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Todo son malas noticias

Fuentes: Rebelión

Ahora se comprenderá el porqué de mi irónico artí­culo anterior… Mira que soy paradójico: positivista y espiritualista al mismo tiempo. Pues, pese a mi edad, vivo la vida cada día con ilusión, decreciente pero ilusión al fin y al cabo. Fabrico mis propios estí­mu­los aunque lógica­mente ­sean cada vez menos intensos, y procuro generar condiciones […]

Ahora se comprenderá el porqué de mi irónico artí­culo anterior…

Mira que soy paradójico: positivista y espiritualista al mismo tiempo. Pues, pese a mi edad, vivo la vida cada día con ilusión, decreciente pero ilusión al fin y al cabo. Fabrico mis propios estí­mu­los aunque lógica­mente ­sean cada vez menos intensos, y procuro generar condiciones ilusionantes en quienes me rodean. Una de mis precauciones para no en­tristecerme o indignarme demasiado consiste en esqui­var la noti­cia directa. Pero no vivo solo y tampoco soy de esos que dicen que ven sólo La 2 y luego ven todo lo que se les pone a su alcance, so­bre todo si es procaz. Así es que pese a ad­vertir a quienes con­viven conmigo que no quiero saber de noticia alguna que yo mismo no busque, me llegan. No sé dónde meterme para quitármelas de encima. Basta oír un simple co­mentario, escuchar un instante sin mirar, dar un vistazo al titular recibido por correo o a un post mientras me dispongo a publicar en mi muro, para sentir el peso de la basura informativa y de las malas noti­cias a raudales. Unas descora­zonadoras, otras indignantes, otras trágicas, otras patéticas y otras estúpidas. La única alternativa es el aislamiento absoluto. Pero tampoco me se­duce, y no es cosa de reti­rarse de la vida. Es cuestión de saber administrarse el asunto como bue­namente pueda cada cual…

Por ejemplo, aunque para mí ya no es noticia el cambio climá­tico pues mi organismo lo viene detectando desde hace al menos veinte años, pésimas noticias son las consecuencias ya patentes derivadas, a cual más deprimente y precursora de un final de fiesta de la vida tal como la hemos venido viviendo hasta ayer. Pues cuando no es la subida extemporánea de la tempera­tura global o local, es la extinción de una especie animal o vegetal. Cuando no son in­cen­dios espantosos, es el deshielo en pleno invierno en los casque­tes polares. Cuando no es la desapari­ción de un río, son inun­daciones catastróficas…

Pero aparte del clima planetario y sus consecuencias, hay otras co­sas de la sociedad actual que me/nos amarga la vida. Los cam­bios ­frenéticos efecto de lo que ya parece firme propósito de la no permanencia, en la mayoría de los casos caprichosos y sin m ás explicaciones que «las exigencias del mercado», a partir de cierta edad los acusamos mucho. Aparecen, por ejemplo, medi­camentos nuevos cuya eficacia y efectos secundarios están por comprobar a medio y largo plazo, y se retiran otros que ven­ían demostrando durante décadas su eficacia, con excusas que sólo valen para los imbéciles. La rápida desaparición de las tiendas del pe­queño comerciante por «exigencias del mercado», aunque parece cosa me­nor, hace también estra­gos. Pues obliga en muchos casos y en muchas po­bla­ciones a acudir a las grandes superficies o a los hipermerca­dos donde los constantes cambios de seccio­nes y estantes produce tanto re­chazo, que en ocasiones nos hace desistir de comprar in­cluso lo preciso. Las empresas de telefonía manejan obviamente cuentas B. Cargos de pequeñas cantidades en la cuenta bancaria del cliente, a veces de­tectados pasados varios me­ses, aparecen de vez en cuando. La Compañía lo atribuye unas veces al descuido, otras a la falta de coordinación de los em­pleados, otras al despiste del usua­rio aceptando algo que en realidad no deseaba, al hacerse la grabación de una modalidad de contrato dife­rente, otras, en fin, a la activa­ción del propio automatismo por sí solo. Luego vie­nen las Eléctri­cas. Ah, las Eléctricas, que, cada vez que nos llega el re­cibo de la luz, nos recuerdan que entre los concep­tos del total hay uno camuflado destinado a pagar una suma desorbitada a esos de las puertas giratorias. Cada vez que me llega el recibo no pienso que pago mi consumo, pienso que estoy pa­gando a ese ex pre­sidente o al otro…

Y si hacemos un repaso a los estamentos de la sociedad, para qué hablar: la Iglesia, corrupta; la política, corrupta; el ejército, corrupto; las policías, corruptas; los medios de comunicación, co­rrup­tos; la ciencia, corrupta; la abogacía, corrupta; la medi­cina, corrupta; el mercado de la literatura, de la pintura y de la dis­cografía, corrupto; las ongs, corruptas; hasta la mendicidad está corrupta… Y en cuanto a los políticos españoles, aparte la ofi­cial del latrocinio de décadas, ¿no es una variante de corrup­ción ejercer la política treinta años o transmitir la deprimente im­presión de que los políti­cos son unos inestables tarambanas que cambian de ideas y de idea un día y otro como locos? To­dos, políticos y estamentos, son noti­cia siempre por motivos de­lictivos, deshonrosos o de caricatura…

Decidme entonces, si no queda espacio de la sociedad española que responda a una mínima solvencia, o al menos a la normal y limpia funcionali­dad esperada, ¿vamos a creer que precisamente en el escrutinio de las elecciones se aloja la mayor pulcritud, siendo así que la robótica es lo que más se presta a la manipulación de los dígitos y a la trampa, hasta el punto de que el proceso se­guido para los resultados no puede ser jamás verifi­cado y nadie lo va a exigir?

Por eso, si conocéis algún rincón de vuestras vidas que en Es­paña esté libre de corrupción, comunicármelo enseguida. Pero con garantías. Sólo así podré dormir las recomendadas por la ciencia médica… corrupta. De todos modos, aunque no soy muy optimista acerca de que este país pueda mejorar y no al contrario es porque pienso que el ser humano sería más desgraciado si pudiese pronosticar el porvenir…

Jaime Richart, Antropólogo y jurista

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.