-emocional es construir lazos de solidaridad muy fuerte, irrompible, y echar raíces comunales que perviven en el tiempo. Raíces comunales que han llegado a resistir hasta la muerte en grupo las peores invasiones exterminadoras, como dejan constancia Darwin al conocer la historia de los pueblos patagones.

2. COOPERACIÓN Y MERCADO PRECAPITALISTA

  1. Hasta la irrupción del dinero y del valor de cambio en su primera fase histórica, la precapitalista, la cooperación era la forma dominante del proceso productivo. Donde sólo domina el valor de uso, la cooperación está regida por su producción para las necesidades directas y de uso del colectivo, del pueblo. Producción directa que si bien puede retrasarse en su consumo, en la práctica no se almacenaba para ser vendida en un mercado inexistente o tan débil que en realidad era un mercado de trueque y de intercambio directo, sin la intermediación del dinero, o con muy poca. La situación fue cambiando en la medida en que el comercio y la integración económica acelerada por las castas ascendentes de las ciudades-Estado y los primeros imperios egipcios y mesopotámicos impulsaba el crecimiento de los mercados y su creciente control por la burocracia palaciega. La escritura cuneiforme surge en este período y es una de las primeras muestras de la escisión entre el trabajo intelectual y el trabajo físico. La cooperación queda así rota en su base, y el cooperativismo socialista será el esfuerzo más coherente y lúcido, revolucionario en su esencia y objetivo, por reinstaurar esa inicial praxis rota por el mercado.

  2. En Europa occidental, el desplome del modo de producción esclavista supone que durante los «siglos oscuros», del V al XI, aproximadamente, de fase de transición del esclavismo a feudalismo, la economía mercantil sufra un serio retroceso, aunque se mantiene y muy boyante en otras áreas del planeta, como en las culturas islámicas y en zonas de África, Bizancio, India y China, y Mesoamérica. La cooperación, en su inmensa mayoría, vuelve a ser simple y directa, para el trueque y el intercambio, para el consumo propio o próximo, en el pueblo. Se recuperan algunas tierras privadas de las clases dominantes romanas, que se comunalizan, pero son pocas, y al ararse otras nuevas se reservan algunas como colectivas, pero empezarán a decrecer conforma ascienda el feudalismo. Las economías mucho más desarrolladas de las culturas citadas mantienen sin embargo con mayor o menor fuerza lazos con las propiedades comunales que adquieren diversas formas, con sus correspondientes prácticas de cooperación arraigadas en los restos de esa propiedad comunal por muy desvirtuada y debilitada que estuviera.

  3. Decimos esto porque una de las razones que explican la gran resistencia al colonialismo europeo desde el siglo XV, e incluso desde las llamadas «cruzadas» en el siglo XI en el norte de África y en este europeo eslavo, es la decisión de los pueblos que se niegan a ser explotados o exterminados, y que resisten en buena medida gracias a que mantienen algún modo de propiedad comunal y colectiva, y su forma cultural basada en la cooperación, en la solidaridad, en la ayuda mutua. Es cierto que en muchos casos también actúan los intereses de las grandes familias, cacicazgos y castas que forman el bloque imperial en el poder, y de las clases poseedoras privadas, ambos movilizando para la guerra contra el colonialismo occidental sus respectivos pueblos. Pero esta realidad no puede negar que los europeos comprendieran que el fundamental enemigo era la propiedad colectiva, común, la conciencia cooperativa y de ayuda mutua del pueblo. De hecho, lo primero que hicieron fue intentar comprar y sobornar a los caciques y jefes tribales para que se pasasen al bando invasor. Y lo lograron muchas veces.

  4. Muchos cronistas europeos así lo reconocieron, y el propio Marx certificó la fuerza defensiva de las «comunidades campesinas» del «modo de producción asiático» para resistir a los invasores capitalistas. Se reforzaba así la teoría ya conocida por los imperios antiguos y llevada al grado de axioma por los romanos, de que las castas y las clases enriquecidas, propietarias, son más propensas a ceder ante el invasor cotas de su independencia y de su propiedad para mantener el resto, y que las clases explotadas resistían más desesperadamente en la medida en que tenían propiedades comunales y recursos productivos propios que defender, porque les resultaban vitales para sobrevivir. De este modo, se sumaban dos fuerzas atroces contra la supervivencia de lo comunal y de la forma de cooperación que le es inherente: por un lado, la implacable agresión del capitalismo colonialista y luego imperialista, y, a la vez, reforzándola en la mayoría de los casos, los intereses egoístas de las minorías propietarias privadas en los pueblos atacados, dispuestas a pactar con el invasor y a cederle esos bienes comunes de su pueblo, entre otras cosas, además de su afán con apropiárselos con cualquier excusa.

