Me gustaría escribir con cierta lógica, pero en tiempos tan convulsos será difícil y es que hoy parece que todo debe ser no solo explicado sino también justificado muy rápido, al tiempo que bien justificado. Sin embargo, no me apetece hacerlo y menos cuando la inmediatez nos exige, me exige respuestas, pero miren por donde solo produzco preguntas.
Preguntas, quisiera Socráticas, que implicarían recogimiento, reflexión, responsabilidad, conciencia, auto-respuesta e incluso en ocasiones solución. Y miren por donde y al respecto leía unas declaraciones con cierto estilo socrático a Mujica en torno a la guerra en Ucrania en las que decía: “mientras la guerra sea una manera de desempatar nuestros conflictos y resolverlos, seguiremos en la prehistoria, con la única diferencia de que la barbaridad de los humanos primitivos parece un juego de niños frente a la barbaridad de los hombres contemporáneos”[1]. Y quién soy yo, para negar a Mujica.
Y es que desde hace tiempo (sobre manera a partir del 2010) no estamos sabiendo leer los aconteceres micro-macro y geo-políticos que vienen ocurriendo y si les soy sincero quien escribe tampoco, lo que al parecer se viene traduciendo en unos despropósitos difícil de reconstruir y consecuencias complejas y complicadas, llegando incluso a la encrucijada en las que cualquiera de los caminos a tomar dejará enormes sufrimientos e innegable devastación. O parafraseando el castizo cuento de Arguijo, llegaremos a desear que: “Virgencita, virgencita, que me quede como estaba”.
A Proust le costó siete años de su vida el escribir En busca del tiempo perdido, pero y a pesar del largo periodo, al final fue capaz de describir con toda atención de detalles externos e internos a una sociedad francesa de comienzos de siglo XX que vino a recoger un aquí y un ahora temporal… e incluso atemporal. Y en esa línea hoy podríamos sugerir lo mismo o vendría a inspirarme en lo mismo, pero con la enorme y triste consecuencia de no saber. ¿Qué no estamos sabiendo?
Ese tiempo “proustiano” que de alguna manera traspasaba una mera descripción, y entraba a dar sentido a la vida afrancesada y lujosa, un mundo superficial, injusto y por momentos nauseabundo, pero en definitiva un mundo donde cada uno tenía, al menos su sentido. Sin embargo, ahora aun dándose cierto paralelismo, la sensación es que la distopía se hace más contundente, más presente y que tan bien reflejó el protagonista de La máquina del tiempo cuando casi al final de la obra afirmaba aquello de: “Me afligió pensar cuán breve había sido el sueño de la inteligencia humana”. Lo que me sugiere… ¿cuánto tiempo tardaremos en darnos cuenta de ello?
La capacidad de adaptación al tiempo y a la “técne” se nos ha escapado, sirva de ejemplo la concreción de la distopía de que el que manda espiar es espiado por y de la misma manera; hallándonos ante un “Gran Hermano” que denuncia estar formando parte de un “Gran Hermano” y que nos recuerda a la costumbrista serie de Black Mirror, en concreto el capítulo en el que a todos los habitantes del planeta les realizaban un implanten en el cerebro, con el que sabrían en todo momento lo que todos/as hablamos y… ¿lo que todos/as pensamos? ¿Esa es la eutopía a la que aspirar?
La impresión recordando a clásicos como Hegel, Nietzsche o incluso Kant es que ya no solo no hemos sido capaces o mejor dicho no estamos siendo capaces de leer la época, sino que esta época poco o nada ha aprendido de su propia historia y… tiempo perdido, mucho tiempo el perdido, me diría la buena de mi madre, si después de tanto estudio y horas delante del libro, sigo sin avanzar y sin saber y sobre todo cuando al presentarme al examen del tiempo presente, lo suspendo, una y otra vez, lo volvemos a suspender, una y otra vez. Pues eso… Tiempo perdido.
[1] : Entresacado de una entrevista publicada en la web “Montevideo portal” el 10/3/22.
José Turpín Saorín es Antropólogo.
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