Se han cumplido veinticinco años de la muerte de Enrique Tierno Galván. Se han sucedido actos de homenaje y han aparecido seis tomos de sus obras completas. Estamos ante una obra, magníficamente editada, bajo la dirección del profesor Antonio Rovira. Contábamos ya con cinco tomos pero ha sido ahora, coincidiendo con el 25 aniversario de […]
Se han cumplido veinticinco años de la muerte de Enrique Tierno Galván. Se han sucedido actos de homenaje y han aparecido seis tomos de sus obras completas. Estamos ante una obra, magníficamente editada, bajo la dirección del profesor Antonio Rovira. Contábamos ya con cinco tomos pero ha sido ahora, coincidiendo con el 25 aniversario de su muerte, cuando ha aparecido el tomo sexto donde se incluye la que es, para mí, la gran obra de Tierno, me refiero a Cabos sueltos, ese gran libro de memorias que no son memorias, que ayudan a entender, mejor que otras muchas obras, el sentido de la oposición democrática al franquismo.
A diferencia de otros miembros de su generación como Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar o Pedro Laín Entralgo, Tierno no procede del mundo de los vencedores de la guerra civil; a diferencia también de José Luis Aranguren o de Julián Marías, tampoco procede del mundo católico. No estamos ante el falangista como Ridruejo que, con el tiempo, será uno de los más meritorios opositores al franquismo, ni ante el católico como Joaquín Ruíz Jiménez que irá evolucionando desde el nacional catolicismo al cristianismo progresista.
Tierno no pertenece al bando de los vencedores de la guerra civil pero tampoco está entre los vencidos que han tenido un gran protagonismo político y han marchado al exilio: pienso en Manuel Azcárte, en Fernando Claudín, en Adolfo Sánchez Vázquez o en Santiago Carrillo. Tierno, tal como aparece en Cabos Sueltos, es un soldado republicano, desconocido, sin protagonismo político, que tiene que sobrevivir en el mundo de los vencedores. Por todas las páginas de la obra van apareciendo sus juicios sobre Manuel Azaña ( el «intelectual dubitativo») y sobre Juan Negrín ( «el hombre de una pieza»), acerca de cómo las democracias abandonan a la Segunda República y como las esperanzas de una llegada de la libertad tras la derrota de la Alemania nazi y la Italia fascista, se van esfumando.
Sobrevivir en aquel mundo de los vencedores era enormemente difícil, pero Tierno, con el apoyo de Carlos Ollero, de Jose Antonio Maravall y de Luis Díez del Corral, logra acceder a una cátedra de Derecho Político; eso sí, obteniendo el segundo puesto tras Manuel Fraga Iribarne. Su primer destino es Murcia. Estamos ante el Tierno del 48 al 53, encerrado en el barroquismo murciano y angustiado por estar atrapado en un mundo donde, dijera lo que dijera, hablara de lo que hablara, nada tenía relevancia, nada provocaba un impacto en la opinión pública, nada lograba conmover las conciencias.
Muy distinta es la experiencia en la Universidad de Salamanca. Es a partir de este momento donde Tierno se va a convertir en uno de los grandes referentes del mundo intelectual del antifranquismo. Tierno está en Salamanca desde del 54 hasta el 65, cuando es expulsado de la universidad y va formando una escuela de discípulos donde sobresalen Raúl Morodo, Elías Díaz, Pedro de Vega, Fermín Solana y otros muchos. Es el Tierno que conecta a estos discípulos antifranquistas con el trabajo realizado con diplomáticos como Fernando Morán, que también se ha decantado hacia el antifranquismo.
Se ha dicho que los jóvenes del 56 -los protagonistas de las primeras movilizaciones estudiantiles antifranquistas- comienzan a desentenderse de los referentes intelectuales de las generaciones anteriores. Es un tema al que conviene volver una y otra vez para entender la historia política e intelectual de la oposición al franquismo. Por las páginas de Cabos Sueltos aparece la enorme diferencia, que Tierno capta y analiza con cuidado, entre la perspectiva del Frente de Liberación Popular y la perspectiva que él propone. Ninguna de las dos apuestas son las que defiende el Partido Comunista, pero ambas son muy diferentes. El llamado Felipe apuesta por una nueva izquierda, anticapitalista, tercermundista, muy vinculada al cristianismo revolucionario. Tierno, por el contrario, trata de buscar las rendijas dentro del sistema para que la oposición liberal, moderada, comience a emerger. De ahí la importancia que da a mover, organizar, encauzar, a los sectores monárquicos que estén dispuestos a encabezar protestas -por moderadas que éstas fueran- a la dictadura de Franco. Recomiendo al lector que repase estos momentos de la obra porque, al hablar de sus diferencias con Juan Goytisolo y con Luis Martín Santos, al analizar el papel de la política y de la literatura, tenemos muchas de las claves de ese mundo de la oposición moderada al franquismo.