3. COOPERACIÓN Y RUPTURA CAPITALISTA

  1. Pero el capitalismo añade una novedad única y devastadora con respecto a los anteriores modos de producción, que supone una gravedad cualitativa para la supervivencia de lo comunal y de las formas de cooperación inherentes a él. Se trata de la tendencia a la privatización absoluta, a la absoluta mercantilización de todo, a la integración de toda la realidad material y simbólica en el proceso de valoración y acumulación del capital. Las formas de cooperación sufren así un ataque a su raíz precapitalista, raíz anclada en los restos de propiedad común, con muchas formas y desvirtuaciones pero subsistente, y en la cultura societaria que todavía se mantiene sobre estos restos o en la memoria colectiva en formas de ayuda mutua, solidaridad, asambleísmo y prácticas horizontales de autoorganización ante la adversidad y la explotación.

  2. El capital debe convertir en mercancía hasta la muerte y el nacimiento, la vida entera en todas sus expresiones, y a la naturaleza. Semejante necesidad ciega, objetiva en el pleno sentido de la palabra, hace que desde su origen intente apropiarse de todo lo que puede, que ataque con los medios necesarios toda la propiedad colectiva, común o social que se le resiste, que se niega a ser mercantilizada y privatizada. No es casualidad, en modo alguno, que fuera en la mitad del siglo XIV cuando empezaran a tomar cuerpo en Europa los movimientos milenaristas, justicialistas, heréticos y místicos que protestaban no sólo contra el empeoramiento de las condiciones de vida sino a la vez contra los ataques privatizadores.

  3. Un siglo antes, en el XIII aparece una de las primeras referencias a la «clase de los usureros», es decir, a la protoburguesía financiera, decisiva para facilitar con sus préstamos la expansión de otras fracciones burguesas, y sobre todo para prolongar la existencia de una nobleza cada vez más empobrecida que por eso mismo necesita liquidar los comunales, sobreexplotar al campesinado, aumentar los impuestos a los mercados o controlarlos y frenar el auge de las comunas urbanas, de las ciudades cada vez más ricas y poderosas.

  4. Si algo late en el fondo de la mayoría de las protestas y de las utopías que aparecen en esta época es precisamente una reivindicación abstracta de los «bienes comunes», que llega a plasmarse en el lema radical de Omnia conmuna est, o «todo es común», interpretación libre de algunas de las líneas contradictorias que se recogen en la Biblia y en las tradiciones de las culturas paganas, helénicas y orientales, que van llegando a Europa. Poco más tarde, cuando se empiecen a conocer las culturas de África occidental y de las Américas, a partir de finales del siglo XV, estas utopías se irán enriqueciendo en matices y diferencias, que no podemos exponer ahora.

  5. Pero dado que las culturas de las que se toman sus bases todavía desconocían la ferocidad cualitativa del mercado capitalista que ya dominaba en Europa en los aspectos decisivos, por eso mismo, las utopías europeas tienen un contenido nuevo que va a determinar otra forma de cooperación y por tanto de movimiento cooperativista. Las sociedades precapitalistas, pese a toda su riqueza, refinamiento y cultura, superiores a la Europea en aquella época, seguían aún dentro de la síntesis social impuesta por el mercado precapitalista, y su matriz social impedía el surgimiento de una forma de cooperación que abriese la posibilidad futura de una crítica radical de la propiedad privada, como llegará a suceder con el socialismo marxista, con el comunismo.

  6. Pero debió transcurrir el tiempo para que en la segunda mitad del siglo XVIII surgiera el primer cooperativismo «moderno», es decir, plenamente inmerso en la dictadura del mercado capitalista, siendo cooperativas de consumo, defensivas, que buscaban sólo mejorar en parte las penosas condiciones de vida limitando los abusos en precios y los fraudes en calidad tan masivos en el libre mercado de la época. Para el primer tercio del siglo XIX el cooperativismo ya había generado una crítica moral del capitalismo, que obviamente no podía llegar a las causas sociales de la explotación.

