Los monstruos nacen en el claroscuro, decía Gramsci, cuando lo que está muriendo no deja de morir y lo que nace no acaba de nacer. Habitamos la Tierra en el claroscuro, en pleno transe histórico: hasta hace unos años, la democracia era un valor en sí mismo. Hoy, se invaden países en nombre de la […]
Los monstruos nacen en el claroscuro, decía Gramsci, cuando lo que está muriendo no deja de morir y lo que nace no acaba de nacer. Habitamos la Tierra en el claroscuro, en pleno transe histórico: hasta hace unos años, la democracia era un valor en sí mismo. Hoy, se invaden países en nombre de la democracia, el FMI y el BM gastan millones de dólares para imponer democracias y, lo que es peor, el oprimido elige democráticamente al opresor. ¿Podremos seguir hablando de democracia como un fin en sí mismo cuando en nombre de la democracia se asesinan niños y niñas inocentes…?
Hace poco, era el presidente de China el que le pedía al presidente Trump no cerrar las fronteras para el libre tránsito del capital. La misma China, otrora comunista, surge como la principal potencia económica del mundo utilizando las herramientas del capitalismo. El estado nación, por su parte, se redefine más allá de los conceptos de comunismo y capitalismo o izquierda y derecha. En China, el experimento político es una forma específica de capitalismo, donde el Estado posee una importancia fundamental. Li Xing define el caso chino como Estado-civilización. Los chinos, como Hegel o Rousseau, conciben al Estado como una comunidad ética, ven en el Estado un acuerdo moral y civilizatorio. Por lo tanto, «el estado goza de mayor autoridad natural, legitimidad y respeto, visto por los chinos como guardián, custodio y encarnación de su civilización».
Incluso el concepto de paz internacional se modifica, acercándose cada vez más a la peligrosa tesis del neorrealista Keneth Waltz, que auguraba un mundo más estable si las potencias medias lograban tener armamento nuclear. Sería el miedo a la propia destrucción el que impediría a las grandes potencias atacar a las potencias medias. Algo de razón tenía Waltz, basta contrastar su teoría con la realidad: desde que la India y Pakistán declararon tener armamento nuclear, la región de Cachemira comenzó a ser más estable. ¿O alguien cree que Trump se abstiene de atacar a Corea del Norte porque de verdad ama la paz mundial y el dialogo entre los pueblos?
El 2008 estalló otra crisis económica tras la quiebra del Lehman Brother. Un mes después, Greenpan, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos desde 1987 al 2006, se presentó en el edifico del Capitolio. Frente a los congresistas, admitió:
-Sí, he encontrado un defecto en la ideología del libre mercado. No sé cuán significativo o profundo es. Pero he estado muy angustiado por esto.
-En otras palabras, ¿usted encuentra que su visión del mundo, su ideología, no estaba bien, que no estaba funcionando? -Preguntó Henri Waxman, el periodista que lo entrevista.
-Absolutamente -respondió Greenspan- eso es precisamente lo que me sorprendió, porque he estado convencido por más de 40 años que estaba haciendo mi trabajo excepcionalmente bien. Pero ahora todo eso se ha derrumbado. Todo el edificio intelectual se derrumbó en el verano del año pasado.
Desde ese día no solo comenzó a derribarse el edificio intelectual del neoliberalismo, sino que también comenzaron a decaer los sistemas políticos que administraban esa comprensión de la realidad; eso que denominaron Tercera Vía. El caso más evidente fue la caída del partido demócrata en USA. Lagos y la caída de la Concertación es el símbolo en Chile de la misma debacle internacional.
