«Cuando buena parte de los medios llamados «serios» se entregan a efímeras trivialidades y a reciclar comunicados de prensa y cotilleos de puertas adentro; y cuando el mundo académico lucha por mitigar los peores efectos de una sobreproducción dirigida a conseguir fondos y a la moda de hacer carrera; y cuando la política nacional e […]
«Cuando buena parte de los medios llamados «serios» se entregan a efímeras trivialidades y a reciclar comunicados de prensa y cotilleos de puertas adentro; y cuando el mundo académico lucha por mitigar los peores efectos de una sobreproducción dirigida a conseguir fondos y a la moda de hacer carrera; y cuando la política nacional e internacional parece consistir en inclinarse ante los imperativos del «mercado», mientras se esquivan los patinazos de relaciones públicas, entonces es cuando necesitamos más que nunca un «foro» como NLR. Está al día sin ser meramente periodística, es erudita, pero sin las secuelas de la cita compulsiva; y es analítica sobre las fuerzas a largo plazo que operan en la política, en lugar de obsesionarse con la espuma de la última olilla maniobrera y de pose.»
New Left Review cumple 50: nada de globos, por supuesto, y decididamente nada de juegos festivos. La idea misma de «celebración» suena a pseudo-optimismo consumista. La simple cronología es, al fin y al cabo, un concepto no teorizado. Deberíamos contemplarlo no tanto como un aniversario, más como una coyuntura sobredeterminada.
Es difícil no quedar intimidado por New Left Review. A veces, la revista puede parecer un artificio minucioso ideado para hacernos sentir unos ineptos. La relación que mantenemos con ella se conjuga como un verbo irregular: Ojalá supiera más cosas sobre la industrialización en China; deberías comprender mejor el análisis de Brenner de la turbulencia global; él o ella tiene que entender el significado del activismo de base comunitaria en América Latina. Para muchos lectores del Guardian (y demás), la revista funciona como una especie de hermano mayor hacia el que alzamos la vista: más serio, mejor informado, más fuerte, irreemplazable. Bueno, puede que un poquito solemne a veces (podríamos echar a suertes a quién le toca el encargo de decirle a Perry Anderson que lo aligere) y quizás cuando hemos estado desconectados durante un periodo bastante largo la vida parecía un poco más fácil. Pero luego volvemos a encontrarnos y nos topamos con un ejemplo de respeto a primera vista, y vuelta a empezar.
No siempre ha sido así. Hasta los hermanos mayores han pasado por periodos turbulentos en su juventud: entusiasmos errados, relaciones fallidas, retraimientos depresivos. Algunos lectores puede que recuerden los tiempos en que NLR parecía empeñada en el purismo sectario, el servilismo teórico y una premeditada opacidad. Ha atravesado varios cambios de identidad a lo largo de los últimos 50 años, y los recuerdos de estas fases anteriores pueden dificultar los esfuerzos que ha llevado a cabo recientemente para llegar a un público lector más amplio. Pero hay mucho de lo que estar orgullosos en esa historia. La revista, a su firme manera, ha registrado y respondido a inmensos cambios acontecidos en el mundo en los últimos cincuenta años, y en el curso de esa labor ha proporcionado un surtido de ideas cuya disponibilidad rebasa con mucho las filas de quienes pueden en algún momento haber compartido su forma o formas particulares de marxismo (una lealtad que se ha modulado, acaso incluso atenuado de algún modo, a lo largo de décadas). Algunas cosas de la revista, sin embargo, no cambian. ¿Qué otra publicación sacaría un anuncio a toda página en un diario nacional dando cuenta de su «número quincuagenario»? A NLR se le ha acusado de muchas cosas, pero nunca de rebajarse al modo populista.
La biografía de la revista no puede reducirse a una fórmula: su experiencia ha sido hasta ahora demasiado rica y contradictoria. Pero sería justo decir que una revista que comenzó su vida con la esperanza de animar y dar expresión a movimientos populares organizados de la izquierda se convirtió pronto en un empeño categóricamente teórico, si bien con ciertos anhelos leninistas o trotskistas en reserva. Luego, en los años 80, comenzó a interpretar su tarea intelectual en términos más expansivos, y desde el año 2000 ha sido de forma consciente una «revista de ideas», de izquierdas, a buen seguro, pero distante de los movimientos radicales del presente o de cualquier programa elaborado para el futuro.