  7. El origen de la sociología como la forma menos idealista de la ideología burguesa tiene lugar precisamente en esta misma época, algo más que una «coincidencia» en la que no podemos profundizar ahora sino simplemente decir que ambas prácticas -el cooperativismo de consumo en base a una crítica limitadamente moral, y la sociología- tienen en común tres limitaciones estructurales que se mantendrán hasta ahora mismo: una, la indiferencia o el rechazo de la crítica marxista de la economía política burguesa; otra, el rechazo o la indiferencia de la política práctica y la aceptación del «neutralismo»; y, tres, la aceptación mayoritaria de la ideología burguesa del Estado como un instrumento neutral y hasta positivo, que pude y debe ser usado para impulsar el cooperativismo e institucionalizar la sociología.

  8. Además de esto, el individualismo burgués se ha ido adaptando a las necesidades de la lucha contra el socialismo. No es casualidad que en la segunda mitad del siglo XX se haya extendido el concepto de «capital humano», elaborado por reconocidos y premiados defensores del neoliberalismo como G. Becker y T. Schultz. Esta tesis choca frontalmente con el sentido humano de la cooperación y de la ayuda mutua, de la autogestión y de la solidaridad, para imponer el individualismo más extremo, el que consiste en que cada persona en aislado, individualizada al extremo, se autovalores como un capital en expansión que a la fuerza choca con otros capitales humanos, en una lucha fraticida por la mayor competitividad individual. Se trata de una adaptación de la sociobiología genetista y racista a las necesidades del capital en la segunda mitad del siglo XX. La cooperación humana es destrozada de raíz para imponerse el egoísmo individualista más calculador y frío, el que valora todo en base a su rentabilidad económica. El cooperativismo es incompatible con esta ideología ultrarreaccionaria, lo que nos plantea el debate sobre el papel desalienador del cooperativismo que analizaremos en su momento.

4. DIVISIONES EN EL COOPERATIVISMO

  1. La visión socialista del cooperativismo como arma de doble filo tomará cuerpo teórico en la segunda mitad del siglo XIX, sobre todo conforme se vaya viendo el reiterado fracaso de los experimentos del socialismo utópico y la capacidad de absorción del mercado capitalita, que engulle como un agujero negro al cooperativismo falsamente neutral, «normal», que no se organiza conscientemente en la dirección política de avanzar a la extinción del capitalismo. Para finales del siglo XIX ya estaban definidas las dos grandes corrientes enfrentadas del cooperativismo: la neutralista y conformista, «normal», que acepta explícita o implícitamente el orden burgués y la revolucionaria, que sabe que el cooperativismo consciente es un instrumento de avance al socialismo. El factor consciente es aquí decisivo, como veremos.

  2. En el primer bloque, el burgués, debemos incluir a todas las cooperativas patronales y empresariales, que buscan abaratar costos, obtener ayudas y fortalecer el capitalismo, así como a las cooperativas tramposas, que ocultan objetivos fraudulentos con la propia ley burguesa, para reducir impuestos, obtener préstamos, explotar a otros trabajadores, etcétera. Y situadas entre este bloque y el revolucionario, están las cooperativas progresistas, semi-conscientes, reformistas o como queramos denominarlas, que aplican métodos democráticos internos, que asumen la defensa del medio ambiente y hasta del «mercado justo», y otras «funciones sociales» de ayuda a la sociedad, pero que no pretenden sino su reforma paulatina dentro de una abstracción interclasista de «justicia social».

  3. Las cooperativas son un arma de doble filo, y la burguesía lo entendió así desde mediados del siglo XIX, cuando llegaron a ser impulsadas por regímenes tan autoritarios y colonialistas como el de Napoleón III, por citar solo un caso. Muchos gobiernos de extrema derecha y fascistas las han apoyado como sistema de lucha antisocialista, y de legitimación de su poder. Otros menos dictatoriales como medio de suavización de las tensiones sociales en situaciones de crisis, dándoles ciertas atribuciones. La doctrina social católica también ve en el cooperativismo «neutral» un medio muy efectivo para sanar los males del capitalismo antes de que la lucha socialista acabe con él.

  4. El reformismo político-sindical prefiere que la justa ira obrera y popular se desinfle mediante un cooperativismo asumido mal que bien por el Estado burgués, antes que esa ira avance del cooperativismo apolítico al revolucionario. Muchas ONG «humanitarias» y «solidarias» que viven de los fondos del «primer mundo» se vuelcan en crear cooperativas en el «tercer mundo», que en realidad son sucursales camufladas del imperialismo que no hacen sino generar dependencia y sumisión hacia las «donaciones humanitarias». Gobiernos progresistas pero no revolucionarios de estos continentes machacados también impulsaron el cooperativismo, como Lázaro Cárdenas en México y otros, pero sin resultados cualitativos.

