Quiero proponerles que asumamos estos días como un “regalo” de tiempo, o mejor, como una posible reapropiación del tiempo al liberarnos de la enajenante rutina, y debido a eso, hacerlo útil para repensar los asuntos vitales a nuestra vida social, reflexiones que con demasiada frecuencia solemos postergar y para lo cual nos llenamos de disculpas.
Me parece que una pregunta inmediata a asumir es hasta adónde el Covid-19 es un evento accidental (en el sentido de contingencia), aún asumiendo que los virus pueden y suelen mutar. También podríamos preguntarnos si estábamos bastante advertidos de lo que está ocurriendo, no tanto por el inmediato antecedente de China, o por los ciclos de Dengue, Zika, Chicungunya, o de AH1N1, sino por los balances y avisos en relación al desastre ambiental que parece acelerar ese tipo de eventos epidemiológicos, situación que por demás esclarece la vulnerabilidad de nuestras vidas bajo el mundo capitalista muy a pesar de los fantásticos avances de la ciencia.
Todos conocemos esto, no hay posible disculpa, porque hasta el cine lo ha repetido hasta el aburrimiento, aunque probablemente con la intención de naturalizar situaciones como la actual, o tendiente a ahogar los estudios que han llamado la atención sobre la insostenibilidad de la vida humana en el planeta tierra, debido a que la acción de más de siete mil millones de humanos movidos por la lógica capitalista ha agotado la capacidad de reposición de la biomasa del planeta.
Por tanto, es necesario pensar y asimilar hacia dónde y cómo estamos avanzando en tanto sociedad evidentemente mundializada, y deducir el papel activo que todos y cada uno debemos jugar. Creo que las respuestas las conocemos, son evidentes, pero hay que empezar a acompañarlas con acciones decisivas.
De cara a esta reflexión ya se ha desplegado una estrategia dirigida a embotar nuestro pensamiento, no sólo mediante la propagación del miedo que nos mantiene encerrados hoy, sino también intentando reducir el asunto a una confrontación entre chinos y gringos mediante una versión de guerra bacteriológica dirigida a derrotarse estratégicamente. Las redes están ya infestadas de videos y pequeños fragmentos al respecto, dando como ganador a uno u otro bando según se juzgue la caída del precio de las acciones en las bolsas de valores.
En todo caso, no deja de sorprender la capacidad que desarrolla el capital para sortear las grandes crisis. A fines de 2019 el ambiente era muy oscuro y de tremendo suspenso al encaminarse en dirección a un reventón, debido a que el capital excedentario parecía haber agotado los espacios de refugio. La deuda se mantenía por las nubes, las estrategias de respuesta de los centros capitalistas agudizaban las contradicciones y la respuesta de los proletarios era contundente y continua, ya fuera en las calles de Europa o de Latinoamérica.
Sin embargo, el escenario del Covid-19 ha permitido que el miedo universalizado se acompañe con poderes dictatoriales en todos los estados capitalistas, y en consecuencia la ola de protesta quede por lo pronto congelada, mientras se legitima y legaliza el despido masivo de asalariados en todo el mundo.
A los despidos directos se deberán sumar varios efectos en contra de los asalariados: la drástica caída de la demanda mundial, la incertidumbre que afecta la inversión real, el llamado a enfrentar la situación mediante el “tele-trabajo”, el aceleramiento de aplicaciones técnicas de la cuarta revolución mundial -como por ejemplo la impresión en 3-D que la televisión presenta estos días como solución a toda escasez- y las dificultades financieras que enfrentarán los estados capitalistas al asumir cuantiosos e insostenibles planes de rescate al capital (EEUU, Europa y AL).
A esta masa de desempleados se sumará otra proveniente de millones de pequeños comerciantes, transportadores y prestadores de servicios que enfrentarán la quiebra ante la súbita paralización de la economía mundial, y serán a fuerza proletarizados.
Por esto, recesión o crisis son conceptos que no podrán dar cuenta de la situación en que apenas estamos entrando, pues más bien tiene ribetes de una disrupción social en el mundo, y como en las dos guerras mundiales, será la clase de los proletarios quien lleve la cruz a cuestas, de no asumir en su propia dimensión lo que está sucediendo.
Pero el adormecimiento de nuestra reflexión no sólo se enfrenta a la estrategia comunicacional basada en la teoría conspiracionista que achaca la extensión del Covid-19 a una estrategia del capital chino o gringo, reproduciendo el esquema dualista y acrítico de la Guerra Fría, sino que también a una discusión limitada a escoger entre políticas características de un capitalismo liberal radical o de un capitalismo de estado.
El capitalismo liberal radical de talente individualista, promovido con mayor énfasis en los EEUU y el Reino Unido, ha evitado al máximo frenar la libertad de movilidad ya que según sus presupuestos es vital para la reproducción del capitalismo, por eso ha tratado de manejar la propagación del virus con recomendaciones de autocontrol; y para enfrentar la devaluación de los capitales, en especial de la bolsa, reproduce su gastada formula de multiplicar la oferta de dinero barato mediante una dura reducción de la tasa de interés (cercana a cero) y prometiendo ayudas de hasta un billón de dólares (en EEUU), a fin que los capitales individuales más fuertes puedan fortalecerse mediante la succión de los que caigan en quiebra, y que tras la anárquica purga, la máquina recomience una vez más.
Por su parte el capitalismo de estado reinante en China ha podido enfrentar de mejor manera la situación, porque de un lado pudo imponer con facilidad un encierro a los ciudadanos de grandes ciudades y contener la actividad productiva, y del otro, pudo entrar a comprar las devaluadas acciones que se vendían en el mercado tras la caída de sus precios, opción posible y cónsona de un Estado dispuesto para actuar como si se tratara de un “capitalista colectivo”.