En tanto que revista severamente intelectual comprometida, en principio, con la transformación radical de la sociedad, NLR tenía pocos modelos a los que atender en la historia británica, y la revista creció a partir de la cultura británica y durante mucho tiempo estuvo enraizada en ella, por internacionalista que haya sido desde entonces. Habían existido muchas revistas pequeñas, generalmente fugaces, tales como Commonweal (1885-90), de William Morris, o la Left Review (1934-38) originaria; ha habido publicaciones periódicas más cercanas a la refriega parlamentaria, como New Statesman (1913- ) o Tribune (1937- ); y revistas más eclécticas, de inclinaciones radicales, de arte, cultura y política, como The New Age (1907-22). Pero para encontrar otra revista de ideas exitosa llevada al más alto nivel intelectual por un grupo conscientemente radical, puede que tengamos que remontarnos a la Westminster Review, la revista de los Radicales Filosóficos de principios del siglo XIX. En la actualidad, la publicación más cercana en espíritu, pese a todas las evidentes diferencias de forma, puede que sea The London Review of Books (en la que algunos colaboradores se solapan), pero NLR es menos literaria, aun más política, y está comprometida con un análisis económico más sistemático y con la construcción teórica. Asimismo, hoy en día se preocupa muy poco de la política y la cultura británicas.
En la medida en que hubo un modelo consciente en los primeros años, éste fue Les Temps Modernes de Sartre, y algo parece haber quedado de una versión idealizada de la vida intelectual parisina de los años 50 en los espíritus rectores de la revista. Se toma desde luego muy en serio esos temas que son por excelencia de jersey negro de cuello alto como la filosofía y el cine; otras formas de arte, y más o menos toda la cultura popular, vienen mucho, mucho después. Aunque se han producido conmociones periódicas en el consejo editorial, con afirmaciones y todo de la necesidad de aportar sangre nueva, en el núcleo del grupo todos están alrededor de los 70 años y, por tanto, su formación se remonta a aquellos embriagadores días de la década entre 1958 y 1968 en que las noticias venían de París.
El número correspondiente al 50 aniversario incluye artículos de varios de sus incondicionales más veteranos – Tariq Ali, Perry Anderson, Robin Blackburn, Mike Davis -, así como entrevistas o artículos reimpresos de figuras renombradas de la izquierda intelectual, como Eric Hobsbawm y Stuart Hall. Estos nombres significan un elemento bastante sorprendente de continuidad. Anderson y Blackburn estaban a la cabeza del grupo más joven que asumió la dirección de la revista en 1962, tras dos años en los que Hall hizo de director y ellos, junto a Ali, Davis y un puñado más, han sido miembros constantes o recurrentes del consejo editorial desde los años 60. Anderson fue nominalmente director entre 1962 y 1983 (la revista siempre ha puesto de relieve su ethos colectivo, y desde fuera no queda claro cómo se ha dividido la responsabilidad entre director y consejo editorial); Blackburn lo asumió luego hasta finales de 1999, momento en el cual se relanzó una nueva serie de la revista, inicialmente bajo la dirección una vez más de Anderson; Susan Watkins ha sido directora desde el año 2003. Las cifras exactas de la tirada han sido siempre difíciles de establecer, pero se dice que cada uno de sus números, bimensuales, vende unos 10.000 ejemplares. Sus finanzas siguen siendo un misterio: repetidos rumores han sugerido que se ha subvencionado con el peculio de la herencia de la familia Anderson.