  5. El cooperativismo «normal», incluso el progresista, tienen límites insuperables que les condenan a ser meros maquilladores del capitalismo, quedándose en simples ejemplos de un «capitalismo con rostro humano». El límite fundamental radica en la objetividad de las leyes económicas del capital, del hecho de que para enfrentarse a ellas hace falta una conciencia política que asuma los riesgos enormes que supone la oposición radical al sistema. Las leyes económicas, lo que vulgarmente se define como «mano invisible del mercado», actúan en todo momento, de manera visible e invisible, con los resultados económicos de ganancias y pérdidas y con los miedos y angustias que el mercado genera por lo impredecible de sus resultados. Y aunque el cooperativismo tiene algunas ventajas sobre las empresas capitalistas, no tiene más remedio que asumir las «leyes del mercado», de la competencia, de la productividad y del beneficio. Una buena administración y planificación interna puede ayudar a sortear las presiones externas pero a condición de que esa empresa cooperativa respete la ley de su Estado, que es la ley de la burguesía, es decir, respete el sistema explotador.

  6. Si la cooperativa no respeta la ley dominante que siempre es política, pero puede sortear la ley económica por su mayor rentabilidad, entonces se enfrentará a la «mano visible del mercado», es decir, al «puño de acero del Estado», que vigila antes que nada los intereses del capital en su conjunto. Las leyes sobre el cooperativismo las hace el Estado dependiendo de los intereses de la burguesía en su conjunto, de su fracción más poderosa, y de la necesidad de legitimación social que el Estado estime que puede obtener con el cooperativismo. Sopesando estas y otras presiones, se dictan las leyes más o menos beneficiosas para el cooperativismo. Si por lo que fuera, una cooperativa concreta o varias, pretende saltarse la ley político-económica chocará con el Estado y con una fracción de la burguesía o con toda ella, entrando en un combate en el que tiene casi todo que perder, a no ser que logre un decidido y sostenido apoyo de las fuerzas progresistas y revolucionarias. Las únicas cooperativas que siempre contarán con el apoyo estatal pleno serán las abiertamente reaccionarias que luchen decididamente contra el socialismo, que las ha habido, hay y habrá.

  7. Como síntesis de las presiones económicas y políticas que limitan estructuralmente la voluntad del cooperativismo normalizado para enfrentarse al capitalismo, nos encontramos con que existe una presión subjetiva, ideológica, normativa y conceptual, que en lo básico recorre a todas las formas de este cooperativismo y que se expresa en la aceptación del principio del beneficio, de la lógica de la acumulación de capital, de la ley del valor, o sea, de la visión burguesa de la vida en su conjunto. No se libran de esta dictadura ideológica ni las cooperativas reformistas y progresistas, que las hay, porque aunque su funcionamiento interno sea democrático y aunque dediquen parte de sus beneficios a ayudas sociales y otra ayudas, incluso así, su esquema mental se mueve dentro de los valores burgueses. Una fundamental diferencia de las cooperativas socialistas con respecto a las meramente reformistas es la de que las primeras dedican esas ayudas a impulsar la revolución y la lucha de liberación nacional de su pueblo, mientras que las segundas no.

  8. Veamos esta diferencia con más detalle: primero, en lo relacionado a las decisiones, en una empresa son los accionistas quienes deciden y en una cooperativa los trabajadores, pero han de hacerlo dentro de la ley económica y política, a no ser que conscientemente pongan la cooperativa en peligro, sobre todo cuando se trata de decidir cómo y a quién se ayuda con la parte del excedente designado para «tareas sociales»: ¿a colectivos resistentes, huelguistas, parados, grupos de estudio socialista, a organizaciones de izquierda, etcétera? Ha habido cooperativas socialistas que sí han apoyado a esos grupos, pero ha habido otras cooperativas que han rotos huelgas con sus productos y su trabajo.

  9. Son los accionistas los que deciden los sueldos y en la cooperativa los trabajadores, pero siempre teniendo en cuenta la exigencia objetiva de la acumulación de fondos cooperativos para mantener la productividad y la competencia. Los derechos los dicta el patrón que negocia con los sindicatos y en la cooperativa la asamblea trabajadora, pero sabiendo que los derechos cooperativos también están limitados por el derecho burgués protegido por su Estado. Los empresario buscan su máximo beneficio y los cooperativistas satisfacer sus necesidades pero ¿qué necesidades, las burguesas o las socialistas? Las segundas les llevan a enfrentarse con el Estado.