Los gobiernos de Europa se debaten en una mezcla de esas opciones, en particular mediante la promesa de un plan de rescate al capital por valor de 820 mil millones de euros, en el que también se consideran algunas políticas sociales como soporte de arriendos, hipotecas, pagos de desempleo. A pesar de esto, de agudizarse la situación, es posible que hagan mayor uso de las formas del capitalismo de estado, así por ejemplo en Italia ya se han pronunciado por nacionalizar parte de las aerolíneas para salvarlas de la bancarrota, prácticas que en el siglo pasado fueron corrientes. Esa tentativa no la puede descartar ni el mismo Trump, aunque en ese caso primero debería tragarse todo su paquete de ideología liberal radical.
Si bien la consideración de esas políticas es importante en cuanto tienen efectos directos sobre la vida de los asalariados del mundo, considero que la reflexión debe ir más allá del impacto mediato, y que más bien llama a pensar sobre el futuro de la sociedad.
Abordada la situación desde el pragmatismo en curso, se puede inferir una marcada tendencia a avalar como alternativa el capitalismo de estado: el mundo pareciera mirar hacia China.
De un lado, el capitalismo liberal radical luce desgastado, más cuando se le asocia como responsable del desastre ambiental y de agitar la crisis económica en curso por promover la especulación financiera, frenar la producción real y generar desempleo estructural (crítica neoliberal). Sin duda hay razones para tales recusaciones, y es evidente que sus prácticas resultan totalmente incongruentes para enfrentar una situación, ya no de crisis, sino de desastre social, porque sus cartas se limitan a emitir dinero para que las corporaciones grandes se embuchen a los capitales menores, mientras poco o nada se hace en términos de política de protección social a los asalariados.
Por el otro, el capitalismo de estado en China es vendido como una opción alternativa. Al actuar como un capitalista colectivo mediante la planificación estatal puede comprar (recomprar en este caso) empresas y sectores cuando lo considere necesario, y mediante este ordenamiento meter en cintura a los asalariados e imponerles los ritmos de vida y trabajo necesarios para estimular la producción y el crecimiento del capital, en especial reprimiendo las huelgas. Esta pérdida de autonomía y libertad se trata de compensar con políticas sociales que mejoran los ingresos salariales y las ofertas de infraestructuras colectivas en salud, educación, transporte, o vivienda, opción posible allí por encontrarse en una fase expansiva.
Entrampados en ese dualismo pragmático, a pesar de los reparos sobre las “libertades”, muchos sectores de izquierda en el mundo se han encaminado en dirección a promover el capitalismo de estado del tipo chino.
Estas posturas rehúyen el impacto sobre la vida de los proletarios del mundo, que es la evidente mayoría de asalariados del planeta, y no enfrentan el cómo darle un giro sustancial a la caótica perspectiva que nos impone el modo de vida capitalista.
El problema sustancial es planteado por la situación “excepcional” que enfrentamos, porque si queremos evitar nuevos episodios de doble afección (pandemia y desempleo) debemos pensar en un tipo de sociedad que asuma en forma consciente y ordenada su proceso de reproducción social, encarando retos como las tasas de crecimiento poblacional. Esto sólo será posible llevando la planificación al todo social, e implementándola como el medio de hacer efectiva la participación democrática.
Esta perspectiva se ha censurado por los capitalistas al imponer la falsa idea de que la planificación es sinónimo de negación de la democracia y la libertad. Nada más erróneo.
La planificación de las actividades ha acompañado a las sociedades humanas desde su origen, y en forma embrionaria se nota en todas las comunidades ancestrales. La planificación logró formas desarrolladas pero autocráticas en civilizaciones como la egipcia. La sociedad capitalista también hace uso de ella en los planes indicativos de gobiernos y empresas, pero la supedita a la ley de la competencia y con ello permite que la interacción de toda la sociedad sea regida por la guerra de sobrevivencia que se extiende a todos sus ámbitos, de ahí que nos estemos despeñando en medio de la barbarie, tal como lo estamos constatando.
La planificación alcanzó una forma más extensa en las sociedades que intentaron avanzar al socialismo pero que quedaron atrapadas en el capitalismo de estado, tal como sucedió en la URSS y la China Popular, avance que fue empañado por la generalización de formas centralistas y autoritarias que restringieron la democracia política. Aun así, esas experiencias mostraron que es posible ir más allá del capital, que la planificación social permite mejores frutos en la producción y que puede enfrentar de mejor manera situaciones calamitosas y de ruina.
La situación de emergencia actual nos obliga a pensar cómo descarrilar la inercia capitalista en la que estamos imbuidos a fin de construir un futuro mejor para la humanidad, uno en que los seres humanos podamos trabajar en función de las necesidades colectivas (como hoy lo hace el personal sanitario de todo el mundo) y podamos definir cómo disfrutar de la riqueza social generada entre todos. En esa dirección hay que recordar que son los proletarios quienes producen en forma ampliada la relación de explotación y dominación que significa el capital, por tanto, en sus manos reside el poder de acabar con esa relación, en el proletariado está el “botón” que “desactiva” la cruel maquinaria capitalista.
No podemos seguir viendo a la planificación, tal como lo hace el capitalismo liberal o de estado, como una herramienta que subordina las necesidades colectivas a la lógica de acumulación de capital, convirtiéndola en eficaz instrumento de explotación y dominación. El reto que enfrentamos en nuestro presente es el de reordenar la socialización productiva ya existente mediante la planificación social, teniendo en cuenta que debe ser entendida y asumida como la palanca principal de la democratización global. Es esta perspectiva la que nos capacita para que la planificación pueda dar un salto y se extienda a la reproducción social con vistas al bienestar colectivo y la sobrevivencia humana en el planeta.