Pero estas continuidades en su personal enmascaran algunos drásticos giros en su rumbo y cambios en su carácter. La revista se fundó en 1960 como resultado de la fusión de dos revistas entonces activas, Universities and Left Review y The New Reasoner, en la que la primera representaba el ascenso del radicalismo político y cultural de finales de los años 50, especialmente intenso en las universidades, que repudiaba el reformismo del partido Laborista, mientras que la segunda proporcionaba un espacio de reunión de aquellos comunistas y ex-comunistas que, después de 1956, repudiaban el estalinismo ortodoxo. Se formaron clubes de la Nueva Izquierda [New Left] en todo el país, y la Campaña para el Desarme Nuclear [Campaign for Nuclear Disarmament -CND] proporcionó un centro movilizador y unificador. Durante un breve periodo, la revista fue parte de un movimiento más amplio. Pero tras el cambio de 1962, se centró de modo más exclusivo en preparar el terreno teórico para la «revolución» (puede que sea difícil recordar qué cotidiano resultaba el término «revolución» en la década de 1960 y 70). Uno de los servicios más notables prestados por NLR consistió en importar y difundir ideas europeas, sobre todo de la rica tradición de los marxismos hegelianizados, pero también otros estilos de trabajo, por ejemplo, en sociología y psicoanálisis. En 1970 se creó una editorial – New Left Books, que se transformaría en Verso – y esto contribuyó a que se pudiera disponer en inglés de muchos clásicos del pensamiento social europeo en un momento en que el sistema de educación superior en expansión sentía avidez por dichos textos. Pensadores socialistas reconocidos como Isaac Deutscher y Raymond Williams fueron importantes para la revista en sus primeros años; durante algún tiempo fue influyente Ernest Mandel, el economista belga trotskista; en diversos momentos hubo un compromiso particularmente sostenido con las ideas de Antonio Gramsci y Louis Althusser.
En el curso de la década de los 80 se había remodelado la imaginación política de la izquierda para dar cuenta de las drásticas transformaciones de la década, entre las que se contaba el final del «socialismo realmente existente». Esta década y la siguiente fueron testigos de grescas y dimisiones en la misma revista, así como de intentos de remediar su comparativa desatención de cuestiones entonces ya destacadas, como el feminismo y el medio ambiente. Su denuncia del «imperio norteamericano», sobre todo en las llamadas guerras humanitarias de la década de 1990, fue una constante; otra lo fueron sus intentos de poner al descubierto el funcionamiento global de las nuevas formas de capitalismo. Pero las preguntas respecto a lo que significaba estar comprometido con «un futuro socialista» se hicieron más insistentes e invitaban a repensar de modo más fundamental la función de la revista misma. El número 238 de NLR, publicado a finales de 1999 se convirtió en el último de la serie original.
El primer número de la nueva serie apareció a comienzos del año 2000, con un diseño y un aspecto que habían mejorado espectacularmente (el ascetismo izquierdista de elevados principios ha tendido a favorecer revistas que parecen hojas parroquiales a ciclostil), una sección regular de crítica de libros y editoriales con firma. El primero de estos consistió en una valoración severa e implacable por parte de Anderson de los desafíos que encaraba la izquierda al comienzo del nuevo siglo. A algunos lectores les sobresaltó su olímpica desolación. «El único punto de partida de una izquierda realista hoy en día estriba en registrar lúcidamente una derrota histórica». (No puedo evitar sentir admiración por la frase lo mismo que por el sentimiento aquí expresado, sobre todo esa última frase con su indomable compromiso con la lucidez sobre el naufragio de los propios sueños). Anderson opinaba que el «neoliberalismo» había triunfado en todo el mundo: no existía ninguna fuerza radical efectiva que hiciera de contrapeso. Pero eso, implícitamente, era razón de más para buscar una comprensión adecuadamente explicativa de las fuerzas que operaban en el mundo actual. Sólo sobre esta base – un análisis sistemático, profundamente informado, internacional – podían darse pasos, aun los más provisionales, para formular una alternativa viable. Puede que el mensaje sonara sombrío, pero el tono era resuelto: el principio rector de la revista debería ser «el rechazo de cualquier acomodo en el sistema dominante, así como de cualquier minusvaloración de su poder».
Con los años, NLR había ido mostrando la debida consideración al célebre lema de Gramsci de «pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad», pero muchos lectores pensaron que al editorial del 2000 de Anderson se le iba la mano en el pesimismo y daba poquísimo pábulo al optimismo. Un crítico francés, en un reproche que debe haberle escocido a Anderson, hombre de notorio espíritu antiprovinciano y francófilo, le acusó de ver las cosas con una óptica demasiado cerrada desde este lado del Canal de la Mancha: en Francia eran mucho más visibles, venía a sugerirse, diversas formas de resistencia, mientras que había otros que pensaban que se infravaloraban de modo semejante las formas de protesta de otras partes del mundo. Pero, una década después, el pesimismo de Anderson en lo que a esto se refiere apenas si resulta exagerado: en la medida en que el dominio del liberalismo se ha visto refrenado, no parece que haya sido resultado primordialmente de una oposición organizada y políticamente eficaz.