5. COOPERATIVISMO SOCIALISTA

  1. La visión socialista del cooperativismo afirma con la experiencia en la mano, que el cooperativismo en general demuestra que la clase trabajadora puede dirigir una empresa sin la intervención de la clase burguesa, que los obreros no necesitan patrones para producir bien y barato, democráticamente y en beneficio del pueblo. Pero que, por un lado, el cooperativismo ha de guiarse por un objetivo político y ético de mejora profunda de la sociedad como antesala a su transformación revolucionaria. La política debe ir unida a la economía, y la ética de un mundo mejor ya prefigurado parcialmente en el presente activo del cooperativismo socialista ha de ser el engarce interno de los político-económico, todo ello dentro de una solidaridad internacional opuesta a la internacionalización del capital.

  2. Por otro lado, para que lo anterior sea efectivo durante el tiempo necesario el cooperativismo socialista debe contar con el apoyo de un movimiento político de masas, obrero y popular, social, cultural, etcétera, más amplio, que le conecte con el resto del pueblo trabajador y que lo integre en su lucha revolucionaria. Por último, una vez conquistado el poder político y estatal por la clase trabajadora, el cooperativismo socialista será uno de los principales instrumentos de avance al socialismo, de aprendizaje y de desalienación.

  3. Y aquí, en el comienzo de este proceso, interviene el concepto de autogestión. La defensa a muerte de la libre cooperación, el negarse a ceder a un poder externo no reconocido como tal el derecho propio e inalienable a decidir colectiva y libremente cómo se va a vivir en lo esencial, en la producción material y cultural, esta reafirmación de vida es consustancial a la autogestión, es decir, a gestionarse un colectivo a sí mismo, sin imposiciones opresoras externas o internas. Gestionarse a sí mismo, autogestión, es un principio necesario para la cooperación. El poder autoritario externo rompe el principio de autogestión e impone criterios no debatidos internamente en la cooperación. Impone el criterio de heterogestión, es gestión realizada e impuesta desde fuera, exterior.

  4. Otra cosa totalmente diferente es la legitimidad de un poder liberador y democrático, que respetando la autogestión cooperativa, y protegiéndola, orienta las grandes líneas de su desarrollo en la dirección del bien colectivo más amplio, del bien del pueblo emancipado de la explotación. Existe una diferencia absoluta entre el poder autoritario y el poder liberador. El cooperativismo supuestamente «neutral» y apolítico se pliega al primero, mientras que el cooperativismo autogestionado necesita del segundo, del poder socialista. La autogestión es consustancial al socialismo y expresa la capacidad del pueblo trabajador para organizarse él mismo y organizar la sociedad según sus necesidades, según las experiencias de otros pueblos y según las lecciones teóricas extraídas de toda la lucha de clases. La autogestión es la totalidad que da sentido al cooperativismo socialista. Por esto, allí donde la experiencia autogestionaria de un pueblo es muy limitada, también lo será el cooperativismo socialista, aunque existan cooperativas normales, las integradas en el sistema.

  5. El grueso de la teoría socialista, marxista, del cooperativismo se formó en primera instancia en base a la triple experiencia de la Comuna de París de 1871, a la experiencia reflejada en la II Internacional y a la experiencia de la revolución bolchevique hasta mediados de la década de 1920, antes del triunfo definitivo de la burocracia. Esta primera fase de cooperativismo socialista se expresó teóricamente en los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, pero concluye aquí. Con la victoria de la burocracia en la URSS el cooperativismo pierde el contenido anterior, y se convierte en una fuerza más en ascenso dentro del ascenso del «socialismo de mercado». Las acertadas críticas del Che al cooperativismo de la URSS, y la progresiva integración del cooperativismo yugoslavo en la lógica capitalista son dos ejemplos de entre muchos de cómo se produce un retroceso práctico y teórico si lo comparamos con la concepción vigente hasta mediados de los años veinte.

  6. Lo que quedó demostrado teóricamente en este decisivo período, y que se ha confirmado siempre luego, es que el doble filo del cooperativismo se agudiza en los períodos de crisis socioeconómica y política, en especial cuando ésta va provocando una agudización de la lucha de clases. Es entonces cuando la autogestión obrera y popular tiende a desarrollar su potencial emancipador, expresándose en la creación de grupos de ayuda mutua, de movimientos populares contra los efectos de la crisis, de reivindicaciones de cogestión y control obrero en empresas en crisis y de control popular en barriadas empobrecidas, de recuperación de bienes públicos anteriormente privatizados que vuelven al pueblo trabajador, de recuperación de infraestructuras y edificios abandonados para el uso popular, de recuperación de empresas y de su autogestión por los trabajadores muchas de las cuales dan el paso a cooperativas de producción y consumo insertas en los movimientos populares de su entorno y a escala más amplia, estatal e incluso interestatal, de tendencia al alza en la aparición de comités de fábrica y de barrio, de consejos obreros y populares, etcétera. En las naciones oprimidas esta dinámica está cualitativamente agudizada por la opresión de los derechos nacionales.