Poco a poco se articula otra comprensión del fenómeno político: en Francia, por ejemplo, el paso a segunda vuelta de Le Pen y Macron dejó atrás a la clásica diferencia entre socialistas y republicanos. Si la política es una lucha por explicar la realidad, tanto Le Pen y Macron, nos guste o no, generaron una explicación para el trance histórico en el que estamos. A partir de esa explicación idearon un diagnóstico con el que intentaron dar sentido a las experiencias cotidianas de la gente. Le Pen identifica a los inmigrantes y a la integración con la UE como causantes de la crisis francesas. De ahí levanta sus propuestas: más Estado, seguridad por sobre la libertad. Macron también posee su explicación de la realidad, y su propia hoja de ruta: reformas y reformas económicas. En ese esquema, ¿dónde se ubica la idea de socialismo que conocimos hace más de un siglo? Hablando en términos clásicos, ¿cómo se distinguen de la centro derecha si aceptaron el consenso neoliberal?, ¿cuál es el diagnostico que hacen de la globalización?, ¿de qué modo comprometen su diagnóstico con el oprimido cuando administran el sistema económico que oprime?…
A 100 años de la revolución rusa, hoy el socialismo se redefine en torno a las posibilidades del capitalismo y su sustento filosófico: el neoliberalismo, olvidando que las herramientas del amo jamás serán usadas para desarmar su propia casa. Hablo de la revolución rusa por que al menos el capitalismo le temía a esa comprensión de la realidad, que identificaba como un enemigo a combatir. Hoy, el capitalismo no posee adversarios, solo administradores.
En terminología de Lakoff, lo que está cambiando son los marcos de estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. Y si las palabras se definen en relación a marcos conceptuales, puesto que el lenguaje activa y delimita los márgenes de nuestros pensamientos, entonces los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje. ¿Podremos seguir hablando de democracia, paz mundial, comunismo, socialismo o capitalismo tal como se hacía hace un siglo?
La politología, que debiese entregarnos herramientas para entender cómo cambia el mundo, sigue utilizando los mismos conceptos de hace un siglo: se teoriza en torno al rol del Estado-nación que nació tras la Paz de Westfalia y la democracia sólo como un medio para renovar a una elite política. Se limita el análisis a los partidos, ubicándolos en un plano cartesiano que va desde la izquierda a la derecha. Se estudia una comprensión unidireccional del mundo, que va desde los griegos hasta nuestros días. El votante se ve como un consumidor con información perfecta, que identifica claramente entre izquierda y derecha, llegando a ese absurdo de homologar las elecciones de representantes públicos a la compra de un bien, donde el voto reemplaza al dinero y el candidato al producto. Politología del marketing político y esa tontera de la teoría de la elección racional aplicada en política. Al fin de cuentas, la politología termina configurándose por el estudio del quehacer de los partidos, y, en última instancia, como la estrategia pacífica y democrática para ejercer la dominación sobre las mayorías. La politología como el estudio de la opresión, actuando al igual que ciertos economistas, que piden más mercado ante las crisis del mercado, o Lenin, que pedía más partido frente a las crisis del partido único.
Vivimos tiempos en que hay que pensar los instrumentos que tenemos para pensar, lo que implica pensar por qué pensamos como pensamos. Afortunadamente, desde Sudamérica, y heredera del boom literario, de la teoría de la dependencia y la teología de la liberación, hace años viene configurándose una de las herramientas más novedosas para comprender este nuevo mundo: el decolonialismo. En síntesis, el pensamiento decolonial busca ir al centro del dilema, es decir: resolver la pregunta respecto a por qué pensamos como pensamos, por qué utilizamos las palabras que utilizamos para explicar los fenómenos políticos, y, en fin, dónde se enraíza esta comprensión unidireccional del mundo que no permite más alternativas que la profundización de las que hay.
Lo más importante del pensamiento decolonial es que destruye ese discurso de la modernidad que creó la ilusión de que el conocimiento es abstracto, des-incorporado y des-localizado, haciéndonos pensar que el conocimiento es algo universal, que no tiene casa o cuerpo, ni tampoco género o color. Como dice Aníbal Quijano: «ese modo de conocimiento fue, por su carácter y por su origen eurocéntrico, denominado racional; fue impuesto y admitido en el conjunto del mundo capitalista como la única racionalidad válida y como emblema de la modernidad«.
Ante esta sensación de agotamiento intelectual y político, las herramientas de análisis del decolonialismo no solo son pertinentes, sino que absolutamente necesarias. Vale la pena rastrear este conocimiento acumulado, que nos permite pensar distinto, lo que implica interpretar el mundo de otro modo, en los tiempos del claroscuro.
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