Llegan los años sesenta y con ellos la aparición de un nuevo movimiento obrero y la radicalización del movimiento estudiantil. Con él llega la expulsión de la universidad de los representantes de una izquierda cristiana (José Luis Aranguren) de una izquierda libertaria (Agustín García Calvo) y de una izquierda socialista ( Enrique Tierno Galván)
Estamos ante los grandes referentes intelectuales de la izquierda antifranquista. Es ésta una etapa mucho más conocida en la vida de Tierno por estar vinculada a la lucha por la hegemonía dentro del socialismo español entre la dirección del PSOE en el exilio y los protagonistas del socialismo del interior. Es conocida esa historia; se ha escrito mucho sobre ella; el problema que tenemos es que al haber circunscrito el relato de lo ocurrido a lo acaecido en el mundo de las organizaciones políticas todo queda reducido a una historia de vencedores y vencidos.
Desde la perspectiva de la historia intelectual se han ido perdiendo muchos matices imprescindibles para entender como se fragua el mundo intelectual de la transición. Muchos de esos matices perdidos se pueden ir recuperando volviendo a leer Cabos Sueltos.
Es evidente que la transición política se realizó bajo el imperio de la juventud. Fueron jóvenes (Felipe González, Adolfo Suarez) los líderes que triunfan electoralmente frente a los veteranos (Santiago Carrillo, Manuel Fraga) y también frente a los que defendían opciones minoritarias. Unos porque mueren antes que el dictador (Dionisio Ridruejo), otros porque son derrotados en las elecciones (Joaquín Ruiz Jiménez) y otros como Tierno porque tienen un resultado electoral tan menguado que tienen que acabar renunciando a mantener un partido propio, el Partido Socialista Popular.
Pocas páginas tan dramáticas como las últimas de Cabos Sueltos en las que Tierno da cuenta de lo que significó para él tener que renunciar a tener un partido propio. Habla de una terrible mutilación. ¿Cómo podría imaginar que muy pocos años después sería despedido en loor de multitud? ¿Cómo podía saber que sería recordado, veinticinco años después, como el mejor alcalde de Madrid?
Estamos ante un caso realmente sorprendente en la vida política española. Muchos de sus compañeros de generación en el antifranquismo no recibieron el reconocimiento que merecían en los años de la democracia; muchos de sus seguidores en el Partido Socialista Popular se quedaron huérfanos y no llegaron a encajar en el PSOE. Tierno, sin embargo, logró liderar la transformación cultural de la ciudad de Madrid y no renunció a reservarse esos momentos, entre irónicos y libertarios, donde era capaz de aunar la imaginación con la utopía, para reivindicar restos de una izquierda radical. Basta con recordar su satisfacción cuando Reagan se negó a acudir al Ayuntamiento de Madrid para recibir la bienvenida del «alcalde marxista» y Tierno logró transformar ese desaire en un acto de reafirmación: si Reagan no quiere a Madrid, debe saber que Madrid tampoco quiere a Reagan.
Estamos ante el último Tierno, que no es sólo el alcalde de los bandos, es el Tierno socialista de izquierda, que no renuncia a afianzar su agnosticismo en una lectura renovada del marxismo. El vencido en la guerra civil no venía del catolicismo como muchos de sus compañeros de lucha antifranquista, pero pocos intelectuales españoles han profundizado tanto en el tema religioso, como hizo Tierno en su obra Qué es ser agnóstico.
Y es aquí donde está su especificidad. No se vinculaba al cristianismo como Ruíz Jiménez o Aranguren; no venía de la Falange como Ridruejo o Laín; tampoco era un hombre del exilio como Azcárate o Carrillo; no era monárquico como Satrústegui o Miralles, pero con todos ellos, y muchos más, fue creando vínculos para ir estableciendo las bases de una superación del franquismo. En unas ocasiones aprovechaba la evolución producida tras el Vaticano II, en otras la personalidad de don Juan de Borbón; no descuidaba el renacer del nuevo movimiento obrero y supo dar la cara por los estudiantes en el 65, aunque ello significara la pérdida de la cátedra.
Para conocer la personalidad de Tierno recomiendo a los que no lo hayan hecho que se apresurarse a leer Cabos Sueltos;a los que lo leyeron hace años les recomiendo que lo vuelvan a hacer porque descubrirán lo injusta que fue la historia con muchos de los que fueron opositores al franquismo, con todos aquellos que nunca llegaron a obtener reconocimiento, y descubrirán también que aquel hombre que terminaba el libro, presa de un terrible dolor, de una pena incurable, fue recompensado por el pueblo de Madrid mucho más de lo que nunca hubiera imaginado, realizando una función que no había previsto. El azar constitutivo de la vida logró, en esta ocasión, hacer justicia al gran resistente contra el franquismo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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