  7. En estos momentos, las cooperativas en su conjunto se enfrentan a la prueba de fuego: o se integran en esas dinámicas ascendentes, impulsándolas con sus recursos disponibles, tomando parte en las luchas y arriesgándose a sufrir los golpes de la ley económica y política capitalista, o permanecen «neutrales» o incluso se posicionan en defensa del orden capitalista. Realmente, no son tres opciones, de izquierda, de centro-reformista y de derechas, sino dos, de izquierdas y de derechas, pero con la salvedad es que la de derechas tiene una baza, la reformista, la del cooperativismo «normal». La experiencia muestra que la mayoría de las cooperativas se sitúan en el centro-reformista del democraticismo abstracto, basculando muchas al centro-derecha conforme se agudiza la crisis y la lucha de clases obliga al cooperativismo a posicionarse. En los contextos de opresión nacional estas tensiones son todavía más fuertes ya que el cooperativismo ha de moverse dentro de la ley impuesta por el Estado ocupante, aceptándolas o enfrentándose a ellas de algún modo. La triste experiencia de la cooperativa vasca MCC, de Arrasate, de fama mundial, es un penoso y lamentable ejemplo de lo que decimos.

6. FETICHISMO Y NECESIDADES RADICALES

  1. ¿Cómo debe actuar el socialismo para impulsar el cooperativismo revolucionario? Además de llevando a la práctica de forma coherente los postulados elementales del cooperativismo en su esencia democrática y autogestionada dentro del capitalismo, además de esto, mediante dos tareas simultáneas. A una de las cuales ya nos hemos referido arriba diciendo que el movimiento cooperativo debe ser parte de la totalidad superior de la lucha obrera y popular en su conjunto. Este requisito es imprescindible, es una de las dos garantías inexcusables que se reafirma en cada momento histórico en el que las masas explotadas se enfrentan intensamente al capitalismo.

  2. Las cooperativas han de apoyar con sus ganancias las necesidades radicales del pueblo, y por necesidades radicales entendemos las que nacen de la raíz de la explotación, es decir, las que tienen su origen en el hecho de que la propiedad privada capitalista es antagónica con el ser-humano-genérico al decir de Marx, y con la plasmación concreta e histórica del humano en cada época y sociedad. Sin este compromiso activo con la lucha socialista fuera de la cooperativa se aceleran dos dinámicas destructoras del cooperativismo socialista: una, su alejamiento de la realidad del pueblo y, otra, el reforzamiento de la ideología burguesa en el interior del cooperativismo.

  3. Las necesidades radicales son las últimas en satisfacerse porque exigen la existencia de la lucha revolucionaria. Son también necesidades humanas, sociales, económicas, políticas, culturales, democráticas, etcétera, pero son las síntesis de todas ellas en su quintaesencia, en la cuestión del poder político de las masas explotadas que recuperan los bienes comunes, que socializan la propiedad, que la estatalizan y la devuelven al pueblo trabajador. Las necesidades radicales son las que cuestionan radicalmente la propiedad y el Estado burgués porque son las producidas por la explotación, la opresión y la dominación del capital sobre la humanidad trabajadora. Y es sobre ellas sobre las que debe intervenir el cooperativismo socialista, siendo consciente de que de atraerá sobre sí la furia represiva burguesa. Zarandeada por el temporal de la crisis, la cooperativa debe responder, y para ello ha de contar con miembros muy conscientes.

  4. La otra tarea simultánea que ha de realizar el cooperativismo socialista es cara a su interior, a la conciencia de sus socios trabajadores y de sus familias y entornos sociales que viven relativamente menos mal que el resto del pueblo gracias a la seguridad que ofrece la cooperativa. Si la anterior tarea se volcaba fuera de la cooperativa al impulsar todas las luchas a favor de las necesidades radicales del pueblo, esta tarea se vuelca en el interior de la cooperativa y de los entornos familiares y sociales que se «benefician» de su eficacia. Se trata de la lucha permanente contra la alienación burguesa, contra los valores, normas e ideología del capital, centrados en el individualismo egoísta. Aunque las cooperativas debieran controlar la calidad humana de sus socios integrantes, tienden a no hacerlo por múltiples razones, limitándose a comprobar si aceptan o no los principios internos y si tienen el dinero para pagar la cuota de socio cooperativo.