Anderson anunció también otro tipo de cambio en el carácter de la revista, que iba a mostrarse abierta a partir de entonces a una mayor variedad de voces. Nuevamente se oyeron murmullos de traición y elitismo – NLR como club virtual de intelectuales globales, en lugar de un colaborador que se ensuciara echando una mano en las luchas locales – pero quizás esas objeciones se equivocan en lo que puede y debe hacer una revista progresista de ideas. Personalmente, siendo relativamente forastero en este entorno, prefiero con mucho el hospitalario pesimismo de la actual NLR al optimismo excluyente de sus días más sectarios. Pero no cabe duda de que su actual carácter suscita de nuevo la pregunta de hacia dónde debería apuntar una revista de «la izquierda» cuando no se encuentra en relaciones constructivas con ningún movimiento radical o progresista más allá de sus páginas.
Ahora, en este número de aniversario, el editorial de Susan Watkins pasa una vez más revista. La atención se centra en el derrumbe financiero de 2008 y en la posterior recuperación bancaria. Aquel podría haber ofrecido a la izquierda alguna esperanza de que el «sistema» estuviera implosionando, como se suponía que debía ser en la teoría marxista o postmarxista. Esas famosas «contradicciones del capitalismo» iban a recoger lo que habían sembrado. Salvo que, tal como insiste Watkins fríamente, no ha sido ése el caso; hasta ahora, sólo ha habido ajustes, más que Apocalipsis. Además, esta convulsión del sistema financiero mundial parece haber generado bien poca turbulencia política o insurgencia popular. En una de esas frases aceradas que tan bien le quedan a la moderna NLR, escribe: «Que la crisis del neoliberalismo se muestre tan inquietantemente falta de agonía, por contraposición a la amargas batallas de su implantación, da una idea aleccionadora de su triunfo».
Así pues, ¿qué queda ahí por hacer y qué hay que hacer que sea de izquierda? [1] Resulta que bastante. Puede que no haya ningún «proyecto práctico inmediato», de modo que la preocupación debe centrarse en la longue durée. «Testimoniar el desarrollo del capitalismo realmente existente sigue siendo un deber primordial para una revista como NLR». O bien de nuevo: «Una prioridad de la Revista en años venideros debe consistir en una nueva tipología de los resultados del desarrollo en la era de las finanzas globales. Otra, un mapa del proletariado global – emplazamientos, sectores, diferenciales – que se vea vivo ante el hacerse y deshacerse contemporáneos de las clases».
Hay a quienes esto les puede parecer poco más que «levantar acta de la derrota» hasta la fecha, pero el compromiso con la información y la comprensión me parece a mí admirable. En el último párrafo de su editorial, Watkins parece verse momentáneamente tentada por el optimismo: «Pero acaso la rareza misma de un foro de izquierdas serio en estos tiempos convierta a una revista como NLR en algo más valorado». Creo que es verdad, pero un foro es precisamente un espacio en el que reunirse y hablar, un lugar acordado para estar en desacuerdo. La metáfora da a entender una distancia de la acción política, así como la distancia recorrida por la revista desde las esperanzas de los años 60. «¿Puede un proyecto intelectual de izquierdas prosperar en ausencia de un movimiento político?», se pregunta ella. «Eso está por ver». Hasta «prosperar» puede ser mucho pedir. Puede que «fracasar mejor» sea la impronta más alta que puede dejar por ahora, con una imperturbable conciencia de lo punzante que resulta la conjunción de la lealtad política y el lema beckettiano. [2]
Acaso la sensación de haber escarmentado en la historia del mundo sea conveniente para una revista de mediana edad. Sólo ocasionalmente me siento todavía mareado al enfrentarme a las abstracciones familiares, usadas en singular con confianza. Cuando me dicen, por ejemplo, que «el mundo del pensamiento de Occidente» está cada vez más determinado «por estructuras de riqueza y poder con centro atlántico», [3] llevando a remolque a las disciplinas académicas, me doy cuenta de que siento que la búsqueda de patrones y causalidad está empezando a perder de vista algo no menos importante: la desigual y torpe diversidad que aparece cuando se observa desde un poco más cerca. Toda investigación intelectual constituye un sube y baja entre la abstracción y la particularidad, y la herencia de NLR puede todavía hacerla más indulgente con la primera que con la segunda. De modo interesante, el lenguaje de los «determinantes» y el «sistema» se viene abajo cuando se trata de autodescribirse. «NLR permanece fuera de este mundo,» escribe Watkins, «define su propia agenda». Excelente, pero ¿no podría haber otros elementos en «el mundo del pensamiento de Occidente» que estuvieran haciendo lo mismo, a su manera? Con todo, la audacia es admirable: me gusta el pensamiento de que una perspectiva sin ilusiones, independiente, global tenga que venir de una calle lateral del Soho [barrio londinense donde se encuentra la redacción].
Cuando buena parte de los medios llamados «serios» se entregan a efímeras trivialidades y a reciclar comunicados de prensa y cotilleos de puertas adentro; y cuando el mundo académico lucha por mitigar los peores efectos de una sobreproducción dirigida a conseguir fondos y a la moda de hacer carrera; y cuando la política nacional e internacional parece consistir en inclinarse ante los imperativos del «mercado», mientras se esquivan los patinazos de relaciones públicas, entonces es cuando necesitamos más que nunca un «foro» como NLR. Está al día sin ser meramente periodística, es erudita, pero sin las secuelas de la cita compulsiva; y es analítica sobre las fuerzas a largo plazo que operan en la política, en lugar de obsesionarse con la espuma de la última olilla maniobrera y de pose. Pese a autodescribirse en las líneas maestras de orientación de sus colaboradores, la revista no es «animada» en ningún sentido evidente. Es total y absolutamente difícil (pero de ninguna manera es peor por ello), pues lo que trata de analizar es complejo y sus instrumentos intelectuales preferidos con frecuencia son intelectualmente sofisticados. Es difícil allí donde ser fácil no representaría ninguna virtud, difícil donde tratar de ser «accesible» sería tratar condescendientemente a sus lectores, difícil allí donde hace falta masticar las ideas en lugar de engullirlas simplemente. Eso es lo que admiro sobre todo de NLR: su seriedad intelectual, lo magnífico de su tenaz intento de comprender, analizar, teorizar.
Así pues, nada de globitos, y decididamente nada de líneas de partido ni de fiesta. [4] Ningún consuelo facilón tampoco. Pero, eh, respeto: eso sin discusión.
Notas del traductor: [1] El autor juega con la palabra «left» que, como es bien sabido, significa a la vez izquierda y «lo que queda», un juego de palabras que ha menudeado como nunca en la lengua inglesa en los últimos 20 años a tenor de las circunstancias políticas. [2] «Intentarlo otra vez. Fracasar de nuevo. Fracasar mejor» es una de las más célebres citas del gran escritor irlandés Samuel Beckett (1906-1989). [3] La observación se aclara con la cita que hace a su vez Watkins en el mencionado editorial («Shifting Sands», que puede leerse entero en la página de NLR www.newleftreview.org) del que Anderson escribió, con el título «Renewals», en el primer número de la nueva serie de NLR, de enero-febrero de 2000: «‘No hay todavía en el horizonte ningún agente colectivo capaz de equipararse al poder del capital’, hacía notar Anderson; en el plano de las ideas, ‘por primera vez desde la Reforma, no hay ya formas de oposición significativas- es decir, perspectivas sistemáticas rivales – dentro del mundo del pensamiento de Occidente'». [4] «Party» significa tanto «partido» [político] como «fiesta». Y «party line» es tanto la línea de partido como uno de esos teléfonos al que puede llamar mucha gente a la que se pone en comunicación simultáneamente.
Stefan Collini es profesor de historia intelectual y literatura inglesa en la Universidad de Cambridge, colaborador del Times Literary Supplement y The London Review of Books y autor de Common Reading: Critics, Historians, Publics y Absent Minds, Intellectuals in Britain.
Fuente: http://www.guardian.co.uk/books/2010/feb/13/new-left-review-stefan-collini
Traducción para www. sin permiso.info: Lucas Antón