  5. La experiencia enseña que una de las causas de los fracasos de las intentonas del socialismo utópico, en cualquiera de sus formas de arcadias, comunas, cooperativas, falansterios, y de muchísimas de las cooperativas posteriores, es la personalidad individualista y alienada que existe en la mayoría de sus miembros por debajo de la apariencia exterior. La fuerza reaccionaria del egoísmo individualista emerge a la superficie a la misma velocidad en que se descompone por la crisis socioeconómica y política la «tranquila vida normal» de la empresa cooperativa. Pero la lucha moralista y demagógica contra el egoísmo no es efectiva, porque las leyes político-económicas son implacables. Contra el miedo, contra el egoísmo, contra el afán de lucro a expensas del pueblo en momentos de crisis, contra todo esto solamente puede triunfar la anterior, paciente y sistemática concienciación humana, la desalienación, la superación de las ataduras irracionales que nos llevan a postrarnos ante el fetiche del dinero, de la mercancía, del consumismo.

  6. Si la cooperativa ha de cumplir el papel de uno de los medios sociales más efectivos para avanzar al comunismo mediante la fase socialista, debe asumir desde su fundación la tarea de ir combatiendo el fetichismo de la mercancía en la vida interna de la cooperativa. Por fetichismo de la mercancía entendemos la sumisión irracional al dinero, a la mercancía, al valor de cambio, como el creador y la esencia de todo, como la fuerza mágica, como el fetiche divino ante el que postrarnos para merecer su protección y parabienes en una vida incierta y azarosa, insegura. Cuanto más dinero tengamos más felices seremos. Muchos socios cooperativistas saben que sus cooperativas les garantizan más seguridad económica que las empresas privadas, y trabajan en ellas con la misma mentalidad fetichista y burguesa que tienen en su «vida pública». Para ellos, el cooperativismo es un medio de vida seguro, no un medio de transformar la sociedad venciendo a la explotación.

  7. La tarea interna en la cooperativa debe buscar, por tanto, la superación progresiva de los valores burgueses, de la sumisión fetichista al consumismo, a la dictadura moral del dinero como valor supremo de la existencia. Por tanto, el cooperativismo tiene que ir prefigurando en su vida interna los valores socialistas como antesala a los comunistas, empezando por el cuestionamiento de la legitimidad de la propiedad privada, de la propiedad burguesa. La concienciación teórica y ética de que la propiedad colectiva es superior en todos los sentidos a la privada, es una de las tareas decisivas que debe asumir la pedagogía del cooperativismo en sus relaciones laborales internas y en la vida social externa de los socios trabajadores. Muy frecuentemente, son las presiones externas, de la familia, del entorno, etcétera, las que desaniman e influyen en las personas que tienen dudas sobre si seguir luchando en sus trabajos, de modo que terminan claudicando.

  8. Del mismo modo en el que el movimiento obrero, feminista, popular, juvenil y otros conocen perfectamente la rémora paralizante que tienen las presiones familiares, el poder patriarcal, el poder adulto, las amistades, etcétera, sobre las personas menos concienciadas, por esto mismo las cooperativas han de llevar su concienciación a los círculos externos, sociales, en los que viven y en los que se relacionan sus miembros. Al igual que durante las huelgas en las empresas la solidaridad vecinal, popular, de otras empresas, de toda serie de colectivos y movimientos sociales es imprescindible, otro tanto sucede en y con las cooperativas cuando deben decidir si ayudan a las necesidades radicales del pueblo explotado, si optan por la libertad y contra la opresión, o si permanecen aisladas egoístamente del sufrimiento de su pueblo.

7. DERROTAS, LECCIONES Y PROPUESTAS

  1. La concienciación sobre la necesidad de avanzar a la propiedad pública, a la propiedad socialista, y de acabar con la propiedad privada, con la propiedad burguesa, es una necesidad aún más vital si cabe que a comienzos del siglo XX, viendo la implosión y el desplome de la URSS, el camino capitalista de China Popular y otras experiencias. Las cooperativas y la autogestión generalizada de los productores asociados tenían reconocido un papel central antes del final de la década de 1920. Después perdieron ese papel, pero sobre todo los efectos de la larga crisis mundial iniciada a finales de la década de 1960 y que dio un salto cualitativo en 2007, han reactivado y actualizado aquellas necesarias propuestas añadiéndoles las lecciones extraídas de las causas de la debacle del «socialismo burocrático», sin entrar a valorar este termino.

  2. Una de las lecciones decisivas es precisamente la necesidad de la lucha contra la mentalidad fetichista, contra la alienación en todas sus formas, y la necesidad de ir avanzando equilibradamente en la extinción histórica de la ley del valor-trabajo, del uso del dinero y del sistema salarial, para sustituirlos por los valores de uso, a la vez que el mercado vuelve a ser simple lugar de trueque y reciprocidad. Tengamos en cuenta que estas realidades objetivas tienen efectos subjetivos de muy larga duración, efectos que perviven dañinamente en la cultura y en la conciencia de masas largo tiempo después de haberse logrado conquistas decisivas como la nacionalización y estatalización de la gran y mediana propiedad burguesa, su socialización, así como el desarrollo de controles muy efectivos de la pequeña propiedad burguesa que tiene que ir desapareciendo pero más lentamente, hasta extinguirse del todo.

  3. Las lecciones que debemos extraer del hundimiento del mal llamado «socialismo burocrático» -no existía socialismo en la URSS, si aceptamos la definición de socialismo dada por la primera y segunda generación de marxistas- indican que durante la transición al socialismo y de aquí al comunismo, en este período, convivirán diversas formas de propiedad personal, social, pública, estatal, etc., pero que no serán en absoluto formas de propiedad burguesa, y que se encaminarán hacia la propiedad socialista de los medios de producción. Durante este devenir, que tomará formas y ritmos diferentes en los pueblos pero combinados a escala mundial, las prácticas de autogestión concreta y las cooperativas administrarán partes de la propiedad social, pública, estatal, etcétera, y actuarán según los planes generales decididos mediante la democracia socialista. Ambos criterios son irrenunciables.

  4. La historia de la lucha de clases rezuma reflexiones y experiencias en las que el cooperativismo socialista aparece como una fuerza emancipadora pero muy perseguida, y tras la toma del poder y la creación de un Estado obrero, como una fuerza vital para acelerar el tránsito al socialismo. Según sean las condiciones estructurales del tránsito, el nuevo poder obrero se organizará de un modo u otro, pero siempre manteniendo cinco señas esenciales:

  5. Una, las cooperativas socialistas no deben ser «empresas independientes», es decir, no deben reproducir el error garrafal de la exYugoslavia cuando cayeron en el «patriotismo de empresa», cuanto las ganancias eran transformadas en beneficios empresariales absolutamente libres del mínimo control estatal, popular y vecinal, cuando podían hacer y deshacer a su antojo, pedir préstamos a la banca imperialista sin tener que responder ante el Estado obrero, y un largo etcétera.

  6. Dos, por tanto, deben estar conscientemente sujetas a la planificación social y estatal de la economía en su conjunto, participando en los debates en los que se deciden las distintas ayudas que se reciben y las aportaciones que se deben hacer al país, evitando que el cooperativismo sea uno de los focos de formación de la «burguesía roja».

  7. Tres, en situaciones imprevistas o de aumento súbito de la demanda pueden contratar trabajadores a tiempo parcial con todos los derechos laborales y, sobre todo, con el derecho a integrarse en la cooperativa si se prolonga su contrato, y no deben invertir en el mercado mundial con el criterio burgués arriba visto, sino que han de crear redes internacionales de cooperación cooperativista, ecologista y antiimperialista.

  8. Cuatro, deben estar abiertas en todo momento a las investigaciones y chequeos de los poderes populares y de la transparencia que debe caracterizar a la dialéctica entre empresas autogestionadas y planificación estatal, para el seguimiento de las tareas encomendadas, asumiendo los criterios de justa revocabilidad de la dirección elegida mediante la democracia socialista interna a la cooperativa y comunicada a la vida pública exterior y a la instancias del Estado que, por los canales adecuados, tiene el derecho y deber de saber quienes dirigen y por qué, durante cuanto tiempo, etcétera, las cooperativas del país.

  9. Y cinco, deben ser las instancias del poder estatal responsables de las áreas económicas de esas cooperativas las que, en última y decisiva palabra, decidan sobre las cuestiones de mayor trascendencia para la nación en su conjunto, no diluyendo ni cediendo su poder planificador y estratégico en niveles menores, zonales o regionales, que, por serlo, tienen sólo una perspectiva limitada. La justa revocabilidad no puede estar al albur de las tensiones interpersonales y al capricho de poderes zonales, ya que siendo un derecho socialista su ecuanimidad debe ser garantizada por el Estado, el último garante de la independencia socialista del pueblo.

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